Y un día...el texto 200...

1 comentarios jueves, 29 de diciembre de 2011


Mi texto 200 en el Blog!! No lo puedo creer. Esto, hacerlo realidad, no tiene público. No está hecho para el halago del afuera sino para saber de mi batalla interior ganada, más allá del resultado parcial que siempre es mejorable. Decidí hacer realidad lo que tenía para dar, que es un paso tan sencillo como complicado en un contexto que no pide eso sino resultados. Decidí entregar la situación a que fuera posible y me contacté con quien tenía que estar en el momento en que debía ser. Y esa persona me ayudó desde lo técnico a hacerlo. Luego otra desde su ánimo y presencia también colaboró, todo esto hace poco más de dos años y bueno, acá estamos. El resto fue echar el resto, porque no es sencillo expresar. O no me resulta sencillo expresarme, uno transmite lo que es y cierto espíritu incluso conspirativo contra mis propias cosas dejaré ver. La sensación es, aun, que me estoy poniendo al dia. Que no llego a ponerme a la par del momento, que sigo recuperando de algún lado eso que no hice o debería haber hecho antes. Decirlo y hacerlo son dos palabras para nada compatibles, a veces. Escribir no repara nada en mi, sólo intenta reflejar qué puedo hacer. Ser. Depende el dia. Agradezco a quien pasó alguna vez, a quien gracias a mi perfil de facebook a diario también puede leerme, y a la chance de, mientras mis deditos no le pifien tanto con las teclas, yo pueda seguir este camino. Escribo caminando. Buen 2012 de corazón para todos!!. Y gracias.
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"Luchas"-Prosa

1 comentarios miércoles, 28 de diciembre de 2011
Dime lo que valgo sin mentirme,
dijo el viejo a su recuerdo.
-“Hoy no vales mucho, eres un pasado
en esplendor, un cielo finito y humano
para una orden que ya no existe”.
No mires esto, mira mi pasado de sol, de lluvia,
de ideas célebres, de tirano que convencía.
Pídeme algo que haga y lo haré.
-“Ve y destruye el sol”.
¡No puedo!. Es imposible. Me rige,
nos gobierna, es objetivo naciente y poniente,
sería un desperdicio.
-“Eres un viejo y yo, un recuerdo que te golpea
donde no quieres. Una vez lo intentaste.
¿Lo recuerdas?. Eras joven, por primera vez
decisión y duda se dieron en vos la mano.
Desde ahí hasta hoy. ¿Pido otra cosa?”.
Sí, estaré dispuesto a hacerlo.
-“Retrocede el tiempo”.
¡No puedo!. Nadie puede.
Es tenaz, es decidido, tiene un objetivo,
es inexorable en él y en todos,
respeto la sabiduría de los obstinados.
Tiene algo de mi envidia
a su camino largo y seguro.
-“Tampoco puedes, los años te hacen dudar.
Un solo intento más por tu arrojo:
¿Puedes volver a buscarte
adonde vos quisiste quedarte?”.
¡Sí, puedo!.
Eres, recuerdo, donde siempre
hubo sol y tiempo, donde soy
parte de mi y de lo que ya no extraño.
Puedo volver pero necesito la llave
que impide el olvido, la razón perfecta
del sueño tenue, aun.
Y el recuerdo al fin, dijo:
-“Ahora, viejo hombre,
todo de mi, puedes”.
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"Contorno"-Prosa

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Deseo averiguarlo para saber enfrentarlo.
Hay cierta imagen adherida a todo lo que hago,
una especie de gemela alma que repite sorda
ciertos lentos movimientos: los mios.
Un ángel sería el mejor responsable
de mi luz nocturna, pero él no es.
Porque éste tiene forma de mi, duda como yo,
arranca y frena no cuando lo hago
sino cuando lo pienso.
Me debe conocer más que yo.
¿Quién me creería que dentro de mis miedos
el peor es el de no saber qué pasa conmigo
frente a lo que me paraliza?.
No es de humano, no es de hombre,
Los defectos son costillas que en voz alta
gustan contar unos, de uno. Me lo callo.
De día, tortura, de noche paz.
Aun sospecho que me deja dormir
para darme energías y creerme superior,
porque no tiene ganas de irse.
Si algún dia se pone adelante, lo enfrentaré.
Si un dia se pone a mi lado, será compañía.
Y si sigue a mi espalda,
seguirá siendo eterno.
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"Llegando a mi"-Prosa

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Viene sin tiempo y al verla desespero.
Es una perfecta figura que nunca miré de frente,
no me deja, se va.
Antes de tenerla conmigo
se evapora sin huír, no me suelo sentir único
cuando tengo por gracia su tiempo.
¿Qué pasaría si frente a ella quedo?.
Un dia quise hacerlo.
La esperé, la encerré en mis pensamientos
y de ellos hace ventanas abiertas,
siento cuando está pero más aun
el desdén, el silencio, la cifrada esperanza
de tenerla evaporada.
Con ella me miro mis manos, me duelen,
me suelen señalar, tener de rehén,
de esclavo feliz cuando todo comienza.
¿Para qué vivo sino es para su llegada?.
Nunca es mucho tiempo, la imagino pero la veo.
Tiene el pelo largo, es delicada, irradia
lo que en mi genera de cierta entrega.
Haría bien en entregarme sin orgullo
a ciertas placenteras rimas, buscando
por el precio de nada, todo.
Es por la única que lo haría.
Renunciaría a esta vida para ser herejía,
sin culpas un soldado más,
de principio a fin de cada palabra.
El dia en que me deje
mirarla para siempre.
De frente.
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"Dos mitades"-Prosa

1 comentarios martes, 27 de diciembre de 2011
¿Por qué vienes a mojarte al rio?.
Es la tercera vez que te veo, el sol
cuando un pie tuyo toca el agua,
baja su intensidad en reverencia claroscura.
¿Sabías que lográs eso?. Que lo natural
sea estático, deje de ser vivo,
que caiga rendido ante otra luz matinal.
-“Vengo acá porque me siento parte y no única.
Aprendo, lavo de mi los impulsos que me hacen odiar
la condición humana, creo en el movimiento.
En que lo que veo me sirve
pero más aun lo que no veo.
Mojo mis pies y un escalofrío humano me corta,
me deja simple, me acobarda,
me anula, me vuelve a mis principios, me olvida.
La primera vez que vine recuperé la razón.
La segunda vez el orgullo, el mio para conmigo.
Si te interesa, hoy recuperé misterio.
Algo de interesante, brillo, razones en espejo,
de hecho has llegado a saber de mi.
No vine a completarme, sino a curarme”.
Mi agua ya no corre cada vez que vienes.
Todos, sol, estrellas, árboles, viento, me consultan.
Preguntan quién ejerce atracción, quién desbarata
la idea de naturaleza. Quién desea más que ellos.
Les respondo que no lo sé, que veo una mirada profunda en el agua.
Que sus gotas a veces son tristes, que mira
hacia adelante pero hacia abajo,
que siento busca un tramo de su camino.
El que nunca hizo.
Tengo toda la alegría en este sol, de saber de mi ayuda.
Que me has buscado y encontrado,
que sirvo en tus respuestas, que lavo tus preguntas.
-“Mañana voy a volver. Tengo frio, tengo espacio en mi
y en mi camino que aun no veo.
¡Voy a pedirte que me ayudes!”.
Allí estaré, en el escalofrio de tus pies, agua.
Aprendiendo un deseo compartido.
El inicio para dejar de ser parte.
Y desear lo mismo en dos.
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"Extraña conocida"-Prosa

1 comentarios jueves, 22 de diciembre de 2011


Destino que no quise. Presencia hipnótica, llena de heridas curadas con olvido. Un trazo gris, uniforme en mirada baja de cansadores días, moviéndonos sin sentir para qué y pensando en llegar para luego irnos. La clave es esa, un lugar sin destino para quien no busca quedarse. Se padece. Se parece. Crea todos los días fotocopias de hojas en blanco, que llenamos con pudor, con vergüenza, con rabia. Es la sede de lo que odiamos, es tan nuestra como los defectos de mi en otros, tiene luz tenue cuando estoy mal, tiene claridad en el aire, que por ella siempre circula. Tiene el bello caos del acostumbramiento, la sorpresa a la inversa, la satisfacción de hacer las cosas bien a pesar de todo. Es imposible estar en ella y verme en otros, o quizás nunca me encontré, con laberintos tan de Cortázar y Borges, de vendedores y puestos de flores. Nadie la conoce del todo, porque cuando hay sol fuerte lo que se refleja corre a esconderse. Se suele estar sin mirar alrededor, se nutre de nuestra presencia fantasmal y ajena para con ella. La definimos sin nosotros dentro, es un objeto a veces, otras un deseo, suele ser un ente con vida propia: la nuestra. Está en los genes, en ciertos locos y en algún perdido que de ella es espejo. Tengo por bien reflejar escribiendo lo que mi barrio dijo, cuando tuvo noticia de su incierto flagelo. Y quiso escapar dejándose atrapar.
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"Miel, sombra"-Prosa

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Mecanismo imposible, el del amor ajeno.
Necesita de mi, de lo mágico y perverso
de ser espectador: pero no lo sabía.
Me enteré cuando algo se partió,
se dividió como la mañana, la que
veo sin dejar verme en ella
para no asustarla.
Cuando dos sombras atraviesan en diagonal
la gran sala que son los ojos color miel
de esa luz, me ubico.
Una esfera divide su respiración de la mia,
era un compás que en hora solía poner
el placer en su sitio.
Ahora veo que respira, no lo oigo.
Aun cercana, siento otros ojos,
otra mirada que lo hace, que lo siente
sin dejar de admirarla.
Miel de color y aire, fundidos
pero lejanos, lejana.
Cinco dedos buscan energía en su dirección.
Los ve, intenta que me acerque
pidiéndomelo con la luz,
ella no se acerca.
Yo no puedo, ella no quiere.
Las dos sombras se hacen una,
lo observo dentro de la esfera.
Me alejo de mi mano, del intento.
De cierto heroico movimiento
para que me recuerde.
Cuando no empezaba a hacerlo.
En el amor ajeno
que de ella siento.
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"Rayo nocturno"-Prosa

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Hay motivos que sobran.
En algún momento la lucidez los trae
para que los vea. Nunca sabré
con la respuesta enfrente qué genera
la luz de dia encerrada en mi madrugada.
La precavida insistencia me ubica fuera
de toda razón interna, explicaciones
teñidas de mi en excusas que descansan
en el sol, y en los rayos
que matan la luna.
Nadie me empuja a hacerlo, ni a ser.
Tengo sabido el libreto de principio
a fin de mis maniobras, y a veces
las trampas más duras no las supero,
puestas por mi para luego lamentarme
no ser más que ellas.
Cuando la luz cenital enciende el paso oscuro,
Me miro con recelo en mi reflejo,
me busco sin ganas de ser todo el tiempo
un ruido reiterativo y futuro
de letras blancas y teclas negras.
Busco razones fuera de mi cuando cierro
más fuerte los ojos, que no caen rendidos
ante lo que deseo.
¿Deseo?.
La respiración consume cansancio,
alimento la jornada con el aire que queda.
La lucidez se sienta del lado de la cama
que le toca, me ve.
Acaricia los rayos y se hace sol.
Otra vez.
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"El espejo del otro"-Prosa

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No es verdad, no es todo el tiempo.
Hay cosas que decide sin consultar,
sin dejarse llevar, sin compañía eterna
de algún cierto resplandor en el que cree.
A veces se apura para perderlo, acelera
para perderse él mismo en algún rincón.
Está expectante, mi teoría concluyente
esperaba por ser dicha.
Ayer los vi, a los dos.
Uno tenía la cara de mendigo de cariño,
dulcemente contento de ser
contenido con la mirada.
El otro en cambio me observaba a mi.
Me sonreía, a veces se movía
de lado a lado, me miraba fijo
disimulando atención en el viento.
Cada uno a su manera quieren que se los escuche,
yo me desdoblo en oídos aunque no pueda.
Decido mirar y escuchar por separado del plano.
¿Puedo?. Pude.
Recibí cierto calor, de fuego y razón.
Ellos tienen eso, yo sigo viendo
lo que el otro me dice, disociado en ellos
y unido en mi.
Intento con un gesto que los dos
dejen de hacer que los entienda.
Y les dije mi teoría.
La concluyente:
“Ustedes son dos en un único fin,
en recuerdos y en presentes, en
la teoría de mi al verlos y la del mundo
girando para seguirlos. Son privilegiados.
Vivan lo suficiente para comprobarlo”.
El que me hablaba se fue diciendo
que no me creía.
El que me oía dijo
que todos lo oyen menos el que habla.
Entendí, entendieron, disimulaban
hasta la necedad.
Y yo ya dejé de verlos en dos
cuando ayer cruzaron mi vida.
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"Hacia afuera"-Prosa

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Latidos crónicos.
Tenue luz de ojos cerrados,
de esperanza sobre niebla.
Mar de lejos, solitario camino
parecido a mi y a la vez
nuevo, dificultoso.
Un intento más le pido
a esos latidos tibios de Fe.
No me detengo a preguntarme.
Decido avanzar, pensarme
en movimiento ascendente.
Piedra gris, el piso que
parece espejo y yo que quiero
desteñir mi razón con mente en blanco.
Sin pedirme permiso, avanzo.
Y a dos pasos, luz, sonido
de afuera del mundo.
Que aturde.
El latido de miedo se acelera,
miro hacia adentro, me siento
a contemplar la búsqueda,
a llenarme de cierto
presente desatado.
Nada me contiene.
Ni tiene.
Hago un gesto, fue un segundo.
Cuando llené el vacío
que explicaba todo un cielo.
Ese que el presente de viento dejó expuesto.
Sin nubes.
Me incliné ante el hallazgo.
Me reí. La razón aun dormía
pero ella hubiera hecho lo mismo.
Bajé sin mirar mis pies.
Bajé sabiendo adonde ir.
Desciendo con luz de ojos cerrados,
de latidos crónicos sin culpas.
De saber que ya no me culpo.
Mi razón quedó hermosamente desteñida.
Al pie del presente.
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"Oponentes"-Prosa

1 comentarios miércoles, 14 de diciembre de 2011
Temible, deseada.
Obsecuente, cruel, vacía,
simple, temeraria.
La mejor actriz en el peor papel
de autor, de fantasma.
No me reconoce, siempre de frente
a todas sus bellezas.
Detrás, el empeñado. El optimista
debajo de su pozo, el real.
El que ubica tras de paredes su andar,
el que esquiva lo que no ve, el que ve
y no suele esquivar.
El que desafía con los años
a querer más de lo que merece,
el que hacia adentro se retrae
en un mundo blanco de dolores.
Aséptico. Y ciertos días confronta.
Cada uno pone de si lo mejor.
Se miran, se miden, se necesitan.
¿Se necesitan enfrentadas?.
El conflicto detiene y una de las partes
asi es feliz pero no completo.
La iluminada se va por su sendero
de pisadas luminosas.
La otra por su camino oscuro, de memoria.
La siguen un montón de sueños haciendo
ruido en la noche, murmullos.
Sueños que cuando decida, serán de dos.
En uno. Al fin.
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"Flor azul"-Prosa

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Princesa desencantada.
Es imposible rescatarte,
sacarte de tu libertad
tan huérfana de autores,
de eso que veo
lleno de temores
que rodean lo que a veces
uno no detiene.
Nadie acude presuroso,
nadie es uno cuando las señales
son tibios enojos de envueltos
cambios de rumbo.
Te veo desde tu torre, desencantada.
Princesa de ropa en flor.
¿Me ves?. Con mi angustia
latiendo a ritmo azul,
que me avisa que no quiere que la ayuden.
Que ayuda a la razón para que eso no ocurra,
Que destiñe por dentro algo así
como un socorro sin voz.
Sin vos.
El encanto de las soluciones,
la manía de soledad acompañada, tan tuya.
Tan de princesa.
El desencanto se va tras el sol
entrando a rescatarte.
Es quien libera los pétalos dañados
de la Princesa. De ella.
De la flor azul.
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"Batalla en círculos"-Prosa

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Me doy por vencido, batalla de dos
en fuerzas que no se necesitan
porque no se conocen, aun viéndose.
Espero una reacción, la mia y la del destino,
tan vencidas como mis ganas de dar indicio
de lucha por tu nombre.
Tenés la noción del enemigo,
la pureza del plan perfecto de hacer daño
cuando librás el duelo. Y duele.
Podrás ver de mi un tirano, un mercenario
con algo de paz cuando tus ojos miran
el mismo horizonte. Y poco más.
La fuerza de mi tropa es que alguna vez
renuncies y veas una bandera
tan blanca, como esa rendición
egoísta y teñida que suelo tener.
Mi perdición fue iniciarte guerra
para estar a la altura, y comparar lo que no me das.
Nadie tiene dueño, ni la respuesta que espero,
ni la sensación única del destierro de un no.
Castigo es sentir que tu fuerza maneja
lo que yo no batallo.
Me resigno a perderte
aunque no sepas
que me has ganado.
La batalla en círculos tiene
una mujer y dos almas.
Le di la mia.
Sin salvarme.
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"Rescate"-Prosa

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Suelo ver mi propia imagen
con un cierto inspirador silencio.
Provocado, provocante.
Es un arma que suele apuntarme,
que da terror en la mano
y ternura a la distancia.
Dentro de la imagen la figura
quiere dejar de ser contorno.
Cree que es humedad, cree que es
el centro y la atención.
Pero la veo de afuera y hay que avisarle
que sólo es parte de la niebla húmeda.
Que salga de ahí.
Intento acercarme.
Mi figura no tiene cara y sin embargo
me da la espalda.
Me acerco. ¿Qué tiene de mi
ese contorno?.
No siento nada mio, figura y fondo
es la misma humedad
que hasta en sus ojos siento.
Me doy una última chance,
estiro mi mano para ayudarme
y alguien me toca.
Quiero entender y doy un paso atrás.
La imagen desaparece dentro de mi,
vuelvo a buscarla en el
inspirador silencio,
La encuentro en la humedad.
Dándome la espalda, sin cara.
En el paso atrás, lentamente.
Para alejarme de mi.
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"La hora"-Prosa

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Nadie tiene noticias
de ese niño que aun veo
en espejos, en señas, en gestos
de quienes también lo ven.
Aunque nada se sabe de él todos
dicen que está. Yo lo veo y le hablo,
le cuento y cuento con él
para mis dos historias de amor,
para mis ausencias frias,
para tenerlo en mis dudas solitarias, grises.
Viene conmigo cuando no quiero ser yo,
me toma y juega el tiempo a su modo.
¿Por qué los demás lo ven sin saber de él?.
Se los presentaría para que hablen,
para que lo miren, para que dependan de él.
Tengo de rehén a mi captor.
Orgullosamente lo muestro como siempre.
Pero una mañana, alguien preguntó por él.
Iba a decir noticias suyas, lo busqué,
lo perseguí en sombras, en sus escondites.
Le pedí piedad, que apareciera
y fuera de nuevo yo.
Estaba de lejos, inmóvil.
Iba a acercarme y la distancia se redujo.
No quiso venir ni yo ir por él.
Me había dejado,
lo había dejado.
Me mira de lejos,
no tengo noticias.
Aunque al niño yo aun
también lo veo.
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"El piso del ruido"-Prosa

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Nadie está preparado
para una sorpresa programada.
Es imposible unir cielo y tierra
en paz y en infiernos, no hay mezcla
divina si estamos siempre de un lado sordo.
Queremos ser aquellos sin mutar
en más sencillos receptores.
Lo vamos a buscar, desde algo llamado vida
para verlo como espectadores, deseando
no ser llamados ni molestados.
El ruido es el piso que se mueve,
estoy dudando de qué siento, si miedo, si frio,
si algo de ganas de cerrar mis ojos
para seguir un ritmo.
Viene de abajo, retumba en mi,
en mis pestañas, como final de extremidad
traspasando toda materia.
No miro más, ya sólo siento.
El sonido tiene el color de mis latidos,
como si estuviera yo fuera de mi.
Y hay sensación de vuelo,
de obra terminada en el tiempo justo,
dulce cuando nadie lo impone.
Y aun así, se impone.
Salgo consciente de algo, del ruido,
del piso y su sonido.
De la sensación placentera del vacío
con mis emociones fuera de mi.
Sorprendido del plan perfecto
de cielo y tierra, ahora.
Cuando ya soy dos.
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"Latido reflejo"-Prosa

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Un corazón que apunta,
dispara y rompe en tres
el ajeno corazón tan suyo.
Siento que no sabe lo que hace,
no soy un plano en espera, necesario,
deseado. Ante su corazón irremediablemente
yo soy ella.
Dejo de mi la respiración en otro ritmo,
un ritmo propio y agitado
que luego sentiré preso en los dos.
¿Saben aquellos dos árboles sensatos
la unión sin mezcla de dos respiraciones?.
No me molestan cuando ven
mis tres partes en corazón, son testigos
de esa resignación amorosa.
De quedarme sin mi y ser egoístamente
yo en ella.
Me toma de la mano, tocamos nuestras yemas
para buscarnos, para fundir huellas.
Para tener la energía del otro.
Para desesperadamente querer ser el otro.
Y lo logramos.
Los árboles mueven mi corazón en tres partes.
Soy afortunado con el alma,
de respirar en alguien, de querer
y de creer.
Ahora en tres partes de mi, viven dos.
Vivimos.
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"Salto" -Prosa-

1 comentarios jueves, 1 de diciembre de 2011
Obligación. El tiempo tiene
toda la obligación del mundo.
Me río. Lo veo preocupado,
lo veo con ganas de no ser el que agobia
y yo sin el temor por él,
que él tiene. Está en la velocidad,
en ganarle a lo que parece,
en sentir algo que se quema pero
que no decido. Sigue algo nervioso
subido como yo a eso
que es regido por un camino.
No hay consecuencias con el tiempo,
es el mismo para todos,
tiene agilidad para recuperarse, tiene ese temor
transformado en reto, me pregunto
si será capaz de lograrlo. Me despreocupo
en cuanto llego sin hacer cálculos
porque él los hizo por mi.
Le apuesto mi puntualidad, me esquiva, me desconfía,
No hace nada por mi, yo doy el último guiño
en su homenaje sin que lo sepa.
Lo adoro, le miento.
Lo espero, le temo, lo reverencio.
Pero ante él decido ser yo.
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"Eran dos" -Prosa-

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El horizonte es esto que veo,
envuelto en caminos que no conozco,
que descubro sin razonarlos.
Por primera vez no me siento
vivo en todo eso visto,
Porque no soy yo, sin entender
realidades, capas, tiempos,
espejos que son rotos.
Que no reflejan.
No me veo y los veo, son varios.
Son pedacitos dispersos, que en día de sol
se mueven a brillar, se tiñen
cambiando su aspecto mejor por un momento.
Y dejo de verlos, preocupado en la suerte
que no cambio, que sólo deseo.
Vuelven al rato y miro
más pedacitos de eso que brilla.
En varios, como un cortejo alegre,
fiel, seguidor, expectante. Y uno no hace nada.
Todo es lo que siento. El sol cambia colores de azul
y yo me pongo de mi lado, me alejo y me alejan.
Me vuelvo a mi y ellos se han quedado
en su horizonte.
Que en pedacitos, aun hoy es mio.
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"Final" -Prosa-

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La temperatura separa a la razón
de ella misma, la deja quieta en medio
de contrastes, de dichos tenues y deshechos.
Razono cuando no hay más tiempo, pido a nadie ser oído.
Y más solo estoy escuchándome hablar
en medio del calor, calor que en la piel es sensatez
para escucharme recitar una tenue sensación de paz.
Allá los motivos me señalan, buscan colores que guardo,
colores que cambian.
Que son de ella y que destiño en los mios.
Y sensible ante lo que nada es, busco conciencia.
Razones detrás de prisiones, de rejas horizontales
que piso al salir con fuerza.
Y enfrente, lo que enfrento.
Sin tenacidad, sin razón y mi color, color de miedo.
Hasta que dejo de oírme y el sonido es quien escucha.
Que no vuelve, que se queda en ella.
No regresa ni yo regreso.
Apuro mis deseos en vilo,
quiero ser yo sin dejar de ser
mis silencios tenues.
El calor vuelve y yo aparezco
Desde dentro de mi.
Para ser eso.
Esto. Ese. El que no esperaba.
El que es.
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"Paso solitario" -Prosa-

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Felicidad escondida, sonrisa adelante
de intenciones, y de la mano, mirándose
con luz de sol, queriéndose antes
de tenerse para sí. De poseerse
más que de entregarse.
Y la respiración, y los pulmones
que no devuelven aire.
Y esa risa socia
cuando a dos le ocurre lo que a uno.
Y el piso que se mueve, y el ruido,
y el silencio dentro de ellos,
comunión de adentro hacia afuera.
Los pasos como un segundero, obediente, que cumple,
que se deja arrastrar, que es inexorable.
Ojos que se cierran para sentir el alma
en la respuesta escuchada, tan suya.
No intuye nada, un ruido externo
cambia el sol de lugar.
Lo hace sombra, pequeño.
Lo hace hombre.
Lo hace ser él.
Lo devuelve, tembloroso.
Le quita lo que no era suyo,
Le devuelve el aire.
No lo quiere. Se encierra en su mente.
Grita libre, se hace dolor.
Se va. Queda en las paredes
felicidad escondida.
Con ruido a ruido.
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"Figuras" -Prosa-

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Ruido de pasos, gente de espalda y yo
al lado del orden que su mano
impone a la mia.
Me dejo llevar, yo llevo también
el corazón de alguno de los dos
sintiéndolo en su mano guía.
La espera tiene alegría cuando no hay
más que satisfacción por estar presente.
En alma.
Un recuerdo es un atentado al olvido,
la mano que me lleva lo sabe y me suelta.
Quedo a merced de un mundo,
me divide un metal, mis dedos,
mis ojos abiertos creyendo
lo que nunca habían visto.
Tengo ahora algo que es mio, el egoísmo
me da sus dos manos y lo protege.
A eso, que se pierde haciendo
del final un nacimiento.
De ruido, de melodías, de manos
contra el metal queriendo y no pudiendo
ser eso que siento.
Y que sin saberlo estaba presente.
En alma.
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"Se va" -Prosa-

1 comentarios viernes, 25 de noviembre de 2011
Inocencia. Temor ante lo viejo conocido.
Alguien deseando querer ser otro, querer
ser quien mira, ellos son felices y uno es
un cuadro observado, mirado y esperando
algo que surja de nosotros.
No hay tiempos mios, hay impuestos modos que
se dan a conocer con un agudo sonido gris,
y yo comienzo a temblar, porque mis tiempos
no son sonidos agudos sino espera, deseo.
Todos miran el cuadro,
resigno mi suerte de no ser ellos.
Un movimiento lento mece mi miedo.
No confío en nada y todo es agudo sonido gris
que escucho mirando el piso.
Pero detrás del sonido, un movimiento.
Un espacio y un poco de mi, de gente.
De deseo, de espera. Alguien tocó el cuadro.
El sonido gris y agudo terminó.
Llegó para ser feliz.
Y hacerme.
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"Pacto" -Prosa-

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No era Dios la razón,
lleno en las paredes y ajeno
a sus pasos habituales y desteñidos.
Sentía lo que nadie sentía,
lágrimas por fuera de sí que lo seguían
estoicas, lo esperaban en la esquina de su alma.
Y procedían. Pinchaban.
El niño sentía eso.
Hasta que no pudo más
que volverse ausencia de miedo repetida.
Fue resuelto un dia en que ya estaba dentro
de aquello tan habitual que es ser. Y volvió.
Para buscar preguntas a sus respuestas
de laberintos ya tan transitados, de curvas, de señas.
Se dejó llevar, recorrió el centro de sí, tocó las paredes.
Pensó en Dios y puso la mano contra el sol.
Sombras de sus dedos ajenos se mueven
pero lo rodean, lo observan y se van.
No está el niño, esperan todos por él.
Tiene una llave que cerró del lado del alma
para imponer la razón y sus pasos.
Su deseo de niño, hombre.
Su viejo deseo que lo acompaña.
Ayer, hoy, ya.
De lejos.
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"Crujido" -Prosa-

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Calor y frio ajenos de mañana luminosa.
En la normalidad, yo ahí no soy yo.
Porque corro con los ojos, hay dicha en lo que veo
para disfrutar lo nuevo en mi, y en eso que se mueve.
Soy idea de tiempo sin conciencia y tengo ante mis pies
una tarea laboriosa, sencilla por feliz.
Aprendo mirando lo que imito, sigo un ejemplo
y soy aire haciendo lo que otro hace.
Y soy viento, el que mueve todo y me invita
a no separar en razón los deseos perpetuos.
Un remolino ahora y en remolinos se desarma
lentamente mi felicidad, que quiero cerrar en un puño.
Que esté dentro cuando está afuera.
Que me lleve.
Que me moleste de hermosa.
Que sepa que está ahí,
Que batalle. Que lo sepa.
Que no muera en viento.
Que en ruido, vuelva.
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"Eterna" -Prosa-

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Una mano dentro de otra mano
que se deja llevar por un ritmo
ajeno a mi, quien ejerce el poder
tiene la velocidad, las riendas
en esas manos firmes, tan suyas y mias.
No me ve desde abajo con mis intrigas, no desea
saber de mi porque ya decidió qué color tendrá
el sol de la tarde en mis ojos.
Ritmo acelerado, de viento cruzado
que hace de los oídos un solo bloque,
imparable, constante, decidido.
No lucho contra eso, me dejo ganar por
esa derrota de los sentidos, de lo que no sé qué es.
Veo con ojos de tarde algo blanco cortando la pared azul.
El motivo del viento, la razón de mi mano dentro de la mano.
Tengo miedo de acercarme, lo miro con el recelo
de lo que no comprendo,
lo alejo para verlo más cerca.
La mano me suelta. Yo miro el mar.
Miro el motivo desde abajo,
miro a quien ejerce el poder.
Sensato egoísmo de estar
donde a ella le gusta estar.
Y ahora a mi. De la mano.
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"40 minutos" -Prosa-

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Un ser realista, un hombre escapado de su imagen,
tan ajena a veces que la busca en él cuando ya está en él.
Golpes de fatiga, ritmo aburrido de ojos atascados de luz
en plena noche, queriendo comportarse como le piden.
Sale con rumbo sin saberlo hasta el final, camina llevado
por un instante deseo de ser sal.
Lo mira, lo escucha, abre los ojos apretando los párpados
y queriendo llevarse el fin de su ruido, llevárselo en su alma.
De pronto el día sigue siendo día pero el hombre entra en su noche.
Apaga su queja vencido, bendecido por lo que lo rodea.
No se despierta, sigue ahí, no está en él,
no controla lo que piensa, ni piensa, ni es hombre.
Ni es lo que será, dejará en el ruido y en la sal
todo en un momento. Para sentirse luz.
La imagen volvió cuando dormía y lo encontró.
Feliz de verlo sin ella. Con paz.
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Energía (Texto para concurso)

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26 de septiembre de 1992. Usaba de esos relojes feos que tienen la fecha y el mes incorporados, miraba la hora con un cierto orgullo adolescente, patético orgullo, de tener ese reloj y que otros no. Asi que recuerdo fijarme qué día era, me había impactado la noticia aunque quien me avisó primero quería saber si yo tenía “eso” que me había prestado Carlos. Yo le dije que sí, que se lo llevaría esa misma semana. “Traelo mañana”, dijo. Rascándome la cabeza, como siempre cuando me pongo nervioso, corté.
Traté de entender. Me avisan por teléfono que Carlos, con quien hablé el martes y me pidió mi número para que estemos en contacto, había fallecido. La persona que me llamó quería que devolviera el panel solar que Carlos me había prestado para una clase de Biología. Un trabajo sobre Energía. ¿Pero este hombre quiere que vaya al velatorio con el panel solar bajo el brazo?.
Carlos era un profesor de escuela en General Rodríguez, Provincia de Buenos Aires, conocido de la docente que yo tenía en ese momento, quien nos hizo el contacto para poder hacer mejor nuestra clase especial. Fuimos durante tres meses, tres veces a la semana unas dos horas. Nos explicaba con pasión, era como darnos clases fuera de sus horas. Me quedé muy apenado y sorprendido, uno de chico se cree inmortal y lo advierte ya de grande, cuando comprueba que no lo es. Fue una de las primeras veces en que me di cuenta del punto y aparte que suele ser la muerte repentina. Llamé a mis dos amigos, Héctor y Ariel. Eran quienes iban conmigo a verlo a la escuela técnica donde Carlos trabajaba. Al otro día tomamos el 52, “La lujanera”, rumbo al velatorio. La ruta era muy angosta, el colectivo excedía la media calzada de ancho y solía esquivar en velocidad los autos que venían de frente. Cerramos la ventana para que no entrara la tierra cuando aceleraba. Llegamos a General Rodríguez. Teníamos que cruzar las vías del tren e ir hacia la izquierda unas 15 cuadras. Íbamos los tres en silencio, turnándonos para llevar ese incómodo panel metálico. Era de mañana pero solíamos ir luego de las 18, me gustaba ver la caída del sol entre las casas. Luego de clases ya nos habíamos acostumbrado a tomar el colectivo y caminar un rato para llegar a la escuela y escuchar la “miniclase” de Carlos.
Estaba detrás de mis dos amigos. Miré qué nombre llevaba el boulevard por el que siempre caminábamos ya que nunca se me había ocurrido saberlo. Era San Martín. Previsiblemente General San Martín. Los cordones de calle muy blancos, el pasto cortado por gente a la que uno de tarde veía, limpiando y arreglando. Con poco tránsito se dejaban oír mejor los altoparlantes. El boulevard tenía unos tres por cuadra, se escuchaba música melódica, a veces folclore. Me parecía un detalle de pueblo, de tranquilidad inoxidable, y me encantaba.
Ariel era el más chico y le tocaba llevar sólo por subordinación mucho más tiempo el panel. Héctor y yo sintonizábamos la frecuencia de quien se mira con otro y sobran las palabras. Ambos decidimos llevar primero el panel a la escuela para luego ir al velatorio. La Técnica 1 está frente a una rotonda, las veredas son chicas y no solía haber autos en la calle asi que caminábamos por ella. Llegamos y una señora en la escuela abre una puerta con reja. Explicamos la situación y nos acepta el panel solar. Le preguntamos dónde era el velatorio y nos dice cómo llegar, hace gestos con la mano que sinceramente no entendí pero Héctor si. Ariel preguntó en voz alta algo que yo me había preguntado en silencio: ¿por qué lo devolvimos si la clase es mañana?. Respuesta que di: “somos demasiado buenos, Ariel”. Nuestra clase especial sería menos impactante sin el panel solar. No quise aclarar eso a quien me llamó cuando me dieron la noticia, no era el momento además. Lo solucionaríamos de algún modo, imaginé.
A media cuadra del boulevard estaba la casa velatoria. Era realmente una casa transformada para su función actual, desde la esquina parecía un chalet más. “Saluden”, les dije a mis amigos. Entré primero y saludamos a todos aunque no conociéramos a nadie. Vi a mi profesora de Biología y ella se acercó. Nos saludó y luego nos presentó a Damián, otro profesor de la escuela donde Carlos trabajaba, el que me había llamado por teléfono para darme la noticia. Mi profesora le comentó que éramos quienes daríamos la clase especial y Damián abrió los ojos sorprendido. Nos dijo que saliéramos, que quería hablarnos.
Le pregunté qué había pasado.“No sé, era joven, fue repentino”. Estaba interesado en hablar de otra cosa y yo no quise preguntarle más. Sentí que tenía ganas de conocernos. Contó que hablaba a diario con Carlos y que le había comentado de nuestra clase especial, que sin ser sus alumnos le dijo que le parecíamos interesados en el tema y que nos daría un panel solar. Héctor le dijo que ya lo habíamos devuelto a la escuela. “Se los voy a dar de nuevo”. Los tres respiramos aliviados sin poder disimularlo. Estábamos a cuatro cuadras pero de todos modos nos llevó en su auto hasta la escuela. Llegamos y nos hizo esperar en un aula. Prendimos las luces. Ariel se sentó en esos bancos ajenos. La escuela que no es la nuestra parece ajena cuando uno la mira. Bancos desordenados, el pizarrón mal borrado, dos mitades de tizas amarillas, un vaso de plástico arriba de una mesa. Me apoyo en la pared, pasan unos tres minutos. Entra Damián con el panel solar y un cuaderno.
Rectangular y de color gris. Dos capas de un vidrio grueso atravesado por una malla metálica muy fina, que soportaba otras dos capas de vidrio oscuro que ante la luz se veía rojo, en un extremo una especie de oreja, que era de donde lo sosteníamos para llevarlo. Eso era un panel solar. El colegio, explicó Damián, tenía tres y experimentaba usando otros tres. Pidió que lo cuidáramos y dijimos que sí al mismo tiempo. Abrió el cuaderno. Era un anotador que Carlos tenía. Al final de cada jornada hacía alguna acotación y nos mostró lo que ponía luego de ayudarnos a nosotros. Eran elogios a cómo lo habíamos comprendido, lo obedientes que parecíamos. “Lo parecemos nomás” dijo Héctor, y todos reímos. Pero Damián nos dijo que anoche al leer el cuaderno notó que en los comentarios del martes decía algo extraño, como una orden. Nos dio a leer y era claro: “Dar el panel 6, mirando al Este”. Asi que nos daba el panel número 6 con los cables que permitían la conexión a otra fuente de energía. Lo de mirar al Este Damián creía que era la posición en que debía estar para que si se cargaba correctamente, funcionara.
Volvimos en el colectivo con el panel dentro de una bolsa blanca, cubierto con una remera. Ariel se lo quedaría en su casa porque era la más cercana a la escuela y al otro día los tres nos juntaríamos ahí para salir todos juntos. Por fin había llegado el momento. La idea era poner el panel al sol y luego hacer ver que funcionaba a través de una o dos lamparitas conectadas.
Dependíamos del buen tiempo, sin nubes y con sol. Pero como en las previsibles películas catástrofe, sobre el mediodía el cielo se fue nublando. Llegamos temprano e igual lo pusimos a cargar aunque el clima parecía de lluvia. Nos tocaba a las cuatro de la tarde. Preparamos esquemas, hicimos fotocopias de ayuda memoria para que los chicos nos pudieran seguir sin perderse. El panel estaba sobre una mesa en la parte de afuera del aula y el final de la clase era encender las dos bombitas que estaban en una base de cartón, conectadas por un largo cable hasta el panel.
La clase empezó y salió el sol aunque como no había cargado el panel durante horas seguramente ya no serviría. Ariel hablaba y Héctor y yo mirábamos nerviosos el cable que salía de las bombitas. Le rezábamos a Carlos. Energía es un concepto amplio dentro de la Biología y en otras ramas, nos centramos en la solar aunque en las fotocopias repartidas habíamos elegido una definición general del término. Hablamos los tres y la profesora vio nuestra cara de desilusión porque no nos había resultado el experimento. Héctor fue hasta el panel y lo giró, pero no hubo resultado. De pronto nos miramos y le señalé a la derecha, Dirección Este. Nos cruzamos los tres de brazos pidiéndole con la mirada en las lamparitas a Carlos el milagro.
Diez segundos y no pasaba nada. Queríamos cerrar la clase especial con la frase que habíamos preparado, nos aplaudieron de compromiso. Sentíamos que le habíamos fallado a Carlos. El aplauso se interrumpe cuando las lamparitas empiezan a alumbrar.
“Para los griegos la energía era la eficacia en el saber obrar. La fuerza de voluntad y el vigor que una actividad merece. Se puede aplicar a lo que ustedes quieran y deseen. Externa o interna, la energía tiene un poder”.
Ariel aprovecha el momento de asombro: “Señores, esto es energía”. Yo miré mi reloj feo. Jueves 28 de septiembre de 1992. Desde ese día creo que la hay. En todos.
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"Segunda sensación" -Prosa-

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Conocía, percibía, disfrutaba.
Tenía una alegría por mi tal
que el acto hasta de afuera era mio.
Amaba lo que sentía más que lo que veía.
Era feliz sin impedimentos, comunión entre
deseo y esperanza fundidas sin ser dos.
No había otra cosa más que sentir, sentirme
presente en lo teñido de realidad, contaba las nubes
impunemente, cadencia infantil perpetua.
Y llegó. El motivo de mi emoción
que quema y empuja, de atrás, de adelante.
La alegría se dibujó en un espacio
lentamente de dos, por vez primera.
Una mano se abre para percibir,
se detiene cuando en el aire no se reconoce.
Un silencio y el centro que pasa a ser suelo,
dándome por incapaz satisfecho.
Y un partir de individuo ahí, en dos.
En amor doloroso.
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"Temo" -Prosa-

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Dos almas arriba de un ruido,
de aquellos que cortan la noche
para que seamos los mismos,
alcanzados por lo que no buscamos.
La sensación de miedo respira en la sorpresa
y hace día de la noche, con un hilo blanco
sobre un fondo titilante. Se contempla, se descree.
Somos nosotros con el miedo o es el miedo
que nos dejó de lado, espectadores temerosos
de hilos blancos sobre oscuro cofre.
Horizonte escondido hacia lo que voy
para verlo de cerca. ¿O será que viene a mi
cada vez más fuerte?. Tiene ruido a cercanía.
Y yo, aun más adentro de mi alma.
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"Escalera" -Prosa-

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Pies subiendo en imagen blanca de túnica,
de seda, sobre escalones que imagino ajenos.
Inseguro, miedo dentro y fuera,
ganas de no saber,
amar querer ser otro
cuando nadie quiere ser uno.
Tiene paz, lleva paz.
Vive y es un decir porque aun cree
más que nunca en él.
Camino en altura. Lo ve mejor, lo vemos lejos.
Termina su túnica, su seda, frente al final
de la imagen blanca. De la escalera y su corazón.
Color cielo.
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"Escribiente" -Prosa-

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Te traje conmigo. Los años llenaron tu espacio,
ahogué lo que nunca supe querer, debajo de mi vida.
Pude avanzar para verte allá a lo lejos,
no esperabas más que luz, ese punto luminoso
cuando todo es oscuro y falta compañía.
Una ayuda mutua de necesidades, de deseos y miedos,
De azul profundo buscando una señal durante años,
durante días, durante segundos.
La eternidad tiene aquello que no tengo,
que oculto para no ver,
que es feliz cuando se la busca.
Mirando mi azul las lágrimas cayeron,
me señalaron el camino, volví a buscarte,
volví a mi. A lo que olvidé cuando escribía.
A lo que escribo y amo olvidar.
Tercamente. De mi.
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"Usted no tiene mensajes nuevos" -Cuento corto-

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Valeria salió apurada de la casa y olvidó el celular en la mesa. Cuando iba en el subte recién se dio cuenta y se puso la mano en la frente a modo de lamento. Mientras viajaba como sardina hasta la estación Perú, empezó a razonar.

No atendería los cuatro llamados que la madre le hacía durante el día para preguntarle y repreguntarle siempre lo mismo.
No respondería los mensajes de texto de sus amigas usando el clásico “arreglen ustedes y después me dicen”.
No recibiría el odioso aviso a las nueve y veinte de la mañana (siempre a la misma hora) sobre lo afortunada en ganar un auto.
De paso, evitaba también a ese pesado al que Valeria le dio su número y le mandaba mensajes entre baboso y triste cada tres horas. Al final, pensó, era un alivio no tener celular.

Se bajó y caminó hasta Piedras, dobló y entró a su oficina. Saludó y en su escritorio la habitual montaña de cosas para hacer. Al mediodía manoteó su cintura y luego se fijó en la mesa a modo de ataque de abstinencia pero todo continuó igual. Por la tarde pasan, “pasillean”, todas las secretarias de la empresa, casi en fila saliendo de una reunión. Les preguntó por qué no le habían avisado. “Nos mandaron hoy un mensaje de texto, ¿no lo leíste?”. Valeria golpeó la mesa y se puso de pie aunque con estilo disimuló la bronca. No sabía si ir a disculparse o no explicar nada, ambas cosas sonarían a excusa.

Salió de la oficina apurada, llegaba tarde al gimnasio. Un cartel en la puerta “Hoy desinfección, el gimnasio permanecerá cerrado. Favor de avisar por teléfono a todos”. Se puso Valeria los brazos en jarra, se pegó con los nudillos en los costados de las piernas, ese tic heredado de la mamá, un símbolo de bronca.

Fue a la casa, abrió la puerta y el celular arriba de la mesa. Lo tomó y leyó tres mensajes de su madre, otros dos de sus amigas, uno de la oficina para la reunión, su profesora avisando que no fuera al gimnasio, el aviso por haber ganado un o km, y el del muchacho que sin suerte quería salir con ella. Por un instante se vio a si misma en todas esas actividades, se planteó qué tantas ganas tendría de hacerlas. Descubrió que para ser feliz no había que dejárselo olvidado al celular: directamente debía apagarlo.

Y a todos, al otro día, Valeria les dio el número de teléfono de su casa. Incluído al pesado de los mensajes. Si estaba, atendía. Y si no estaba, que esperen. Como era antes y nadie moría.
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"El amor y la puerta" -Cuento corto-

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“No sos una estampita” me dijo la negra antes de darse vuelta e irse, quedándose con la última palabra y lo que es peor: la razón. Tenía estilo para pelear, siempre le reconocí eso, me gustaba hasta cuando se enojaba conmigo. Cerró la puerta de la habitación y se quedará ahí un rato hasta que se le pase. Me porté mal, no le avisé a qué hora volvía, me esperó con la comida. La negra tenía razón, una vez más.

Evidentemente no soy una estampita pero ella para mi sí lo es, me conoce en mis debilidades, estoy entregado hace ya tres años a lo que me diga. Cuando la conocí me sacó rápido la ficha, creo que uno va predispuesto según quién sea, a que pase algo así y a que lo conozcan del todo. Conocer del todo implica eso que ocultamos frente a los demás, que compartimos sin pensarlo, cuando encontramos una razón para no sentir que tenemos un defecto, o una manía o algún dolor. Y la negra era eso, yo le entregué el corazón apenas la vi.

Golpeo ahora la puerta y no me abre, le digo que no se enoje conmigo, que me comeré la comida fría de todos modos, que la próxima le avisaré con tiempo. La primera vez que la vi fue en la facultad. Pasaba y se daban vuelta para mirarla, como dice el tango. Luego un amigo en común hizo una fiesta y sentí que era una señal. Me acerqué a ella aquel viernes de hace tres años y la toqué con el vaso frio que tenía en la mano. Me miró y me presenté, le dije que la ubicaba de alguna materia en común y me dijo que sí. Bah, me dijo que sí, que me ubicaba. Hablamos de cualquier cosa unos 15 minutos.

Me preguntó la edad y los 23 le sonaron a poco, lo vi en su cara. Ella tenía la misma edad pero seguramente querría a alguien un tanto mayor. ¿A vos te gustaba antes de conocerme alguien mayor que yo?. “¡No! ¡Qué decís!” me dice la negra detrás de la puerta. Bueno, al menos me habla, es un avance. Dos semanas hasta que le mandé un mensaje de texto con miedo a la respuesta: ¿podremos salir?. Y ella me respondió “Bueno, pero elijo yo adonde”. Así que fuimos tres días seguidos…¡al cine! Nadie puede resistir ver tres películas en días seguidos y le parezcan buenas, salvo a la negra. A mi me aburrieron las tres pero cuando no se daba cuenta la miraba en la oscuridad de la sala y era realmente hermosa, no sabía cómo demostrarle que sentía haberme sacado la lotería.

Mezcla de libertaria y formal, me presentó a sus padres. ¿Te acordás cuando conocí a tus viejos?. “Yo sí, ellos no”, me dice, haciéndose la graciosa detrás de la puerta. Dale, abrime negra, ya me comí toda la cena aunque estaba fria (mentira, tiré la comida, helada e impasable). No me hagas prometerte lo que no tengo, che. Y no tengo más nada, vos sos yo. “Callate, cursi”, me dice con la puerta aun cerrada. El casamiento fue en una capilla con diez invitados, ella se encargó de hacerlo como quería, tengo una foto de la fiesta en mi celular, porque ahí la negra se rie con una felicidad genial, no de flash, sino porque así nos sentíamos.

Tres años hasta hoy. Dale, abrime. Te llevo al cine. “¿Elijo yo?”. Sí, elegís vos. La puerta se abre y la negra sale arreglada y pintada. “Dale, vamos”, me dice. El día que saque la puerta de la habitación se acaba el amor, le dije, por decir algo. “No me hagas prometer lo que no tengo, vos sos yo”, me dice la negra.
Me sonó conocido. Y cursi.
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"El cuadro" -Cuento corto-

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Mabel contempló un rato la vieja pared. La recordaba aun más destruída de lo que la estaba viendo, con un color rosa fuerte que se fue transformando en casi blanco, además de varias manchas de humedad. Su abuela tenía pasión por rotular todo asi que los hombres de la mudanza miraban las etiquetas y elegían qué cargar en la camioneta primero.

Le pidió Mabel a uno de los muchachos que retirara los tres cuadros colgados. Formaban una especie de triángulo en donde el del centro era el más grande y también el más lindo para ella, siempre se lo dijo a su abuela. Una cabaña con un fondo de bosque y algunas nubes en el horizonte. Cuando al final sacaron los tres cuadros, Mabel vio que dejaron las marcas sobre la pared y no pudo resistirlo: acercó la mano para tocar esa parte que aun conservaba el viejo color rosa intenso. Miró los tres clavos, ahora solos en la pared inmensa.

En el comedor, ese comedor, su abuela jugaba con ella al dominó. A veces creía que en realidad su abuela tenía más pasión por el juego que la propia Mabel, y aun así se dejaba llevar por el momento, ese instante de abuela y nieta. Después de grande uno comprende que aquello que parecía rutina forma parte de lo que siempre tendremos en mente de alguien. Lamentó vender la casa. Su abuela estaría diciéndole de todo, y es posible que desde una nube hoy le esté tirando rayos. Nunca hubiera aceptado una venta y el peligro de demoler o modificar algo. Para no sentir tanta culpa Mabel aceleró el paso de los hombres de la mudanza y ayudó a embalar cosas. Se las iba a llevar a su casa, no tenía por ahora otro espacio.

Cuando terminaron con todo cerró la puerta de madera. Hacía un chillido muy especial, el picaporte de metal en la madera de viejo nomás hacía un ruido que jamás escuchó en otro lado. De chica oía ese chillido y sabía que su abuela o su tía llegaban. Por última vez lo oyó y cerró la puerta con lágrimas en los ojos. Se le cayeron las llaves y las levantó, lo que hizo que sus lágrimas también cayeran. Mabel subió a la camioneta de mudanza y sin decirles nada arrancaron. Cuando llegó a su casa ordenó que pusieran todo en la cochera dentro de cestos que le habían prestado. Los tres cuadros quedaron para el final y los puso arriba de una mesa.

Se fue al baño a lavarse las manos, a sacarse quizás culpa. Volvió y miró por dónde empezar a desarmar todo lo que trajo. Miró los cuadros, uno arriba del otro, y se quedó observando el más grande. Nunca lo había tenido tan cerca y le pasó muy lentamente la mano por sobre la pintura. A pesar de la tierra le parecía aun el más bello, con los dedos tocó la parte de la cabaña y descubrió que la imagen era de más horizonte que otra cosa, muy marcado en el fondo un atardecer en naranja y ocre.

Lo da vuelta y además de telarañas tenía una curita. Sí, una curita. Y en letras de color negro se leía, a duras penas, “Ahora es tuyo”.
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"Te estoy buscando, Sofía" -Cuento corto-

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No la encuentro, hace dos semanas que la busco y me resigné. Dice mi jefe que para encontrar algo primero hay que dejar de buscarlo, asi que eso haré. Espero no lo interprete como que no me interesa saber quién es. Tengo un nombre: Sofía. Estuve con una amiga de ella hará un mes y le pude sacar sin que se diera cuenta algunos datos como para encontrarla.

Sé que vive sola, sé que viaja en subte todos los días, sé que trabaja en Buenos Aires. No son grandes datos pero es mejor que nada. Con mi paciencia a prueba de tiempo la estuve buscando pero el método no me sirvió. Me puse en un extremo del andén de la estación Medrano, línea B. Sé que baja ahí. Desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde espero verla. Tiene pelo negro largo y suele llevar una cartera, Sofía. Esos datos tampoco me ayudaron, son muy generales.

Estuve cerca, o creí estarlo, un par de veces. Seguí a dos supuestas Sofía pero no eran, me lo dijeron y yo les pedí disculpas porque a como estamos me podrían confundir con un ladrón. Vuelvo a mi casa a veces derrotado y con la sensación de tarea en vano. Algo me dice que igual lo tengo que hacer. Bueno, alguien me lo dice, también.

Sofía tiene 30 años, un pasar humilde, cierta resignación en el presente, algún sueño. Quiero ser parte de lo que de acá en más le pueda ocurrir, le tomé cariño con el tiempo. O más cariño. Mis amigos me dicen que no debo ilusionarme con encontrarla, sobretodo porque ella no parece necesitarte tanto, sino ya te hubiera hallado, eso me dicen. Pero no los oigo, o sí, pero tengo mi teoría. Nadie que no sepa bien qué necesita puede andar buscando lo que le satisfaga. Porque no lo sabe, sencillamente.

Desde hace dos semanas ya le dije a mi jefe, a mis amigos, al destino mismo, que estoy por tirar la toalla. Hoy es viernes, último día de la semana.
Me voy a la estación Medrano de la línea B, se me hace tarde. En una de esas pasa. Y se acuerda que pidió por mi, que acá estoy.
Que al que quiere, ayudo. Y al que me encuentra, también.
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"Vos, hablando de vos" -Cuento corto-

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Situación uno: Bueno, ¡al fin viniste!. Hace media hora que te estoy esperando, ¿por qué tardaste?. No sé para qué arreglamos en un horario si después aparecés cuando se te ocurre. Te perdono, siempre te perdono. ¿Trabajaste mucho?. No te lo creo, andá a engañar a otra, yo sé que ahí se rascan de lo lindo, no creo que por eso hayas llegado tarde.
Cuando yo llego tarde ponés cara, la vez que fuimos al cine y tardé 15 minutos me lo recriminaste. Igual, tuve un día de locos, ni de pelearme tengo ganas. Bah, ya se han peleado conmigo hoy. ¿Podés creer que el desgraciado de Giménez me pidió una rendición de cuenta de 1987?. Yo no trabajaba en ese momento, había otros, ¿cómo puedo saber dónde estará eso?.
Intenté decírselo de buen modo, sí. Pero hay que gritar, sino no te escucha. Ahora me van a ayudar dos más a buscar esa bendita rendición. ¿Vos que contás?. Sos aburrido, negro. Te lo dije mil veces. Me hablás de tus compañeros y me duermo.
¿Qué cosa divertida me podés contar de laburar en un call center?. Nada, por eso ni te dejo hablar de tu laburo, contame de otra cosa. Sí, vamos yendo hasta London, quiero tomar café. ¡Contate algo, che!.
Sos de terror, tenés lengua pero no palabras, Ceci me dice que le parece que yo te inhibo. Esa está mal de la cabeza, ¿qué nos tiene que venir a decir algo a nosotros?. Pensaba que se acerca el aniversario, supongo te acordabas. Tres años de novios, ya sos como de mi familia. Ayer a la tarde me compré una planta para mi casa, si tengo que esperar que vos me regales algo puedo volverme vieja.
¿Estás apurado? Acelerás el paso. Ah, dale, que el semáforo corta, si. Esperemos no haya mucha gente en London. No me agarres de la mano en Florida, te lo dije cien veces. Dale, llegamos. Bueno, ¡elegimos mesa y todo!. ¿Vos qué querés?. Yo un café bien cargadito, capaz que un tostado de jamón. Pedí vos mientras voy al baño, negro. Uh, me acordé, me voy a comprar medias, es un ratito y vuelvo.

Situación dos: ¿Dejó pagado todo y se fue?. ¿Está seguro, mozo?. No estoy para las bromas, ¿dónde se metió este tipo?. Es un chiquilín, un tonto marca cañón, nadie me lo dice pero yo lo sé. Debe andar por ahí, ya va a volver, soy lo más maduro que tiene, es como un nene, seguro me está haciendo una escena. ¿Con todo lo que me tengo que aguantar en el laburo encima esto!. Mozo, traeme el tostado, tengo hambre.

Situación tres: ¿Te dijo que me dieras esto a los 15 minutos? Ah bueno, es de cuarta, encima le hacés caso. Una carta, a ver. Se piensa que tengo cinco años, es un infantil. Encima que le doy mi tiempo, el poco que tengo.
“Fabi: quise decirte esto muchas veces pero no me dejás. O yo no tengo palabras, quizás. En esta última vez te contesto por todo lo que me preguntaste: en el trabajo estoy bien, nunca me dejás contarte pero ando bien. Con mis compañeros, los que no son divertidos, si, queremos hacer una empresita de informática, venta, arreglos. Nunca te lo dije, o ahora te lo digo. Trabajo mucho, si es tu duda. Ocho horas escuchando gente que no para de hablar sin decirme nada. Aquella vez del cine…si, llegaste con la película empezada y te enojaste con el horario y no con tu tardanza. Y la culpa fue mia según vos, por querer ver esa película. Que vos habías elegido. Lo último. Ceci tiene razón. Me inhibo. En todo. No respiro, sólo escucho, y estoy con alguien que sólo se escucha. La culpa es mia. Te dejo pago el café, en una buena mesa. Te dejo esta carta. Me dejaste solo, acá. Te dejé hace mucho”. Firmado: Sergio.
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"Luciana, a lo lejos" -Cuento corto-

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El viento golpeaba haciendo ruido en sus oídos, ese persistente zumbido que no para. Luciana quiso quedarse un rato más mirando el final del cielo, confundido allá a lo lejos en un poco de nubes. La tarde del jueves se iba lento y desde el mirador del lago Traful ella se sentía tan chiquita como su ánimo.

Puso los dos brazos sobre el pasamanos, se sintió moverse al ritmo del viento y se alejó un poco. Descubrió que tenía miedo a las alturas. Con 20 años lo acababa de notar. Se paralizó: miró hacia adelante, vio al sol intentando pasar por entre las nubes y llegar al lago. Pensó en el Espíritu Santo aunque se acordó que ya no era católica. Que escapó desde chica de todo lo que pudo. De sus padres primero, luego de la religión, de su barrio, del colegio. De ella. Hacía tres años vivía ahí y seguía escapando. Estaba triste de descubrir lo que nadie le dijo. Que escapar de lo que no nos gusta a veces no es marcar un rumbo, sino directamente no tenerlo.

Temblaba, Luciana. Frio, miedo, las dos cosas quizás. Se tomó fuerte de la baranda y se puso a llorar recordando eso que le molestaba en su conciencia. Una vez, una sola vez alguien le dio una chance. Y ella la ignoró. Gritó algo fuera del diccionario pero desde su alma, sacó el dolor, se limpió las lágrimas. Bajó del mirador. Se sentía con un deber, el de encontrarla. Llamó por teléfono a los dos números que tenía pero ya no eran de esa persona. Sacó pasaje en micro y luego de tres años volvió a Buenos Aires. Con una mochila como toda compañía tomó el 132 hasta Flores. No recordaba cómo poner las monedas en la máquina y la ayudaron.

Se bajó y caminó tres cuadras hasta Yerbal, de memoria. La casa con la ligustrina al frente, entremezclada con el rosal, seguía frondosa. Tocó timbre con su dedo índice temblando, no había avisado que iba. Ladró un perro que no conocía, escuchó llaves detrás de la puerta y ahí la vio. “¡Luciana, mi amor!. ¡Qué sorpresa, nena!”. Se abrazaron y Luciana preguntó si recordaba qué le había dicho hace tres años cuando enojada vio que ella se iría. Y su tía le respondió: “Que acá estaba todo lo que vos ibas a buscar en otro lado, que tu destino era ir para volver”.

Luciana pudo alquilar su casa del sur, pudo encontrar trabajo acá: en una agencia de turismo vendiendo paquetes turísticos…al sur. Pudo también aprender a manejar la máquina en el colectivo y poner las monedas.

A los dos meses estaba sentada en el 132, volviendo de su trabajo, y abrió la ventanilla. El aire entraba y le hacía un poco de ruido en los oídos. Como alguna vez aquello que fue a buscar y tuvo ante ella. Un segundo antes de darse cuenta.
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"El silencio heredado" -Cuento corto-

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Agosto de 1982. Germán tenía ocho años y dormía como podía, espantando mosquitos que parecían picarlo a él y a nadie más. La casa de su abuela y las dos tías en San Isidro era muy extraña, ciertas cosas le ocurrían y decirlas en voz alta sonaban siempre a alguna mentira infantil. Una sola vez dijo que había mosquitos cuando dormía y su abuela lo calmó: “No mientas, Germán. Hay una tela mosquitero”. Y era cierto, ¡pero los mosquitos estaban del lado de adentro!. Sin mucho derecho a queja dormía sabiendo que era por unos días nomás, hasta que volviera a su casa.

A las seis y veinte de la mañana su otra tía lo despertaba y le preparaba el desayuno. Comenzaba su rutina. A Germán lo llevaban al colegio en auto cuando se quedaba en lo de su abuela. Una de sus tias guardaba el Citroen “ranita” color rojo en una especie de galpón junto a coches de vecinos. Todos los días caminaban hasta ahí, Germán abría el portón oxidado y esperaba que su tía sacara el auto para luego cerrarlo. Escuchaba el silencio del barrio, los grillos que en el amanecer sonaban fuerte y un poco de miedo le daban. Luego el espectáculo de viajar, a él le encantaba viajar en auto porque lo hacía pocas veces.

El Citroen tenía la palanca al lado del tablero, hacía un ruido muy particular, siempre daba la impresión de motor ahogado. Mientras iba por Panamericana rumbo a capital él prendía la radio y apretaba la botonera buscando frecuencias hasta que su tía se enojaba y le pegaba con autoridad en la mano. Entonces Germán miraba el piso. Y en el piso, el asfalto de la Panamericana. El proceso de cataforesis no había llegado al Citroen y solía verse el suelo en pequeños círculos oxidados. O en realidad no verse, para ser precisos. La tía ponía Radio Continental, Germán escuchaba las voces y se dormía un poco.

Cuando estaba por llegar al colegio se daba cuenta por el ruido de bocinas del centro. No había diálogo en todo el trayecto. La miraba a su tía que movía los labios como hablando con ella misma, con el ceño fruncido. No preocupada sino ocupada, su mente. Era un gesto que a veces él también hacía. Le gustaba a Germán mirar a la gente, su tia le parecía tan amable desde lo que hacía por él, más allá de si lo transmitía, se sentía protegido de algún modo. En la puerta del colegio Germán puso su brazo arriba del de su tia, quiso jugar. Ella le hizo cosquillas detrás de las orejas y ambos se rieron.

Para él llegaba un gran momento. Bajarse de un auto en la puerta del colegio sentía que era algo parecido a la llegada de Colón a América: todo un acontecimiento que no fuera ni en tren ni en colectivo, lo habitual. Cerraba la puerta con parsimonia para oírla. Germán estaba medio dormido. El cuello de la camisa celeste tenía una ballenita quebrada y se subía, sin solución. Se dio vuelta para saludar a su tia pero ella se estaba yendo, le hizo señas y volvió a parar el auto. Por la ventanilla abierta le dio un beso y el gesto de los dos brazos por sobre los de ella. “¿Por qué tenés ronchas?”. Y Germán le dijo que no lo sabía. “Vos tenés que hablar con los mosquitos a la noche así no te pican, como hago yo. Después te enseño”.

Le guiñó un ojo y él se sintió aliviado de saber que alguien más veía los mosquitos en la casa de su abuela. Por la tarde volviendo en el auto escuchó el plan. Su abuela se iría a comprar y con la casa sola ellos tirarían insecticida sin que se dé cuenta. Esa noche no zumbaron mosquitos y la abuela seguía creyendo que jamás los hubo.

Germán se sintió parte de algo, de una complicidad. Estaba feliz. Con qué poco uno es feliz de verdad, pensaba él al otro día viajando en el Citroen y mirando de nuevo a su tía, hablando en silencio con ella misma. Como él también hacía. Otra complicidad.
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"Marisa empieza hoy" -Cuento corto-

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Marisa se puso de pie en la oficina. Abrió la cartera y comenzó a llenarla con casi todo lo que había arriba de su escritorio. Levantó el vidrio de la mesa, sacó un almanaque y una estampita de la Virgen del Rosario. Se llevó el pad del mouse, decorado con unas flores de gomaespuma algo gastadas por apoyar la muñeca ahí. Sacó las dos rosas que siempre compraba y vació el florero porque era de ella, lo envolvió en un pañuelo.

Miró el portalápices: las cuatro lapiceras eran suyas pero se llevaría la que mejor estaba, sin culpa. Abrió el cajón, que era el organizado caos en donde todo encontraba. Miró la máquina abrochadora con un dilema: era de ella pero los ganchitos del Ministerio. La vació, dejó los ganchitos tirados dentro del cenicero. De un cuaderno en blanco arrancó las hojas usadas y lo puso en un costado. Desenchufó el cargador del celular, lo metió en la cartera. Por sobre el divisor de durlock le dio a Noemí un libro que siempre le reclamaba y ahora encontró en el final del cajón: no lo leyó nunca, pero le agradeció igual.

Cuando cerró la cartera parecía una valija, pesaba mucho. Nadie notó lo que había hecho Marisa, se fue de la oficina llevándose lo suyo pero a las 17 ahí todos se apuran por tomar el ascensor y bajar primero. Viajó con tres compañeros y dos Secretarios pero nadie reparó en su cara triste durante los siete pisos. Sin mirar hacia atrás, no quería ponerse a llorar, buscó la puerta y enfiló hacia la claridad de la calle que apenas se veía desde ahí. Vio pasar los autos y resopló con tristeza, se mordió el labio inferior, se acomodó el pelo detrás de las orejas como tic de nervios.

Fue hasta la esquina, dobló por Combate de los pozos, hizo media cuadra más. Cruzó a buscar a la tintorería el trajecito sastre color gris, tan usado y cuidado durante años. Lo pagó y puso cara de ya no volver ahí. Se fue a tomar un café.

La esperó y Ella llegó, puntual. Le preguntó si estaba segura de lo que iba a hacer y Marisa le dijo que sí. Porque todo es siempre empezar de nuevo, porque el incentivo para ser mejor lo debía encontrar en ella y no en esa oficina. Porque entendió que su única seguridad al final era ese trajecito gris dentro de la bolsa, tan suyo como el orgullo de tenerlo sin manchas. Con una servilleta Ella le secó algunas lágrimas. La consoló diciendo que la esperaba ahí y no en otro momento, que estaba feliz de hacerle bien.

Pagó el café y se fueron. Las dos para el mismo lado. Marisa, y la segunda mejor parte de su vida.
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"Para Romi"

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Le dije de la forma más cobarde que se fuera. Se lo dije mientras soñaba. Cuando vuelve todos los días indefensa, no para atormentarme y yo lo sé. Exijo las cosas mirándola a los ojos, no recuerdo hablar en los sueños, la miro. Porque habíamos logrado encontrar el diccionario de lo que no se dice con palabras, y como su vida, se dio todo vertiginosamente. Nunca sabré si ella se adaptó a mi o yo me adapté a su ritmo, pero es un placer cuando coinciden senderos de palabras no dichas. De miradas. Intenté eso anoche. Decirle que cedo. Que cedo ante el recuerdo, que me rindo, que lo sabe, que no insista, que me comprenda. Le dije sin hablar que no extraño lo que no veo. Extraño lo que vi, lo que sentí, lo que no decidí ver más. Su recuerdo me lo trae ella a mi cabeza todas las noches. No me tortura, dejo que se acomode, que sea a su modo una compañía. Como en los silencios sé, tengo un par de silencios amigos. Le decía que padrino y ahijada era una buena forma de practicar lo impracticable para mi, que sería formar familia. Y ella (sin hablar) me dijo que era un honor ser parte de eso. La volveré a ver esta noche. Y le diré que ella está en algún sitio, y yo sin ella aun no sé donde estoy.
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"Mañana le pregunto" -Cuento corto-

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No me habla, no me contesta. Baja la mirada y parece que tiene poder pero conozco esos ojos, es puro teatro. Respira hondo para sentirse seguro y en realidad es la exhalación propia del miedo. Cuando nos agitamos, satisfacción o miedo no se distinguen. Me pone nervioso no saber cómo empezar a preguntarle por él. Tengo dudas cuando lo veo, siento que no es el que me muestra, porque se esfuerza en crear una imagen pero yo no me creo esa imagen. Se calla por estrategia, quizás también porque nada tenga para decir, me voy a anotar esa pregunta para hacerle, y cuál es la diferencia.

Todo lo que sé son suposiciones. Es lo que los demás dicen que es él. Y eso es dejar hablar al mundo sobre uno, en mi opinión demasiado. Espero acepte que crea que su estrategia no le va a resultar en el tiempo. Uno tiene que valerse a partir de sus acciones y no en la detención permanente para fijarse qué tal salieron las cosas: en eso se suele transformar la mirada del otro. Es como ir en un auto y bajarse cada dos cuadras para ver si de afuera todo funciona correctamente.

Para hacerlo feliz, diré también lo que veo de él pero sin adularlo porque no se lo va a terminar creyendo. Estudia los silencios, me di cuenta que mira a la boca de quien le habla, cree en que los gestos dicen todo de uno. Incluso lo que no queremos. Voy a terminar pensando que es peligroso preguntarle cosas. Una idea parecida a la de una pared con muchos cajones y en un cierto orden a veces se me representa cuando lo escucho hablar.

Alguien estructurado debe saber qué es el futuro. El de él, el mio y el de todos. Quiero que me diga qué será de mi vida, ya que parece tan en sintonía con lo que viene. Yo no tengo idea de futuro. Siento que voy avanzando y a la vez borrando el rumbo, que uno camina hacia adelante por inercia, que a veces se deja llevar, que cosas o gente hacen que aceleremos hacia ese lugar que no sé cuál es. Creo en un camino con cierta soledad, querría saber qué dice él, quizás esté de acuerdo o no.

Es tarde, tengo sueño, estoy engripado. Mañana me levantaré temprano y le preguntaré a él todo. Absolutamente todo. Cuando me mire al espejo.
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"El inconstante" -Cuento corto-

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De pronto había salido el sol y Ariel no sabía qué hacer con su paraguas. Lo llevaba sin ajustar y cuando caminaba a veces se le abría porque estaba algo viejo el broche de la tela. Para evitarlo lo sostenía de la parte del medio aunque para ir por Pueyrredón eso era definitivamente incómodo. Salía de renunciar al tercer trabajo en cinco meses y tenía por eso una especie de felicidad que hasta a él le molestaba. Una inconstancia a trabajar llamativa, desde hace años.

Iba esquivando puestos callejeros, mesas repletas de juguetes, medias, relojes, fundas para celulares, cordones de zapatos. Caramelos. Vio que vendían caramelos y se le antojó uno aunque desconfiaba de la procedencia callejera. Fue hasta una pared y apoyó el paraguas para poder sacarle el papel con las dos manos al bendito caramelo de limón.

En el piso Ariel ve un hilo blanco. El color bastante acentuado, casi que brillaba en medio de ese suelo transitado. Toma de nuevo el paraguas y sigue mirando el hilo. Gira a los dos metros, se mete en la galería de la estación Once. Hacia lo lejos comprueba que entre medio de la gente el hilo parece remontarse hasta el final de la terminal de trenes. Comienza por tomarlo con su mano izquierda y avanza. Cuando era chiquito Ariel tuvo un inconveniente: agarró un cable de un alargue con la mano, confundió cuál era el extremo enchufado y le dio una patada que fue más que patada, susto. No tocó jamás un cable y de eso se acordó.

La gente parecía ignorarlo en su caminata absurda. Sobre la avenida el hall tiene tres escalones y los subió con dificultad, la humedad le hacía doler el ciático y se sentía un viejo. Aceleró porque vio que el hilo estaba más flojo. Sobre su derecha en la entrada a los baños, un chico sentado en el piso. Tendría menos de 10 años, estaba algo sucio y tenía en la mano un ovillo blanco de lana. Ariel no sabía si retarlo o sentirse antes un tonto por haber seguido al hilo.

Se acercó y el nene seguía concentrado en el ovillo. Le dice ¿Sabés que casi me hacés caer?. Tené más cuidado, lo dejaste desenrollado desde la calle. El nene dijo “Sí”. Ariel se sintió menos que un poco de lana y le preguntó por qué hacía eso. “¿Qué cosa?”. Lo de desarmar un ovillo. “Lo estoy armando”. ¡No, si la punta estaba casi a la altura de mis pies allá a la vuelta!. Y el chico lo miró: “Yo lo estaba armando desde acá. Usted vio el final del hilo, no el principio”.

Ariel se rascó la cabeza, interpretó lo que le quisieron decir. Pensó que por segunda vez en su vida confundía el extremo de un cable y que posiblemente haya recibido otra patada. Ahora con forma de niño. Lo ayudó a ponerse de pie, le dio comida, lo alimentó.

El chico le dijo que todos los días iba a estar ahí. Tuvo suerte Ariel: ya de grande encontró en una estación de tren a su olvidada constancia. Hecha un ovillo.
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"Una revista, para ti" -CC-

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Situación uno: Rubén va en bicicleta hasta el puesto de diarios de su colega a las cinco y cuarto de la mañana. Fria mañana. Allí el repartidor deja todos los diarios y luego se van dividiendo por zonas, ese día además llegaban las revistas, era miércoles. Con cuidado ató su parte detrás de la bici y desandó el camino.



Abrió su puesto, acomodó los diarios por orden alfabético, costumbre de maniático. Las revistas adelante del negocio, justo debajo de las golosinas. Esperaba que María fuera a buscar la revista “Para ti” de todos los miércoles, que le pagara justo y lo mirara agradecida, ese gesto de cariño a los ojos que Rubén una vez a la semana esperaba.



Hace dos años se separó y como suele suceder en las ciudades chicas fue rápido comentario entre todos sus clientes. Estuvo harto del género femenino y a la vez necesitó de ellas, la típica angustia post trauma. No estaba en edad de ilusionarse con miradas pero María era especial. ¿A qué hora iba a llegar?. Siempre va a las once de la mañana y son diez y media.






Situación dos: hay un tango que se llama “nunca tuvo novio”. María recuerda a su tía Noemí, vieja solterona, escuchando en la radio ese tema sentada frente a una ventana. Hoy la radio AM justo pasa ese tango y María se ve a si misma frente a una ventana, coincidencia nomás. A diferencia de Noemí su tia, ella colecciona fracasos e intentos a montones.



El último fue antológico: vivió (ese proyecto de vago) en su casa unos tres años y cuando quiso formalizar se ofendió y se fue. Eso sí, dejó deudas y todo. Costó mucho volver a la rutina en el barrio y pensó en mudarse para cambiar de aire (y hombres) pero se quedó, encariñada con los malvones y el rosal del fondo de su casa.



Le parecía divertida la “Para ti”, sobretodo esos test de 10 preguntas para mujeres al que luego hay que ir sumando puntaje para un resultado y definición. Siempre soñaba entrar en algún ítem pero no lo lograba, ese miércoles adelantó la rutina unos diez minutos y fue al puesto de diarios.






Situación tres: Rubén ve venir a María. Carraspea para tener voz más grave, ensaya en dos segundos algún saludo despreocupado, está nervioso como un chico. Saca un chocolate y lo separa, como para dárselo junto a la revista. Ella tenía una pollera con tablas, floreada y larga. El pelo suelto y cierto andar cansino que le daba ritmo. Rubén deja de mirar, de mirarla, para no hacerse notar. No había nadie y no le importaba nadie más.



Ella tuerce un poco su cabellera y lo saluda. Antes de decirle algo Rubén le alcanza la “Para ti”. Se fija el precio y le dice que aumentó, ¡vaya situación para hablar de eso!. Vale ocho pesos, le da diez. Él le alcanza el vuelto y debajo de la tapa el chocolate que hace equilibrio para no caerse. Ella enrolla la revista y le agradece mirándolo a los ojos, el momento de luz del dia para Rubén. Y se va. ¡Se va!. La miró irse como esperando que se diera cuenta del chocolate pero tenía tan enrollada la revista que ni siquiera se cayó al suelo.






Rubén no sabía donde meterse. No salió a decirle nada por vergüenza, y por vergüenza tenía ganas de hundirse en un pozo y no salir más. Golpeó su frente contra la mesa, se quedó en esa posición maldiciéndose. “¿Y esto?”. Lo interrumpe la pregunta de María, que entró con el chocolate en la mano. Es para vos, espero no te ofenda, dice él, poniéndose derecho de repente. La miró y notó sorpresa más que rechazo.



María lo volvió a mirar a los ojos, por segunda vez en el dia. Y le dijo “me gusta ese cartel que tenés ahí atrás. ¿Le estaremos haciendo caso?”. Él no supo más que decirle que sí, que puede ser.






A la semana, después de tanto tiempo para ambos, Rubén y María lo estaban intentando.






Y él puso el cartel en la entrada para que le suceda a otros: “La suerte es un diario que sale todos los días, siempre. Quien lo sabe, lo ve”.
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"El trabajo de Sabrina" -CC-

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Cuando estaba nerviosa siempre Sabrina movía su pie derecho, lo golpeaba contra el piso y hacía ruido. Para evitarlo cruzaba las piernas. El inconveniente es que para una entrevista laboral cruzar las piernas podría interpretarse de cinco mil maneras y seguramente ninguna sería de su agrado. Puso la espalda derecha, juntó las rodillas y las dos manos en la falda, una sobre la otra. La mano izquierda tenía los dedos cruzados y con la derecha tapaba la cábala.






Le habían dicho que la cabeza siempre debía estar de frente para escuchar. Inclinarse hacia uno de los oídos le dijeron que no era correcto, cuidó el detalle. Sentía que le iban a decir que sí pero su futuro jefe estaba con ganas de hablar. Sabrina pensó en el pasillo camino a la oficina: estaba en el final de una sala y parecía todo un avión por dentro. Filas de dos o de tres mesas una al lado de la otra.






El jefe (futuro) seguía hablando bien de sí mismo hasta que ella escuchó, por fin, la felicitación por haber sido elegida. Dijo “gracias”. Que era un honor, que…no la estaban escuchando, no pudo seguir y el jefe continuaba hablando.






Recordó Sabrina a su hermana. A los 20 años le había conseguido su primer trabaja. Separaba cartas simples de certificadas en la vieja E.N co.Tel y también vendía estampillas. En tres años la pasó dentro de todo bastante bien, salvo que su jefe cuando la miraba le molestaba bastante.






Luego trabajó en una perfumería. Ocho horas, seis días a la semana. Como era callada bajaba la cabeza y soportaba bastante. Piensa en Emilse, comprendiendo que para jefe déspota no hace falta ser hombre. La suspendieron tres días por plegarse a un reclamo: sillas para las chicas que atendían al público.






En el tercer trabajo fue donde más duró. Secretaria de un fulano, amigo de un mengano. Escribanía Costa Mendez. Todos de traje, todos hablando bajito, todos sospechosos. Pero pagaban bien. Funcionaban tipo logia. Sabrina miraba por televisión todas las noches la novela “El elegido” y los “Nevares-Sosa” le sonaban tan parecidos que a veces se reía. Después de cuatro años un día prendió la computadora y se negó a mover el mouse. Se fue. Estaba cansada de vestirse siempre igual, de verse como un robot. Harta de ser amable cuando no lo sentía. Con su hermana de chica soñaba ser pintora de cuadros. Pero los sueños que no dejan dinero son rápidamente desechados, sentía envidia de los realizadores. Aquellos que juntaban deseo con oportunidad.






Estaba ahora a punto de obtener algo por lo que no había luchado ni soñado. Aunque para variar iba a aceptar, otra vez, en silencio. El jefe (futuro) le siguió hablando y Sabrina volvió a la realidad cuando le preguntaron ¿podría empezar hoy mismo?.



Ella lo miró y le dijo lo que salió. “No, muchas gracias, ya tengo trabajo”.






Y esa tarde Sabrina se anotó en un curso de pintura.



Empezó a trabajar a los 31 años. Por ella.
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"El espectador oculto" -CC-

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Celos. Tardaría en reconocerlo pero sentía celos. Ese calor que sube por el cuello y genera rabia, ante algo que definitivamente molesta pero no podemos expresar al otro. Hasta que podemos. Raúl tenía celos y estaba claro. Su novia va a comprar ropa al shopping y él se entera después y no antes. Le ofrece su tarjeta de crédito para que la use como quiera y de paso estar ahí con ella pero Melina se niega, quiere ir sola.






¿Por qué me esquivará? se preguntaba Raúl. Alguien debe estar viéndola, no puede ser, me lo debe estar ocultando para que no me ponga mal, en cuanto deje el teléfono en la mesa me voy a fijar quién le habla. ¿De quiénes desconfía Raúl?. De todos. Siente que pasa cada vez menos tiempo con ella y a Melina la nota cada vez más feliz. Un día le dice que se verían a la tarde y Raúl la sigue casi todo el dia. Se pone enfrente de la puerta de la oficina, la ve entrar y luego salir en horario, de ahí al gimnasio. Maldito gimnasio. ¿Qué hará ahí?. ¿Con quién se verá?. A la hora y media Melina sale, va a un local de ropa en Palermo en el fondo de una galería, no puede verla. Cuando sale se agacha dentro del auto como los detectives en las películas.






Habían pasado unas diez horas y hacer de investigador era cansador e inútil. Se fue a su casa y la llamó por teléfono, quedaron en verse. En un bar Melina con cara de cansada le contó su jornada, tal cual Raúl la había presenciado como espectador oculto. Quiso aparentar que no sabía de su rutina y se pisó: le dijo “vos fuiste al gimnasio hoy”. Y Melina abrió los ojos grandes. “Sí, tenés razón, ¿cómo sabés?. Yo vivo cambiando el horario y además ya no estoy yendo mucho”. Raúl tragó saliva y se puso colorado. Quiso volver sobre sus pasos pero ya estaban todos dados, y hacia adelante.






La tomó de las dos manos y le dijo la verdad. Que había desconfiado de ella, que por primera vez tuvo celos, que eso jamás le había pasado, que se sentía con bronca, que esto empezó porque la veía hacer cosas en soledad. Que se sintió menos. Y ahora, muy avergonzado de ser como no suele ser. Melina lo miró con ternura y se lo dijo directamente: “Yo también me sentía rara, dejé de ir al gimnasio y como estaba débil hace un mes y medio fui al médico. Estoy embarazada”. Raúl se apoyó en el respaldo de la silla con toda su espalda, se puso la mano en el corazón como cuando uno recibe una noticia importante.






¿Pero quién te hablaba por teléfono?. “El médico”.



¿Pero para qué ibas al shopping sola?. “¡A mirar ropa de bebés!”.



Pero…¡si te vi entrar al gimnasio hoy!. “Sí, pasé a saludar a las chicas y me quedé hablando con ellas. ¿Seguís celoso?”.






Raúl pasó de ser un estúpido y precoz celoso a ser un detective bastante malo. Melina además de perdonarlo, lo entendió. Con cierta filosofía se sintió hasta importante. Y ahora serían tres.






La gente a veces no duda de lo que ve. Tiene terror, pánico, a lo que no ve.
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"Te alejo, te necesito" -Cuento Corto-

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Ayer vino a buscarme. También había venido hace dos días. No me encontró, me negué a verla, me escondí. Creí que detrás de una pared no se iba a dar cuenta que estaba, pero todo lo ve. Y vuelve, y es insistente, molesta. Decido alejarme, que es otra forma de esconderse.






Me voy lejos, me tomo un micro rumbo a la costa. Quiero ver horizonte para no sentir que me está siguiendo. Llego. Miro el mar, pienso en estar allá donde agua y cielo se juntan pero se tomaría un barco y me iría a buscar al mismísimo confín de la tierra. Me doy vuelta y a Dios gracias no estaba detrás, camino con las zapatillas puestas con dificultad por la arena.






En la orilla se toma aire aunque uno no quiera, siempre sopla viento y me relajé un momento. Pero hay otras huellas en la arena, no estoy solo. Acelero sin mirar a los costados, tengo miedo. Subo al micro y me vuelvo a los dos días. Un fin de semana de mi vida se fue tratando de escaparme, ya era lunes. Seguramente tendría otra vez su visita.






El miedo es en algún punto deseo, porque si no viniera estaría también preocupado. Hice mis cosas habituales, trabajé, pensé, vivo pensando. Eran las seis de la tarde y tiré la toalla. Había pasado una semana de persecución. Pedí al de arriba que apareciera nomás, que estaba preparado. Una noche, luego dos. Ni rastros. Estaba intrigado de quien me persiguió tanto y cuando debía aparecer, no había señales.






Y salí yo a buscarla, sabiendo donde encontrarla. Quería ir a recriminarle el juego histérico que no me merecía, el sentirme usado. O aparentar que lo estaba y que no vea lo necesario que se volvió para mi durante tantos días. Que la extraño cuando nunca la tuve. Me dieron direcciones en donde hallarla, pálpitos y corazonadas de quienes la trataron y eran amigos. Con placer silencioso fui a todos esos lugares, en el último cifré esperanzas.






Y ahí estaba. Mal vestida, mal tratada de tanto rechazo, con cara de cansada.



“Te vine a buscar yo, después de tanto que vos me buscaste a mi. Perdoname”.



Ella apoyó su cabeza en mi hombro. Suspiró y me miró. Me dijo que sí.



“Prometo no abandonarte más”, susurré.






Y abracé fuerte, muy fuerte, a mi destino.
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"Buscando la calle"

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¿Por dónde era?. Camilo estaba perdido dando vueltas con el auto, no encontraba la calle Padilla. Su hermano lo estaba esperando ahí pero él no conocía la zona. Como socio firmaban siempre los dos juntos cualquier emprendimiento pero esta vez Lucas fue el impulsor del negocio. Llegaba tarde. Las esquinas no tienen los carteles con sus nombres, tienen la chapa color violeta que con dificultad le ganan al óxido con sus letras blancas.






Ante cada esquina aminoraba la marcha, buscando la calle. No lo vio. O no lo vieron, a esta altura da lo mismo. El 68 con caja automática vendría en segunda, quién sabe. Lo real es que no frenó y primero tocó al auto adelante y luego éste hizo un trompo y dio de lleno la parte del conductor contra el costado del colectivo. El chofer frenó y los pasajeros gritaron, algunos se fueron hacia adelante por el efecto del cimbronazo.






Camilo se desmayó, se durmió. Vio que intentaron abrir la puerta de su coche, que le hablaban pero que no podía hacer gestos con las manos. Apoyó la cabeza en el respaldo y supuso que la cosa iba a ser eterna. Pudo ver que llegaron los bomberos, que de algún modo cortaban los hierros del hasta hace media hora auto caro y respetable. Que lo sacaron de ahí, que lo subieron a una ambulancia. Que acostado sentía que viajaba dentro de una coctelera, que dos personas le hablaban. Que llegaron a algún hospital que no adivinó porque entró en camilla. Se sentía bien atendido, había un movimiento de gente muy grande, estaba agradecido y cuando se recuperara les daría las gracias.






De a poco el dolor de espalda fue aflojando, le habrían dado algo para calmar el dolor, se sentía mejor. Los miró a los médicos porque eran tantos que no quiso olvidar caras para cuando volviera. Le dio sueño. Se despertó a los dos segundos. Movió el cuello, sintió sus dedos, miró a sus costados. Estaba solo.






Aparece un Hombre y le pregunta si está bien y él dice que si. Pregunta por los doctores y el Hombre le comenta que se han ido porque ya lo atendieron. Camilo se queda tranquilo, no oye nada. No oye nada porque no hay sonido. Ruido a nada. El Hombre le pregunta adónde estaba yendo y Camilo le cuenta que a firmar un contrato, que su hermano lo estaría esperando, que nunca hacen negocios por separado, que crecer es una apuesta y sentía que era el momento. Que celebrarían los dos por eso.






El Hombre le dijo que no se preocupara, que ya estaba avisado. Que lo acompañara a otra habitación. Y Camilo fue detrás del Hombre. Tan en paz que se miró sin zapatos pero caminaba como si los tuviera puestos.






¿Este Hombre sabría dónde queda la calle Padilla?, pensó Camilo. Intuía, se jugaba los zapatos que no tenía, que lo llevaría seguramente un tanto más lejos.






Más lejos de Padilla. Y lo siguió igual.
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"Persistencia" -CC-

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Gustavo observaba la lámina con “La persistencia de la memoria” de Dalí. Nora lo miró sabiendo que había olvidado todo lo que ella le dijo y lo retó. Debía prestar más atención, era el final, la última materia de la carrera. “En el barco si se hunde, estamos los dos”, le dijo Nora.






Gustavo se olvidó porque cuando la mente no comprende algo parece negarse a seguir recibiendo esa información imposible de aprender, pero ella se lo volvió a decir. No era necesaria una definición técnica del surrealismo porque para el propio Dalí no la había, al menos para con sus obras. Gustavo empezó a tomar nota de lo que Nora decía. Una vez Dalí fue preguntado por el significado de sus obras y dijo que no sabía. “Pero que yo no sepa su significado no quiere decir que no lo tenga”.






Ella le preguntó a su compañero qué era para él surrealismo. Y Gustavo le dijo que…tenía hambre, si podían parar a comer. Dos días repasando los mismos conceptos comenzaba a consumirlos, salieron rumbo a un supermercado chino en la esquina a comprar comida. De paso Gustavo miraba el barrio de la casa de Nora, porque no le había prestado atención. No se perdía de nada, igual a todos los barrios. Compraron algo para preparar, eligió sin consultarlo a él. En menos de 40 minutos Nora había preparado fideos y estaban comiendo bastante rico.






Continuaron cambiando de lugar en las sillas, como para modificar un poco la perspectiva y no aburrir la mente. El surrealismo no tiene una definición concreta porque pasa por el sentir del autor, que se deja llevar cuando está a punto de empezar su obra. Que tampoco sabe si será obra, es el inicio de algo. Cuando logra borrar todo aquella atadura a preconceptos es cuando el surrealismo se plasma.






Gustavo entendió y en su cabeza se hizo la luz. Es una satisfacción cuando por fin se entiende algo que costaba, la mente es feliz y ese alivio se nota en todo el cuerpo. Faltaba un día para el exámen, tenía nervios, verla a Nora lo ponía aun más nervioso. No porque ella no supiera del tema sino por lo responsable que se sentía con todo, desaprobar sería fallarle. Se desconectó de la situación un momento y le fue a preparar mate.






Mientras se calentaba el agua desde la cocina la vio: estaba Nora con las dos manos entre su pelo largo enrulado, mirando un libro. Los codos sobre las hojas, una especie de buzo de mangas muy largas y unas zapatillas grises. Gustavo se rió de verla, le dio ternura la imagen, se esmeró con el mate porque Nora se lo merecía. Cerca de las 23 se fue de la casa, les esperaba al otro día el final.






Aula 601, ocho de la mañana. Se saludaron, temblaban. Ninguno de los dos recordaba nada, siempre ocurre que el miedo paraliza las neuronas y esconde conceptos. Una media hora de espera y los llaman, se sientan frente a los tres docentes. Le preguntan lo que habían hasta el hartazgo visto: surrealismo.






La deja empezar a ella, él luego completa la idea, hablan de Dalí, los dos se miran y se ríen, recuerdan en silencio tantos días de decir eso que a coro casi recitaban. Dos profesores aflojan con las preguntas a los 15 minutos y apoyan sus espaldas contra la silla, ya no insisten. Queda el del medio, que sigue machacando. La última pregunta fue para Gustavo, Debía responder qué era algo real, una definición sobre el término.






La miró a Nora y dijo “ella”.






El docente se rió y dijo “listo…los felicito, Licenciados”. Los dos conservaron las formas y saludaron a los profesores. Salieron y gritaron de felicidad, corrieron como chicos, se abrazaron como cuando uno encuentra a alguien luego de mucho tiempo.



Como cuando los relojes no marcan nada porque son surrealistas. Y se besaron.






Fueron desde allí en más, reales. Hicieron su cuadro.
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"La hermosa condena" -CC-

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Todo. Completamente todo de verde. Gonzalo se despertó y estaba boca arriba. La claridad le hizo achicar los ojos y sintió que algo no habitual ocurría, lo que veía era extraño. El techo y la lámpara de tres tulipas de verde. Miró la unión entre pared y techo, también verde. Las cortinas, el placard, el piso que reflejaba la claridad de la mañana en un verde muy tenue que entraba por la ventana. Vio sus sábanas, se sentó en la cama.






Se tomó la cabeza con las dos manos, intentó cerrar los ojos y ordenar los pensamientos, como si ese gesto trajera en sí la solución. Pero no sentía nada malo, sólo que lo que veía tenía color verde. Fue Gonzalo a la cocina, desayunó sin asustarse de ver un café verde ni una manteca color mate cocido. Comprendió que él veía todo así y no era que el mundo lo confundía.






Salió, tomó el colectivo, viajó sentado, miró por la ventanilla las casas, los árboles, el tránsito, las demás personas. El chofer, la señora sentada al lado. Todo en verde. Llega a la oficina, entra sin saludar a nadie porque nadie solía saludarlo, además. Se sienta y cree haber encontrado la razón del verde. Saca cinco carpetas, las revisa. Son las mismas que ayer había mirado, sólo que las hojas eran blancas y hoy son verdes.






Busca la tercera carpeta, la de Marcela, la abre. Llama a su secretaria y le da la carpeta. Le dice ella que espere un rato. Gonzalo se pone a jugar con el regalo que un cliente le hizo: sobre un pequeño rectángulo de madera un poco de arena y tres pequeñas piedras. En un costado un rastrillo. Según le dijo el cliente cuando estaba muy nervioso arrastrar por la arena el pequeño rastrillo era muy relajante. La arena es verde, o él la veía verde, el rastrillo también. Durante unos 15 minutos intentó sin éxito concentrarse.






La secretaria le dijo que esperara otros 15 minutos, no le devolvía aun la carpeta de Marcela. Se sintió solo, empezó a angustiarse, estaba esperando algo que no sabía qué era pero que intentaría solucionar el verde problema. Miró por la ventana hacia abajo, veía a personas caminando y se sintió más pequeño que ellos, irónicamente inferior desde un cuarto piso. La secretaria le dijo “en cinco minutos”. Se sentó, movió su cuello para que sonara y lo relajara pero seguía ansioso. Cerró los ojos y respiró.






Tocan la puerta, la secretaria dice que si ya puede pasar la persona. Sí. Entra. Gonzalo la mira y Marcela agradece que la hayan seleccionado. La miró a los ojos y a partir de ahí el color verde se volvió a acomodar a la fuente de luz que lo generaba: los ojos de Marcela.






Gonzalo se entregó tranquilo a esa condena que el deseo paga y cobra con tiempo.



Y cambia en uno hasta el color de la vida.
read more “"La hermosa condena" -CC-”