"Pablo y las luces" -Cuento corto-

1 comentarios miércoles, 4 de enero de 2012
No había manera. Pablo no se podía dormir. Cuando no se tiene el sueño fácil hasta la luz de un fósforo se siente como el sol mismo, y molesta. Pablo siempre duerme del lado derecho, cree que el corazón así descansa mejor. Pero esta vez abría los ojos en la oscuridad y algo veía. Se levantó y fue hacia eso. Era la pequeña luz roja del televisor, señal de que estaba apagado. La tapó y volvió a la cama. Dio vueltas y desacomodó la sábana. Se volvió a levantar. Fue al comedor. Pablo vio que la radio también tenía esa luz roja encendida. Y el teléfono inalámbrico. Y las llaves de luz. Y el cargador del celular. Y la base de la cafetera. Y el mouse óptico de su notebook que no desenchufó. El cargador de pilas desentonaba con el resto: su luz era de color verde. Debajo de la puerta se veía la luz prendida del pasillo de su edificio. Se acercó sin encender nada y se golpeó el dedo chiquito del pie contra el mueble. Pablo se sentía un paranoico en su propia casa pero no se lo iba a decir a nadie. Por la mirilla todo se ve en redondo y nunca hacia los costados. Al que se le ocurrió inventarla jamás vio su producto terminado. Apoya Pablo sus dos manos contra la puerta pero no ve gente. Entonces desenchufa el televisor, la radio, el teléfono inalámbrico, el cargador del celular, la base de la cafetera, la notebook y el cargador de pilas. Ahora sí, Pablo podrá dormir. Prende la luz para ver qué hora es. Siente que no hará a tiempo, adelanta la alarma una hora, se acuesta. Se queda pensando en que la alarma puede no sonar si se corta la luz, busca un reloj a pilas. Ahora sí. A dormir. No. Ya amanece. Mejor se queda despierto. Mañana seguro Pablo dormirá mejor.
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"Pesada culpa" -Cuento corto-

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San Juan y Defensa. Donde San Telmo es de asfalto y también empedrado mezclado. Tobías hace equilibrio en la calle angosta con el viejo bolso en la mano mientras los autos como espiándolo, le pasan cerca pero lento. Llegando a Plaza Dorrego se toma un respiro y mira hacia arriba. Los árboles, el sol de media mañana, los puestos ambulantes de cosas viejas. Su bolso no desentona con el ambiente. Acelera el paso porque la carga ya le pesa un poco. Entra al Mercado subiendo un gastado escalón. La dirección es la correcta, está llegando sin conocer el lugar. Deja el bolso en el piso y relee el papel: cuarto negocio, lado izquierdo. Todos parecen iguales pero va resuelto al cuarto local. Un señor mayor está sentado en una banqueta diez números más chica que su anatomía, con una especie de trofeo en la mano. “Buenos días, ¿usted es el señor López?”. Levanta su vista sin mucho agrado y le dice que sí. “Me llamo Tobías, su dirección figuraba dentro de este bolso que un tio mio tenía entre sus cosas. Él falleció y le traje lo que había. Quizás le interese”. El hombre giró para quedar de frente al bolso, lo miró a Tobías diciendo lo obvio: “Sos joven, vos”. Esos comentarios sin respuesta que casi todos hacemos. Miró el hombre el bolso por fuera, le sintió la textura unos segundos con las manos. Cuando levantó la cabeza Tobías ya no estaba. Lo buscó casi sin interesarle y volvió su vista al bolso. Estaba vacío pero pesaba como si estuviera lleno. El hombre lo cerró y lo dejó en un costado. Quizás Tobías volvería, pensó. Pero pasaron días y noches, el hombre no conciliaba el sueño, le volvía a la mente ese bolso vacío. Una madrugada salió de su casa rumbo al negocio. Vio el bolso abierto, lo cerró. Al intentar levantarlo estaba imposible de alzar con una sola mano. Desde ese día, por las mañanas, se ve a un hombre en su local de antiguedades esperando que un joven vuelva. Y se lleve ese bolso lleno de culpas, de años, que todos los días se va poniendo cada vez más pesado.
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"Los reyes de Devoto" -Cuento corto-

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Desde Villa Devoto dos hombres llevan un enorme espejo. Lucen cansados, pareciera que hace días caminaran, sus guantes son de color naranja y están bastante gastados. Cruzan la ciudad, siguen una ruta, salen del infierno. Se turnan para descansar y uno siempre se queda despierto cuidándolo al espejo, por las dudas. Luego de ocho eternas semanas llegan a un palacio en medio del desierto y tocan la puerta. Les abre un hombre también con guantes, pero blancos y relucientes, pide que esperen allí. Ponen el espejo en el piso, los dos miran a su alrededor, todo un lujo como jamás en sus vidas vieron. Los hacen pasar a una sala, el Rey mismo los atendería. Apoyan el espejo contra una columna, el Rey aparece. Tiene un halo brillante que apenas distingue su rostro, los hombres sin pensarlo se inclinan como gesto casi natural. “¿Han traído lo que pedí?”. Los dos hombres señalan la columna y el Rey abre grande sus ojos. Se acerca al espejo y se mira, levanta su pera, se pone de costado, acomoda su ropa, gira, se queda unos segundos de frente. Los hombres reciben su paga. Le preguntan por qué quería un espejo desde tan lejos y el Rey dice: “Quise tener un espejo del lugar más lejano que conociera y a la vez, que no me conocieran. Es la primera vez que alguien sin juzgarme ve lo que soy sin otro interés que la verdad: eso es un espejo”. Los dos hombres vuelven a Devoto con la historia del Rey que nadie les creerá. A la noche, ya en sus casas, los hombres se levantan de madrugada y se miran al espejo. Desde ese día se ven como Reyes.
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