"Una revista, para ti" -CC-

1 comentarios jueves, 13 de octubre de 2011


Situación uno: Rubén va en bicicleta hasta el puesto de diarios de su colega a las cinco y cuarto de la mañana. Fria mañana. Allí el repartidor deja todos los diarios y luego se van dividiendo por zonas, ese día además llegaban las revistas, era miércoles. Con cuidado ató su parte detrás de la bici y desandó el camino.



Abrió su puesto, acomodó los diarios por orden alfabético, costumbre de maniático. Las revistas adelante del negocio, justo debajo de las golosinas. Esperaba que María fuera a buscar la revista “Para ti” de todos los miércoles, que le pagara justo y lo mirara agradecida, ese gesto de cariño a los ojos que Rubén una vez a la semana esperaba.



Hace dos años se separó y como suele suceder en las ciudades chicas fue rápido comentario entre todos sus clientes. Estuvo harto del género femenino y a la vez necesitó de ellas, la típica angustia post trauma. No estaba en edad de ilusionarse con miradas pero María era especial. ¿A qué hora iba a llegar?. Siempre va a las once de la mañana y son diez y media.






Situación dos: hay un tango que se llama “nunca tuvo novio”. María recuerda a su tía Noemí, vieja solterona, escuchando en la radio ese tema sentada frente a una ventana. Hoy la radio AM justo pasa ese tango y María se ve a si misma frente a una ventana, coincidencia nomás. A diferencia de Noemí su tia, ella colecciona fracasos e intentos a montones.



El último fue antológico: vivió (ese proyecto de vago) en su casa unos tres años y cuando quiso formalizar se ofendió y se fue. Eso sí, dejó deudas y todo. Costó mucho volver a la rutina en el barrio y pensó en mudarse para cambiar de aire (y hombres) pero se quedó, encariñada con los malvones y el rosal del fondo de su casa.



Le parecía divertida la “Para ti”, sobretodo esos test de 10 preguntas para mujeres al que luego hay que ir sumando puntaje para un resultado y definición. Siempre soñaba entrar en algún ítem pero no lo lograba, ese miércoles adelantó la rutina unos diez minutos y fue al puesto de diarios.






Situación tres: Rubén ve venir a María. Carraspea para tener voz más grave, ensaya en dos segundos algún saludo despreocupado, está nervioso como un chico. Saca un chocolate y lo separa, como para dárselo junto a la revista. Ella tenía una pollera con tablas, floreada y larga. El pelo suelto y cierto andar cansino que le daba ritmo. Rubén deja de mirar, de mirarla, para no hacerse notar. No había nadie y no le importaba nadie más.



Ella tuerce un poco su cabellera y lo saluda. Antes de decirle algo Rubén le alcanza la “Para ti”. Se fija el precio y le dice que aumentó, ¡vaya situación para hablar de eso!. Vale ocho pesos, le da diez. Él le alcanza el vuelto y debajo de la tapa el chocolate que hace equilibrio para no caerse. Ella enrolla la revista y le agradece mirándolo a los ojos, el momento de luz del dia para Rubén. Y se va. ¡Se va!. La miró irse como esperando que se diera cuenta del chocolate pero tenía tan enrollada la revista que ni siquiera se cayó al suelo.






Rubén no sabía donde meterse. No salió a decirle nada por vergüenza, y por vergüenza tenía ganas de hundirse en un pozo y no salir más. Golpeó su frente contra la mesa, se quedó en esa posición maldiciéndose. “¿Y esto?”. Lo interrumpe la pregunta de María, que entró con el chocolate en la mano. Es para vos, espero no te ofenda, dice él, poniéndose derecho de repente. La miró y notó sorpresa más que rechazo.



María lo volvió a mirar a los ojos, por segunda vez en el dia. Y le dijo “me gusta ese cartel que tenés ahí atrás. ¿Le estaremos haciendo caso?”. Él no supo más que decirle que sí, que puede ser.






A la semana, después de tanto tiempo para ambos, Rubén y María lo estaban intentando.






Y él puso el cartel en la entrada para que le suceda a otros: “La suerte es un diario que sale todos los días, siempre. Quien lo sabe, lo ve”.
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"El trabajo de Sabrina" -CC-

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Cuando estaba nerviosa siempre Sabrina movía su pie derecho, lo golpeaba contra el piso y hacía ruido. Para evitarlo cruzaba las piernas. El inconveniente es que para una entrevista laboral cruzar las piernas podría interpretarse de cinco mil maneras y seguramente ninguna sería de su agrado. Puso la espalda derecha, juntó las rodillas y las dos manos en la falda, una sobre la otra. La mano izquierda tenía los dedos cruzados y con la derecha tapaba la cábala.






Le habían dicho que la cabeza siempre debía estar de frente para escuchar. Inclinarse hacia uno de los oídos le dijeron que no era correcto, cuidó el detalle. Sentía que le iban a decir que sí pero su futuro jefe estaba con ganas de hablar. Sabrina pensó en el pasillo camino a la oficina: estaba en el final de una sala y parecía todo un avión por dentro. Filas de dos o de tres mesas una al lado de la otra.






El jefe (futuro) seguía hablando bien de sí mismo hasta que ella escuchó, por fin, la felicitación por haber sido elegida. Dijo “gracias”. Que era un honor, que…no la estaban escuchando, no pudo seguir y el jefe continuaba hablando.






Recordó Sabrina a su hermana. A los 20 años le había conseguido su primer trabaja. Separaba cartas simples de certificadas en la vieja E.N co.Tel y también vendía estampillas. En tres años la pasó dentro de todo bastante bien, salvo que su jefe cuando la miraba le molestaba bastante.






Luego trabajó en una perfumería. Ocho horas, seis días a la semana. Como era callada bajaba la cabeza y soportaba bastante. Piensa en Emilse, comprendiendo que para jefe déspota no hace falta ser hombre. La suspendieron tres días por plegarse a un reclamo: sillas para las chicas que atendían al público.






En el tercer trabajo fue donde más duró. Secretaria de un fulano, amigo de un mengano. Escribanía Costa Mendez. Todos de traje, todos hablando bajito, todos sospechosos. Pero pagaban bien. Funcionaban tipo logia. Sabrina miraba por televisión todas las noches la novela “El elegido” y los “Nevares-Sosa” le sonaban tan parecidos que a veces se reía. Después de cuatro años un día prendió la computadora y se negó a mover el mouse. Se fue. Estaba cansada de vestirse siempre igual, de verse como un robot. Harta de ser amable cuando no lo sentía. Con su hermana de chica soñaba ser pintora de cuadros. Pero los sueños que no dejan dinero son rápidamente desechados, sentía envidia de los realizadores. Aquellos que juntaban deseo con oportunidad.






Estaba ahora a punto de obtener algo por lo que no había luchado ni soñado. Aunque para variar iba a aceptar, otra vez, en silencio. El jefe (futuro) le siguió hablando y Sabrina volvió a la realidad cuando le preguntaron ¿podría empezar hoy mismo?.



Ella lo miró y le dijo lo que salió. “No, muchas gracias, ya tengo trabajo”.






Y esa tarde Sabrina se anotó en un curso de pintura.



Empezó a trabajar a los 31 años. Por ella.
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"El espectador oculto" -CC-

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Celos. Tardaría en reconocerlo pero sentía celos. Ese calor que sube por el cuello y genera rabia, ante algo que definitivamente molesta pero no podemos expresar al otro. Hasta que podemos. Raúl tenía celos y estaba claro. Su novia va a comprar ropa al shopping y él se entera después y no antes. Le ofrece su tarjeta de crédito para que la use como quiera y de paso estar ahí con ella pero Melina se niega, quiere ir sola.






¿Por qué me esquivará? se preguntaba Raúl. Alguien debe estar viéndola, no puede ser, me lo debe estar ocultando para que no me ponga mal, en cuanto deje el teléfono en la mesa me voy a fijar quién le habla. ¿De quiénes desconfía Raúl?. De todos. Siente que pasa cada vez menos tiempo con ella y a Melina la nota cada vez más feliz. Un día le dice que se verían a la tarde y Raúl la sigue casi todo el dia. Se pone enfrente de la puerta de la oficina, la ve entrar y luego salir en horario, de ahí al gimnasio. Maldito gimnasio. ¿Qué hará ahí?. ¿Con quién se verá?. A la hora y media Melina sale, va a un local de ropa en Palermo en el fondo de una galería, no puede verla. Cuando sale se agacha dentro del auto como los detectives en las películas.






Habían pasado unas diez horas y hacer de investigador era cansador e inútil. Se fue a su casa y la llamó por teléfono, quedaron en verse. En un bar Melina con cara de cansada le contó su jornada, tal cual Raúl la había presenciado como espectador oculto. Quiso aparentar que no sabía de su rutina y se pisó: le dijo “vos fuiste al gimnasio hoy”. Y Melina abrió los ojos grandes. “Sí, tenés razón, ¿cómo sabés?. Yo vivo cambiando el horario y además ya no estoy yendo mucho”. Raúl tragó saliva y se puso colorado. Quiso volver sobre sus pasos pero ya estaban todos dados, y hacia adelante.






La tomó de las dos manos y le dijo la verdad. Que había desconfiado de ella, que por primera vez tuvo celos, que eso jamás le había pasado, que se sentía con bronca, que esto empezó porque la veía hacer cosas en soledad. Que se sintió menos. Y ahora, muy avergonzado de ser como no suele ser. Melina lo miró con ternura y se lo dijo directamente: “Yo también me sentía rara, dejé de ir al gimnasio y como estaba débil hace un mes y medio fui al médico. Estoy embarazada”. Raúl se apoyó en el respaldo de la silla con toda su espalda, se puso la mano en el corazón como cuando uno recibe una noticia importante.






¿Pero quién te hablaba por teléfono?. “El médico”.



¿Pero para qué ibas al shopping sola?. “¡A mirar ropa de bebés!”.



Pero…¡si te vi entrar al gimnasio hoy!. “Sí, pasé a saludar a las chicas y me quedé hablando con ellas. ¿Seguís celoso?”.






Raúl pasó de ser un estúpido y precoz celoso a ser un detective bastante malo. Melina además de perdonarlo, lo entendió. Con cierta filosofía se sintió hasta importante. Y ahora serían tres.






La gente a veces no duda de lo que ve. Tiene terror, pánico, a lo que no ve.
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