Encerrado (en él)

3 comentarios martes, 30 de marzo de 2010

Las imágenes del televisor se reflejaban en la pared y el techo, que tienen el mismo color blanco. Como quien decide acelerar una cinta, los movimientos de las sombras eran rápidos y seguramente provenían de algún noticiero. A las ocho de la noche Leonardo miraba religiosamente las noticias. Mirar, en su idioma, es tener el televisor de fondo y encendido en algún canal cuya imagen se mueva, le daba más vida a la habitación. El elemento más importante no era ese, sino su computadora.


En ella estaba trabajando, aburrido y con ganas de no parar hasta terminar lo debido. Esa mezcla de sensaciones eran habituales, no reniega de lo que hace pero sí, bastante de los modos. Más de una vez sueña con no ser él y escapar de esa especie de condena que a veces, significa hacer lo que uno sabe. Pero escapar es algo así como huir y no le suena bien. Plantea entonces en su mente una retirada elegante, trazando probabilidades que tienen siempre que ver con un cambio absoluto.

Un cambio que lo defina o en tal caso, lo redefina. Buscó vueltas de tuerca a su oficio, lo intentó ver de otro modo, buscó colaboración. Pero siempre sus ojos verían todo de la misma manera y estaba notando algo que lo inquietaba. Las miradas de quienes lo rodeaban (amigos y conocidos) hacían un diagnóstico sobre él exactamente igual al suyo. Se sabe que el de afuera quizás vea mejor o peor las cosas, pero es extraño que exactamente igual.

En todo eso pensaba Leonardo mientras escribía, y era un milagro que el texto tuviera algún criterio. Aceleró el final del escrito. Lo cerró con frases hechas y lo mandó por mail, su trabajo era archivo recibido, modificado y enviado nuevamente. Cuando se liberó de lo exigido, por fin pudo pensar en él. Se preparó un café algo cargado, gusto que supo hacer luego de mil intentos fallidos hasta encontrar el punto., Un café lo despertaba, o para mejor decir lo sacaba de un momento para llevarlo a otro de su mente. Era como la puerta, el límite que marcaba los ánimos.

Se sentó junto a la mesa para cuatro personas pero de una sola silla. Miró la taza y la cuchara con la que intentaba no hacer ruido contra el fondo. Le gustaría estar en otro lugar, seguramente con algunos más para compartir si más no fuera, las desventuras de pensar ser otro. Pero la computadora lo esperaba en la habitación, y prendida. Llevó el café al lado del monitor. Se puso a chatear con una amiga.

Leonardo tiene ojo para la distancia, sobretodo las largas distancias. Sus amistades no brillan por su ausencia sino por la lejanía en kilómetros. El refugio que significaba el chat lo descubrió no hace mucho tiempo y era bastante liberador de angustias, aunque no reemplaza estar cara a cara, cosa que notaba, antes hacía mucho más que ahora.

La idea de futuro con los años se le había ido modificando. Sus ideales más que adaptarse al paso del tiempo se fueron achicando, lo que hace que el conformismo ocupe el lugar de la ambición. La bien entendida y que sirve de inspiración para motorizar lo que se quiere. Vivir siendo consciente de lo que le pasa a uno es muy bueno de cara a una solución pero no como método de tortura si una solución no llega.

Si las respuestas, como le habían dicho, estaban siempre en uno, nada más que él tendría esas respuestas. Intentó cambiar cosas y de hecho lo había logrado, cambió preconceptos y los transformó en conceptos que aplicaba, se despojó de él mismo en muchas cosas, movió su piso y generó cambios. Pero no estaba conforme.

El final no lo sabe, es posible que Leonardo lo escriba y lo reescriba, lo modifique y sea por un tiempo un borrador más que una declaración. Ve mar, ve caminos y ve cruces. Pero aun no se ve él. Lo único que le interesa, casi obligado por las circunstancias, son las metas cortas. Por ejemplo, terminar este texto.

Y subirlo al blog.
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