La chica de los apodos

1 comentarios miércoles, 23 de diciembre de 2009

Creo en el orden cósmico sin lugar a dudas, entendido como algo que escapa a nuestra realización y que por si, busca que todas las piezas encajen perfectamente. Las piezas en general somos nosotros y los motivos también son sagradamente nuestros.

A fines del año pasado un ex compañero del primario dio con mi dirección de correo electrónico y así se pusieron un grupo pequeño de ellos en contacto conmigo. Luego del intercambio de datos de rigor me dieron algunas direcciones de correo electrónico para que pudiera hacer contacto con los hasta allí encontrados y eso hice.
Me fui a un locutorio en una mañana de diciembre y mandé en un solo mail a todas esas direcciones mis saludos y alegría de haber dado con ellos. Al otro día revisé mi cuenta buscando novedades.

Sólo una persona había respondido.

De todo aquel listado era con quien menos diálogo tuve en aquellos años, y a menor confianza más distancia, dicen. Respondí formalmente y me alegré de su respuesta posterior. El retorno de algunos nombres a mi vida era de la mano de alguien de quien nunca hubiera esperado eso. Y sin embargo hubo confianza enseguida, alegría a partir de sus respuestas, y yo intentaba no ser menos.

Formó familia y vive lejos de donde yo vivo así que el correo electrónico y el chat son las ayudas fundamentales. Pero con el chat no me llevaba, lo tenía instalado en mi computadora pero renegaba bastante de su uso. Ella me insistió en poder hacerlo y empecé de a poco.
Estaba muy contento de lograr confianza con alguien que era conocida y desconocida a la vez, era extraño. Sin embargo estuve seguro y feliz con ella, un lindo abrigo para empezar a ser amigos.

Hicimos ambos un curso acelerado contándonos nuestras cuestiones, le pusimos empeño en comprenderlas y nos acompañamos en las que merecían apoyo. Intenté estar a la distancia con ella ante algunas circunstancias, tendiendo la mano desde tan lejos y sintiéndola tan cerca. No sé si le pasó lo mismo, pero me hizo tan bien su presencia que de alguna manera empujó al año a que así lo fuera, me dio ganas de poner en acción a mis intenciones de mejorar, ella es la hermosa culpable.

Tiene claramente un problema. Un nombre que me remite a muchos recuerdos y evito decir en voz alta. A eso hay que sumarle que no soy un gran fijador de nombres, los olvido, con lo cual intento a partir de algún hecho o sobrenombre, ubicar a la gente. En su caso ella era alumna excelente y junto a otra, yo no les hablaba porque temía no tener un tema de conversación. Interpretaba de chico que el conocimiento distanciaba demasiado a la gente, que no había temas generales.

La rubia, sin dudas, era como San Martín y yo el lustrabotas del Sargento Cabral, sentía jerarquía. Equivocadamente, porque ella no generaba eso, pero mi mente sí.
Para solucionar esto de no nombrarla, decidí ponerle apodos para recordarla. También funcionan como códigos entre nosotros y todos tienen que ver con ella, describiéndola.

Salí de mis rutinas bastante oxidadas de siempre tener las mismas actividades. Me invitó a su mundo y a conocer a su familia y yo dudé porque no estaba acostumbrado a viajar, mi confianza en las cosas nuevas para hacer aun no era tan importante como hoy ya lo es.

Dudé bastante, pensé en qué diría su marido que le caiga a su casa alguien que no conoce y se quede unos días. Pero de nuevo me sorprendieron: me llamó por teléfono y me invitó él personalmente, me obligó a poner fecha y que me esperaría retrasando su trabajo para poder verme. A esa altura ya debía ir por simple curiosidad. ¡Una familia tan maravillosamente normal no existe!.

Le dije unos días antes que me enviara una foto para poder ubicarla si me iba a buscar, porque iba a complicarse. Me envió una foto y ya su pelo no es largo ni se lo ata, debía buscar otros parámetros. Luego de un eterno viaje recorriendo la Argentina entera antes de llegar (me vendieron pasaje en el micro que paraba en todas las esquinas), la vi, sola, sentada en la estación terminal, mirando para la ventanilla a ver si era el micro.

Un viaje eterno que valió la pena. Fue muy lindo y fui feliz de verla otra vez, aunque ya no como compañera de aquellos años, ahora fui a ver a una amiga reciente, a quien quería seguramente mucho más y mejor que aquella. Lo tomé como un viaje de egresados para disfrutar y la pasé muy bien.

Conocer a la gente implica hacerlo en todos los momentos y no habíamos tenido contrapuntos, hasta que los hubo, y también aprendí de ellos, padecí el enojo: es brava y también cariñosa, todo en la misma mano que tiende.

Revitalizó un poco mi entorno, y si bien la lejanía impide, está de alguna manera en mis cosas. No es una amistad que empieza y acaba en el año, creo que empezó rápidamente y ahora seguirá conmigo, aunque ya no sea la rubia aquella que se ataba el pelo largo.

Crecimos. Aprenderemos porque nunca es tarde. A ser mejores, primero para con nosotros, a predisponernos en recibir lo que damos a diario, a no sufrir si no es por lograr mejorar, a ver el futuro aun con el sol de frente, como alguna vez leí por ahí. Todas estas cosas nos unen y sin ella las padecería bastante.
Gracias, brujita.
Sin vos el año no hubiera sido movido. ¡Y lo fue!
Te quiero mucho. Le debo una a la vida.
read more “La chica de los apodos”