Lo que hay detrás de la puerta: espantando los miedos

1 comentarios martes, 10 de noviembre de 2009

Conseguir un título, de la carrera que sea, nos forma como personas. Y la sensación tan particular de alcanzar el logro se vuelve intransferible: ningún familiar o amigo que invitemos a nuestro acto de entrega de título tendrá la satisfacción del deber cumplido, esa que a los profesionales les recorre las venas.

Todo pasa a tener un gusto a etapa dejada atrás. Y si bien uno construye su futuro con base de buenas intenciones, ciertamente el mundo no es como nosotros decidimos. Nos han otorgado un arma (el conocimiento, de las lícitas y más importantes) como para que lo enfrentemos y no salgamos heridos.
En contraposición, el mundo que uno desea; cuando se empieza la facultad hay tanta seguridad como incertidumbre en nosotros mismos. Queremos saber estando allí, de qué somos capaces. Algunos logran saberlo al instante y otros, recién lo sienten una vez fuera, cuando se requiere de ellos. Como sea, la vida está al alcance de la mano, está ahí: parece un producto en una vidriera.


Hablábamos de buenas intenciones. Las nuestras sin dudas lo son. Pero deben adaptarse a lo que surja. Un esquemático pensamiento me llevará a creer que una vez que traspase la puerta de vidrio azulado de la Universidad, las opciones laborales surgirán como hojas nuevas en primavera. Allí y justo allí empieza a valer aquello que logramos.


Aquello de lo que aprendimos. Porque en la facultad, en un ámbito universitario, se aprende lo que le enseñan, pero también a “ser”. A comportarse, a saber esperar y ver cuándo es nuestro turno, a tratar al otro, y a las básicas reglas de una convivencia. Y eso es lo que en general, primero se pìde y exige del que inicia su vida laboral.

Uno sale formado de más cosas, quizás, de las que nos imaginamos. Recién ahí, el título colgado en una pared nos parecerá algo más que un papel, algunas firmas y mucho esfuerzo. Para eso, miremos sin miedo qué hay detrás de la puerta.
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