"Te cedo mi suerte" -Cuento Corto-

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Juan Carlos era pobre. Para ser precisos, tenía en realidad una sola cosa heredada del padre: su pasión por el seguimiento obstinado de cinco números. Todos los viernes jugaba siempre los mismos cinco benditos números. Su papá le dijo que debía jugarlos porque iban a salir, alguna vez. Pero Juan Carlos quiso pasar a la historia y patear el tablero. Un día, ofendido ya con la imagen de él mismo viéndose seguir números que jamás salían, decidió no jugarlos. Fue a la agencia a decir que ya no le hicieran la habitual combinación, el dueño le dijo que lo lamentaba. Juan Carlos no dijo nada y salió. En su mano, el papel con los números que el agenciero tenía para no olvidarlos. Sin nostalgia lo hizo un bollo.






Buscó un cesto de basura, tuvo que seguir hasta la esquina. Lo tiró ahí. No se iba a venir el cielo abajo si no jugaba esos números, alguien debía alguna vez frenar eso. Pasó la noche mirando televisión con sus hijos. Ahora los noticieros ponen los números en un extremo de la pantalla mientras las noticias se desarrollan, por eso ya casi no miraba noticieros, puso Discovery kids. Al otro día salió a buscar el pan. Hizo fila, compró dos cremonas para el desayuno familiar. Siempre sus hijos le preguntaban los sábados por la boleta pero él los frenó aunque nada habían insinuado. “De los números por favor no se habla más, ya no juego”.






Se olvidó comprar facturas, volvió a la panadería. Era un caos de gente, mucho murmullo. Entró sin preguntar y todos hablaban al mismo tiempo, quiso averiguar qué ocurría. “Parece que Silvana ganó la lotería”, le dijeron. Pero Silvana no aparecía, había mandado a decir que estaba contenta y asustada, que no iría a trabajar. El pozo era millonario. Juan Carlos fue a la agencia, el dueño apenas entró lo miró sin pestañear, como a un extraterrestre. Se acerca y le dice al oído “si, son tus números”.






El hombre sale disparado rumbo al cesto de basura. Estaba vacío. ¿Lo habrá seguido y entonces ella vio cuando tiraba el papel?. Empezó su paranoia persecutoria. Volvió a la agencia, preguntó si alguien había jugado la misma combinación que él. Parecía que si, que a diez minutos del cierre alguien los jugó, no había más datos. Con los días se sinceró ante la dueña de la panadería, le contó lo extraño de todo y le pidió la dirección de Silvana, quería saber cómo había elegido los mismos números, nada más. Se la dio y fue a la casa.






Silvana lo dejó pasar aunque no comprendió mucho. Yo siempre jugaba esa misma combinación, dijo Juan Carlos. ¿Se te ocurrieron de casualidad?. Ella le dijo: “Iba el viernes caminando, comiendo caramelos. Puse el papel en un cesto. Y recordé a mi mamá que siempre me decía que había que ser agradecida del día. Vi en el cesto una boleta algo doblada y me acordé de la agencia”. Juan Carlos estaba a punto de estallar. ¿Pero por qué esos números?. Silvana dijo “Bueno, debía ser agradecida del dia, y jugué la fecha del dia”.



30 de septiembre de 2011. O sea 30-0-9-20-11.



Juan Carlos pensó en su padre. Y en el destino, en su pobreza. En el azar. Sintió que ofrendó de algún modo su suerte, eso no estaba mal.






Fue a la agencia, jugó a la fecha del dia siguiente.



Perdió. Pero agradeció ese día.
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"La paloma, los sueños" -Cuento Corto-

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Quique después de lo de Miriam nunca tuvo ninguna historia que fuera seria. Miriam lo dejó pero él prefiere decir que fue de mutuo acuerdo y tanto le dolió que no quiso sentir más eso que ahora por la chica de la plaza volvía a pasarle. Le molestaba soñar, odiaba que lo llevaran de las narices, sentirse previsible, temía eso.






Durante cuatro días cruzó por ahí esperando ver a la chica de la plaza, sentada casi siempre en el mismo lugar dándole de comer a las palomas. Al quinto día, viernes, decidió pasar más cerca para que lo viera. Quique no tenía ni idea de cómo conquistar: al final eso lo terminan haciendo siempre las mujeres. Se acercó para quedarse parado a unos tres metros. Torció la cabeza para tratar de ver lo que ella a su vez miraba, se dio cuenta de eso y se puso colorado de vergüenza. Se tomó la cara y ella justo en ese momento lo vio. Más vergüenza, el doble.






Quique imploraba que el color se le fuera de su cara y parecer un hombre. Dios quiere que sueñe al parecer, aunque a él no le guste eso. La chica se hizo visera con la mano para verlo mejor porque el sol le daba de frente, Quique temblaba. Ella le dijo “¿Vos no sos el que me mira darle de comer a las palomas?”. Intentó negarlo, arrancó con un no…pero sí, le dijo que sí. “Me llamo Victoria”. Quique iba a decir “Quique” pero sonaba muy de confianza y dijo Enrique. “Como mi tio” le soltó ella, comentario que hizo que Quique se sintiera viejísimo. Le preguntó por qué le daba de comer a las palomas. Victoria explicó que le parecen seres maravillosos, libres, que las admiraba. “Tenés cara de solitario”. No quiero estar con nadie ni tampoco estar soñando que algo me salve, odio soñar, le dijo él, presumiendo seguridad. “Desengañado, entonces. Sentate, vení”.






Quique tardó dos segundos en sentarse. Ella lo miró a la cara, esperaron que una paloma se acercara por más galletitas. Victoria llenó la vida de Quique con esta frase: “¿Sabés lo que me gusta de las palomas? Que leí que son fieles. Tienen el instinto de irse a mejores lugares pero nunca olvidan el nido inicial de su viaje en invierno, siempre vuelven ahí. Si yo les doy galletitas todos los días, ellas vuelven. ¿Habrá alguna vez algo más fiel en nosotros que nos haga volver siempre a lo que somos?”. Quique la miró.



No sé, le dijo.



Ya no la escuchaba. Entregado, soñaba.
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"Yo juzgo" -Cuento Corto-

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Abrió la tapa del contenedor para dejar la bolsa de residuos. Cada vez que hacía eso las rueditas del cesto se movían un poco y parecían tomar vida. Raquel ya estaba acostumbrada asi que tiraba la bolsa rápido y cerraba soltando la tapa. Salió con la chalina blanca porque siempre aparecía alguien para saludarla y ella estaba muy mal vestida, le pasó una vez. Entonces desde ese dia sacaba los residuos producida como para una fiesta.






Pero no había nadie, sólo un poco de viento y alguna hoja que se movía en remolino. Vio la puerta de su casa empezar a cerrarse, abrió los ojos, aceleró todo lo que pudo. Hacía unos tres meses cambió la puerta de picaporte por una con el metal que empuja cuando uno con la llave abre. El viento hizo que se golpeara fuerte, hizo ruido. Raquel primero se angustió. Tocó el timbre de Beatriz, al lado, pero no la atendía. Podría desde ahí llamar a su hija que tiene una copia de la llave pero vive en Zárate asi que tendría para una larga espera mientras.






Su vecina no parecía estar y se dio cuenta con rapidez cuanto sabe de casi todos los vecinos de la cuadra pero qué dudas tenía a la hora de confiar en alguno, porque realmente teniéndolos cercanos, no los conocía. Tocó un timbre y salió “La señora Chevy”, como le había puesto ella porque su marido usaba una vieja e impresentable Chevy. Explicó lo que le había pasado y si podía usar el teléfono para avisarle a su hija que viniera. La mujer la dejó entrar y habló por teléfono, le prometieron que en unos 40 minutos su yerno y su hija tratarían de llegar.






Preguntó con mucha vergüenza cuál era el nombre de su vecina porque no lo sabía. Mirta. Se llamaba Mirta. Le ofreció un café y ella aceptó. Mientras se dio vuelta para prepararlo, Raquel miró en detalle la cocina: azulejado en blanco y celeste, la agarradera algo quemada colgando de la llave de paso del gas, la bolsa de comprar el pan enganchada de un cable viejo, dos almanaques detenidos en el tiempo, decían marzo 2009.






Le agradeció el gesto de ayudarla, la mujer no le contestó, parecía concentrada en hacer café. Se escuchaba un televisor prendido, no parecía haber nadie más en la casa. Mirta se da vuelta con el café y lo apoya en la mesa. La mira a Beatriz revolver con la cuchara, parece que quisiera preguntarle algo pero que no se anima. Le comenta que se puede quedar ahí hasta que su hija llegue, que no había problema. El nudo al fin se desata.






“¿Le puedo preguntar algo?” dice Mirta. Si, claro. “Siempre la veo en la calle con la misma chalina blanca. ¿Es una especie de cábala?”. Raquel se indignó pero le respondió que no, que ella no es que se vestía siempre asi. Que quizás le tocó verla cuando tenía esa chalina pero que solía usar otra ropa además. Algo contrariada le preguntó si ella le podía también hacer una pregunta, Mirta dijo que si. ¿Por qué su marido tiene ese auto tan viejo?. “No es mi marido, es mi hermano. Y ese auto es de mi sobrino. Como no tiene donde dejarlo a la noche mi hermano lo trae hasta acá”. Ambas mujeres respiraron aliviadas. Vecinas tan conocidas y a la vez desconocidas.






Por fin habían dejado de juzgarse. Y tomaron otro café.
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"Las tres cajas" -CC-

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Situación uno: Enrique mira la caja que le acaban de dar. Parece algo rota y eso que los zapatos que tiene dentro son nuevos, los compró recién. Vuelve a la oficina pero no se los quiere poner porque todos se darían cuenta. Cree que estará por fin elegante, siempre le criticaban sus gastados mocasines todoterreno. Tendría un par de horas como para ablandarlos un poco sin sufrirlos en la cara. Mira el reloj, ya concluye su horario. Apaga la computadora y se va con la caja dentro de una bolsa rumbo al ascensor.






Situación dos: Margarita tiene frio. No llevó el pullóver fino de color blanco a la oficina para que no creyeran que en la fiesta usaría el mismo. Decidió teñirlo y esperaba que cuando llegara a la casa ya estuviera seco y tan azul como pretende. Le pidió a una amiga una cartera, que se la trajo dentro de una caja forrada en papel madera. En 19 años de servicio fue a muchas de estas reuniones, el que no iba no recibía reprimendas pero quedaba relegado. A sus jefes les encantaba oír que le digan que la fiesta era divertida. Aunque no lo fuera. En todo eso pensaba mientras se dio cuenta que eran las cinco de la tarde. Se puso la caja debajo del brazo y algo incómoda esperaba el ascensor.






Situación tres: Zelenevich tenía un problema. Su mujer lo apuraba por mensaje de texto desde la casa lista para salir rumbo a la fiesta. Pero justo a la secretaria en ese momento se le ocurrió pensar que el rol de amante no era suficiente. Cerró la puerta de la oficina y los gritos se escuchaban y sentían, las persianas de fino plástico no alcanzaban a tapar toda la vergüenza del hombre que veía hacerse público aquello que disfrutaba a escondidas. Mandó a un cadete a comprar bombones para calmarla, el gasto correría por cuenta de la empresa. Le trajo como tres kilos, una enormidad. Tanto que la secretaria le dijo “¿me estás diciendo gorda con tantos bombones?. ¿Qué soy?” y se los devolvió cuando Zelenevich esperaba el ascensor, a punto de irse. Se los daría a su esposa como solución rápida.






Situación cuatro: Enrique y Margarita le hacen espacio a Zelenevich cuando la puerta del ascensor se abre. Él los mira con algo de desprecio, observa las cajas y ellos a su vez también observan la de él. Los tres en sus cajas tienen cosas para aparentar, para que de ellos se piense lo que quizás no sean. Y se miran sabiéndolo. Los zapatos estaban apretados, la cartera era elegante, los bombones muy ricos.






La apariencia, feliz. Siempre va a las fiestas con gente que la lleva.
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"Lo que me une a vos" -Cuento corto de tres actos-

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Situación uno: Mariana tiene pocas ganas de manejar un domingo tan lindo de sol y calor pero no puede escaparle al destino. Ir a la casa de los suegros es una consecuencia del destino que ha elegido, hay una resignación en su propio silencio mientras el auto va en soledad por la avenida. Siempre se resistió a las reuniones familiares, había estudiado psicología y conocía bien lo del chivo expiatorio que a veces se da en las familias numerosas.



Ella se sentía así, la que todos reinterpretaban en lo más mínimo que dijera. Y para criticarla, obviamente. Faltan tres cuadras para llegar a lo de sus suegros y baja la velocidad, el barrio le parece gris, no hay lugar para estacionar y da dos vueltas hasta que consigue uno. Deja el auto y camina rumbo a la esquina de la casa.






Situación dos: Cristian está feliz en su auto. Cualquier excusa es buena para usarlo, es nuevo y quiere probarlo hasta para ir a comprar el pan a dos cuadras. Su plan de ese día incluye visitar a sus padres a la casa, él sabe que lo hace una sola vez al mes aunque le reclaman que se olvidó de ellos y le trabajan la culpa con bastante éxito porque así se siente: culpable. Antes viviendo con sus padres dejaba en manos de ellos cosas que ahora él, con orgullo, las hace por sí mismo. Deseaba que no se pongan pesados hablando de los tres temas intocables un domingo: política, religión y dinero. Iba mentalizado en dejar pasar indirectas, además desde que se casó siente que le toleran un poco más sus impulsos, sus arranques verbales cuando algo le molesta. El auto lo deja enfrente de un kiosco. Se compra caramelos y mientras elige uno y le saca el papel, camina rumbo a la casa.






Situación tres: Mariana y Cristian están casados desde hace tres años. Y separados desde hace dos meses. Sin embargo se ven todos los días. Es extraño que una decisión no tenga esa fuerza que necesita para ser a la vez una buena explicación, ambos sienten que la separación no es respuesta a lo que les pasa. Por eso se siguen viendo y para los padres de Cristian todo sigue igual. Van a entrar a la casa como si hubieran llegado juntos. Se esperan en la esquina, se ven y se saludan. Mariana quiere tomarlo de la mano en la entrada y él con un gesto le aleja no muy disimuladamente su mano. Se saludan. Cristian a sus padres, Mariana a sus suegros.






Otro día explicarán qué es lo que les pasa. Si es que consiguen saberlo primero.
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