"Yo juzgo" -Cuento Corto-



Abrió la tapa del contenedor para dejar la bolsa de residuos. Cada vez que hacía eso las rueditas del cesto se movían un poco y parecían tomar vida. Raquel ya estaba acostumbrada asi que tiraba la bolsa rápido y cerraba soltando la tapa. Salió con la chalina blanca porque siempre aparecía alguien para saludarla y ella estaba muy mal vestida, le pasó una vez. Entonces desde ese dia sacaba los residuos producida como para una fiesta.






Pero no había nadie, sólo un poco de viento y alguna hoja que se movía en remolino. Vio la puerta de su casa empezar a cerrarse, abrió los ojos, aceleró todo lo que pudo. Hacía unos tres meses cambió la puerta de picaporte por una con el metal que empuja cuando uno con la llave abre. El viento hizo que se golpeara fuerte, hizo ruido. Raquel primero se angustió. Tocó el timbre de Beatriz, al lado, pero no la atendía. Podría desde ahí llamar a su hija que tiene una copia de la llave pero vive en Zárate asi que tendría para una larga espera mientras.






Su vecina no parecía estar y se dio cuenta con rapidez cuanto sabe de casi todos los vecinos de la cuadra pero qué dudas tenía a la hora de confiar en alguno, porque realmente teniéndolos cercanos, no los conocía. Tocó un timbre y salió “La señora Chevy”, como le había puesto ella porque su marido usaba una vieja e impresentable Chevy. Explicó lo que le había pasado y si podía usar el teléfono para avisarle a su hija que viniera. La mujer la dejó entrar y habló por teléfono, le prometieron que en unos 40 minutos su yerno y su hija tratarían de llegar.






Preguntó con mucha vergüenza cuál era el nombre de su vecina porque no lo sabía. Mirta. Se llamaba Mirta. Le ofreció un café y ella aceptó. Mientras se dio vuelta para prepararlo, Raquel miró en detalle la cocina: azulejado en blanco y celeste, la agarradera algo quemada colgando de la llave de paso del gas, la bolsa de comprar el pan enganchada de un cable viejo, dos almanaques detenidos en el tiempo, decían marzo 2009.






Le agradeció el gesto de ayudarla, la mujer no le contestó, parecía concentrada en hacer café. Se escuchaba un televisor prendido, no parecía haber nadie más en la casa. Mirta se da vuelta con el café y lo apoya en la mesa. La mira a Beatriz revolver con la cuchara, parece que quisiera preguntarle algo pero que no se anima. Le comenta que se puede quedar ahí hasta que su hija llegue, que no había problema. El nudo al fin se desata.






“¿Le puedo preguntar algo?” dice Mirta. Si, claro. “Siempre la veo en la calle con la misma chalina blanca. ¿Es una especie de cábala?”. Raquel se indignó pero le respondió que no, que ella no es que se vestía siempre asi. Que quizás le tocó verla cuando tenía esa chalina pero que solía usar otra ropa además. Algo contrariada le preguntó si ella le podía también hacer una pregunta, Mirta dijo que si. ¿Por qué su marido tiene ese auto tan viejo?. “No es mi marido, es mi hermano. Y ese auto es de mi sobrino. Como no tiene donde dejarlo a la noche mi hermano lo trae hasta acá”. Ambas mujeres respiraron aliviadas. Vecinas tan conocidas y a la vez desconocidas.






Por fin habían dejado de juzgarse. Y tomaron otro café.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Un preconcepto se arma cuando no tenemos de algo suficientes datos, a veces es más sencillo no tenerlos. Evita en mi la pereza de andar sabiendo la verdad.