"Mi recuerdo" -Cuento corto-

1 comentarios jueves, 26 de enero de 2012
Para cada persona nuestra mente guarda una imagen que es la primera que nos aparece cuando los recordamos. Cecilia recordaba a su padre cada vez que la tomaban de la mano. De chica, en un parque de diversiones, no quería subirse a esas insufribles tazas que uno debe sentarse y comienzan a girar bruscamente. Entonces se tapó la cara y el papá tomó una de sus manos y la acarició. Ella lo miró y vio desde abajo algo así como la representación de la seguridad. Confió y subió. Pasaron los años, como 30. Nunca le había contado a su papá esa imagen que le solía venir a la memoria, pero sí se lo contó a su novio actual. No resultó una solución: el muchacho jamás la volvió a tomar de la mano. Temor a las comparaciones y quizás a saber que de ese modo no pensaría sólo en él. “Los hombres son básicos”, pensó Cecilia. Quería cerrar una etapa y poder contarle al padre ese recuerdo. Un almuerzo familiar era una buena ocasión. Fue con su novio (”tan básico”) y esperó algún momento a solas. Lo vio llevar la ensalada a la cocina y ella agarró un vaso y fue tras él. Se rascó la cabeza y trató de ganarle a la timidez. “Papá, quería contarte algo”. Si. “Quería decirte que siempre me acuerdo de vos por algo, por un recuerdo”. Y sí, nos pasa a todos, yo también te recuerdo a vos por una cosa. “¿Sí?. ¿Qué?”. Ni te vas a acordar. Una vez tenías terror a subirte a un juego en el parque que estaba frente a la plaza, y te pusiste a llorar. Yo te agarré la mano y tu mirada con los ojos bien grandes no la olvido nunca”. Cecilia lo abrazó llorando y le dijo que no le contaría su recuerdo porque él ya lo había hecho. Y volvió a mirarlo con esos mismos ojos.
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"No me cambies" -Cuento corto-

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De pronto se volvió loca. Buscó desesperada que la volvieran a mirar, sentía que ya no estaba tan atractiva como antes. Que la iban a cambiar por otra como quien se saca de encima rápido el envoltorio de un alfajor porque es la parte que no nos interesa. Lo había empezado a notar hace unos tres meses. Todo estaba bien y de pronto dos noches seguidas no pasó nada. Se sobresaltó, pero luego hubo cierta normalidad, no total. Porque a las semanas iba viendo que él tenía menos atención hacia ella y dicen que lo peor que le pueden hacer a alguien es ignorarlo. Se sentía la última de las últimas. Lentamente. Ayer por la noche por ejemplo vio que en un momento él la miró con pena. Se detuvo y quedaron frente a frente. La esperanza es un motor que necesita de un motivo y ella quería que lo supiera, que no la dejara, que lo extrañaba de verdad y no como el resto de la gente. Ella era especial. Puso él los dos puños cerrados sobre la mesa y dijo “ay”. Cerró los ojos y miró hacia arriba, como un lamento. Ella se puso contenta y egoísta: algo había provocado en él. Con la luz de la habitación apagada se puso a pensar cómo volver a su camino y ser importante. Deliró con un futuro eterno, se dejó envolver en cierto sueño de revancha para no sentirse usada y descartable. En eso estaba cuando hoy por la mañana él se acercó. Ella pensó que la iba a acariciar, pero no. Le desconectó el cable de la fuente y ella quedó en un extremo del piso, en diagonal. Viendo a la otra. Y ahora, siendo otra.
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"Se deja ver" -Cuento corto-

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Raimundo Gisto. Cordobés. Buen contador de chistes, excelente cebador de mate. Casado, dos hijas y una cifra indeterminada de amigos. Elogiado asador y motivador permanente de momentos lindos. Desde hacía dos años en silencio soportaba algo. En realidad primero fue una compañía y luego una pesada carga. Todas las mañanas Raimundo salía rumbo a la agencia de motos de donde era socio. Paraba su auto en el semáforo y con los dedos seguía el ritmo de la música en el volante, lentamente. Y siempre le ocurría lo mismo: dejaba de ver la calle y pasaba a tener una imagen de un blanco muy luminoso. Distinguía en el fondo una figura. Era una mujer que al parecer miraba por una ventana. De pronto de ahí surgía un viento fuerte, y las cortinas se movían al mismo ritmo que los largos cabellos de esa mujer. La imagen se iba y volvía a la realidad de su auto y el semáforo. Asi fueron los dos últimos años de lunes a viernes, siempre en el mismo lugar. Se lo contó primero al Chino, su amigo de la infancia. El Chino lo miró y pensó que era una broma pero los ojos de Raimundo no decían eso. Le dijo que quizás era algo que vio en la televisión y le quedó en la cabeza. La Liebre, el segundo amigo en saberlo, fue un poco más preciso: “Deberías acercarte a la mujer en esa imagen, a ver quién es”. Raimundo tomó nota pero cuando ocurría parecía que la cosa era que él fuera espectador, y no podía salir de eso. Un día se lo contó a la esposa. La Gladis era imprevisible. Podía entenderlo o decirle de todo. Se sentaron y él le relató lo que veía. Ella le preguntó si la estaba engañando con alguien y él juró que no. “Bueno, yo no creo en los fantasmas, asi que te voy a acompañar en auto y listo”. Al otro dia Gladis y Raimundo estaban en el auto, se acercan al lugar y al semáforo. Raimundo le dice que es ahí. Ella mira a los costados y atrás. Lo mira a Raimundo que cierra los ojos, como en trance. Lo toca para despertarlo y el auto se acelera. Él vuelve en sí e intenta frenar pero atropella a una mujer en la vereda. Se baja a los gritos pero la mujer no tiene heridas y fue un accidente con suerte, la ayuda a levantarse, le da sus datos por las dudas. A los 15 dias le llega una citación de un Juez: la mujer le iniciaba juicio por “daño moral”. Sabía que sin gente en su favor iba a perder. Los abogados se juntaron y comenzaron a negociar el monto. Dos días después el abogado llama a Raimundo y le dice que se presentó una testigo, vecina de la cuadra, que hablaría a su favor. Raimundo entra a la oficina del estudio y ve a una mujer de espaldas mirando por la ventana. En eso el viento mueve su pelo largo, y las cortinas le siguen el ritmo. Qué extraño castigo celestial. Algunos ven a la suerte antes de necesitarla.
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