Practicando en la Iglesia

5 comentarios miércoles, 6 de enero de 2010

Un hecho se vuelve extraordinario y tapa a otros hechos, los minimiza, los vuelve aburridos incluso. Cuando uno se enamora todo lo demás es relativo, no me importaba nada…yo creo que si hacía fila y tenía el número 100 e iban por el 2, no me molestaba…en la cabeza tenía un tema para entretenerme.

Lo bueno es no tener que andar aclarando posturas personales, eso no pasa cuando se encuentra a quien lo interpreta a uno, y a mi para con ella me pasaba lo mismo. Así que la relación no era de estar todo el tiempo juntos ni de distancias prolongadas. Un medio camino entre ambas posturas era suficiente, como un acuerdo tácito.

A las tres semanas me presentó a sus padres. Los recuerdo muy amables, a él lo conocía del auto y su música a todo lo que daba. A la madre no y me cayó muy bien, me dejó un espacio de confianza que yo tomé con cariño y cuidado, dejó también que la quiera. Con su hermano ya tenía relación de verlo en donde se hacían las clases particulares. Era realmente el fruto de un montón de lindas cosas, Grillito.

Como mi vida fue y es viajar todo el tiempo, no fue esta la excepción. Porque ella no conocía prácticamente Capital así que aprovechamos ese verano y las vacaciones de invierno posteriores para poder visitar lugares, que ella no conocía. Éramos adolescentes pero juntos bastante chicos aun, o eso nos hacía sentir mejor. Nos reíamos bastante, combinábamos mi sarcasmo y su ironía ante la vida más que bien.

De visitas pasamos a encuentros. Y la diferencia era que cada momento servía para disfrutarlo y prepararse bien cuando íbamos a Capital. Yendo al cine, dentro de cosas raras llamadas Shoppings. O a museos…me agarró una especie de fiebre de ir al Centro Cultural Recoleta y ver qué se exponía y durante un mes y medio una vez a la semana pasábamos.

Me sentía bien yo pero sabía que para ella era relacionarse con cosas que nunca hasta ahí le habían ocurrido, veía esa carita de asombro ante lo nuevo, Capital en si lo era para ella. Creo que con los meses pasamos de aquella alegría adolescente a tomarnos en serio lo que ocurría y actuábamos como para sentirnos satisfechos de lo que pasaba con nosotros.

Sentía que me comportaba con el tiempo como si tuviera más edad. La llevé a cenar varias veces a buenos restaurantes, pero salíamos rápido para que no se nos hiciera tarde, no había gran sobremesa, quizás eso valía más que la cena en si. Me sentía realizado en verla feliz, y útil dentro de todas esas actividades que los dos hacíamos.

Un día hicimos recorrido de Iglesias como si fuera un circuito, era invierno y hacía mucho frío con viento. Tenía Grillito una bufanda blanca de lana, angosta pero mullida, que le quedaba muy linda. Yo con mi campera enorme parecía el muñeco de Michelín, pero bueno…la cuestión era la recorrida católica y turística, no conocía ella Iglesias de la zona. Dejé para el final la más importante, la Catedral. La hice entrar por el costado, para que pudiera ver el Mausoleo de San Martín y el eterno e inoxidable grupo de granaderos que están ahí sin moverse durante horas. Luego volvimos a la entrada principal. Las puertas de la parte del medio estaban de par en par abiertas y entramos por ahí. Nos quedamos mirando todo detenidamente, ella revoleaba los ojos para donde podía, era todo asombro. Los bancos en fila, con orden, el pasillo central que de atrás parece algo angosto pero es ilusión óptica.

Supongo que por eso, por ilusión, la agarré del brazo, no lo pensé antes ni era una estrategia, fue impulso. La miré y le dije a los ojos “¿practicamos?” y no esperé la respuesta. Puse mi mano en su brazo y lo acaricié, quedaba caminar nomás. Y arrancamos con rumbo al altar. Había tres o cuatro personas rezando, eso nos daría menos vergüenza, ella temblaba. Caminamos y comprobé lo eterno que es el llegar hasta adelante, ir con otro implica coordinar ganas y movimientos, supongo que el matrimonio son también esas dos palabras. En 30 metros o más debo haber respirado dos veces, quizás tres. Y ella no sé si respiró.

Creo que llegué cansado adelante de todo. Ella no me soltaba el brazo y la miré, estaba blanca como su bufanda. Se soltó y me miró. Yo la vi con su cara de miedo y terror, no había mirada que contuviera a esa chica. Se tomó la cara con las dos manos y se puso a llorar. Yo me sentía mal, creí no hacerle bien. Mi complejo de culpa iba ganando terreno. Seguíamos frente al altar en la Catedral con poca gente. Ella llorando desconsoladamente y yo con ganas de meterme bajo los mármoles del piso.

Fueron casi dos minutos de sentirme mal hasta que me miró y me dijo “gracias”. Nos sentamos en un extremo de los bancos, su llanto retumbó en la Iglesia con ese eco tan particular. Ya empezaba a calmarse y apareció, de la nada, un cura. “¿Están bien?. No quiere ella un poco de agua?”…no, Padre, muchas gracias, dije…ahí comprendí que reírse o llorar, una cosa es cuando estás en tu casa y otra diferente si estás en otro lugar.

Me preocupé en que no se haya sentido mal de verdad y se lo pregunté con el tiempo. Me dijo que fue de lo más extraño que le pasó alguna vez, que fue mágico pero que la emoción tapa todo. Que se sintió mal de verme a mí sentirme mal.
Por las dudas, evité volver a llevarla a Iglesias, suspendí las prácticas del brazo. El altar igual, nunca llegó. Ya se enterarán.




Acotación al margen: Para evitar inconvenientes siempre es preferible preguntar antes de actuar, no soy ya a partir de lo ocurrido gran amigo de las sorpresas. Conviene ir por lo seguro. Y ver si el otro siente lo mismo. Eviten en lo posible que las mujeres lloren ante una sorpresa, es demoledor y angustiante.
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