Morena, a lo Sherlock (fin de la saga)

5 comentarios lunes, 4 de enero de 2010

Creo en la amistad entre el hombre y la mujer pero aun por sobre eso hay algo: el sentido común aplicado a todo lo que hagamos. A veces sostenemos pensamientos solo por ser nuestros y a veces lejos están de ser adecuados. Hay que saber ubicarse.

Estábamos mi novia y yo (ella será protagonista de los capítulos que siguen) y teníamos la clara sensación de ser observados. Sin señales claras, ni siquiera ver algo extraño. Era sentir que adonde íbamos a alguien también le importaba.

Casi dos horas de viaje para estar en Capital sólo tres, en general era así. Visitábamos muchos lugares, para algo me sirvió haber cursado el primario tan lejos, al fin. Conocía bastante Capital. En uno de esos viajes fuimos a un bar, Corrientes casi nueve de julio, aun lo recuerdo. Entramos y pedimos para tomar. Y de nuevo la sensación de vigilancia. Mi novia y yo nos mirábamos pensando ya que estábamos locos. Decidí darme vuelta y mirar directamente mesa por mesa sin disimular nada.

Mi novia de izquierda a derecha, yo de derecha a izquierda. Gente de mayor edad que nosotros (teníamos cerca de 20 años en ese momento), nada extraño. Pero en diagonal a nuestra mesa, bien en el extremo de la sala, una mujer de costado, no de frente a nosotros. La miré. Pelo atado, camisa algo arrugada y grande, una carpeta y cartera arriba de la mesa, anteojos negros algo chicos.

Me salió del alma: dije “Ay, no”…y mi novia buscó adonde yo miraba y dejé que la nombrara ella: “Morena”.

Estaba más sorprendido que molesto, y mi novia sentía exactamente lo contrario.

Me levanté para ir a la mesa. Cinco eternos segundos, quizás diez. Bullicio de bar, yo no sabía qué iba a decir más allá de mi cara de indignación. Llegué y no me miró a los ojos. Apoyé la mano en la mesa y dije “buenas tardes”. Como no respondía le dije que no la entendía, que me dejara en paz. Conmigo podía meterse pero con mi novia no. Seguía sin decirme una palabra.

Francamente no era aquella que me escribía semanalmente. Aquella aun con intromisiones se metía mucho menos en mis cosas. A la vez sentí pena, reconozco que está mal y en general hace que tenga cierta visión condescendiente y pierda objetividad. Al fin y al cabo era mi amiga, no me salía mandarla al diablo.

Así que apliqué la solución simple. Llamé al mozo, pregunté cuánto era y pagué lo de ella. Le dejé el dinero arriba de la mesa. “Tomá y chau”, le dije. Me di vuelta y enfilé adonde yo estaba. Y con unos metros ya avanzados Morena dice “Te estoy queriendo mal, ¿no?”. Esa frase la escuché de espaldas. Dudé pero no me di vuelta, seguí caminando hacia donde mi novia estaba. Le expliqué. “Ahora que se vaya”, me dijo. Y esperamos eso.

Fue la última vez que la vi hasta un año y medio después, cuando fue por mi cumpleaños a llevarme un regalo antes de irme de viaje de egresados a Bariloche (historia narrada en otro capítulo). Seguimos luego escribiéndonos cada mes o mes y medio, de cualquier cosa menos de este hecho. Actualmente nada sé de ella. Habrá seguido su camino, repleto de contratiempos, de los que sólo Morena sabrá la forma de salir.

Soy un convencido, hay cariños que matan. Queriéndome me hizo sufrir bastante, quizás en la vereda de enfrente hubiera sido más leal. Pero el cariño le otorgó impunidad. En aquel momento, haciendo de Sherlock, y hoy, que sin saber nada de ella hace años, elijo qué palabras usar para no herirla.
Ella no sé si hoy haría eso para conmigo.




Acotación al margen: Si algo duele, molesta, apena, no hay que esperar “el momento” para decirlo, Cuando lo sientan, exprésenlo. Si no, un entripado puede ser eterno.
Siempre hay solución, hay que acertar los modos. Aunque en mi caso la solución se haya llevado 12 años de mi vida.
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