"Lucía Cáceres" -Cuento corto-

1 comentarios jueves, 19 de enero de 2012
Maldita máquina abrochadora: siempre que la necesito urgente nunca tiene los ganchitos dentro. ¿Alguien tiene ganchitos para la máquina por favor?. Tengo que decir “por favor” porque sino se enojan y dicen que no los respeto. Gente que hay que atarlos para que te digan “buenos días”. Mejor voy a buscar yo al cuartito. Esto está lleno de cajas que no tienen lo que dice afuera escrito asi que tengo que buscar donde no dice, es sencillo. Dos cajitas completas, qué poco aire en esta salita. Nadie quiere ponerle los ganchitos a la máquina, es difícil con este resorte que hace que…bueno, salten como ahora por los aires. Ahí está, maquinita funcionando de nuevo. ¿Gustavo me había dicho que vendría a buscar esta resolución, o yo debía llevársela a su oficina?. No me acuerdo. O quizás nunca me lo dijo, asi que la dejo acá en el costadito, si pasa la ve. Sello y firma, sello y firma. No encuentro el sello, me parece que estaba en el cajón. Uy, unas galletitas Manón. Deben ser de la segunda guerra, mas o menos. Acá está el sello. Listo. ¡Firpo!. ¡Firpo!. Vení. Haceme un favor, llevale a Gustavo esto y decile que ya está hecho y que falta su firma. Sí, estos papeles, dale. Este Firpo es de terror. 43 años. Debe ser el cadete más viejo del mundo, pobre tipo. A veces me siento la novicia rebelde, acá. Y todos los demás gente más joven que no tienen educación. Educación para el trabajo, hay que enseñarles los tiempos de un lugar y que lo respeten. A mi no daban una chance cuando metía la pata dos veces en un papel sin firmar: te manchaban el legajo con llamados de atención. Ahora todo es más relajado. Casi un relajo. Tengo la mesa ordenada. ¿Me verá alguien si estiro un poco la espalda apoyándome?. Mi cuello no da más, extraño al quiropráctico que me recomendaron pero jamás fui. “Lucía…Lucía”. Ay, qué querés, me estaba acomodando justo la espalda…no, esto lleváselo a Jorge, no es de mi área. Siempre quise trabajar sola y con una ventana que no dé al pulmón del edificio. Que no sea todo gris antes de subir la persiana y también cuando ya la subí, algo que tenga un fondo, más color. Acá no tengo tiempo y afuera me sobra. Nunca al revés. A veces no hago cosas, sino que lleno espacios. Y lo peor es que me doy cuenta. Menos cinco, ya todos guardan todo. No tengo aire, en mi y dentro de este ascensor. ¡Calle, dame aire!. Colectivo y mi casa. A descansar de lo que no me gusta para que mañana me guste de nuevo. Quiero que me dejes de mirar sentada ahí, te debés reír como loca de mi. La soledad tiene ojos y todas las noches me miran. Yo cierro por hoy los mios. Para no verla.
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"Busco donde no estés" -Cuento corto-

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Salió corriendo. Cruzó la calle mal y por la mitad. Empujó a una señora y sin parar se dio vuelta a ver si había caído: no. Casi. El mismo rumbo dos cuadras derecho, se apuró aun más para ganarle al semáforo de peatones y pudo cruzar la calle. Notaba que la gente lo miraba, razonaba eso mientras seguía corriendo. Incluso pensaba en que no hacía falta correr pero algo lo impulsaba que no podía manejarlo. Cruzó la avenida, en la esquina una playa de estacionamiento, creyó que ahí era. Se puso a buscar detrás de los cuatro autos que estaban pero no resultó ser el lugar. Agitado retomó la corrida, tres cuadras más del mismo lado impar, esquivando mujeres mayores con sus carritos, chicos y mesas en las veredas. Ya sentía que las cosas no tenían sentido. Fue bajando la velocidad, su corazón dejaba de tener razones para correr y eso (que no sabía qué era) ya no lo impulsaba. Se quedó con los brazos en jarra, cerca de una esquina. Tomaba aire. Se miró y se vio espantoso con unos pantalones cortos que fue lo primero que encontró para ponerse. Miró para ambos costados. Vio a la gente, escuchó el ruido de la calle, prestó atención, quizás estaba mirándolo. Se tocó su cabello transpirado y se quedó con las manos en la cabeza unos instantes, cerró los ojos. Se creyó un loco. Sintió pena por él. Juró no contarle a nadie esto porque lo haría ver ridículo. Emprendió el regreso, caminando lento. Contó las cuadras y había hecho 36. Volvió a su casa y fue directo a bañarse. Intentaba razonar mientras miraba el agua caer. No entendía el juego, si es que era un juego. Su vida era muy ocupada para esto que todos los días lo atormentaba, salir sin saber por qué ni para qué. Castigo: hasta que aprenda, todos los días su inocencia perdida lo citará en lugares adonde nunca lo esperará.
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