Cuando alguien es lo que necesito

1 comentarios lunes, 25 de enero de 2010

Un dolor en el alma tiene fecha de vencimiento en el exacto momento en que querramos desearlo, como en general pasa con las cosas que nos molestan. La piedra en un zapato tiene dos maneras de ser tomada. O se la saca del zapato, primera opción, o se empieza a caminar rengo hasta que no se siente ni el pie, ni la piedra y ni el zapato. El adiós a una pareja es una piedra en el zapato. Veamos cómo fue en mi caso.


Decidir volver a enamorarme supongo que fue parte de un proceso en el que el duelo por Grillito duró el tiempo necesario. En medio de esos casi cuatro años entre una relación y otra hubo un tema personal (la pérdida de mi mejor amigo) que me reordenó prioridades. Fue como lograr encastrar piezas de un juego de repente, y en un solo movimiento. Eso ayudó indirectamente a que dejara otras cosas y me enfocara un tanto más en el presente y en mi. A la vez tan mal no estaba solo y el ser solitario tiene bastante que ver conmigo.


Terminé quinto año con todos mis compañeros. Pero de rendir, recién un año después. La profesora de Matemática decía que sin nivel no podía entrar a la Facultad de Veterinaria. Quizás ella asi definió que no siguiera esa carrera.

Cuando terminé por fin el larguísimo secundario, también sabía que algo más concluía: mi etapa como concurrente a clases particulares. De allí en más iría o como "ayudante docente" o simplemente de visita.


Y empecé a hacer un poco las dos cosas. Me costaba esa etapa. Cambié Veterinaria por Derecho, quería alejarme de los números. Completé el primer año y luego de reflexionarlo bastante porque había cosas que me gustaban, decidí dejar la carrera. Me anoté y por una semana cursé Periodismo deportivo. Tuve un problema de salud y varios meses sin poder hacer mucho. Pasado eso me anoté en las Academias Pitman (los que tienen más de 30 años la recordarán) y por unos meses hice el curso de dactilografía, que creí que luego podría aplicar a la computadora, objeto hasta ahí mirado con recelo. Jamás pude salir de usar dos o tres dedos de ambas manos, me terminaban doliendo todos los dedos.


Insastisfecho con tanto fracaso, otra explicación no hay, me anoté en el Instituto Superior Mariano Moreno, en donde me enseñaron unos 3 meses esa cosa tan extraña llamada Office. Pero me cansé del profesor que en vez de llamarme por mi apellido o nombre, me decía "máquina seis", y así con cada uno de los alumnos. Explicaba sin enseñar, algo bastante común. Y estar pagando para "recibir" eso, era mejor irse y dejarle la chance a otro, que sienta lo mismo que yo, al menos.


Todo este derrotero es para explicar que lo único que realmente no se había modificado con los años era el ir a dar clases, estar en contacto con chicos, tomar mate y disfrutar de lo que hacía y pasaba. Cuatro años después de Grillito en ese contexto estaba.


La quinta en donde se daban clases era una fuente inagotable de rostros nuevos. Personas desesperadas por "zafar", que es recién cuando la ayuda particular la creen necesaria. También ese lugar definía el ritmo del barrio en donde siempre era común cada una hora el recambio de alumnos en grupo, que esperaban en la esquina el colectivo que los llevara al centro. En la casa en diagonal a la parada vivía una chica a la que veía cada vez que yo esperaba en esa esquina. Le pregunté un día a mi "jefa" si sabía quién era esa chica y me dijo "viene hoy a las ocho de la noche, uh, ya le echaste el ojo"...


Para mis adentros no podía estar menos que de acuerdo con la afirmación, pero decidí no decir nada. Si bien yo me iba algo más temprano me quedé para ver, sentado en aquel sillón desde donde Grillito me miraba tan risueñamente, ahora yo a alguien.

Llegó vestida de negro, jeans, remera, mochila. Pelo más bien corto y la espalda derecha como soldado de Marina. Saludó a todos pero no creo que me hubiera visto. Se sentó y comenzó a hablar. Se llamaba Vanesa. Y ahí fue cuando salió el sol a las ocho de la noche.


Hablaba muy bien, hasta parecía saber qué dudas irían apareciendo en los textos que debía leer. ¿Para qué necesitaría alguien así a una maestra particular?, Con la excusa de hacer mate me presenté y su mirada se clavó en mi. Por tres semanas hablamos de todo un poco. En la comprobación total acerca de lo chiquito que es el mundo, me vine a enterar que fue compañera de Morena en la primaria. Que estaba leyendo "El principito", ya de grande porque jamás lo había leído, y a mi me pasó algo semejante. No sé por qué me la imaginé a ella en una especie de planeta, sola (la ilustración de este texto explica más y mejor). Así seguimos charlando para conocernos.


Cuando se lo propuse pensé que me diría que no. Me miró y dijo "lo vamos a intentar". Esa frase fue un condicionante que marcó la relación, después lo supe. Lo bueno era poder acompañarla todos los días hasta la casa, me quedaba cerca...así todo pasaba a tener un estilo que hasta ahí desconocía: el de llevar adelante una relación. Con Grillito compartíamos decisiones, se charlaba todo. En este caso, a falta de opinión de Vanesa, yo decidía por los dos.


Estaba tan dolido de la etapa anterior que si ocurrió así, por algo sería. Aunque luego no nos necesitáramos más. Pero eso será en el próximo capítulo.

¡La vida, y los escritos, suelen dividirse en capítulos!




Acotación al margen: Dicen que un clavo saca a otro y yo me niego a denominar así a las personas. Diría que a veces se necesita más de alguien, y que pasa por las formas. Uno cambia la manera de querer porque cambia también su forma de ver las cosas. Y en esos cambios van, algunas veces, las personas amadas.








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