Cuando alguien es lo que necesito

1 comentarios lunes, 25 de enero de 2010

Un dolor en el alma tiene fecha de vencimiento en el exacto momento en que querramos desearlo, como en general pasa con las cosas que nos molestan. La piedra en un zapato tiene dos maneras de ser tomada. O se la saca del zapato, primera opción, o se empieza a caminar rengo hasta que no se siente ni el pie, ni la piedra y ni el zapato. El adiós a una pareja es una piedra en el zapato. Veamos cómo fue en mi caso.


Decidir volver a enamorarme supongo que fue parte de un proceso en el que el duelo por Grillito duró el tiempo necesario. En medio de esos casi cuatro años entre una relación y otra hubo un tema personal (la pérdida de mi mejor amigo) que me reordenó prioridades. Fue como lograr encastrar piezas de un juego de repente, y en un solo movimiento. Eso ayudó indirectamente a que dejara otras cosas y me enfocara un tanto más en el presente y en mi. A la vez tan mal no estaba solo y el ser solitario tiene bastante que ver conmigo.


Terminé quinto año con todos mis compañeros. Pero de rendir, recién un año después. La profesora de Matemática decía que sin nivel no podía entrar a la Facultad de Veterinaria. Quizás ella asi definió que no siguiera esa carrera.

Cuando terminé por fin el larguísimo secundario, también sabía que algo más concluía: mi etapa como concurrente a clases particulares. De allí en más iría o como "ayudante docente" o simplemente de visita.


Y empecé a hacer un poco las dos cosas. Me costaba esa etapa. Cambié Veterinaria por Derecho, quería alejarme de los números. Completé el primer año y luego de reflexionarlo bastante porque había cosas que me gustaban, decidí dejar la carrera. Me anoté y por una semana cursé Periodismo deportivo. Tuve un problema de salud y varios meses sin poder hacer mucho. Pasado eso me anoté en las Academias Pitman (los que tienen más de 30 años la recordarán) y por unos meses hice el curso de dactilografía, que creí que luego podría aplicar a la computadora, objeto hasta ahí mirado con recelo. Jamás pude salir de usar dos o tres dedos de ambas manos, me terminaban doliendo todos los dedos.


Insastisfecho con tanto fracaso, otra explicación no hay, me anoté en el Instituto Superior Mariano Moreno, en donde me enseñaron unos 3 meses esa cosa tan extraña llamada Office. Pero me cansé del profesor que en vez de llamarme por mi apellido o nombre, me decía "máquina seis", y así con cada uno de los alumnos. Explicaba sin enseñar, algo bastante común. Y estar pagando para "recibir" eso, era mejor irse y dejarle la chance a otro, que sienta lo mismo que yo, al menos.


Todo este derrotero es para explicar que lo único que realmente no se había modificado con los años era el ir a dar clases, estar en contacto con chicos, tomar mate y disfrutar de lo que hacía y pasaba. Cuatro años después de Grillito en ese contexto estaba.


La quinta en donde se daban clases era una fuente inagotable de rostros nuevos. Personas desesperadas por "zafar", que es recién cuando la ayuda particular la creen necesaria. También ese lugar definía el ritmo del barrio en donde siempre era común cada una hora el recambio de alumnos en grupo, que esperaban en la esquina el colectivo que los llevara al centro. En la casa en diagonal a la parada vivía una chica a la que veía cada vez que yo esperaba en esa esquina. Le pregunté un día a mi "jefa" si sabía quién era esa chica y me dijo "viene hoy a las ocho de la noche, uh, ya le echaste el ojo"...


Para mis adentros no podía estar menos que de acuerdo con la afirmación, pero decidí no decir nada. Si bien yo me iba algo más temprano me quedé para ver, sentado en aquel sillón desde donde Grillito me miraba tan risueñamente, ahora yo a alguien.

Llegó vestida de negro, jeans, remera, mochila. Pelo más bien corto y la espalda derecha como soldado de Marina. Saludó a todos pero no creo que me hubiera visto. Se sentó y comenzó a hablar. Se llamaba Vanesa. Y ahí fue cuando salió el sol a las ocho de la noche.


Hablaba muy bien, hasta parecía saber qué dudas irían apareciendo en los textos que debía leer. ¿Para qué necesitaría alguien así a una maestra particular?, Con la excusa de hacer mate me presenté y su mirada se clavó en mi. Por tres semanas hablamos de todo un poco. En la comprobación total acerca de lo chiquito que es el mundo, me vine a enterar que fue compañera de Morena en la primaria. Que estaba leyendo "El principito", ya de grande porque jamás lo había leído, y a mi me pasó algo semejante. No sé por qué me la imaginé a ella en una especie de planeta, sola (la ilustración de este texto explica más y mejor). Así seguimos charlando para conocernos.


Cuando se lo propuse pensé que me diría que no. Me miró y dijo "lo vamos a intentar". Esa frase fue un condicionante que marcó la relación, después lo supe. Lo bueno era poder acompañarla todos los días hasta la casa, me quedaba cerca...así todo pasaba a tener un estilo que hasta ahí desconocía: el de llevar adelante una relación. Con Grillito compartíamos decisiones, se charlaba todo. En este caso, a falta de opinión de Vanesa, yo decidía por los dos.


Estaba tan dolido de la etapa anterior que si ocurrió así, por algo sería. Aunque luego no nos necesitáramos más. Pero eso será en el próximo capítulo.

¡La vida, y los escritos, suelen dividirse en capítulos!




Acotación al margen: Dicen que un clavo saca a otro y yo me niego a denominar así a las personas. Diría que a veces se necesita más de alguien, y que pasa por las formas. Uno cambia la manera de querer porque cambia también su forma de ver las cosas. Y en esos cambios van, algunas veces, las personas amadas.








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El hombre que no quería oír ni su música

1 comentarios viernes, 22 de enero de 2010

Amar nunca puede ser una foto detenida en el tiempo, necio de aquel que sabiendo algo claro e inminente, decide estirar tiempos, cerrar los ojos, mirar hacia otro lado, creyendo en soluciones que nunca llegarán. Y algo así me pasó con el final de mi relación con Grillito.

Negué mentalmente lo que los hechos me habían hacía rato demostrado. La situación de quien siente esto no es sencilla y se buscan soluciones pero siempre corriendo la coneja.


Si bien no rogué que algo perdurara, me comportaba como si nada ocurriera. Y cuando al amor hay que ponerle algún tipo de barrera para no salirse de donde está, algo pasa. Ya expliqué en el anterior relato el valor que al principio ambos le dimos a la rutina de vernos, y cómo después eso mismo empezó a molestar. Creí que salvando la situación lograría no perder a quien amaba pero ese pensamiento, tan dentro de mi, no la incluía a ella. Sino que era lo que yo quería que pasara. Ella sólo tuvo que esperar el momento, pero evité como pude que llegara. La situación se mantuvo así unos dos meses y medio.


Llegado Septiembre quedaba por delante mi viaje de egresados. Estaba un tanto extraño con esta situación que no se definía, asi que la expectativa por el viaje en parte fue liberadora, podía ocupar tiempo y mente en otras cosas. Ella vio esto y no necesitó estudiar mucho el panorama. Habrá elegido incluso que fuera en ese momento. Y no fue oportuna.


Un día antes de mi cumpleaños cayó en martes. Yo me iba de la clase particular y noté que ella me esperó en la puerta, parada como soldado. Junto a la ligustrina por donde la vi irse aquella primera vez.


Busqué mirarla ahora, en sus ojos, para encontrarla. Pero no estaba.

Ya no recuerdo las palabras exactas y poco importan, si el hecho estaba consumado. Mi reacción sí la recuerdo: busqué apoyarme en el pilar de la entrada con mi mano, como a quien le mueven el piso y está con miedo. Algo así me pasaba.


Le pregunté por lo que en versiones me habían dicho ahí (usina de rumores permanentes, esa quinta) y luego de una introducción eterna para mi, lo confirmó. Había un tercero en discordia y no lo conocía.


Cuando escuché su respuesta, avancé hacia la salida y doblé como para ir a la parada del colectivo e irme. Quizás creí que me seguiría o se disculparía, pero no ocurrió. Y llegué a la esquina solo y llorando. Miré hacia arriba y el sol me encandiló, asi que sería al mediodía, mucho más dato no recuerdo ya, o no quiero.


Lo que siguió a ese día y hasta el siguiente a la noche fue el silencio. No tenía muchas ganas de hablar y quería pensar. Necesitaba paz para razonar y acomodar las piezas, si es que el amor es como un juego. Al otro día llegó mi cumpleaños. Tuve clases en la escuela normalmente y a la salida me fui para mi casa. Me senté en el tren y vi por la ventana el paisaje y también dos años y ocho meses de relación. Casi me paso de estación pero el ruido de las puertas abriéndose me sacó de aquello.


Llegué a mi casa sin decirle nada a nadie sobre el tema. Mis familiares saludaban por teléfono (no había sms, ni celular, ni internet y aun así comunicados estábamos) y yo agradecía, nunca tan de compromiso.

A eso de las siete de la tarde sonó el teléfono y era Morena. Hacía varios meses que no tenía noticias, desde aquel seguimiento ya contado en esta sección.

No creí en las casualidades. O al menos no en tantas.


Se autoinvitó a mi casa aunque me había negado. Festejó lo que para mi era un drama. La dejé hablar, si interrumpía sería peor. Cuando se fue otra vez quedé perdido en medio de mis cosas. Faltaban dos días para irme a Bariloche y no tenía ganas de ir. Pero fui y la pasé bien más allá de no tener una sola foto en la que haya algo parecido a felicidad en mi cara.


Lo que siguió fueron cuatro años sin mucho importarme el amor y sus derivados. Morena volvió a ser amiga. Intenté retomar el hábito de las cartas semanales, pero no estaban los temas de aquellos primeros meses de amistad, y tambien porque escribía sabiendo que vendría una respuesta. Toda carta mia era como una gran pregunta que Morena tenía la obligación de responderme. El hecho de escribir, tan parecido a la libertad para mi, depende de factores externos. De tiempos. Y cada vez que escribía empujaba con la lapicera a las palabras, no las sentía.


A Grillito la seguí viendo. Y al tiempo, la vi embarazada. Y al tiempo, con un hijo. Y luego de visita con su bebé adonde yo daba clases. Estaba feliz si ella lo era, no podía desearle que le fuera mal. Uno aprende con la resignación, se rinde ante las circunstancias y todo es aprendizaje.


Asi como en su momento el chimento en donde estaba trabajando era que ella no era más mi novia y sí de otro, ahora lo que se decía era que su pareja la había dejado. La seguí viendo pero nunca le pregunté nada, de hecho casi no hablábamos, ella iba por inercia y yo no quería otra cosa que silencio, aunque me hacía bien verla.


Tardé unos meses en ubicarme. No sabía donde estaba o lo que hacer frente a ella. Nunca había estado en una situación asi antes, y no conocía ni mis propias reacciones. Esto era un final. Cuando se estabilizó todo, me empecé a sentir bien solo.


Así fue por cuatro años. Hasta que algunas cosas volvieron a darse y con otra persona la historia tendría más capítulos. Volví a querer oír mi música.




Acotación al margen: El amor llega y también se termina y se va. Uno es el mismo de siempre pero ante alguien, ante una sola persona, somos otros. Cuando esa persona no está más, volvemos por nosotros, a ver si podemos seguir sin ella. Y se puede. Porque tan importante como el amor, es el tiempo. Inexorable.

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El juego de la "última vez"

1 comentarios martes, 19 de enero de 2010
Sabemos del rol que el ánimo tiene en todo lo que hagamos y lo importante que es en la realización individual de nuestros sueños. El momento en que esto se modifica es cuando se está enamorado, ahí el amor, sinónimo de ánimo, es compartido y se retroalimenta. Si hay buen estado de ánimo todo será ganancia, hasta lo que no lo es.


También importante y a la vez peligroso es el desánimo, porque uno arrastra al otro y en general una de las dos partes se termina cansando.



Con Grillito tuvimos etapas de inseparables, etapas de distancia considerable, otras de cierto fervor religioso, y por último una etapa de la que escribiré hoy: el fatalismo.


Por alguna causa que sinceramente ya no recuerdo, en algún momento todas las acciones de los dos se empezaron a teñir de una consigna: disfrutemos todo lo que hagamos porque puede ser la última vez. Tener como meta vivir la vida y ponerlo en práctica es un objetivo perfectamente lícito. El fatalismo pasaba por un tinte dramático terminal a cada acción, algunas de ellas en el tiempo hasta graciosas.


Vale este ejemplo. Escribí una veintena de cartas durante unos tres meses con la consigna "esta puede ser la última carta", en donde el texto no salía de una despedida y agradecimientos para ella casi con humor, diría. Hicimos recorridas por lugares visitados antes casi como despedida, fuimos al cine como si esa fuera la última vez, y nos mirábamos como si no lo volviéramos a hacer más. La "gran idea" le surgió a ella: conseguir una caja y poner ahí todo lo que en común teníamos, cartas, regalos mutuos, fotos. Una especie de cofre para poner a resguardo lo material.


Llevé en una mochila hasta la casa de ella sus regalos, sus cartas y algunas fotos. La caja estaba en su habitación. Era no muy grande aunque alta, y la puso sobre una silla pequeña. Fui sacando de la mochila las cosas para poner en la caja, acomodarlas de a una. Y me detuve a pensar en que cada objeto tenía ya una cierta historia, algo que hablaba de él y de nosotros también. Tan mala la idea de ponerlo a resguardo no me parecía, ahora.


Pero el fatalismo estaba en medio de todo, asi que un día me fui a la casa y nos sentamos a hablar del por qué adoptábamos una postura de adiós si aun eso no había sucedido, que como juego de adolescentes lo podíamos hacer, pero que eso no debía ser parte siempre de todo lo que hacíamos, que no estaba bueno o al menos a mi no me divertía. Ella me escuchó y como siendo todo parte de algo escrito me dijo "¿Ves?, ya te estás despidiendo"...


Estábamos los dos sentados en su cama tomados de la mano. Cuando me dijo eso me levanté y me fui sin saludarla, estaba cansado. Salí y la madre me preguntó si todo estaba bien y le dije "todo está como siempre" y me fui. Grillito convencida en su idea de fatal final; hasta pensé en que si esto no fue todo un gran preparativo para su propio adiós y me doliera menos. Porque ella sabía que si se iba me dejaba mal, sobretodo solo. Ella era el mini centro de gravedad de mis actividades, todo era en torno de ella, me había costado ser asi pero lo adopté y sacarme de eso dolería.


Hubo unos días de distancia sin pedirla. Coincidió con una etapa no demasiado expresiva de mi, ni siquiera escribiendo. Para ella sí era momento de escribir. Anotaba bastante y una vez miré ese cuaderno de tapa dura. Tenía reflexiones y explicaciones de hechos en común, o su reacción y la mia. Diría que no era un diario íntimo, más bien un libro de anotaciones, como los que puede tener un barco. Hubiera querido en esas noches sin mucho sueño, ver qué estaría escribiendo en esos días, en ese cuaderno.



Seguí yendo a clases particulares. Ella iba y sentada en un sillón amarillo viejo me miraba dar clases. Ponía su mano izquierda sobre un costado de la cara y me miraba fijo, casi sin parpadear. Yo trataba de seguir con lo mio pero era demasiado evidente lo incómodo que estaba. Sentía un montón de cosas en esa mirada: culpa, bronca, pedido de explicaciones que seguramente yo no tenía. Y la verdad es que era preferible una pelea final traumática, antes que esta especie de silencio, ese silencio que percibía como agresivo.
El silencio agrede al que espera que el otro hable.



Cada habitación de esa quinta donde estudiábamos tenía su antesala y pasillo. Camino al de la cocina nos cruzamos o yo la fui a buscar ahí, y le preguntñé qué pasaba. Sin mirarme me pidió cambios, mios y respecto de nosotros. Por primera vez me sentí menos que ella. Me daba una opción y debía seguirla o no, sin muchas más salidas. Pero me refiero a lo que internamente me pasaba. A veces hay trunfos de la boca para afuera, que son derrotas de la boca para adentro. Y si bien todo siguió, no me gustó lo que pasó. Lo viví como el entrenamiento no querido del final.



Pero siempre ocurre que tras una pelea, resurge todo lo positivo y aparecen nuevos impulsos. Ya no la pasaba a buscar por la casa, sino en lugares que acordábamos, podía ser cualquier sitio. Luego decidíamos qué hacer. Volvieron los viajes a Capital pero a elección de Grillito, de hora y lugar. Empecé a ir más a la casa cuando no estaban los padres, lo que nos daba más tranquilidad.



Dejamos también el fatalismo. No escribí más cartas. Ni de ese estilo ni de las comunes. Me invitó a que me volviera a llevar mis cosas que habíamos puesto en esa caja de su habitación. Decidí que la mayoría sí, a excepción de algunos peluches y todas las fotos, para elegir y hacer un álbum general.



No podía quejarme porque nos sentíamos bien, diría mejor que antes. Grandes crisis, grandes cambios. Pero como escribí antes, sentí que de la boca para adentro algo no estaba bien.

Confié en que no se cumpliera lo que ella me había dicho: "Si algún día esto termina, el que ponga el punto no va a saber que lo hace".
No sé si lo leyó o se le ocurrió, pero tal cual así fue.
Una frase fatalmente cierta.














Acotación al margen: Cierta vez siendo chico, miraba cómo se desbordaba una alcantarilla. Y ese hecho bastante común en Capital los días de lluvia me hizo reflexionar: el agua no se "iba" por ahí. Tan solo desaparecía de mi vista para correr por otros lados. Cuando eso no ocurría, aparecía el agua de nuevo. El agua y los problemas cuando no los vemos parece que no están, asi que...atención a la alcantarilla. A destaparla de problemas y que todo fluya. Como el agua.
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Nosotros, simulando ser nosotros

1 comentarios lunes, 18 de enero de 2010
Para las mujeres una fiesta es un acontecimiento donde disfrutan el estar en un ámbito, vestidas no como habitualmente, y con una cierta capacidad, encima, como para elevarse por sobre eso y sacar una radiografía de todo y todos.

En los hombres en general esto es diferente. O al menos en mi esa vez lo fue. Me negaba a comprarme un saco, desde mi escuela primaria no quise usar más, presentándome a todas las fiestas con camisa azul, blanca o celeste, dependía mi ánimo. Y aun a riesgo de ser confundido con un mozo de la celebración a la que iba, no quería un saco.


Pero estaba acorralado por las circunstancias: a finales de julio estar sólo con una camisa no combinaba con la semana previa que fue un cubito de hielo, demasiado fria. Me mandé a una casa en la calle Esmeralda donde vendían sacos. Esmeralda pasando Rivadavia se transforma en Piedras. Brillante quien pensó en la casualidad como referencia geográfica.

Por Piedras, llegué hasta Esmeralda. Y por el saco, llegué hasta esa casa.


Necesitó el vendedor un sólo golpe de vista para darme un saco azul que me quedaba perfecto. Menos de diez minutos después, la compra hecha. Llegué a mi casa, era sábado al mediodía, y llamé a Grillito por teléfono, con más de compromiso que de felicidad. Era el saco también una exigencia de ella.

Su hermanito a la tarde tenía clases, asi quye nos juntamos en el lugar de siempre. Me dio la mano emocionada y me llevó hasta la cocina. Pusimos el agua para el mate multitudinario. Una mesa y tres banquetas completaban la escena.


Se sienta en una de ellas y me muestra un sobre. Era la invitación para el casamiento de "Juan Carlos y Victoria", a quienes no conocía. El hombre era primo del papá de Grillito y hacía dos semanas visitó la familia y prometió el sobre que ese día llegó.

Pero el detalle de tanta emoción es que cada sobre venía con la tarjeta habitual, y los que tenían hijos, para ellos, se hicieron otras tarjetas más pequeñas. Una especie de "pase especial". Y en la tarjetita figuraba su nombre y mi nombre. El hecho me llamó la atención y a Grillito la emocionó mucho.

Teníamos claro qué éramos, pero nunca lo habíamos visto escrito.


La ventana de la cocina era muy chica y la lámpara que colgaba del techo definitivamente mala, asi que ella movía la tarjeta para buscar claridad, y la contemplamos como quien ve un cuadro importante en un museo. ¡El agua de la pava hirvió y nos sacó del museo!.


Mi saco quedó colgado toda la semana previa. Era sólo una prenda. Para Grillito su ropa, en cambio, debía ser especial. La madre la acompañó a comprársela, y no quiso que vea el vestido hasta ese día. En cambio para mi una de las preocupaciones era que conocería a dos personas de entre más de 100, seguramente. Mi proverbial escasez de palabras, atentaba contra todo.


Llegado el día, lo que debía hacer era pasar por la casa de ella para todos juntos llegar. Padre, madre, Grillito y yo. Su hermanito quedó en lo de sus abuelos.

Me abre la puerta la mamá, hermosa y elegante. Le di un beso y le dije que una rosa se había fugado de un ramo (frases hechas aplicadas cuando se las necesita., Es así.).

Escucho mi nombre y me doy vuelta. Lo que sigue es lo que vi, no pude decir nada porque no me salían las palabras. Ella (ELLA) se había atado el pelo y estaba sonriente; un vestido azul pegado al cuerpo, con unos pliegues a la altura de la cintura. El largo era perfecto, o a ella le quedaba perfecto. Unos zapatos la hacían más alta que yo.


No me importaba, si yo iba con la más linda de todas.


Le di un beso y le pasé la mano por uno de sus brazos, acariciándolo, gesto que aun hoy hago con aquellos que quiero. No sé qué querrá decir. Quizás es un "gracias" a mi modo.


Era nuestro deporte mirarnos fijo a los ojos. Deporte que jugábamos muy bien. Así estábamos, hasta que subimos al auto, aquel vehículo destartalado del que hablé algunos capítulos atrás. Llegamos al salón, que para los que conocen la zona de Moreno lo ubicarán, se llamaba "Momento´s" (otro alarde de originalidad, como el Piedras y Esmeralda). El padre dejó el auto o el auto quiso quedarse ahí, ya no lo recuerdo.


Entramos Grillito y yo del brazo y con la tarjetita en la mano. La ambientación, salvo por unas telas que simulaban un cierto tono árabe, era lo habitual en fiestas de casamiento. Empezó a llegar gente y como temí, no conocía a nadie. Así que más me refugié en mi novia, en hablar con ella. Comenzamos a criticar vestimentas, cosa que se hace en toda celebración. Se apagaron las luces y aparecieron los recién casados. Ella más alta que él, primer detalle. Miré los muñequitos que van arriba de la torta y no tenían nada que ver con los originales.


Una hora y media después llegaron a nuestra mesa. El padre de Grillito me presenta como "Gabriel, un amigo de mi hija"...y yo estreché la mano del recién casado y dije " el novio en realidad, buenas noches"...me salió del alma aunque nunca hay que corregir en público, es feo. Nos sacan esa foto sentados y los novios detrás, parados. Será la foto 234 de 3000 que se sacaron seguramente esa noche. Cuando se van, le pedí disculpas al padre por corregirlo. Empezó la música para bailar y Grillito me arrastra con el brazo, pero yo quería escuchar las palabras del padre. Y me dijo "está bien, si es la verdad". Me quedé más tranquilo. Nos levantamos ella y yo para bailar y él me miró de nuevo, puso el dedo índice debajo de su ojo y dice "compórtense".


Mi saco azul me hacía sentir una pastilla de Redoxón en su tubo: incómodo. Cuando decidí sacarme, por fin, el saco, se terminó la música. Las mujeres son llamadas a sacar el anillo. Una señora muy pintada resultó favorecida. Luego el ramo arrojado lo arañó Grillito, pero una mujer más corpulenta le ganó el lugar. ¿Se habrán casado esas mujeres?.


Grillito se paraba en una pierna porque los zapatos ya le molestaban, yo quería revolear el saco por alguna ventana, muchos comenzaron a irse. Con los claros se dejaba ver el piso con cotillón, serpentinas, servilletas y demás. Fin de fiesta.


Mientras esperamos que el papá acercara el auto, nos quedamos pegando saltitos para evitar el frio. Yo estaba aun embobado mirando a mi novia, que lucía perfecta, aun saltando en un pie. Hasta que el ruido a motor viejo me volvió a la realidad.


Subimos y le pedí que me mostrara qué se había sacado en la torta con las cintitas: era un caballito dorado. "Una imagen tuya", dije. "No, debés ser vos. Al menos no es un ciervo, no tiene cuernos", dijo ella...y los cuatro nos reímos.


Arranca y el padre dice "Muy bien Gabriel"..."Viste papá...fuimos nosotros en la fiesta y no simulamos nada"..."Bueno, pero yo soy un amigo tuyo, nomás", acoté...y el padre me miró por el espejito retrovisor con la pera dura y los ojos hacia abajo...comprendí que debía callarme.

No le gustó el chiste. ¡Y no estaba simulando!.






Acotación al margen: Conviene ante fiestas programadas armarse algo así como un uniforme presentable. Si hay que llevar saco, cuidarlo de manchas (de salsa, en la primera salida de la prenda...sobre tela azul es un crimen), y averiguar si todo combina. Una mujer finalmente dictaminará, aprobando o no. Infalibles.

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El amor no tiene cura

1 comentarios martes, 12 de enero de 2010

La sabiduría popular dice que la separación de un matrimonio comienza en el exacto momento posterior al casamiento, lo que sin dudas se puede aplicar también a los noviazgos, con esas sensaciones algunas veces de inicio y final, todo al mismo tiempo. Y en nuestro caso también ocurrió la comezón del séptimo mes, ya que no año.

Cuando una discusión se parece a un embudo y uno ve irse por el fondo las posibles soluciones, que uno quiere, aun a costa de perder su postura, la sensación es bastante amarga. En la guerra de querer tener razón en general la razón pierde, y gana el que dice y grita más y mejor “su” verdad. Recuerdo los efectos más que las causas de la pelea. La recuerdo a Grillito enfurecida, personalidad tenía y mucha, y a mi tratando de bajar decibeles. Ella me exigía algunos cambios, ciertas reiteraciones volvían todo mecánico y sin mucha sorpresa, más allá de tener bastante actividad. Seguíamos yendo a Capital aunque más espaciadamente, seguía yendo a la maestra particular y a la vez dando clases como hoobie, y seguíamos repartiendo bastante bien el tiempo entre nuestros respectivos colegios y las tardes libres. Quizás fue todo esto lo aburrido y yo no lo noté, es posible. Me pidió un tiempo para pensar y lo que sigue es muy parecido a las comedias románticas más baratas que Norteamérica puede brindarnos.

Me empezó a ir mal en el colegio, y como encima no faltaba, más se dejaba ver mi caída al vacío de las notas malas. Tampoco me importaba mi aspecto y comencé a tener el pelo algo más largo. La caída del imperio duró exactamente 43 largos días. Y durante ese tiempo seguí yendo a la particular, cada vez con más razón, y ella llevando a su hermanito. Yo le hablaba y ella no respondía nada, rebotaban en una pared mis palabras.

La situación me ponía muy mal porque en mi no encontraba solución si la otra parte ni siquiera quería escucharme. Pensaba en eso, mirando un punto fijo de la mesa de estudio, perdido en mis pensamientos más pesimistas y de pronto una palabra me sacó de aquello: seminario. En realidad luego deduje que escuché cualquier cosa, que la palabra era seminarista. Un chico habló de eso y de la promesa de traer unas hojas sobre el tema al otro día. Y 24 horas después paré un poco mejor la oreja y lo que trajo fue una especie de cuestionario con una larga, muy extensa introducción que atentaba contra todo interés. Aun de esa manera, leí el texto.

El cuestionario era de cuatro hojas y era referido a la familia, la conformación y las convicciones religiosas. No las sentí invasivas y estaban bien formuladas. El muchacho lo consiguió en una clase de catequesis y contó que en misa pidió algunas copias para entregar cuando fuera a su maestra particular. ¿Hace cuánto que yo no iba a misa?. Mucho tiempo. Me formé en colegio religioso y tuve luego cierta prudente distancia, no por mala enseñanza sino por descreimiento general, nadie clavado en la cruz tenía la culpa de eso. Leer esas preguntas ya me había sacado de la monotemática postura de estar triste por un motivo. Volviendo en tren leí la introducción de nuevo, que no salía de aclaraciones acerca de lo que el texto no quería hacer, o sea convencer.

Llegado a mi casa contesté las preguntas. Tres renglones en líneas de puntos había debajo de cada pregunta, y ese espacio parecía poco. Me entretuve bastante por unos 25 minutos, riéndome de mis propias respuestas. Hay veces que poder salirse de la acción y verse uno leyendo y respondiendo algo es muy loco.

Pasados otros dos días, volví a ver al muchacho en clases. Era más alto que yo, teniendo menos edad, su ropa parecía muy limpia, que por alguna causa uno asocia con orden. Me dijo que no aceptaría que yo le diera el cuestionario porque eran respuestas personales. Que se daría una charla en una sede del arzobispado en Moreno, abierta a quien deseara ir a escuchar. Era un sábado a la tarde y no me significaba gran esfuerzo. Conservé el cuestionario un par de días más y ese sábado enfilé rumbo a la sede. Cometí el error de icuestionario, r sin preguntar mucho y al llegar el lugar era amplio aunque con una sola puerta principal.

Me puse ahí, esperando que la gracia divina me abriera, ya que no veía ni timbre ni campana, ni nada sinónimo de aviso de llegada. Cuando se me ocurrió golpear las manos, alguien me vio y me abrieron. El lugar era agradable, de techo bajo, algunas inscripciones en carteles que ahora no recuerdo qué decían, pasillo mitad para abajo en madera, mitad hacia arriba color crema. Dos salas con varias personas pero nadie con sotana o Biblia en la mano, como creí encontrar. Busqué entre tantas miradas a la única que conocía, la del muchacho que iba a clases conmigo y nunca lo vi.

El murmullo de gente hablando bajo me hizo clic, y me empecé a preguntar qué hacía yo ahí. En eso estaba cuando me saludan con un apretón de manos. Yo respondo mientras pensaba en cómo y dónde entregar el cuestionario, o en su defecto adonde dejarlo olvidado…

La persona que me saluda amaga a quedarse pero no tenía diálogo conmigo, ni yo tema…sensación frustrante. Viene otra persona quien me da también su mano y mira las hojas que tenía. Lo aparté y le pregunté en voz baja si sabía que se debía esos papeles entregar o hablar algo con un encargado…quería ver quién recibía lo que yo venía a dar, y hasta donde llegaba con mi locura, a esa altura. Me miró y me dijo algo así como que eso no era un juego y que debía primero saber desde mí, qué quería hacer y luego embarcarme en la tarea…no me lo dijo en esos términos, pero es la idea principal.

Yo lo miré como sabiendo hasta donde debía llegar, y las convicciones incipientes terminaron ahí. Porque tenía razón. Y además, porque yo estaba demasiado interesado en otras cosas a solucionar, antes. Me miró y se fue, como quien sabe que dio sentencia, con aire de superior. Yo miré el mar de gente desconocida y me mandé para la salida, o sea la entrada. Doblé las hojas en vez de en dos, en cuatro. Las puse en el bolsillo y seguí como hacía tres días atrás…pensando en Grillito.

Tuvo mucho de positivo ese paso en falso, esa ilusión que no fue. Porque volví a la Iglesia y a la vez, empecé a creer un poco más en mí. Ambas cosas no se enseñan, se hacen con ganas, nada menos. Reconozco cierta asignatura pendiente con el tema que resolveré de alguna forma, pero la manera ni yo la sé. Poder seguir un camino implica saber que un final está bueno, que es aquello que deseo, pero a la vez me aleja de lo que me da seguridad. Un lindo dilema que siento que se me dará ahora, o quizás nunca. Pero que anda dando vueltas en mí.

¿Cómo terminó la historia?. Y, al igual que las baratas comedias americanas, con el regreso del amor a la pareja. Grillito comenzó a hablarme y yo acepté ciertos cambios en las cosas que hacíamos, para que no sean reiterativas y algo más originales.
Aunque ser cura hubiera sido como solución, algo bien original. Sin dudas.





Acotación al margen: La tarea de hacer libre una elección, la que fuera, no implica dejar en libertad absoluta a la persona, sino ofrecerle opciones para que elija. Y entender que funcionamos mejor no por imitación, sino por convencimiento. Si estamos convencidos gozaremos el triunfo y las derrotas nos dolerán también, pero al menos son de quien está convencido de un camino.
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Una, vos, en el teléfono

1 comentarios lunes, 11 de enero de 2010

Las personas menores de quince años es posible que no sepan como había que hablar por teléfono cuando otras personas tenían quince o veinte años, en este caso yo. Era realmente una proeza el simple hecho de comunicar algo, y también menos dependiente del sistema terminábamos siendo. Un compañero de primario si quería hablar a mi casa en Provincia de Buenos Aires debía marcar nueve números, muchos menos que ahora en general pero, claro, era a disco y se cortaba en medio del eterno ir y venir del dedo anular por el aparato.

Esta dificultad volvía importante la comunicación cuando se daba, a veces no diariamente. No había locutorios hace 15 o 16 años, estaban los teléfonos públicos que con suerte andaban. Y los cospeles. Para hablar con mi novia desde Moreno, lugar donde vivía, debía ir hasta la sede de la vieja empresa de teléfonos (ENTEL) y en la puerta había seis de ellos, públicos en fila, donde la gente hablaba. Si la llamada se lograba eso “comía” un cospel, el resto duraban unos tres minutos cada uno.

La extensa introducción quiere significar lo importante que era una simple llamada, tenía otro valor hablar media hora con alguien, y no me refiero a lo económico. Yo hablaba con mi novia mientras la fila de personas iba aumentando y así yo esperé también mi turno antes.

¿De qué hablaba?. Supongo que de los mismos temas de novios que todos, pero sumada una dificultad: su teléfono estaba en el comedor y no brindaba privacidad en cuanto a temas y diálogos, con lo cual creamos un código de palabras clave que significaban otra cosa, pero servía para entendernos. Hablábamos los días lunes como para organizar ya la semana en cuanto a vernos o a donde nos encontraríamos.

Usaba el teléfono para con tres personas durante algún tiempo: mi madre, Grillito y Morena. En el orden que se prefiera y la duración que hiciera falta, las tres se llevaban mi tiempo y los cospeles.

He vivido situaciones tragicómicas. Como en los saqueos de 1989 en donde los padres pasaban a buscar a sus hijos por la escuela, ya que las autoridades alertaron mediante aquellos teléfonos públicos que nombré antes, porque no poseían línea fija, créase o no. Se me ocurrió preguntar si tenían el número del trabajo de mi madre (que era en Capital, a 30 kilómetros) y me dijeron que no, pero que ya se les había avisado a todos y no se volvería a salir.

El portero consiguió un poste de madera y lo atravesó a la puerta principal, que era la entrada de autos de una casa vieja, ahora colegio. La situación era de nervios y todos los chicos, de a uno, se fueron yendo. Me ofrecí a ir hasta los teléfonos públicos, si eso los hacía felices, pero me dijeron que su responsabilidad era que no saliera. Encima fue un martes y tenía séptima hora, con lo cual me quedé hasta las seis de la tarde con otro compañero, se ve que nuestras madres no habían sido avisadas.

Cuando salí no había nadie en la calle, a medio oscurecer porque fue a fines de junio. Viajé en el tren con las puertas abiertas de los dos extremos hasta mi casa.

Ni bien llegué mi madre me contó que estaba hacía 20 minutos, y que se la pasó llamando por teléfono al colegio. “¿Qué numero? Si el colegio no tiene número?”, le dije. “El número que me dieron el día que te inscribiste”, me dijo…y claro…era el número de otro colegio y no del mío…se inscribió a todos los alumnos de una escuela nueva en otra como sede, y lo que tenía mi madre era un número de esa escuela y no el de la mía. Genial.

También Morena fue una voz en el teléfono. Ella era fanática del programa de Alejandro Dolina, yo se lo recomendé para que lo escuchara, a ambos nos gustaba. Quise realizar la sorpresa de llamar por teléfono y dejar un mensaje para ella, tarea complicada porque llamar a una radio todos al mismo tiempo seguramente me costaría. Cuando terminó el primer bloque del programa me fui hasta el comedor de mi casa, me senté en el piso y empecé a marcar, pero siempre daba ocupado.

Lo intenté, con el teléfono a disco, 28 veces, contadas. En la última también me daba ocupado. Estaba acercando el tubo a la base y escucho que atienden. Suerte la mía. Pidieron mi nombre y me dijeron “Mirá que Alejandro selecciona a su vez todo lo que le mandamos, así que tenés que ser original, sino es complicado que lo lea al aire”. E improvisé algo que se me ocurrió en el momento, sobre los ojos y la luz de la luna, que reflejaba ya no sé qué cosa…era algo naif y bastante malo a mi entender.

“Lo llega a escuchar Morena y se muere”, pensé. Llegó la parte de los llamados y leen varios hasta que justo Dolina lee mi mensaje…primero recita lo que yo hice a las apuradas en ese momento y luego dice mi nombre. Lo remató con un “mirá Gabriel, eh”…que me sonó a triunfo. Me fui a dormir contento. No la quise llamar a su teléfono siendo casi las dos de la mañana, prefería escuchar su alegría después..

Y al otro día, era un jueves, llamé al mediodía. La saludé y le dije “¿Y?”…¿y qué?...”Qué me decís?”...¿de qué?...”del llamado, Morena”…¿qué llamado?...”¡el que hice al programa!”…me quedé dormida…

Pero había una opción de emergencia. Yo grabé todo en un cassette TDK y lo había llevado, así que se lo di y ella me lo agradeció, sin mucho entusiasmo. Tuvo consigo la cinta un tiempo largo. Empezó una discusión muchos años después alguna vez acerca de mis actividades y del poco tiempo que a ella le dedicaba y de pronto veo en su mano aquella cinta del programa de Dolina. Pasó de estar enojada conmigo, a estar enojada con la cinta. Abrió la caja, lo sacó al cassette y también a la cinta. La tironeó con las dos manos y la rompió. Vi eso y me fui sin hablar, casi.

A la semana me pidió disculpas. Intentó la misma proeza que yo, el llamado telefónico a la radio. No se pudo comunicar nunca.
Ni conmigo en tantos años. Mucho menos a un programa.





Acotación al margen: Se dice que valoramos las cosas cuando ya no las tenemos. Pero me permito decir que ciertas veces sobrevaloramos algunas cosas dándole importancia por lo que son frente a otros, que por lo que representan en nosotros. Y acabo de dar, sin querer, una definición de “celular”. Pero, fuera del área de cobertura.


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El regalo de la novia

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Mi relación con los regalos fue problemática desde la infancia, siempre creyendo que eran objetos a querer sin haberme preguntado antes. La duda, el apresuramiento, cierta presión en ser original, son los inconvenientes cuando hago regalos. Y para completarla: soy poco aceptador de presentes. Me incomodan.

Grillito daría fe a mis dichos. Regalo nunca era sinónimo de sorpresa, ya que siempre terminaba preguntando qué cosa quería además de plantearle varias opciones para que elija. Soy un creyente en los gestos más que en los regalos fijos anuales. Prefiero sentir que lo hago con alguna razón de momento, en general por agradecimiento. Dentro de esos términos me siento mejor. Hay situaciones de caballerosidad podría decir, en el que un presente no debe llamarse regalo.
Siempre digo que caballeros hay pocos, y hombre es cualquiera.

Mi novia cumplía años el 15 de enero. Por la fecha ya podíamos descartar varios presentes, empezando por bufandas y guantes. Como cumplía en mes de vacaciones, solía celebrarlo el 15 de marzo ya con las clases iniciadas y junto a sus compañeros. El regalo “oficial” debía entonces, ser en esa fecha.

No había percibido en lo que me decía una gran pasión por algún objeto que pudiera querer. Así que una vez que fui a la casa me puse a mirar detenidamente en su habitación cosas que dieran alguna idea. Tres estantes repletos. Libros, carpetas, fotos, muñecos, tarjetas…lo único repetido eran las revistas de “Patoruzito”, que me llamaron la atención porque hacía tiempo que no veía una.

No había otro objeto en cantidad, sólo ése. Me puse en campaña y en el kiosco amigo conseguí unas quince revistas de Patoruzito. No las quise leer para no marcar las hojas. Compré una caja color metal y le pegué unos stickers de unas flores. Luego la llevé a una librería y pedí que le pusieran un moño de color azul para que luzca más importante. Dos días antes ya tenía el regalo listo.

Esperé pacientemente. Y el quince por la mañana fui hasta la casa. Sabía que estaba en el colegio y no ahí. Saludé a los padres y sobre la cama de la habitación dejé la caja, además de una tarjeta con lindas palabras que sólo digo cuando estoy enamorado. ¡Difícil que me gusten leerlas en otro estado!.

Miré esa habitación siempre ordenada y con todo en los extremos, vacío al centro. Vi que las revistas ahora estaban sobre unas cajas cerca de la cama. Entendí que las estaba leyendo, mi regalo era genial.

Salía ella unos 20 minutos antes de yo entrar a mi colegio, así que fui a saludarla por su cumple ahí. “Tu regalo te lo debo”, le dije mintiendo. “¿A la tarde pasás por casa?”. Dije que sí. La saludé con esos besos largos eternamente queridos. Me di vuelta para irme, hice tres pasos. “Ay, no…mirá, le había dicho a mi viejo que ordenara de una vez sus cosas y lo hace hoy, si querés pasame a buscar y vemos para donde vamos”. Yo asentí. “Porque va a poner en cajas todo…hasta unas Patoruzito que juntan tierra en mi pieza, no sé qué hacen ahí”…

Yo abrí los ojos como quien lee la factura de teléfono de una casa con hijos…tragué saliva. Y pensé en la caja con el moño enorme azul en medio de la cama…en realidad pensaba ya en cómo deshacerme de eso. Me fui caminando y razonando opciones. Pensé en faltar a clases, buscar la caja antes que ella para luego ver un regalo de emergencia. Luego en llamar al padre para que saque la caja y la esconda. Finalmente fui al colegio. Grillito vio mi cara de espanto indisimulable y algo intuyó. Me fui maldiciendo el momento de haber decidido sin antes consultar. Un infortunio visto como un drama, ahora me reiría.

Estuve en la escuela pero con la mente sólo en esa bendita caja, aunque ya no podía hacerla desaparecer, la debió haber visto. Cuando salí caminé derrotado las 12 cuadras hasta su casa. Llego y saludo como si nada. La veo y me dice que podíamos quedarnos. Me hace pasar a su habitación, y en su cama la caja, aunque sin el moño. La miré y se sonrió. No sé por qué, pero me puse colorado. Me rasqué la cabeza y la miré algo desconsolado. Me dijo que cerrara la puerta. Detrás, pegó una hoja que decía “te amo” y unos corazones dibujados….

Como extraña moraleja diré que el padre, ella y yo nos turnamos en leer todas las revistas. La caja luego guardó cartas, y el moño terminó de vincha en la cabeza de un oso color blanco, también presente mío.

Fue mi último regalo sin avisar. Por suerte la pegué después con algunos, porque tenían más cariño que sorpresa. Mi intuición siempre está en crisis.
Merecería que me regalen una nueva.






Acotación al margen: Cuando alguien no sepa qué regalar, sugiero preguntar sin vueltas al interesado y no hacerse el original dejándose llevar. “Correrías de Patoruzito” para una novia de 17 años en ese momento, no era lo más recomendable.
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Cebá mate, chau mate (Grillito secretaria)

1 comentarios viernes, 8 de enero de 2010

Sabiendo que la felicidad era algo así como mirarla fijamente a los ojos y esperar que se ria o haga alguna mirada cómplice, estar con Grillito era más que un hermoso deber. Eso se fue trasladando a todo lo que hacía, aunque nos comportábamos con eso de manera diferente. Por mi lado trataba de no invadir ciertos aspectos de ella, sus amistades, sus momentos en la escuela, quería que siguiera de alguna forma siendo como la conocí, respetarle también sus tiempos.

Pero a ella para conmigo le dejaba ciertas cosas a su gusto. Todo fuera del colegio, el horario de clases era sagrado para mí, porque sabía que si me dejaba estar podía irme mal. El rito era encontrarnos en la quinta de la maestra particular cuando ella llevaba a su hermano y yo iba a tomar clases. Seguí yendo porque la mujer conmigo salvaba el año, podía serme útil en varias materias, necesitaba su ayuda.

A veces era tal la cantidad de chicos que se mezclaban los grados y la mesa enorme se completaba con un crisol de voces de diferentes edades, que hacía que se volviera complicado enseñar y aprender. Un día la mujer no se sentía bien y la hija enseñando inglés no daba abasto con todos. Me pidió que le controlara la tarea a un par de ellos y eso hice…me senté y expliqué algo de matemática, era de un chico de la primaria…y empecé a mirar todo el cuaderno. El me vio tan curioso retrocediendo hojas que me preguntó dudas que había tenido y yo se las fui despejando.

Quedé contento con eso cuando otro de la mesa me pidió que mirara su cuaderno, y otro más…y la verdad es que me gustó saber que podía explicar al modo de ellos algo que no entendieran. Nunca tuve esa enseñanza, ya no digo personalizada. Alguien al lado de mi puede todo un día explicarme la regla de tres simple y yo no entenderla si la manera no es la correcta. Había que escuchar y ver por donde venía la duda y listo.

La hija de la señora me vio que me hacían caso los chicos, tomó nota. Y cuando me iba la maestra y ella me propusieron si no quería ayudarlas aunque sea con esos dos alumnos, me dijeron que me veían bien para eso, con paciencia, además me llevaba bien con todos los chicos de menor edad. Les dije que lo iba a pensar y al otro día respondería. Lo consulté con Grillito y también con mi almohada. Mientras no me significara un descontrol horario que interfiriera mi colegio, no había problema. Y acepté. Esos dos fueron mis primeros formales alumnos.

Estaba más nervioso que ellos, pobres chicos. Pasé de quedarme una hora a quedarme tres o cuatro horas porque además de lo mío debía enseñar. Mi novia comprendió todo ese momento de cambio y se quedaba conmigo, a veces volvía a su casa y aparecía al rato, era la encargada del mate, un rito ahí dentro. Yo soy gran tomador y pésimo cebador, lo pueden confirmar mis actuales amistades incluso. Por lo cual alguien que preparara era sin dudas bienvenida, ella lo hacía excelentemente.

Fue otra manera de pasarla juntos, no soñada ni solitaria justamente, pero que nos servía para conocernos. Ella se sentaba en un sillón algo viejo y veía cómo daba clases, iba alcanzando el mate para que tomemos los “docentes”, lugar en donde ahora el destino me llevaba. Pero seguía pensando en que ayudaba a las verdaderas maestras, yo no lo sentía.

El comedor de la quinta tenía la mesa en el centro, ocupaba el ancho de la sala generosamente, y tenía tantas sillas como alumnos en ellas, no menos de 15 en general. Se imponía una división entre los grandes y los chicos que evitara primero desorden y luego inconvenientes entre distintas edades.

Había un pasillo con tres puertas. De frente, la del baño; a la izquierda la habitación de la maestra, y a la derecha una sala que se usaba como ropero virtual…ahí los chicos dejaban sus cosas hasta que terminaban de estudiar. Y Grillito fue la de la idea…si se despejara un poco..si se pudiera hacer una biblioteca específica contra una de las paredes, se me ocurrió a mi…planteamos la idea y no hubo mucho entusiasmo, pedimos tiempo para llevarla adelante. La mesa ya estaba. Compramos unas cortinas color crema muy lindas que no taparan la luz de la única ventana de la habitación, algo alta y de madera.

El piso, también de madera, se enceró un sábado, quedó muy bien. Y las paredes lucían igual aunque las limpiamos bastante. Mientras yo daba clases Grillito separó manuales de primaria del resto y los acomodó en los estantes. Hicimos una caja forrada en violeta en donde los chicos debían poner los lápices cuando dejaban de usarlos, enseñarles a hacer eso. Y en una tarde compramos telgopor e hicimos una precaria cartelera con horarios de chicos y los avisos de pruebas. La estrella era un ábaco grande, hecho con pelotitas de telgopor, cuatro alambres y sostenido en maderitas viejas de una silla aun más vieja. Tenía ingenio, Grillito.

En casi cuatro meses cambiamos bastante el aspecto de todo, ya estaban los chicos separados y en orden, y llegaron más alumnos. Yo hacía las cosas sin razonarlas demasiado, creo que con el tiempo lo valoré, no me detuve a ver lo que hacía, me dejé llevar y no me arrepiento. Grillito era como una secretaria, incluso era compinche de los chicos, nos veían ellos como dúo de estudio, lo cual ayudaba también. Fue una hermosa etapa que como dije, valoré mucho después. Cuando estaba dentro de eso me sentía cansado, cumpliendo todo el tiempo, sintiendo que no llegaba a hacerlo bien. Y sin embargo estaba equivocado. Jugábamos con los lápices a los palitos chinos cuando terminaba la clase, y aquello era terapia, despejar la mente un poco. Hasta en el colegio me ayudó porque no me llevé materias y dentro de todo mi nivel era el del promedio.

No tengo alma de maestro de escuela, si bien me gusta estar en contacto con los chicos cuando puedo, me llevo bien, me siento un poco ellos en sus cosas, me traslada a mi infancia, lo disfruto. En cada uno que no sabía sumar me veía yo, que me costó horrores. Las explicaciones de las maestras pasaban rápido como aviones y no volvían. Así que alguien necesitado de una explicación salvadora lo podía leer en los ojitos.

Sin mi novia no me hubiera salido igual, aunque no le quito méritos a lo importante: los mates eran excelentes.





Acotación al margen: Si van a una maestra particular y no les sale una sola palabra para decir, entreguen a sus educandos el cuaderno…es el espejo del ánimo del alumno…todo habla de un chico…sus aciertos, errores…hasta los agujeros en las hojas de tanto borrar…todo. Y el maestro no es el Mago de Oz. Acompaña al chico hasta las orillas del Mar del “ahora lo entiendo”…después nadan solos.
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Practicando en la Iglesia

5 comentarios miércoles, 6 de enero de 2010

Un hecho se vuelve extraordinario y tapa a otros hechos, los minimiza, los vuelve aburridos incluso. Cuando uno se enamora todo lo demás es relativo, no me importaba nada…yo creo que si hacía fila y tenía el número 100 e iban por el 2, no me molestaba…en la cabeza tenía un tema para entretenerme.

Lo bueno es no tener que andar aclarando posturas personales, eso no pasa cuando se encuentra a quien lo interpreta a uno, y a mi para con ella me pasaba lo mismo. Así que la relación no era de estar todo el tiempo juntos ni de distancias prolongadas. Un medio camino entre ambas posturas era suficiente, como un acuerdo tácito.

A las tres semanas me presentó a sus padres. Los recuerdo muy amables, a él lo conocía del auto y su música a todo lo que daba. A la madre no y me cayó muy bien, me dejó un espacio de confianza que yo tomé con cariño y cuidado, dejó también que la quiera. Con su hermano ya tenía relación de verlo en donde se hacían las clases particulares. Era realmente el fruto de un montón de lindas cosas, Grillito.

Como mi vida fue y es viajar todo el tiempo, no fue esta la excepción. Porque ella no conocía prácticamente Capital así que aprovechamos ese verano y las vacaciones de invierno posteriores para poder visitar lugares, que ella no conocía. Éramos adolescentes pero juntos bastante chicos aun, o eso nos hacía sentir mejor. Nos reíamos bastante, combinábamos mi sarcasmo y su ironía ante la vida más que bien.

De visitas pasamos a encuentros. Y la diferencia era que cada momento servía para disfrutarlo y prepararse bien cuando íbamos a Capital. Yendo al cine, dentro de cosas raras llamadas Shoppings. O a museos…me agarró una especie de fiebre de ir al Centro Cultural Recoleta y ver qué se exponía y durante un mes y medio una vez a la semana pasábamos.

Me sentía bien yo pero sabía que para ella era relacionarse con cosas que nunca hasta ahí le habían ocurrido, veía esa carita de asombro ante lo nuevo, Capital en si lo era para ella. Creo que con los meses pasamos de aquella alegría adolescente a tomarnos en serio lo que ocurría y actuábamos como para sentirnos satisfechos de lo que pasaba con nosotros.

Sentía que me comportaba con el tiempo como si tuviera más edad. La llevé a cenar varias veces a buenos restaurantes, pero salíamos rápido para que no se nos hiciera tarde, no había gran sobremesa, quizás eso valía más que la cena en si. Me sentía realizado en verla feliz, y útil dentro de todas esas actividades que los dos hacíamos.

Un día hicimos recorrido de Iglesias como si fuera un circuito, era invierno y hacía mucho frío con viento. Tenía Grillito una bufanda blanca de lana, angosta pero mullida, que le quedaba muy linda. Yo con mi campera enorme parecía el muñeco de Michelín, pero bueno…la cuestión era la recorrida católica y turística, no conocía ella Iglesias de la zona. Dejé para el final la más importante, la Catedral. La hice entrar por el costado, para que pudiera ver el Mausoleo de San Martín y el eterno e inoxidable grupo de granaderos que están ahí sin moverse durante horas. Luego volvimos a la entrada principal. Las puertas de la parte del medio estaban de par en par abiertas y entramos por ahí. Nos quedamos mirando todo detenidamente, ella revoleaba los ojos para donde podía, era todo asombro. Los bancos en fila, con orden, el pasillo central que de atrás parece algo angosto pero es ilusión óptica.

Supongo que por eso, por ilusión, la agarré del brazo, no lo pensé antes ni era una estrategia, fue impulso. La miré y le dije a los ojos “¿practicamos?” y no esperé la respuesta. Puse mi mano en su brazo y lo acaricié, quedaba caminar nomás. Y arrancamos con rumbo al altar. Había tres o cuatro personas rezando, eso nos daría menos vergüenza, ella temblaba. Caminamos y comprobé lo eterno que es el llegar hasta adelante, ir con otro implica coordinar ganas y movimientos, supongo que el matrimonio son también esas dos palabras. En 30 metros o más debo haber respirado dos veces, quizás tres. Y ella no sé si respiró.

Creo que llegué cansado adelante de todo. Ella no me soltaba el brazo y la miré, estaba blanca como su bufanda. Se soltó y me miró. Yo la vi con su cara de miedo y terror, no había mirada que contuviera a esa chica. Se tomó la cara con las dos manos y se puso a llorar. Yo me sentía mal, creí no hacerle bien. Mi complejo de culpa iba ganando terreno. Seguíamos frente al altar en la Catedral con poca gente. Ella llorando desconsoladamente y yo con ganas de meterme bajo los mármoles del piso.

Fueron casi dos minutos de sentirme mal hasta que me miró y me dijo “gracias”. Nos sentamos en un extremo de los bancos, su llanto retumbó en la Iglesia con ese eco tan particular. Ya empezaba a calmarse y apareció, de la nada, un cura. “¿Están bien?. No quiere ella un poco de agua?”…no, Padre, muchas gracias, dije…ahí comprendí que reírse o llorar, una cosa es cuando estás en tu casa y otra diferente si estás en otro lugar.

Me preocupé en que no se haya sentido mal de verdad y se lo pregunté con el tiempo. Me dijo que fue de lo más extraño que le pasó alguna vez, que fue mágico pero que la emoción tapa todo. Que se sintió mal de verme a mí sentirme mal.
Por las dudas, evité volver a llevarla a Iglesias, suspendí las prácticas del brazo. El altar igual, nunca llegó. Ya se enterarán.




Acotación al margen: Para evitar inconvenientes siempre es preferible preguntar antes de actuar, no soy ya a partir de lo ocurrido gran amigo de las sorpresas. Conviene ir por lo seguro. Y ver si el otro siente lo mismo. Eviten en lo posible que las mujeres lloren ante una sorpresa, es demoledor y angustiante.
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Aquel grillito tan lindo...

3 comentarios martes, 5 de enero de 2010

Retroceder para luego avanzar, de eso se trata cuando se quiere narrar algo que le pasó a otros o a uno, dependiendo eso las cosas se cuentan más reales, más crudas. Veré qué sale de esto y cómo se lee la historia escrita, hasta para mi será una sorpresa. Con el lector llegaré a la conclusión al mismo tiempo.

Mis dotes estudiantiles siguieron tan claras en secundaria como lo fueron en la primaria. Un alumno bastante regular. Y el término regular es porque aun cierto cariño me tengo en el diagnóstico. Tratando de evitar en primer año (cuando por tercera vez lo hice) que no me pasara de nuevo lo de llevarme materias como chicles a la boca, pregunté a compañeros por alguna maestra particular.

Yo viviendo lejos de donde era el colegio, consulté a ver si había alguien por la zona. Y me recomendaron a una mujer que daba clases en su casa, una quinta que por donde el colegio estaba es bastante común. Me vio de arriba a abajo y me aceptó. Comencé a recibir información de matemática (no podría decir que aprendí, mis neuronas rechazaban los números) y todo empezó a normalizarse. Llegué sobre finales de año, conocí gente nueva, aprendí a convivir en una mesa grande con otros 10 que también recibían atención, fue todo experiencia.

Se hicieron las vacaciones y yo comencé a ir ya sin obligación. Si bien era bastante lejos de mi casa, ir no me hacía mal, estaba cómodo y me ponía a ver cómo daba clases esta mujer y su hija, a chicos que no eran sencillos, ahora tampoco lo son, siempre es complicado. Un día de enero faltaba uno de los chicos, de unos siete años, y se lo esperaba así se comenzaba con el aprendizaje general, era por grupos. Me fui hasta la puerta sin que me lo pidieran para poder ver si el chico venía…en eso escucho de lejos, sobre la izquierda de la calle, una música…era “Rapsodia bohemia” de Queen y a los segundos un auto absolutamente destartalado trataba de hacer equilibrio en la calle de tierra, levantando polvareda, eran las dos de la tarde y hacía un calor infernal.

Viene hacia la puerta, se detiene, apaga la radio, se bajan de atrás el chico en cuestión y otra chica más grande, que parecía la hermana. La vi y abrí los ojos, primero porque pensé que la conocía de antes y luego comprobé que no, que me generó esa sensación pero que no la había visto jamás. Con una de sus manos sobre el hombro del hermano me dijo que volvía en dos horas, le dije que si…creo que le dije que si, estaba como obnubilado. Hice pasar al chico y me quedé en medio de la ligustrina de la entrada, viendo cómo se subía a ese auto destruido y partía en compañía, suponía, del padre de ambos. Dicen que los niños no mienten. Cuando volví la señora que daba las clases me dice “¿qué te quedaste haciendo que tardaste tanto?” y el nene que recién llegaba le dice “se quedó viendo a mi hermana”…juro que odié a ese muchacho mucho tiempo.

Pero no le faltaba razón, me había quedado viendo a alguien que me hacía sentir feliz, era de rasgos delicados, de mi estatura, pelo negro, se rió cuando la saludé al venirlo a buscar al hermano. Temblé con la voz, como me pasa siempre que algo o alguien me impacta, y balbuceando comenté algo así como si ella vendría a traer al hermano todos los días y me dijo que si.

“Nos vemos mañana”, le dije, en lo que para un tímido es un verdadero acto de arrojo.

Por semanas fuimos hablando de a poco y cada vez más, yo de aspecto era otro (mucho más flaco, acorde a la ridícula época del gel en la cabeza, las pulseras fluo y ropa de colores estridentes). Estudiaba en otro colegio diferente al mío, era privado. Yo pasaba a segundo y ella comenzaría primer año. Vivía a unas 15 cuadras en línea recta, me dijo. Que su hermano tenía problemas para estudiar, que era muy liero, que ella no, que era muy aplicada y delegada en el primario (no sabía hasta ahí que las escuelas tenían delegados en los grados, o por lo menos en la escuela de ella).

La quinta era grande y con habitaciones bastante lindas, pero la cocina era el ámbito más pequeño, ahí estábamos todos los días, tomando mate y hablando de cualquier cosa. Hasta que le dije que quería que fuéramos novios, bajó la cabeza, se rió y me dijo que si…¡estaba yo tan contento y no podía expresarlo mientras la mujer daba clases! No sabía a quién decírselo, a ella le pasaba algo igual. Nos bancamos que terminara la clase mirando cómo era, con cara de nada y ella llevó a su hermano a la casa. Yo me quedé en la quinta y al rato ella volvió.

Tomamos unos mates más con la señora y nos fuimos los dos. Y así daba inicio uno de los lindos momentos de mi vida, creo que formalizar primero ante el otro y luego públicamente o ante algunos, son momentos de una gran satisfacción interior. Uno se siente, quizás falsamente, realizado como persona y quiere hacer sentir de igual manera al otro. Hay seguramente otras instancias en donde se haga valer la condición de uno, pero cuando se está enamorado es muy especial.

A los que iban a su colegio le decían los grillos por la vestimenta verde que llevaban, así que como ella era chiquita y alta le decía “grillito”.
Siendo yo tan racional, no pensé en nada ni nadie más, y eso incluía al colegio. Fueron dos o tres hermosas semanas de anarquía mental. Estaba enfocado en sólo estar con ella, disfrutar y que pasara así. El sopapo vino cuando hubo que rendir, estuve sin dormir pero pude aprobar todo sin llevarme nada a diciembre siquiera. Comenzaba un equilibrio que mantuve los dos años de relación, con cuestiones que algunos de mis conocidos leerán y mantuve sin decir, y creo que todo salió bien. Fue enriquecedor y fue también complicado, pero de movida, el grillito era toda mi vida. Habrá más.





Acotación al margen: Conviene no explicarse a veces qué razones lo llevan a uno a comportarse de manera diferente a como somos en general. Hay circunstancias y momentos que nos piden de nosotros otra cosa, hay que saber también verlo. Los metódicos, racionales y estructurados también son alcanzados alguna vez por algo raro llamado sentimiento. Y de raro pasa a genial.
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Morena, a lo Sherlock (fin de la saga)

5 comentarios lunes, 4 de enero de 2010

Creo en la amistad entre el hombre y la mujer pero aun por sobre eso hay algo: el sentido común aplicado a todo lo que hagamos. A veces sostenemos pensamientos solo por ser nuestros y a veces lejos están de ser adecuados. Hay que saber ubicarse.

Estábamos mi novia y yo (ella será protagonista de los capítulos que siguen) y teníamos la clara sensación de ser observados. Sin señales claras, ni siquiera ver algo extraño. Era sentir que adonde íbamos a alguien también le importaba.

Casi dos horas de viaje para estar en Capital sólo tres, en general era así. Visitábamos muchos lugares, para algo me sirvió haber cursado el primario tan lejos, al fin. Conocía bastante Capital. En uno de esos viajes fuimos a un bar, Corrientes casi nueve de julio, aun lo recuerdo. Entramos y pedimos para tomar. Y de nuevo la sensación de vigilancia. Mi novia y yo nos mirábamos pensando ya que estábamos locos. Decidí darme vuelta y mirar directamente mesa por mesa sin disimular nada.

Mi novia de izquierda a derecha, yo de derecha a izquierda. Gente de mayor edad que nosotros (teníamos cerca de 20 años en ese momento), nada extraño. Pero en diagonal a nuestra mesa, bien en el extremo de la sala, una mujer de costado, no de frente a nosotros. La miré. Pelo atado, camisa algo arrugada y grande, una carpeta y cartera arriba de la mesa, anteojos negros algo chicos.

Me salió del alma: dije “Ay, no”…y mi novia buscó adonde yo miraba y dejé que la nombrara ella: “Morena”.

Estaba más sorprendido que molesto, y mi novia sentía exactamente lo contrario.

Me levanté para ir a la mesa. Cinco eternos segundos, quizás diez. Bullicio de bar, yo no sabía qué iba a decir más allá de mi cara de indignación. Llegué y no me miró a los ojos. Apoyé la mano en la mesa y dije “buenas tardes”. Como no respondía le dije que no la entendía, que me dejara en paz. Conmigo podía meterse pero con mi novia no. Seguía sin decirme una palabra.

Francamente no era aquella que me escribía semanalmente. Aquella aun con intromisiones se metía mucho menos en mis cosas. A la vez sentí pena, reconozco que está mal y en general hace que tenga cierta visión condescendiente y pierda objetividad. Al fin y al cabo era mi amiga, no me salía mandarla al diablo.

Así que apliqué la solución simple. Llamé al mozo, pregunté cuánto era y pagué lo de ella. Le dejé el dinero arriba de la mesa. “Tomá y chau”, le dije. Me di vuelta y enfilé adonde yo estaba. Y con unos metros ya avanzados Morena dice “Te estoy queriendo mal, ¿no?”. Esa frase la escuché de espaldas. Dudé pero no me di vuelta, seguí caminando hacia donde mi novia estaba. Le expliqué. “Ahora que se vaya”, me dijo. Y esperamos eso.

Fue la última vez que la vi hasta un año y medio después, cuando fue por mi cumpleaños a llevarme un regalo antes de irme de viaje de egresados a Bariloche (historia narrada en otro capítulo). Seguimos luego escribiéndonos cada mes o mes y medio, de cualquier cosa menos de este hecho. Actualmente nada sé de ella. Habrá seguido su camino, repleto de contratiempos, de los que sólo Morena sabrá la forma de salir.

Soy un convencido, hay cariños que matan. Queriéndome me hizo sufrir bastante, quizás en la vereda de enfrente hubiera sido más leal. Pero el cariño le otorgó impunidad. En aquel momento, haciendo de Sherlock, y hoy, que sin saber nada de ella hace años, elijo qué palabras usar para no herirla.
Ella no sé si hoy haría eso para conmigo.




Acotación al margen: Si algo duele, molesta, apena, no hay que esperar “el momento” para decirlo, Cuando lo sientan, exprésenlo. Si no, un entripado puede ser eterno.
Siempre hay solución, hay que acertar los modos. Aunque en mi caso la solución se haya llevado 12 años de mi vida.
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"Noticias de ayer"

1 comentarios sábado, 2 de enero de 2010

Compruebo todos los años reiteraciones de conductas, y no hablo de las personales o familiares cuando el final/comienzo de algo se da. Me refiero a lo externo. Se podrá tomar esto como una amarga queja, pero aquí va la lista de cosas que todos los santos años veo y leo.


Deseos en televisión de personas anónimas. ¡Deseos de salir en televisión!. Imagino una familia reunida para que C5N ponga su foto y debajo "Familia Palmiotti". Sentirán una algarabía indescriptible.


Conductores de programas de radio que saludan en las tandas comerciales. A las tres de la tarde saluda el de las dos de la mañana. Concluyen la mayoría con un "levantemos nuestras copas", pero mi copa nunca está cerca en ese momento.

Nota en televisión sobre el primer bebé del año. Cuando era chico recuerdo discusiones hasta por los segundos de diferencia. Pero ahora para llenar más espacio ponen "el primer bebé de Capital", "el primer bebé de Santa Fé", "Súper bebé de Ushuaia"...

Leer sobre precios de la temporada y del esfuerzo del empresariado por mantener los valores del año anterior. Después se verá que no.

Títulos. "La ciudad vacia" (¿de qué?), "Todos en la ruta", "La Terminal, un infierno" (¡siempre a fin de año lo es!)

Informes especiales reiterados. "Cómo gastar menos en el verano", "Consejos para no excederse en las comidas", "Cuando un hijo quiere veranear sin los padres" o "El alcohol, los chicos y la costa".

En el Periodismo brota cierta idea unificadora. Se cree que todos desearemos lo mismo y la realidad es que se impone. El 24 y el 31 de diciembre a partir de las 22 horas, en televisión todo es música. No porque el público arda en verla, ¡sino que se van a dormir antes los periodistas!.

"Primer turista de 2010". Y allí van todos, Reina del Mar incluída, a buscar al automovilista. Muchos especulan e intentan llegar a la medianoche. Cuando dicen "me agarró año nuevo justo en la ruta", no les creo ni un poquito.

Parte médico del Hospital Santa Lucía con la lista de heridos, en general nenes que deberían ser alejados de los padres primero y luego de la pirotecnia: corren real peligro.

Y la última, que es la que más alergia me da: "Navidad en el mundo". Conductores suplentes que ponen toda su garra para hacer brillar una fiesta en Moscú o en Taiwán, da igual.

¿Habrá un taiwanés que sea espectador en su país de "fin de año en Buenos Aires", por ejemplo?.

¿Se podrá cambiar algo de todo esto?. Forma parte de nosotros, creo que ya no. Ahora los dejo. Le salió positivo el control de alcoholemia a un hombre camino a Las Toninas y ya lo pasaron 100 veces, pero su cara es imperdible...permiso.

Ah, buen 2010. Salud, paz, respirar. Para todos.
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