El último día de Ordoñez (segunda parte)

1 comentarios miércoles, 21 de abril de 2010

Su oficina tenía las mismas paredes de durlock que el resto del cuarto, y el cieloraso le daba al lugar la impresión de cajita en donde todos estaban perfectamente ubicados en sus lugares. Se preguntaba Ordoñez qué lo diferenciaba a él respecto de sus empleados y quizás la respuesta fuera sólo esas paredes divisorias y poco más.
El apocalipsis le cayó en la cabeza y hasta fin de año, sabiendo que su despido era cosa juzgada, no se podía sentir mucho más que los que lo rodeaban, seguros de continuar en sus puestos.


Buscó su celular en el bolsillo y no lo tenía. Se sentó rascándose la cabeza y queriendo hacer foco mental en esa pérdida y no en saberse perdido él. Respiró profundo y recordó que lo tenía en la mano cuando lo invitaron a sentarse en la oficina del Gerente.


Salió en la búsqueda y pasó por el angosto pasillo de alfombra color crema con mesas y cubículos a su alrededor. Sintió que todos lo miraban tras su paso pero seguramente era lo que creía que pasaba, ya que nadie aun sabía nada de su suerte.
Llegó a la Gerencia y estaba en un borde de la mesa. Dijo “permiso” y lo levantó. El Gerente, de reojo, se dignó a mirarlo pero no a los ojos sino a sus manos, que ya tenían el bendito celular. Buscó el número de su mujer y se quedó con el celular abierto hasta que volvió a su oficina.

Se sentó y marcó el número mientras buscaba cómo empezar a decir todo ya que sabía que a nivel familiar la cosa se iba a complicar. Para su sorpresa inicial la mujer lo contuvo y le dio ánimo, casi que le dijo que lo que sucede conviene, y que por algo esto ahora pasaba, que quizás fuera una señal de cambio, de fin de un ciclo. Descubrió que su esposa parecía tomárselo mejor que el, más allá del problema que traería. Cerró el celular y se apoyó en el respaldo de la silla, satisfecho de escuchar a quien debía y como seguramente quería oírla. Llegaba el turno de informar a sus empleados.


Giró la silla para usar la computadora, abrió el Outlook y pensó en un mail colectivo que informara todo y si le venía en ganas, con detalles de la charla con el Gerente. En “asunto” puso “DECISIÓN” con mayúsculas. Escribió un par de renglones, pero descubrió que lo estaba haciendo para leerse a si mismo y no para que otros lo puedan entender, y borró todo. Apoyó sus dos manos en la mesa y se levantó de un impulso.


Se puso en un extremo del pasillo angosto y tocó con el puño una de las paredes de durlock, como para que le presten atención. Al instante un montón de cabezas se asomaron tras los cubículos y la imagen que veía Ordoñez era la de ojos asombrados de parte de todos. Carraspeó un poco. Movió las piernas como quien empieza una maratón larga, y dijo lo suyo.


“Para no andar con vueltas y antes de que puedan saberlo por otro lado, estuve hace un rato en la Gerencia y me informaron que me adelantan la jubilación para fin de año…están haciendo una reducción de personal con más años y me ha tocado a mi. Les quiero decir que no tengo ni tendré quejas para con ustedes y que todo seguirá de mi parte con total normalidad hasta el último día acá. Incluso tu café siempre frio, Ibañez”…


La risa general, y la cara colorada de Ibañez en particular, descomprimieron un tanto la situación y le sacó el peso de tener que decir lo que debía. Volvió a su lugar y de lejos el inevitable murmullo se oía a sus espaldas. Decidió meterse en sus papeles y en las firmas de documentos que esperaban en su mesa y así pasó la tarde hasta que se fue a su casa.


Al otro día llegó a su cubículo y saludó a los tres empleados madrugadores de siempre. Prendió su computadora y su casilla estaba casi completa con mensajes en cadena en donde se hablaba sobre su despido-retiro y las muestras de afecto de algunos que él conocía, pero de otros que no eran empleados de su sector pero que se habían enterado de la noticia. Se sintió bien y mal a la vez, porque ser algo famoso por esa circunstancia no lo podía ver con felicidad, aunque valoró que de él se tenga una buena referencia, al menos para los que componían esa larga cadena de mails.


Decidió agradecer el gesto y respondió que él no era merecedor de eso, aunque su corazón lo agradecía y lo hacía poner contento. Dijo al pasar que se volvería más atento a oír a todos en sus cuestiones porque sentía que aun cerca de su retiro debía hacerse cargo de la estabilidad de ellos. Cerró el correo y se puso a trabajar.


Cerca de las cuatro de la tarde volvió a revisar su casilla y para su sorpresa, había varios correos electrónicos de empleados que él no conocía y que contaban, en algunos casos a él solo, y en otros a todos los demás en cadena, casos puntuales de pedidos de solución a conflictos. La mayoría escritos con cierta angustia en la que lógicamente se sintió identificado, le había pasado a él 24 horas antes.


Se acomodó mejor frente a la máquina dispuesto a leer. No era edad para ser un empleado justiciero, pero comprendió que estaba ahí, esperándolo, la oportunidad de hacer algo por los que lo necesitaban y se lo hacían saber.
Empezaba el tiempo de leerlos y oírlos.
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Renata, una valija en el corazón: El agua que corre en la fuente

1 comentarios miércoles, 14 de abril de 2010

Prendió el cigarrillo sin ningún apuro luego de haberlo sostenido y jugado con él durante varios minutos. Guardó el encendedor en la cartera y vio dentro de ella la foto de su familia que siempre llevaba en versión de bolsillo, a resguardo en un cubre carnet transparente. Sacó la foto, la puso sobre la mesa y para que quede parada la apoyó contra un portalápices azul. Renata comenzaba a tratar de hacer su nuevo mundo un poco más amigable ya que era el primer día de trabajo, pero la jefa no le dejó completar la faena y la llamó.


Le explicaron lo que debía hacer. Recibir a los que recién llegaban y asesorarlos en las actividades que quisieran tener o en las dudas que les surgieran, todo en inglés. Si bien en ese hostel había en poco tiempo escuchado que se hablaban varios idiomas, el inglés dominaba la situación. Se volvía accesible el lugar para personas con el dinero justo y también para quienes querían la experiencia de hacer un viaje de esa forma, ella notaba muchas ganas de aventura en algunos rostros y el paisaje invitaba.


Hasta aquí todo muy altruista pero lo que debía aprender rápidamente se lo estaban a punto de explicar. Su jefa se levantó y fue a cerrar la puerta, como quien busca alejar los ruidos ajenos (para eso son las puertas cerradas). Le dijo que el hostel tenía contrato con varios tours fijos y clásicos de Bariloche, que viven de los clientes extranjeros por temporada. Que se podían tomar de manera particular por el turista o bien ser recomendado por alguien del hostel. Explicó la mujer sin vueltas que eran una sociedad de hecho dos o tres empresas y ellos, por lo cual las ganancias se repartían si el combo hospedaje-viajes se hacía bajo las mismas personas.


De su cajón de la izquierda sacó folletos y se los dio a Renata, que los tomó sin preguntar qué eran y aun así sabiendo que debía aprenderlos de memoria. Se estaba aguantando no meter bocadillo, tal su costumbre. Pero la voz de la mujer un poco la frenaba, era respeto o miedo, o quizás ambas cosas. Se sentía en inferioridad aunque no incómoda del todo, el trabajo no le parecía tan difícil.


Pero intentaba no transmitir eso a su cara para no parecer suficiente, que es un defecto que sus amigos le marcan como cosa a cambiar. Escuchó a su jefa en todo y con los folletos volvió a su mesa pequeña en un costado del hall de entrada. Se sentó y revisó los papeles, que eran más que nada claves y órdenes. Nombres de personas a quienes debía el turista ubicar en puntos ya acordados, direcciones en donde las combis estaban esperando a los turistas y los números de celular de los coordinadores y sus nombres.


Tardó unos 15 minutos aprenderse algunos códigos que estaban escritos ahí, por ejemplo el de ofrecer primero tours más cercanos y luego los más lejanos en distancia, para no cansar de entrada al turista, o el viejo truco de las “falsas opciones”, muy común comercialmente y del que se había dado cuenta. Plantear ante una consulta dos opciones de solución, siendo que ambas soluciones quedaran dentro de la sociedad entre hostel y tours. Trucos viejos pero efectivos, aunque tenía experiencia en ellos por haber caído en la trampa, y esta vez estaba del otro lado del mostrador.


Circuito chico, punto panorámico, Las Grutas, las fábricas de chocolate Del Turista y Fenoglio. Eran los clásicos de toda visita aunque su mirada ya pasaba por lo comercial, entonces consultó si se podían hacer excursiones seguidas en un mismo día y le dijeron que si, con lo cual armó en su cuaderno alternativas que se estudió como para tener de opción si le preguntaban. A ella le gustaba la conversación y estaba a gusto si se daba como para conocer más al otro.


Los primeros días la cuestión laboral fue bastante esquemática, llegaban pasajeros y ella entraba en acción ofreciendo servicios y los turistas aceptaban. Luego eso fue mutando. Porque aquellos del primer dia con el tiempo estaban con menos inhibiciones y le consultaban por agencia de viajes, kioscos cercanos, lugares para internet, negocios que vendieran artesanías…


No tenía esa parte de su labor muy clara y fue a la pequeña sala donde su jefa estaba y le preguntó qué hacer ante esas preguntas, si es que había alguna organización como para también guiarlos y obtener ganancia. Le dio su jefa que no, que eso quedaba a criterio de Renata, que la ciudad era pequeña y todos al final irían más o menos a los mismos lugares. Volvió a su silla y se sentó un rato pensando en esa respuesta.


La tarde solía ser más tranquila que la mañana y a las 17 en punto ya estaba de nuevo en la calle. El frio de Abril se estaba haciendo sentir y se maldijo por no llevar la bufanda, que descansaba muy tranquila en el gancho de ropa del placard. Levantó la solapa de su campera y bajó la cabeza un poco, como para taparse el pecho del frio directo.


Caminó tres cuadras derecho, no quería ir aun a su hotel, necesitaba despejarse y estirar las piernas. Miró vidrieras apoyando primero un pie en el piso y luego otro, como para sacarse el frio, caminaba para adelante sin mucha convicción, sólo para que su mente respire un tanto de los temas del dia (y el frio los congele).


Pero de pronto se detuvo para verse reflejada en el vidrio de un local. Se acomodó el desorden que su pelo largo tenía por el viento cruzado y le prestó atención a lo que estaba exhibido. Eran esas figuras que tienen agua que sube y baja por piedras, como simulando ser una fuente en miniatura. Siempre había querido tener una y el precio le parecía razonable asi que entró resuelta a comprarla.


Entre dos opciones se quedó con la que más se parecía a una fuente que alguna vez había visto en Córdoba, una cascada natural perdida en medio de las piedras y el paisaje. Cuando fue a pagar se le prendió la lamparita. Y decidió explicar qué se le había ocurrido. Le relató a la dueña del local que ella era una recién llegada y que había conseguido trabajo, pero notaba que los hoteles no promocionaban “como es debido”, enfatizó, las cuestiones locales a los turistas y que su propio lugar de trabajo, el hostel, no tenía tampoco eso en cuenta. Le propuso algo bastante simple. Que esa fuente en miniatura Renata la pondría en su mesa junto a algún cartel alusivo (“recuerdo de Bariloche” se caía de maduro) como para que los turistas que sean clientes la vieran y ella indicarles donde poder comprarla. La idea a ella le parecía genial, su autoestima siempre estaba por las nubes.


Por la cara que la dueña del comercio puso, pareció que de brillante no tenía demasiado. En realidad no tenía mucho de original. Le dijo a Renata la dueña que encargados de tours iban con frecuencia a su local para “ofrecerle” clientes en conjunto para luego dividir ganancias, pero que no le convenía, porque siempre terminaba peleando por los porcentajes incluso si había un acuerdo escrito, y que siendo una ciudad de no tantos habitantes como Buenos Aires, el que rompía un negocio con otro uno lo veía pasar todos los días, y ella no quería más sociedades que en el fondo le significaran un problema.


Con buenos argumentos en contra, Renata quedó dándole la razón en silencio. Pagó y quiso aclarar como final que ella no hablaba en nombre del hostel, sino por iniciativa propia, y que lamentaba lo que a la mujer le había pasado. Agradeció, iba a traspasar la puerta y la señora la llama nuevamente. Quizás porque la habrá visto honesta, quizás porque la sintió emprendedora, y tantos otros “quizás” que nunca tendrán una razón más que la de ese sólo momento. La hizo entrar de nuevo y la invitó con un mate.


Al otro día Renata tenía en su mesa una fuente (no la suya, sino otra que la señora le dio para exhibir, mucho más grande y con figuras talladas) que estaba estratégicamente puesta en medio de su mesa.


Quienes la consultaban no podían hacer menos que mirarla y ella en inglés indicaba la dirección en donde ese “recuerdo” se podía conseguir. El arreglo fue 60 por ciento para el local, 40 por ciento para Renata, era bastante justo. A los 15 días había podido vender gracias a la idea, ocho de esas fuentes, lo cual era un éxito. Tanto, que se tuvo que mandar a pedir otras.

A la noche, en su habitación, Renata se quedaba mirando su propia fuente, maravillada cómo el líquido corría siempre renovándose en un ida y vuelta del agua muy ingenioso, dando la sensación de vertiente.
Escribía en su cuaderno todo lo que en 15 días le había pasado. Como estaba extrañando su casa, deseó por un rato ser agua de fuente. Libre.
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El mejor amigo de Morena

3 comentarios martes, 13 de abril de 2010

Uno escucha hablar algunas veces de las llamadas profesiones de riesgo, que implican peligrosidad para quien la lleva a cabo, por ejemplo limpiar vidrios en las alturas, personas que particularmente admiro. No se debe tener miedo pero una cierta inconsciencia y lo positivo es que otorga satisfacción porque pocos querrían hacerlo aunque le pagaran con todo el oro del mundo.


Ser amigo de Morena era como limpiar vidrios en las alturas. Y en algunas ocasiones funcionaba la inconsciencia de no saber (o no querer saber) qué era lo que se estaba haciendo en pos de una amistad, palabra que a veces cubre toda acción y que es manto o alfombra. Esto es, o sirve para proteger (manto), o sirve para poner debajo lo que no queremos ver (alfombra).


Cuando Morena decide cambiarse de colegio en mitad del secundario, me transformé con el tiempo en algo así como un vocero de ella frente a sus ahora ex compañeros. Me preguntaban cómo andaba ella sabiendo que yo seguía relacionado en cuanto al contacto aunque lentamente eso fue cambiando y pasaron a ser comunicaciones cruzadas directas. Comencé a llevar y traer información y hubo días en que nos veíamos solamente para que yo le informe qué estaba pasando en su ex grupo, con el pedido de ser lo más puntual posible. Como habíamos quedado en juntarnos en mi casa todos los viernes y siempre pasaba lo mismo, quise cambiar. Quizás así la cosa no sería tan tediosa.


Decidí pasarla yo a buscar por su nuevo colegio y para eso ella debía esperarme un rato ya que era lejos respecto del mío. Nos escribíamos semanalmente y nos dábamos las cartas en mano, páginas y páginas contándonos nuestras vidas que no sé si serían interesantes, pero lo importante era el hecho de escribir como método de amistad, estaba claro. En sus cartas me hablaba de lo necesario que yo era para ella, al punto de no tener ni querer a otro amigo más que a mí. La definición me asustaba bastante porque no me gusta la dependencia obsesiva de nada y no la justifico. Pero interpreté que era parte de una frase de ocasión que sonaba bien.


Cuando el colectivo rojo y algo destartalado llegó a destino, me bajé pensando encontrarme con Harvard, pero era un colegio de aspecto bastante amigable, y los alumnos estaban al frente del edificio tras una reja. El colegio tenía una forma de vieja iglesia, así que parecían todos vestidos igual como los amigos de un novio que se casa, todos de traje y saludando en un atrio. Un atrio estudiantil en este caso.


Apoyé mis manos en la reja buscando con la mirada su mirada y el pelo largo, para poder reconocerla. Luego de 15 segundos escucho mi nombre a los gritos y ella me vio primero. Se acerca y reja de por medio intenta darme un beso, pero nuestros cachetes no pasaban por entre las rejas, entonces nos dimos las manos con las palmas abiertas. Parecía feliz, me dijo que esperara ahí (tras la reja) que iría buscar a sus compañeros. No hizo falta porque una persona abrió el portón de entrada y de a poco los chicos fueron saliendo. Me sentía desentonar en la marea de camisas y blazers, yo tan de civil como se podía estar, ocultando mi guardapolvo blanco dentro de una carpeta con cierre.


Me puse de espaldas contra la reja y dejé pasar esa ola de gente. Cuando sale Morena se acerca y me saluda, creo que ambos estábamos contentos de haber cambiado la rutina. Se da vuelta y me pone frente a sus nuevos compañeros de colegio, que estaban como en abanico a prudente distancia.


“Él es Gabriel”, le bastó decir, para que esas caras pasaran de curiosas a inquisidoras. El muchacho de uno de los costados adelantó sus pasos y me saludó con un beso y extendiendo su brazo sin decirme una palabra, luego dos o tres mujeres también me saludaron en silencio y el último varón fue el más “comunicativo”, ya que dijo “así que vos sos el famoso Gabriel”…


Comprendí rápidamente que en ese lugar mi popularidad estaba en crisis. No entendía por qué, si bien podía ser normal la tirantez por no ser parte, pero en ese caso tanto ella como yo estaríamos de igual manera, y ella me los presentó como sus amigos. La situación era tan incómoda que se hizo un silencio eterno de tres o cuatro segundos, del que salí haciendo un chiste de momento, pavote para variar. Ella tuvo el gesto de pasarme su mano por mi espalda, como para que ese frio que recibía no me hiciera tanto efecto, pero ni aun así logró esfumarlo. De pronto una persona, me pareció que un chico, la llama desde la puerta y ella va. Me dice que la espere (otra vez al lado de la reja, de ahí no me había movido).


Me quedé de frente a sus amigos, que me escanearon con la mirada buscando respuestas a las miles de preguntas que tendrían, si es que un simple amigo podía llegar a ser interesante como tema. “Así que sos Gabriel, mirá vos”, me dijo una chica rubia. “Te vive nombrando todo el tiempo”, me dijo otro. Yo me atreví a preguntar qué era lo que de mi decía y una del grupo me dijo “Desde que llegó dice que tiene un único amigo y que se llama Gabriel. Tanto lo dice que le terminamos llamando a ella Gabriel, nos dijo que alguna vez lo íbamos a conocer”…


Pero en ese momento lo que hice fue un poco defenderla más que elegir salvar mi nombre de que se interprete como culpable de su locura, por llamarlo así. Y la justifiqué diciendo que todo para Morena era blanco o negro y vivía con fidelidad los gestos que alguien hiciera para con ella. Que si la comprendían iban a ver que no era una mala chica, cosa que todos me dijeron que entendían.

Les conté en 30 segundos de qué colegio venía Morena y cómo seguíamos teniendo relación aun ya no siendo compañeros. Sobre las cartas ya sabían porque ella las mostró en clase, para decirles a las chicas en voz alta algunos párrafos, lo que me dio una tremenda vergüenza. Yo en las cartas jugaba con las palabras, uno se deja llevar por el momento, el tema y la persona, y me sentí un poco invadido al saber eso.


Morena volvió y miró a sus compañeros y a mí. Me tomó de la mano y nos fuimos caminando hacia una de las esquinas. Yo no sabía qué decir y todo lo que dijera podía ser luego usado en mi contra. De pronto me dio su carpeta y me dijo que la esperara en la puerta del colegio, así que tuve que volver hasta la entrada.

Ella se quedó en la esquina hablando con algunas chicas y yo mataba el aburrimiento contando los barrotes de la puerta principal. Luego de unos 15 minutos los barrotes seguían siendo los mismos y mi aburrimiento también, la miraba a lo lejos como los chicos que quieren irse a sus casas rápido.

Cuando volvió me dijo “vamos” y yo armé en mi cabeza un listado de cosas para decirle y reprocharle que no me habían gustado. Dudas sobre su comportamiento, por qué esa manera de quererme, que hacía que en un punto yo sea centro sin quererlo y que no me volvía el más popular, lo acababa de vivir.

Me abrazó y me dijo “gracias” y no pude decirle nada. No me animé. Así fueron algunos años, nuestra amistad fue manto y alfombra, todo al mismo tiempo.
Los dos nos aguantamos las diferencias todo lo que pudimos. Pero el que limpiaba vidrios en las alturas, un día ya no quiso subir más.
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Lo que hay detrás de la puerta: El último día de Ordoñez (primera parte)

1 comentarios miércoles, 7 de abril de 2010

Movía la lapicera con su mano de lado a lado deseando que el tiempo pase, aunque en general la acción de esperar que algo ocurra haga que todo parezca más lento. Se miró la corbata gris y azul más como tic que como comprobación de si estaba o no arrugada. Estiró su cuello todo lo que pudo buscando descontracturarse pero los sillones de cuero eran muy poco mullidos y su espalda imploraba comodidad. Resopló, mirando de costado el reloj marrón de la pared. Había un cosquilleo en los pies y cuando sentía eso era señal de algo no muy venturoso.


Lo habían citado de la Gerencia y no sabía la razón, sobretodo porque teniendo su número de interno prefirieron convocarlo a la oficina y no decírselo por el teléfono. Cuando hay aumento uno se entera por rumores, cuando hay nombramientos uno se entera por algún memorándum, cuando no se renuevan contratos obligatoriamente se acerca fin de año. Pero ninguna de estas opciones, pensaba él, se estaban dando así que esto realmente sería una sorpresa. A pesar de los años ahí dentro se sentía frente a la situación como el peor de los novatos.

Cuando se abrió la puerta se levantó del sillón pero salió una mujer y no el Gerente, la puerta quedó abierta. Esperó unos eternos 15 segundos y se acercó para ver si había alguien. Vio al Gerente en su escritorio, reconcentrado leyendo unos papeles, y sin percatarse de la presencia de alguien. Cuando iba a hablar, el Gerente levantó la vista.

Ordoñez…pase…¡¡bueno, ya está adentro!!...siéntese…¿cómo anda?. ¿Le pido un café?

Comprendió que la charla iría a durar un rato y pidió un cortado. Comprobó que detrás de tanta amabilidad había una situación forzada, al fin y al cabo al Gerente lo conocía y sus muecas en la cara ya las veía venir. Dando el paso de confianza que otorgan los años, lo tuteó.

“¡Decime qué es lo que pasa antes de tomarme el café, al menos sabré por qué me va a caer mal!. ¿Es sobre mi el tema?”.

El Gerente lo miró buscando las palabras para empezar su discurso de ocasión.
Mirá…nos conocemos ¿hace cuánto? 20 años…un poco más. Y aunque te enoje sabés que tengo menos edad que vos. Me tocó decirte justo la parte más asquerosa de mi laburo, la que odio, que es comunicar malas nuevas. El asunto es que…me informaron de arriba que van a hacer un recorte y que están prescindiendo de aquellos a los que le faltan pocos años para el retiro, a vos te faltan…esperá que me fije acá…

“Un año y medio”…
-Tal cual, un año y medio, sí. El asunto es que…estamos con el 2010 iniciado hace poquito y si bien me dijeron que ya es decisión tomada, me pareció una crueldad que te dejaran en la calle, y quiero que sepas que pedí para que se te respete tu cargo por lo menos hasta fin de este año.

El cosquilleo de pies en Ordoñez tenía un justificativo. Respiró escuchando lo que ya intuía desde que lo llamaron a la oficina, lo que nunca imaginó es que el Gerente le saldría con que había peleado por él ese “favor” de sostenerlo un tiempo más. Pero no sintió ganas de agradecérselo, quizás porque notó que el gesto estaba hecho para ser luego agradecido y nada más. Sin embargo había más informaciones para este boletín.

Llegó el café que ninguno de los dos se atrevió a tomar, el clima no estaba para eso. Ambos se conocían y estaban dolidos por razones diferentes, era obvio. Uno por comunicar algo que no quería, y el otro por recibir la noticia que tampoco quería. Sin embargo el Gerente tenía más para decir.

Supongo que lo ubicás a Jorge…

-“Jorgito, si, tu hijo, claro…¿cómo anda él?”

Bueno…¡ya no me atrevo yo a decirle Jorgito! Ha crecido y es todo un hombre. Se fue a hacer el Master en Estados Unidos, creo que te conté, y volvió con las mejores notas. Le dije que presentara su currículum acá y adiviná…¡lo aceptaron!.

Y como ocurre en las películas, terminó de decir eso y apareció Jorge. Elegante en un traje de primera marca y con una sonrisa ancha. Ordoñez se dio vuelta para verlo mejor y lo saludó. Le dio la mano cuando su cabeza comenzó a razonar todo: Jorge sería nombrado en su lugar. Pero ninguno de los dos se lo dirían, esperarían a que se diera cuenta y eso ya había ocurrido.

Se puso de pie y dijo que no tomaría el café, que volvería a su oficina. Ni el Gerente ni su hijo le dijeron palabra alguna, estaba todo dicho. Se rascó la cabeza buscando paz por un minuto pero no había forma.
Repasó sus inicios, más o menos semejantes a los que hoy le tocaban como final, le había ocurrido en su momento reemplazar a una persona que se jubilaba. Se rió de la parábola del destino y de lo que la vida abre y cierra como puertas, ahora él cerraba la suya. Avisó a quien pudo sobre lo que pasaba y se dispuso a seguir trabajando.

En cualquier lugar todos los días se viven como el último, así de salvaje es el mundo laboral. La diferencia es que en esta oficina, Ordoñez se empezaría a despedir haciendo todo lo que no pudo antes. Estemos atentos.
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Renata, una valija en el corazón: Aprendiendo a hacer, y a ser

1 comentarios lunes, 5 de abril de 2010

Su primer día haciendo aquello que siempre soñó, Renata debía aprovecharlo desde temprano. Con actitud de turista tomó la máquina de fotos y no el cuaderno anotador. Dudó bastante pero volvió sobre sus pasos y se llevó el cuaderno también. Salió del hotel y el viento de la mañana la hizo respirar profundo, ese aire que llena los pulmones, que parece todo para uno y da energía. El sol pegaba en las paredes de las casas, mitad madera y piedras claras, y las volvía luminosas.


Miraba el piso y todo le parecía reluciente, la calle, las bocacalles, hasta los postes de luz…hizo el gesto que tanto le gustaba hacer de chica. Juntó sus dos manos en la espalda y caminó con la “pose de inspector” como su abuela aun de grande le seguía diciendo. Pero estar así la relajaba y le permitía pensar, y en un lugar tan lindo y cercano a la perfección de la naturaleza, debía enfocarse en lo material. Vio un cartel que le pareció ser de un bar y caminó hacia ahí.


Pensaba absolutamente en dinero y nada más. Porque había llevado lo que pudo juntar en tres meses, más lo que la tarjeta de crédito le daba de saldo. No aceptó más ayuda externa, como hasta ahora los padres hacían para con ella, salvo que la obra social le siga reclamando cuotas impagas y entonces ya no pueda usarla, mucho menos en Bariloche. Por primera vez en 22 años se pondría seriamente a buscar trabajo.


Seguía caminando Renata con las manos atrás y mirando al frente, pero en otro lado, buscando dentro de ella respuestas a preguntas que aun no se hacía seriamente. A las que le temía. Porque trabajar para mantenerse ya sabía lo que era, aunque llegó gracias a su tío que pudo ubicarla en una empresa de un conocido. Esta vez no habría paraguas familiar ni recomendaciones de momento.

Se detuvo frente a un kiosco a ver la tapa de la revista de chimentos, fue más fuerte que ella. La miró como todos los días que las amigas de oficina la compraban y para hacerlo se apoyó en una pequeña “torre” de diarios que por ser de no tantas páginas, con su mano sin querer movió y tiró al piso. Pegó un salto hacia atrás, como si un montón de diarios fueran a atacarla y pidió disculpas al señor que estaba ahí, que las aceptó con cara de “fijate lo que hacés”. Para reparar su error ella compró el diario que había tirado, se llamaba “El Ciudadano”. Pagó con monedas y siguió rumbo al bar. Miró los títulos de noticias locales nada interesantes para ella. Lo dobló y lo iba a poner en su bolso pero ya casi estaba en el bar. Entró y mientras esperaba su capuchino obligatorio de cada mañana, esta vez en Bariloche, se puso a leer.

Razona que por algo se empieza y buscar en el diario es un buen inicio, entonces lo extiende en la mesa y pone los codos arriba para mirarlo apoyando la pera en la mano izquierda. Va a los clasificados, que no son de 40 páginas como el “Clarín”, más bien son “seleccionados” y no clasificados. Llega el capuchino y paga en el momento, no quería que luego la interrumpieran. Saca la lapicera y empieza a tachar. Y tachar, y más tachaduras, nada la convencía del todo. Se sentía ciudadana por primera vez al hacer algo que el resto hacía también en algún momento de la vida. Esa cierta soberbia la ponía mal a ella, se daba cuenta que eso no estaba bien.

Tenía una visión superada de ciertas actitudes del otro, las miraba con recelo, siempre (no) creyendo en el otro, al menos de movida. Y la mirada que tenía con esos prejuicios, sobre los clasificados, acotaba la búsqueda. Discriminó primero por términos, luego por sinónimos que no le cayeron bien y finalmente por los requisitos.
Como los chicos, quería leer exactamente lo que buscaba, pero eso era muy complicado. Pasaron los minutos y la hora, y cerró el diario para tomarse el capuchino. Estuvo jugando con un sobre de azúcar en la mano, respiró buscando aire al por mayor y salió.

Dobló a su izquierda y la sorprendió un grupo de gente frente a una pared, se fue acercando y vio una cartelera con algunos avisos, aunque la mayoría no de trabajos, sino de ofrecimientos. Un poco desilusionada siguió mirando los renglones pero más por curiosidad que otra cosa hasta que casi al final y sobre un extremo de la cartelera lee “Se necesita ayudante para atención en Hostel. Experiencia y manejo del inglés, indispensables. Presentarse de lunes a viernes de 9 a 17 horas”…sacó el anotador y escribió la dirección. Cuando terminó de copiar ya no había nadie a su alrededor, y ella quería saber dónde quedaba esa calle que estaba escrita en la cartelera, no la conocía.

La calle era Mariano Moreno. Se acercó hasta una parada de colectivos y la pudieron ubicar hacia donde era. No parecía alejarse del centro de la ciudad y estaba más o menos cercano y en diagonal a su hotel, pensaba en lo genial que estaba resultando todo, el problema era la total inexperiencia para manejar personas en un hostel, uno de los requisitos. Las dos cuadras hasta el lugar exacto le permitieron hacer una pequeña estrategia para caer bien, ya que sabía qué cosas no tenía a su favor. El curso de Marketing que hizo con una amiga le estaba sirviendo por fin, para algo. Debía maximizar virtudes y minimizar defectos, como le enseñaron.

Llegó a la puerta y enderezó un poco su espalda, tomó coraje y entró. Descubrió que de aspecto el lugar estaba mucho más presentable que su propio hotel y que la sensación que la invadió no fue de rechazo sino más bien lo contrario. Un hombre se acercó y le preguntó quién era, explicó que venía por el aviso y la hicieron pasar a una oficina muy pequeña en donde una mujer la esperaba. Se pusieron a hablar, Renata le confió su nerviosismo, su intención de quedarse un tiempo en la ciudad, en la conveniencia de eso, ya que teniendo el ritmo de Buenos Aires, mejor podría tratar a los pasajeros. Bastante discutible, pero a la hora de querer agradar cualquier frase se puede aplicar de apuro. La señora la escuchó casi sin interrumpirla y es posible que en ella haya visto las ganas de agradar y también, hambre. En el más literal de los sentidos. Y aquello que uno transmite con sensaciones en general excede a todas las palabras que se digan.


La mujer estaba satisfecha de lo que oyó y Renata contenta de haber dicho en una síntesis atropellada por los nervios, la mayoría de las cosas. Le dijeron que a la mañana siguiente recibiría un mensaje en su teléfono por sí o por no. Para irse estiró la mano y no se atrevió al beso porque estaba muy nerviosa y quería irse de ese lugar tan chico. Una vez en la calle se tomó la cabeza y resopló para sacarse la presión del momento.


Tenía hambre y volvió al hotel. Anotó en su cuaderno-diario todas las sensaciones, miedos que ahora podía escribir y a la vez describir en papel aun cuando almorzaba unos fideos algo recalentados. Pasó el resto del día escribiendo cerca de un murallón, protegida del viento y de cara al lago. Cuando se cansó de pensar en qué haría si la respuesta era positiva, se fue de nuevo al hotel.

Por la mañana se abalanzó sobre el celular, al que toda la noche dejó prendido. Cerca de las nueve de la mañana ya estaba despierta cuando sonó y escuchó lo que quería oír. Gritó de felicidad y llamó a sus padres, que no entendían demasiado porque estaba muy emocionada de haber logrado algo por si misma sin ayuda de nadie. La envalentonaba.

Le dijeron que debía estar a las diez de la mañana y se preparó vestida cómoda y en algún punto elegante a la vez, aunque su vestuario no era exactamente variado. Llegó y la misma señora del día anterior la recibió, esta vez con un beso. Se rieron como si fueran dos viejas conocidas y hacía menos de un día se habían visto.

La mujer le preguntó cómo había ubicado el aviso, y Renata le explicó lo del diario y la cartelera en donde leyó la información. Se enteró recién ahí que el pedido también estaba publicado en aquel diario que compró, pero por alguna razón ella lo había tachado, como a tantos otros.
Un guiño más para su cuaderno. El recién empezado, al que le aparecen los renglones y los temas a sus hojas en blanco, de a poco.
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