Capítulo 2: La des-aparición

1 comentarios jueves, 10 de diciembre de 2009

Ya conté acerca de la primera mujer que teniendo la misma edad más me había impactado, a los cuatro años. Una aparición. Dos cosas se sostuvieron firmes con el correr del tiempo: mi absoluta timidez y falta de comunicación, y mi amistad y casi devoción por Carmen.

Así pasaron primer grado, luego segundo, tercero (una verdadera pesadilla en cuanto a temas de salud de mi familia y por lo insufrible que me resultaba el colegio y la maestra), hasta que llegamos a cuarto grado, año 1984. El callado observa, analiza, describe, saca conclusión pero claro, todo en silencio. Me había convertido en un buen observador de actitudes, tomaba ejemplo.

Me recuerdo en el patio, en el recreo, hablando con varios más y me tocan el hombro. Era Carmen. La memoria emotiva me recuerda tanto a mí como a ella con camisa, así que sería por abril o mayo de ese año, antes de la primera comunión programada.
Muy seria, dijo textualmente “Gabriel, quería decirte que a partir de este momento no te dirijo más la palabra”. Levantó su pera, como quien acaba de sentenciar y mira un poco todo desde el púlpito, y se fue. Yo me quedé pensando en que era una broma, no sabía qué le había hecho. Era bastante básico lo mío. Ni bondades ni maldades me salían hacer. Pasó ese día y no me saludó al irse…pasaron dos días…tres…cuatro…una semana y no me dirigía la palabra, ¡vaya que cumplía!.

Como estaba muda, por decisión de ella, no podia pedirle razones. Y yo, más mudo aun que Carmen por naturaleza, me resultaría difícil salir de ese entuerto simplemente preguntando. Me recuerdo sufriendo la situación, teniendo desamparo, seguía creyendo en que me protegía, aunque evidentemente ya no. Pasaron los meses y la situación seguía de la misma manera.

La primera comunión se atrasó por no estar “religiosamente preparados”, en boca de la Hermana Directora, con lo cual todo se pospuso para noviembre. Seis meses después de sus palabras, Carmen seguía sin hablarme. Lo curioso surgió en el ensayo de la celebración de la misa, días antes. Me tocaba salir en conjunto con una compañera, y un día antes la cambian de lugar y en su reemplazo me pusieron con Carmen.

“Cayó piedra sin llover”, pensé. Coordinar movimiento con alguien que no te dirige la palabra iba a ser un inconveniente. Y lo fue tanto, que salíamos siempre descoordinados. Mi maestra de quinto se me acerca al oído y me dice “¿qué pasa?”, y yo la miré (por supuesto sin hablar) con cara de “esto es así”. Me cansé y resolví salir a mi turno sin estar al pendiente de si ella lo hacia, yo resolvía cuando hacerlo y que me siguiera si quería. Y así fue la ceremonia.

Hasta el último día de séptimo grado continuó este silencio, dos años y medio. Mi madre me había comprado el diploma para que todos me firmaran y ella me esquivaba con cierto estilo. Fue la última que me faltaba de todos mis compañeros. Apoyada en una mesa de aula puesta en el patio, ella escribió en el diploma que cuelga en mi pared, hoy: “Para un compañero, de otra”. Carmen.
Cuando salimos todos luego de terminada la fiesta de graduación de séptimo, sabía que volvería a mi barrio, bien lejos de mis compañeros, no los vería por un largo tiempo, o quizás nunca. Saludé a todos llorando a mares y le pedí saludarla a ella también. Nos abrazamos, le recordé aquel primer día y lo importante que para mi ella había sido. Ambos lloramos un poco, y fue a la última persona que vi hasta hoy, 23 años después.

Desde los 20 años, o por esa etapa, me surgió preguntarme qué sería de la vida de Carmen. Hasta que vi, (me vi), en que podía ser un objetivo el hallarla, no para buscar explicaciones. Porque valió más lo primero que hizo por mi que el resto. Y este año lo pude lograr. ¡No contaba con que ella no recuerda el motivo de la pelea!

La “Aparición” de mis comienzos, terminaba siendo una “Des-Aparición” en el final de mi escuela primaria. En la actualidad busco no hacerla enojar para que no ocurra nuevamente un período de silencio impuesto. Diálogo esta vez no faltará. Es una anécdota del pasado, prescribió en el tiempo. ¿Qué le habré hecho de grave?. No lo sé.
Y ya no importa. Porque ahora hablo y pregunto. Por eso soy Periodista.
¡Me definiste la carrera, Carmen!.
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Capítulo 1: La aparición

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El mundo me venía maltratando bastante. El 9 de julio de 1978 fue el acto de cierre de una etapa, venían las vacaciones de invierno y con 4 años no aspiraba a más que desear que se pasen rápidamente para estar de nuevo junto a mis compañeros, 16 o 18 en cantidad, con quienes ya tenía un mundo armado.

Mi padre falleció el 12 de julio y sin quererlo protagonizó por un largo tiempo todo aquello que yo pensara o expresara. Cuando no se impone lo de uno se tiende a dejar llevarse por la marea, más si se es chico y nada decide. En quince dias olvidé a mis compañeros de jardín, la camioneta que me llevaba todos los dias y el barrio. Mi madre comenzó a trabajar y seguir siendo a la vez, mi madre. Y yo, cambié de colegio.

Pasé de 16 o 18 a cerca de 40 compañeros, cuyos nombres, disculpas, hoy no recuerdo en su totalidad. Si recuerdo mi primer dia y a quien estuvo conmigo ese primer dia.

El colegio era de forma rectangular y muy largo. El piso era viejo pero muy lustrado, la claridad se reflejaba bien, y eso que tenia un techo corredizo y una mampara azul también corrediza. Unos juegos que invitaban a subirse pero estaba llorando, no me interesaban. Junto a mi madre y a mi, caminaba la Hermana Directora, a quien vería durante todo ese período con más grises que blancos.

Me hicieron entrar a un aula, todo era bullicio de chicos sentados frente a mesas hexagonales, no conocía a nadie y nadie reparó en que entré. Afuera la maestra, la Directora y mi madre hablaban.

Eterno, el tiempo corto que nunca se va!!. Cuando ocurre finalmente, mi madre se acerca, me da un beso y dice que todo estará bien, que me quedara tranquilo…nada peor de oir para un chico!! Mala señal. Ella y la Directora se van caminando por ese patio largo y angosto y yo me quedo sentado, en un escalón de la entrada al jardín, una doble puerta de madera bien lustrada en donde apoyo la espalda de cuatro años y lloro.

Se iba nomás, mi madre!! Sale la maestra de adentro y me dice algo que no escucho, estaba interesado más en mi propio drama, en todo lo que habia pasado en menos de un mes, en tratar de entender. Ella se va, supongo que resignada como yo pero por no saber tratarme.

En eso, se abre la puerta y sale alguien, una nena. Se queda de pie con la puerta medio abierta y me pregunta si se puede sentar. Yo le digo que si sin mirarla. Ella fija su vista hacia donde yo miraba, las espaldas de mi madre y la Directora, que se iban ya en el final del patio, y me pregunta
“¿Esa es tu mamá?”…si…
¿Cómo te llamás?”…Gabriel…
“Gabriel…tu mamá va a volver!!, no llores más!!”…
Y yo la miré como quien me pide algo sin entender el momento y… en ese instante caí en que eso que me pedía, lo estaba haciendo alguien de mi edad, jamás me había ocurrido hasta ahí ver cierta autoridad en gente igual a mi. Fue extraño y también, luminoso. No fue una orden, sino un comentario de un par, si se quiere. Tenia picardía en la mirada, además de todos los dientes porque ¡a mi se me habían caído dos en esa semana!.
Me puso la mano en el hombro, me dijo que me quedara tranquilo, que ahí la iba a pasar bien, que no tuviera miedo porque ella me iba a ayudar. Yo intentaba ingresar toda la información que podía y estaba dispuesto a recibir.
Y vos, ¿cómo te llamás?
Carmen”…Carmen…lo primero que hice fue tratar de retener ese nombre, porque los olvidaba rápidamente (cuestión sin solución hasta hoy). Me extendió su mano y me dijo “vení, dale, vamos”… y yo no tenía ganas de moverme. Entonces ella, de pie, dio un tirón a mi brazo obligándome a levantarme y me hizo entrar, siempre de la mano.

La mesa y silla de la maestra estaban cerca de la puerta y ella, en sus cosas. Carmen le dice “Señorita, ¿Gabriel puede quedarse hoy en mi mesa para que pueda conocer a los compañeros?”. La maestra dijo que si y enfilamos para una de las mesas hexagonales. Reparé en que dijo “mi” mesa con una autoridad que no se correspondía con la edad. Me presentó de a uno a los siete u ocho que estaban ahí. Era yo, parte ahora de ese bullicio que vi antes y del que no sentía más que lejanía, ahora ya tenía que ver conmigo.

Fomenté el silencio en mi niñez con singular pasión. Generalmente porque como dije, los acontecimientos eran lo suficientemente claros y ante mi presencia escuchaba el relato de mi llegada y las razones, lo cual condicionaba toda charla. Uno percibe la lástima o pena que surge de lo que dicen de uno, no debía agregar mucho más.

Pero ser introvertido no es tan reparador como conseguir una aliada en Carmen. Todo pasó a ser Carmen cuando a mi madre le relataba las cosas, tanto que hasta pensó que la maestra se llamaba Carmen. Sentía admiración por aquella nena que tan bien se desenvolvía, haciendo, por lejos, aquello que yo no podía: hablar sin sentir vergüenza.

Fue sin dudas una aparición. Alguien puesta ahí, seguramente mandada por la maestra para que me hable y solucione lo que ella no sabía o podía. Se convirtió con el tiempo en un símbolo de mi paso por ese colegio, en símbolo de protección ante algo que desconocía y temía. Una figura de sobreprotección que yo repetí para con mis afectos en el tiempo. Un gesto que yo valoro hasta hoy, y que la vida me permite agradecérselo aun hoy. Gracias, negra. Siempre damos lo que recibimos. Te quiero.
Aunque después…bueno, será en otro capítulo!!
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