"Reflejos" -Cuento corto-

1 comentarios viernes, 20 de enero de 2012
Miguel pensó lo imposible: intentar esconder dentro del papel para regalos una bicicleta. Intentó pero no pudo, le puso igual un moño y la dejó cerca del portón de entrada, asi su hijo Gastón la vería cuando llegara de la escuela. Por alguna causa extraña él estaba con tanta o más expectativa que el hijo, quería verle la cara de alegría cuando llegara. El chico bajó del micro escolar y tocó timbre. La mamá le abrió, entró y se fue rumbo a la puerta. Nunca vio a su derecha donde estaba la bicicleta. La madre lo llama y lo hace salir. Gastón se da cuenta y abre los ojos. Ahora sí, Miguel iba a disfrutar de verlo feliz. Pero el hijo se acercó y la miró estudiándola, la tocó como para sentirla real y cercana. Se subió y se sentó pero como quien se ubica en la silla del dentista: con pocas ganas. Entró a la casa después de saludar al papá y un “gracias” con gusto a poco para Miguel. El hijo se puso a jugar con la computadora. Madre y padre tomaban mate en la cocina. La mujer parada, apoyada contra la mesada le servía el mate a Miguel, que tenía una desilusión tremenda. Ella lo intentaba consolar diciéndole que ahora los chicos son asi con los regalos, que lo iba a valorar con el tiempo. Miguel recordó su primera bicicleta, el honor de ser el segundo en la cuadra en tener una; en cómo sus amigos hacían fila para subirse. En la adrenalina de acelerar para que el dínamo de la lamparita de adelante encendiera aun más. En lo libre y alto que ahí arriba se sentía, del viento en la cara que le gustaba oír, de la independencia que sentía subido a los pedales. Pasaron dos días. Gastón no registró la bicicleta, que los padres entraron a la casa y la pusieron detrás del sofá. En el fin de semana el papá estaba leyendo en el patio y se acerca el hijo. Le pregunta si podía enseñarle a andar en la bicicleta. Miguel se agarró la cabeza. Nunca le había enseñado con casi ocho años. Sintiéndose culpable lo llevó a la plaza. Miguel recordó que a él le enseñó un vecino, poniéndole el brazo estirado al lado de él para hacer equilibrio, y eso hizo ahora. Gastón tiene el pelo más corto que cuando Miguel tenía su edad pero como siempre, se vio en él cuando de a poquito se fue alejando solo y sin ayuda con la bicicleta. Años después el círculo de algún modo se completaba. “Dejame”, dijo el hijo, y su padre lo soltó para que andara. Así, Miguel dejó de verse en Gastón todo el tiempo. Para dejarlo de una vez por todas, ser.
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"Su razón" -Cuento corto-

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Situación uno: Ramiro escribía para alguien que no conocía. Todos los días desde hacía cuatro años. Cientos de renglones, de teclado y tinta porque cuando le surgía la inspiración se dejaba llevar también en los viejos cuadernos de apuntes. Lo único que lo detenía era una palpitación. Su corazón todos los días a las nueve de la noche se agitaba hasta asustarlo. Fue a médicos y no tenía nada, estaba normal. De a poco se fue preocupando y por temor a sentir algo malo cada vez escribía menos cerca de esa hora. Le dijeron que podía ser una señal de ella. La que no tiene nombre, porque los escritos arrancan dia a dia con un “para ella”. El homenaje desconocido. Encerrado en su dilema, a la noche Ramiro prefería salir a tomar aire. En taxi hasta costanera y ponerse a mirar un poco el rio. Hoy juntó sus escritos en una mochila con ganas de tirarlos al agua. Situación dos: es imposible que Cinthia se quede quieta. En su casa las sillas no se usan, vive de acá para allá todo el tiempo moviéndose. Está de novia hace cuatro años, las amigas le dicen que debería ir apurando el trámite. Y esa noche lo hará con el viejo truco de la cena y al final la pregunta. Que hará esta vez ella. La pasa su novio a buscar por el trabajo y van al restaurante. De camino se prende el celular de él, que estaba al lado de la radio. Ella le gana y lo toma primero. Atiende y el “¿mi amor?” le hizo pegar un grito. Tiró el teléfono contra el piso. Él le dijo que en la cena iba a explicarle. Que ya no tenía sentido seguir pero que era un cobarde. “En eso estamos de acuerdo” dijo Cinthia, que le pidió que la dejara ahí. Se quería bajar. No había espacio en ese auto para ambos. Situación tres: son las nueve de la noche. Ramiro siente la palpitación, puntual, y se asusta. Decide tirar las cartas al rio dentro de la mochila. Se la saca y la va a revolear. Una mujer lo ve, cree que se va a suicidar y le grita “¡no lo hagas!”. Ramiro espera que ella se acerque, le explica que son cartas para nadie. Vio a la mujer elegante pero triste. Cinthia le dijo que ella también tiraría cuatro años al rio. Cuatro años esperándose. Ramiro la miró y aprendió a dejar palpitar su corazón todos los días por alguien. Y ella, ahora, se volvió su mejor lectora diaria. Su razón. La que tras cuatro años, se reflejó en los renglones de él.
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