"La fiesta de los 100 pesos" -Cuento corto-

3 comentarios sábado, 14 de enero de 2012
El método era lamentable pero rendidor. Cada vez que la mamá salía para darle de comer al perro, Marisa iba hasta la ensaladera de vidrio, la levantaba para sacar la billetera escondida de la familia, y se hacía de algunos pesos. No muchos, siempre para el recreo porque la madre le prohibía comer las cosas del kiosco del colegio. Ya en la secundaria no lo hizo más. Pedía, directamente. Ahora, cerca de los 15 años lo que realmente le molestaba a Marisa era no tener control sobre su propia fiesta. Sentía que era más una alegría para los otros, que para ella. Se lo dijo al hermano mayor, mate de por medio una tarde de abril. Y el hermano le dijo que en las fiestas siempre pasaban esas cosas, porque los 15 de una chica son especiales para todas las familias, y esa cosa de “ahora el mundo es tuyo” en realidad es luego de la fiesta y no durante. Ambos se rieron. Marisa entendió lo que le dijo su hermano y un poco se calmó. Pero se acercaba el dia y los padres decidían todo. El colmo fue el vestido, que no le gustaba y en cuanto más lo decía, resultaba que más convencía a la mamá de lo contrario. Hasta que el jueves anterior a la fiesta se cansó. Vio a la madre salir al patio para darle de comer al perro y fue hasta la ensaladera de vidrio. Sacó dinero mientras todo el tiempo se daba vuelta para ver si la mamá volvía, fueron 100 pesos. Los guardó en el jean y puso la mejor cara de disimulo que tenía. A la media hora le dice a la mamá que se iba a lo de una amiga. En realidad había visto ropa sobre Avenida Cabildo y se fue para ahí. Estuvo toda la tarde mirando y pensando en que no le iba a alcanzar. En eso ve un negocio de ropa y dos remeras en maniquíes bastante feos, como siempre. Una remera-polera, con un hombro descubierto y estampada la frase “Happy Day”. Entró, preguntó el precio y le dijeron 65 pesos. Le quedaba bien. Cuando salía del probador vio a la madre apoyando una mano en el mostrador, con gesto de enojo. Sonó. Le preguntó cómo la había encontrado y la respuesta fue muy del siglo 21: “te olvidaste apagar el gps del celular”. Y sí. Marisa le dijo que quería ponerse esa remera y no el horrible vestido. Llegaron a un acuerdo secreto: el vestido se lo iban a regalar a una amiga de Marisa, total nunca sabría lo feo que le resultaba a ella. Bajando la escalera el sábado, sonaba de fondo la canción de “Ghost”. Marisa, feliz. Con su remera puesta y una cadenita de plata con un colgante que decía ”Sé tu siempre”. Ambas, madre e hija, por 35 pesos la habían elegido. Gastaron los 100. Resultó barata la fiesta. Ahora sí el mundo era suyo, como le dijo el hermano.
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"No sé quién es" -Cuento corto-

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Juan se lo preguntó por primera vez a su mamá cuando tenía 10 años: “¿Por qué nos acordamos de los sueños apenas nos levantamos y después nos olvidamos?”. La madre lo miró y le acarició la cara, señal de que no tenía ni idea. Se fue en silencio y dejó al chico con sus dudas intactas. Una mañana notó que ese sueño que acababa de tener ya lo había soñado. Fue hasta el mueble y sacó lápiz y papel. Dibujó rápido por miedo a olvidarse, arriba de la cama con la hoja puesta de costado. Hizo una línea en la parte superior, como un horizonte. Luego árboles altos y bajos que él veía moverse y oía también. Un cielo con algunas nubes, pero había sol. Finalmente quería recordar dónde estaba él en el sueño, desde donde miraba todo. Pero se olvidó y se quedó sentado en la cama con su dibujo hecho a las apuradas y desilusionado. La madre interpretó que quizás a Juan le interesaría aprender a dibujar. Lo anotó en una escuela para niños. Aprendió técnicas, mejoró los trazos a las ideas que le surgían, empezó a querer dibujar todas las mañanas algo. Juntó unos 20 dibujos y se los llevó al docente. Mientras esperaba a que terminara de mirarlos, se puso a observar el trabajo de otros chicos ese dia. Hasta que se quedó fijo frente a un caballete. Lo que veía era tal cual su dibujo. Cielo, sol, árboles, mar. Exactamente reproducido. Y un perfil en un costado observando todo. El cuadro era de una chica llamada Micaela. Le preguntó cuándo se le ocurrió y le dijo que era algo que siempre soñaba, pero que en realidad ella quería hacer otro cuadro. Juan le acercó el último que había hecho hacía dos días. Micaela se quedó asombrada: era la figura del hombre con un sombrero y un paraguas, mirando una calle, tal como lo había soñado. Quedaron ambos en un imposible: soñar los dos esa noche lo mismo. Se fueron a dormir temprano. Se llamaron por teléfono antes, se desearon buenas noches, se durmieron contentos. Lo creyeron posible. Al siguiente miércoles cada uno llevó su dibujo: eran dos mitades exactas de un mismo corazón.
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