"Paisaje en el alma" -Cuento Corto-

1 comentarios jueves, 11 de agosto de 2011


Marcelo disfrutaba el viaje por Mendoza. Estaba realmente feliz por tener 15 días de descanso y quería aprovecharlo. Para Alicia en cambio la cuestión pasaba por acompañar y aceptar que si las vacaciones tocan en pleno enero, el calor aunque no le guste va a estar presente en todo el viaje.






En el último dia el grupo va hasta Las Leñas. Al mediodía, unos veinte kilómetros antes de Malargue, una estancia los esperaba para el almuerzo. Bajan y se van acomodando en una larga mesa. Ella pide el primer plato y no quiso comer más, no tenía hambre, y sale un rato para fumar tranquila. La entrada a la estancia tenía un camino en piedra de color gris, un canto rodado muy lindo, demarcado por líneas blancas. Sobre la izquierda otro camino, ya de tierra y sin piedras.






Elige ir unos metros por ese sector pero no puede prender el cigarrillo por el viento que se lo impide. Lo guarda y sigue caminando. Por el azar de la naturaleza ese camino empezaba a quedar encerrado entre dos tramos de la cordillera. Cerró su campera hasta el cuello, el viento hacía un ruido particular que nunca había sentido. Se frenó. Escuchó el silencio, creyó estar loca pero no: el silencio tiene ruido cuando el ámbito es más grande.






La realidad, por dos segundos, la hace girar y ver que la estancia le iba quedando lejos. Mira hacia adelante y descubre la razón del ruido: un pequeño rio iba con fuerza, de izquierda a derecha, con agua de color tan transparente que veía el fondo de piedras en distintos tamaños y colores. Era realmente hermoso. Siguió paralela al rio unos veinte metros. Encontró a un nene de no tendría más de 10 años. Estaba sentado mirando el agua muy concentrado. Cuando lo iba a saludar vio a un hombre en medio de la correntada, con su caña de pescar. Un hombre mayor, con unas botas muy altas que apenas se le veían de lo profundo que resultaba ser ese rio. Luchaba con la caña y el pez, el arte de pescar tiene una tensión que sin embargo Alicia disfrutó.






Se quedó mirando el final de la obra. El hombre de un movimiento saca el pez y lo mira al chico, que se pone de pie y espera el final, lo deja casi en su mano. Alicia saluda y ambos se la quedan mirando. Los felicita, les cuenta que era turista, que el paisaje le parecía hermoso.






El hombre le dice “este paisaje no es mio, es de usted también, doña”. Y ella entendió con el corazón el razonamiento de ese hombre desconocido. De pronto volvió a la realidad, emprendió la vuelta. En la estancia todos preguntaban por ella.



"¿Dónde estuviste?" Preguntó Marcelo?.



-Disfrutando el viaje, le dice Alicia. Por fin.

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"Molino de arena" -CC-

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Gastón tenía un balde verde. Dentro algunas cosas infaltables: una palita, un rastrillo y una especie de embudo que cuando pasaba la arena para abajo hacía girar una rueda. Recuerda a su mamá, de chiquito, mirándola desde abajo con esa mezcla de devoción y orden que se cumple cuando a uno lo llevan pero otro decide el ritmo de caminata.






Llegaron a la playa. La mira armar la sombrilla, que le parece una cosa tan incómoda en donde se resguarda de la sombra tan sólo a un bolso. Gastón es feliz con su balde, escucha el ruido del agua, acelera sus pasos.. Hay olor a sal pero no sabe de qué está compuesto el mar, no le interesa. Se acerca a la orilla, la madre está a su lado.






Empieza a sacar arena, la mojada, y con la pala va llenando el balde. Nadie parecía hacer lo mismo aunque estaba lleno de gente. En eso viene la espuma del mar y el agua fría lo asusta. Luego un poco más y su rastrillo se movió. Una tercera correntada se llevó el extraño aparato de la rueda que giraba con arena. Lo vio irse hacia dentro del agua, grita “mamá” y la madre intenta rescatar el objeto pero la ola se retrae y pierde al extraño artefacto de vista.






Gastón comenzó a gritar lo único que sabía decir en emergencias: mamá. Unas diez veces. Miraba el agua y ya no le gustaba tanto. Hasta que una ola trae de vuelta al embudo de arena pero lo deja más lejos de donde él estaba. Había una señora y una nena; corre a buscarlo sin mirar si su mamá lo seguía. Llega y lo quiere levantar pero la chica lo hace primero.






Él la mira y le dice “es mio, nena”. Y nada fue igual. Tenía rulos en un pelo algo largo y vio que bajó la cabeza con mucha vergüenza de haber agarrado algo que no era de ella. Buscó sus ojos agachándose un poco y ambos se miraron. Gastón soltó el objeto, quedó en las manos de ella y se sentaron en la arena. Jugaron mucho tiempo o para Gastón fue mucho tiempo, hoy no recuerda cuántos días y horas.






Entra ahora a la playa con la sombrilla al hombro que tan inútil le parecía; juntos van hacia donde recordaban que fue su primer encuentro. Y dejan jugar a sus hijos en ese mismo lugar. Había llevado el objeto, aun lo tenía luego de tantos años.






Quería sacarse con su esposa una foto. Para contarle a los hijos qué tan lindo es el mar cuando deja lo nuestro a orillas de quien necesitamos.

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"Todos somos alguien" -CC-

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Apuró el paso entre la gente, que cuando uno tiene que llegar a algún lado parecieran ir todos en cámara lenta. Cristian se aflojó los botones del chaleco, esperando el semáforo miró la hora. Estaba retrasado unos tres minutos y la reunión seguro ya había comenzado. Imaginó que estarían preguntando por él, que pensarían que se tomó el dia o que algo le ocurrió. Extrañarían sus chistes como los que siempre contaba, ese lunes faltarían al inicio los comentarios futbolísticos.






Lo hacían sentir importante y él estaba contento con su trabajo, respetado e integrado. El sueldo no era muy alto pero tenía posibilidades de hablar con su jefe a ver qué se podía hacer. Le faltaban para llegar dos cuadras. Piensa que quizás la reunión no comience sin él. Se rie de lo importante que se sintió por tres segundos y aceleró esquivando gente por Florida.






¿Por qué cuando se está apurado la marea de gente parece ir en contra de uno?. El edificio tiene entrada sobre la esquina de Tucumán. Justo alguien sale y él entra sin tener que esperar que le abran de adentro. Saluda al de seguridad. “Mire que lo están esperando, eh”, le dice, y Cristian le agradece con una reverencia. Sube en el ascensor, se mira en los extremos, que tienen espejos rectangulares. Acomoda la ropa, se pone derecho. Décimo piso y la puerta se abre.






La secretaria cuando lo ve le hace un gesto con una mano en señal de que se apure. Había silencio en el pasillo asi que estarían todos en la sala de reuniones. Antes de tocar la puerta para entrar se alisó el chaleco.






Entró diciendo buenas noches. “¡Faltaba Cristian, fuerte ese aplauso!” dice alguien, y todos aplauden. Él agradece y comienza su trabajo: “¿Alguien quiere café de este buen mozo?”, dijo.



Y todos, una vez más, rieron con su chiste.

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"Carta para mi ayer" -Cuento Corto-

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Cuando Daniel entró al correo ya notó la primera diferencia. Había dos filas para dos cuestiones diferentes, por un lado el pago de cuentas y en el otro lo estrictamente postal. Hacía veinte años no iba al correo, fecha de su última carta despachada. Se sentía extraño rodeado de gente con encomiendas o facturas de electricidad.





Llegado su turno pidió que la mandaran certificada. La mujer lo miró a él y luego al sobre, la sensación fea de ser interrogado con los ojos. Se detuvo en el remitente y cuando comprobó que estaba correcto lo pasó por la máquina. Ya no ponen estampillas y ahora entregan un recibo muy parecido al de un supermercado. Como si escribir fuera una compra. Daniel sentía que el mundo moderno le estaba dando un cachetazo a sus modos algo antiguos.






¿Qué hizo?. Se acordó de ella, de Claudia, y le mandó una carta como en su época de adolescentes. El problema es que ya no lo eran y si bien él nunca se casó eso no quería decir que quien leyera lo tomara en gracia luego de tantos años. Quizás tuviera hijos, muchos, quizás no viva donde siempre vivía. La mandó adonde recordaba.






El texto era bastante simple: “¿Te acordás de mi?”. Y el remitente era de Martín J Haedo. Le gustaba hace 20 años poner de remitente en cartas apellidos de estaciones de trenes. Apostaba a que con eso lo debería recordar. Con el correr de los dias las ganas de recibir respuesta se transformaron en resignación, en melancolía de lo que nunca pasó.






La duda era si llegó y si fue así cuál había sido la reacción, que Claudia sintiera lo mismo, en una palabra. Hasta que a los 36 días de enviadas la carta, llega el cartero a la casa. Se baja de la bicicleta, toca timbre. Daniel sale y el hombre le hace firmar una planilla. Ve la letra de Claudia, igual que hace 20 años.






Rompió con cuidado el papel madera y adentro tenía una caja blanca. La desató y abrió: había cartas. Suyas, escritas para ella. En la tapa se leía “fijate en el sobre”. Y dentro había una hoja que decía “Sí, me acuerdo de vos. Te doy las cartas tuyas. Volvé pero hoy, no ayer”.






Daniel se rascó la cabeza y no perdió tiempo. De a una las fue quemando con un encendedor. Vio luego de tanto sus propias cartas, amarillas del tiempo y de lo que sentía de verlas. Le estaban pidiendo que dejara atrás a él mismo para empezar a ser, justamente, él.






Hoy son tan felices que se escriben cartas aunque estén al lado del otro.

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"Barco al mar" -Cuento Corto-

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¿Por qué le gustan los barcos?, preguntó el psicólogo. Andrés dijo que no lo sabía. Que de chico asociaba una idea de libertad en el hecho de navegar pero que aun así no alcanzaba a conformarlo su propia respuesta, porque de grande aun tiene esa idea. No lo sabe.






El médico le dijo que quizás tenía que ver con alguna carencia que derivó en cierto encierro. Y la necesidad de querer salir de eso estaba representada desde su infancia en un barco. Se fue del consultorio sin creerle al psicólogo, sin creer lo que él mismo sentía y con todas las ideas revueltas, escarbadas y algo doloridas.






Llegó a la esquina de Talcahuano para cruzar en diagonal Plaza Lavalle. Casi las siete de la tarde y esa zona se vuelve silenciosa, descansando de la gente. Un hombre está sentado de espaldas a él, contra una reja, de donde cuelgan cartulinas de colores. O eso creyó ver. Mientras avanzaba quería saber qué cosa hacía pero parecía trabajar en algo pequeño, ya que todo el cuerpo cubría lo que tenía entre manos.






Curioso, Andrés directamente se detuvo. Y era un hombre pintando con lápices apenas visibles, una imagen en un cuadrado parecido a un azulejo. El hombre le dijo que lo estaba esperando. Que dibujaría lo que Andrés necesitaba sin ningún dato personal, salvo responder tres preguntas. Aceptó el desafío.






La primera pregunta fue a quién extrañaba más que haya conocido poco. Dijo a su padre. El hombre dibujó una cruz. La segunda pregunta fue en qué cosa se levantaba pensando que nunca terminaba haciendo. Y le dijo que jugar con sus hijos. Dibujó líneas que hicieron de la cruz un triángulo. Y la tercera pregunta fue qué le impedía tener tiempo para solucionar las dos primeras. Andrés dijo: que nadie me lo viva preguntando.






El hombre terminó de dibujar el mar en su cuadrito de azulejo y se lo mostró.



"Es tu barco, Andrés. Es hora de subirte a él", le susurró.



Andrés lo miró y de firma decía DIOS.

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