Mi amiga y el oso

3 comentarios miércoles, 30 de diciembre de 2009

No revelaremos su nombre, que quede librado a la imaginación esta vez. La historia, la histeria, comienza en la adolescencia, momento complicado de la vida de alguien y en el caso de ella lo era más justamente por el hecho de cumplirle los familiares todos sus caprichos. A veces hacer caso a los pedidos de alguien no es sinónimo de tranquilidad o armonía, y la persona cree tener un poder que ejerce, veremos en este caso de qué modo.

Mi amiga vivía decentemente, sin lujos pero sin quejas. Hasta que a mitad de su adolescencia comienza con la faraónica idea de tener su propio lugar, y me refiero a tener un sector aparte de la casa para ella, no sólo una habitación. Me plantea la idea y yo, necesario intermediario porque era el que aportaba calma se supone, le transmití a la madre esta “inquietud”. Ella rascó su cabeza y supe en ese gesto que no significaba un NO. Estaba pensando en cómo, una vez más, hacerle caso en un pedido a su hija.

El terreno era de fondo largo así que la idea invitaba a la realización. La madre sacó un crédito, yo la acompañé. Su cara era de resignación o yo sentí eso cuando la vi firmar esas seis o siete hojas de conformidad. Se contrató gente y manos a la obra. En algo asi como cuatro meses una construcción aparte, que ocupaba todo el ancho del terreno, se había levantado detrás de la ahora “casa principal”. Mi amiga miraba el trabajo tomando mate por la ventana. Todo iba a su ritmo. Con la obra concluida se acercó a inspeccionar detalladamente cómo quedó todo, yo entré detrás.

Techo muy bonito, de teja, que tenía una caída que le daba un aire a chalet era lo primero a la vista. Una puerta en medio y a la izquierda un ventanal. Uno ingresaba y había un gran salón en donde sin paredes se podían ver muchos sectores, lo que hoy sería un loft y que en aquel tiempo era algo poco visto aun. A la izquierda, la única pared divisoria, la de su habitación. No demasiado grande, sí su placard, que llegaba hasta el techo desde el piso. Un baño y una cama con colchón doble.

Pero el loft era más interesante. Una cocina en un extremo, con mesada de color gris y una heladera baja y ancha. Unos esquineros para guardar libros, una mesa rectangular en madera con seis sillas muy bonitas y dos ventanas más chicas que la de la habitación, con cortinas en color crema. En el centro del loft el detalle más llamativo: un bajo nivel, circular, hecho con cemento en donde se hizo el asiento largo y obviamente circular. Desde ahí mi amiga miró la obra y la aprobó con un gesto.

Quedaba más. Su idea era conseguir almohadones circulares para ese espacio y una mesita ratona circular también. El crédito ya era cosa juzgada y no hubo más dinero. Ella puso cara de mala y no le agradó, pero claro, le habían dado el gusto, no había tanto lugar a reproche de su parte. Apareció un televisor y la independencia respecto de la “vieja casa” fue absoluta. Era su refugio soñado.

Yo iba casi todos los días. En general me llamaban para que fuera: la madre por teléfono me decía que su hija se había encerrado en la habitación y pedía por mí. Yo iba, no era cerca de mi casa justamente, y veía la misma situación. Encerrada efectivamente en su cuarto pero con ese ventanal abierto, con lo cual ella podía salir por ahí o yo entrar. El ambiente estaba cargado de capricho, de eso se trataba su comportamiento, al que por cariño apañaba y comprendía aunque a veces me costaba. Se enojaba mucho cuando me iba, quería siempre que me quedara. Decía que había que usar ese loft conmigo y que haría una fiesta. Cuando veía que el discurso venía por ese lado, preparaba mate y le servía, ella encerrada en su cuarto y yo por afuera del ventanal, sirviendo. Asi pasaron muchos días y meses.

Nuevamente la madre al teléfono…escuchaba su voz y temía el pedido, ya. Mi idea era estar un momento, no tenía tiempo, yo estudiaba aunque a veces por mis números no se notara. Un día jueves voy, estaba encerrada. Se había enojado días antes porque yo por enésima vez le dije que me debía ir. Pero esta vez llegué y vi algo extraño. De espaldas, en aquel círculo en medio del loft un oso…gigante. Yo nunca vi un muñeco de tamaño tan grande, algo más de un metro de alto. Estaba sentado.

Me acerco y lo giro. Era blanco y con una especie de chaqueta azul. Tenía anteojos de sol y un cartel colgando. Me fijo el cartel y decía “Gabriel”…no sabía si halagarme u ofenderme ante eso. Toco la puerta y era un ejercicio inútil, ella no abriría. Salgo y por la ventana le pregunto ¿qué es ese oso? ¿Por qué tiene mi nombre?.

Ella baja el volumen de la radio a todo lo que da y me mira. Temí un discurso de 20 minutos pero no, fue contundente. “Ah, si…¿lo viste? Lo conseguí, al menos ése está todos los días…y la verdad ¡con él tengo más diálogo que con vos!”

Yo me hacía el enojado pero daba para la risa, igual fui hasta el círculo de cemento, agarré el oso y le pegué una patada. Ella escuchó el ruido y abrió la puerta. Corrió hacia el oso como si fuera un familiar caído. Si vas a salir, preparo mate, le dije. “Dale”, me dijo. Hice mate y nos sentamos en el círculo de cemento, aun sin almohadones ni mesa.

Amistad rara la nuestra, ¿algún día dejaré de ser bombero?, le dije.
“Dale, cebá”, fue la respuesta.
Los dos tomando mate. El oso sentado en un extremo era testigo.



Acotación al margen: Nunca aconsejo frenar una locura si no se sabe cuanto solucionaremos con eso. Si no se puede arreglar con nuestra intervención, es preferible seguir la corriente esperando mejor momento. Aunque a veces ese momento tarde una eternidad. ¿El oso?: se ensució enseguida, era blanco. Lo puso a lavar y lo rompió el lavarropas.
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