Mi amiga y el oso

3 comentarios miércoles, 30 de diciembre de 2009

No revelaremos su nombre, que quede librado a la imaginación esta vez. La historia, la histeria, comienza en la adolescencia, momento complicado de la vida de alguien y en el caso de ella lo era más justamente por el hecho de cumplirle los familiares todos sus caprichos. A veces hacer caso a los pedidos de alguien no es sinónimo de tranquilidad o armonía, y la persona cree tener un poder que ejerce, veremos en este caso de qué modo.

Mi amiga vivía decentemente, sin lujos pero sin quejas. Hasta que a mitad de su adolescencia comienza con la faraónica idea de tener su propio lugar, y me refiero a tener un sector aparte de la casa para ella, no sólo una habitación. Me plantea la idea y yo, necesario intermediario porque era el que aportaba calma se supone, le transmití a la madre esta “inquietud”. Ella rascó su cabeza y supe en ese gesto que no significaba un NO. Estaba pensando en cómo, una vez más, hacerle caso en un pedido a su hija.

El terreno era de fondo largo así que la idea invitaba a la realización. La madre sacó un crédito, yo la acompañé. Su cara era de resignación o yo sentí eso cuando la vi firmar esas seis o siete hojas de conformidad. Se contrató gente y manos a la obra. En algo asi como cuatro meses una construcción aparte, que ocupaba todo el ancho del terreno, se había levantado detrás de la ahora “casa principal”. Mi amiga miraba el trabajo tomando mate por la ventana. Todo iba a su ritmo. Con la obra concluida se acercó a inspeccionar detalladamente cómo quedó todo, yo entré detrás.

Techo muy bonito, de teja, que tenía una caída que le daba un aire a chalet era lo primero a la vista. Una puerta en medio y a la izquierda un ventanal. Uno ingresaba y había un gran salón en donde sin paredes se podían ver muchos sectores, lo que hoy sería un loft y que en aquel tiempo era algo poco visto aun. A la izquierda, la única pared divisoria, la de su habitación. No demasiado grande, sí su placard, que llegaba hasta el techo desde el piso. Un baño y una cama con colchón doble.

Pero el loft era más interesante. Una cocina en un extremo, con mesada de color gris y una heladera baja y ancha. Unos esquineros para guardar libros, una mesa rectangular en madera con seis sillas muy bonitas y dos ventanas más chicas que la de la habitación, con cortinas en color crema. En el centro del loft el detalle más llamativo: un bajo nivel, circular, hecho con cemento en donde se hizo el asiento largo y obviamente circular. Desde ahí mi amiga miró la obra y la aprobó con un gesto.

Quedaba más. Su idea era conseguir almohadones circulares para ese espacio y una mesita ratona circular también. El crédito ya era cosa juzgada y no hubo más dinero. Ella puso cara de mala y no le agradó, pero claro, le habían dado el gusto, no había tanto lugar a reproche de su parte. Apareció un televisor y la independencia respecto de la “vieja casa” fue absoluta. Era su refugio soñado.

Yo iba casi todos los días. En general me llamaban para que fuera: la madre por teléfono me decía que su hija se había encerrado en la habitación y pedía por mí. Yo iba, no era cerca de mi casa justamente, y veía la misma situación. Encerrada efectivamente en su cuarto pero con ese ventanal abierto, con lo cual ella podía salir por ahí o yo entrar. El ambiente estaba cargado de capricho, de eso se trataba su comportamiento, al que por cariño apañaba y comprendía aunque a veces me costaba. Se enojaba mucho cuando me iba, quería siempre que me quedara. Decía que había que usar ese loft conmigo y que haría una fiesta. Cuando veía que el discurso venía por ese lado, preparaba mate y le servía, ella encerrada en su cuarto y yo por afuera del ventanal, sirviendo. Asi pasaron muchos días y meses.

Nuevamente la madre al teléfono…escuchaba su voz y temía el pedido, ya. Mi idea era estar un momento, no tenía tiempo, yo estudiaba aunque a veces por mis números no se notara. Un día jueves voy, estaba encerrada. Se había enojado días antes porque yo por enésima vez le dije que me debía ir. Pero esta vez llegué y vi algo extraño. De espaldas, en aquel círculo en medio del loft un oso…gigante. Yo nunca vi un muñeco de tamaño tan grande, algo más de un metro de alto. Estaba sentado.

Me acerco y lo giro. Era blanco y con una especie de chaqueta azul. Tenía anteojos de sol y un cartel colgando. Me fijo el cartel y decía “Gabriel”…no sabía si halagarme u ofenderme ante eso. Toco la puerta y era un ejercicio inútil, ella no abriría. Salgo y por la ventana le pregunto ¿qué es ese oso? ¿Por qué tiene mi nombre?.

Ella baja el volumen de la radio a todo lo que da y me mira. Temí un discurso de 20 minutos pero no, fue contundente. “Ah, si…¿lo viste? Lo conseguí, al menos ése está todos los días…y la verdad ¡con él tengo más diálogo que con vos!”

Yo me hacía el enojado pero daba para la risa, igual fui hasta el círculo de cemento, agarré el oso y le pegué una patada. Ella escuchó el ruido y abrió la puerta. Corrió hacia el oso como si fuera un familiar caído. Si vas a salir, preparo mate, le dije. “Dale”, me dijo. Hice mate y nos sentamos en el círculo de cemento, aun sin almohadones ni mesa.

Amistad rara la nuestra, ¿algún día dejaré de ser bombero?, le dije.
“Dale, cebá”, fue la respuesta.
Los dos tomando mate. El oso sentado en un extremo era testigo.



Acotación al margen: Nunca aconsejo frenar una locura si no se sabe cuanto solucionaremos con eso. Si no se puede arreglar con nuestra intervención, es preferible seguir la corriente esperando mejor momento. Aunque a veces ese momento tarde una eternidad. ¿El oso?: se ensució enseguida, era blanco. Lo puso a lavar y lo rompió el lavarropas.
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Morena, cartas y celos

3 comentarios martes, 29 de diciembre de 2009

Hablé la anterior vez sobre Morena en el colegio, su fiesta, su vals, mi pullóver y sobretodo, de su sentencia a partir de lo que me dijo. Sin embargo esa fiesta terminó siendo negativa para con nosotros. Dejé de hablarle y ella a mi. Sin motivo específico, pero evidentemente cada uno viéndose en ese momento juzgó forzada la situación.
Y hubo distancia.

Sobre el final de uno de los años, Morena anuncia que se cambiará de colegio. El nivel de educación no era el deseado para ella y pasaría de una escuela pública a otra privada. Compró un cuaderno con espiral y lo fue pasando a cada compañero para que le escribieran alguna frase de recuerdo. Cuando fue mi turno lo primero que hice fue mirar las dedicatorias hasta allí, no para inspirarme, sino para conocer el tono con el que el cuaderno venía.

Escribí unos diez renglones, pero ya no recuerdo el contenido. Me referí a su fiesta de 15 y lo posterior, esa especie de silencio tenso. Terminó el año con los saludos de rigor y se fue. Era el fin de Morena.

O eso creí.

Cuando las clases otra vez comenzaron una amiga en común me entrega una postal y una carta (¡de papel color verde!) que Morena le había dejado para mi. La tarjeta era sobre deseos para la navidad y la carta de dos carillas decía que le había gustado lo que escribí y que deseaba seguir el contacto si yo quería a través de cartas. Me puso su dirección y saludaba con un “gracias por todo”, que sonaba más de compromiso que real.

Hoy pasados casi 20 años ya de lo que relato, comprendo que si decidí escribirle sin dudas era para sentir un escape de la realidad, que yo había delimitado dentro de terminar el colegio y estudiar luego Veterinaria. Lo sentí como la posibilidad de “hacer” algo que me debía “hacer”, sabiendo incluso que podía desilusionarme, tanto de mí como de las respuestas posibles. Y esa misma noche empecé algo que con mayor o menor ritmo duró más de nueve años.

Las escribía en el fin de semana y las despachaba el lunes. Ella las escribía en la semana y me llegaban los viernes. Al principio eran absolutamente informativas, darse a conocer con datos y también a través del estilo de cada uno. Salvo por esa tendencia (en mi opinión bastante fea) de escribir la letra M al revés, con las montañitas hacia abajo y no como Dios manda, del resto no tenía quejas.

Así pasaron unos cuatro meses hasta que acordamos vernos. El acuerdo era encontrarnos los días viernes por la tarde y los encuentros de allí en más fueron bastante paranoicos. Nos saludábamos evitando hablar y cada uno entregaba el sobre cerrado al otro, que no lo abría hasta que se estuviera solo. Lo vivíamos como un regalo semanal, algo que nos hacía bien sin juzgarnos ni pretender cambiarnos, una auténtica ida y vuelta sin histerias.

El idilio duró unos meses más. Porque luego sobrevino el querer interpretar conceptos del otro, el tomar una parte y no el todo sobre una opinión y cierta electricidad cuando no se opina de igual manera. Aun con eso, seguía no pareciéndome rutinario, todo lo contrario. Era liberador lo que yo sentía al expresarme.

Pero inexorablemente, todo fue para mí siendo tan cuesta arriba como tener un bote de un solo remo. El tono “descriptivo-festivo” de las cartas pasó ya a ser acusatorio. Y yo no me salí de mi eje, seguí escribiendo de igual manera, que a la distancia sin dudas fue un error, debí parar.

Paralelamente me puse de novio con alguien fuera del colegio, lo que hizo que terminara de desarmarse el “castillito postal”. Morena era muy celosa y no aceptaba que los viernes comenzara a hacer otras cosas. Luego de una charla casi a los gritos por teléfono, quedé en que se las enviaría a las cartas semanales por correo, como al principio. Nunca supe si lo entendió o es que se resignó. Pero finalmente quedamos de esa manera.

Para el viaje de egresados se la invitó a pesar de ya no ser más del grupo. Morena comenzó a llevarme las cartas al colegio, me las daba en mano o se las dejaba a la preceptora. No quiso ir al viaje, fue con sus nuevos compañeros casi en la misma fecha que nosotros, en realidad volvió un día antes de la partida de nuestro grupo.

El día anterior a mi cumpleaños termino con mi novia. Morena me llama para ir a mi casa y llevarme un regalo de Bariloche. Le digo que me había peleado con mi novia, que no estaba de ánimo. “Voy igual”.
Aparece con una botella de champagne. Pide dos vasos, sirve y dice “celebremos este momento”…

Yo la miré, recordando aquel “de mi no te vas a olvidar” tan claro en el tiempo. ¡Vaya si lo llevó a la práctica!
Y como ya dije, esto continuará.




Acotación al margen: Moraleja para los lectores. Si van a escribirse con alguien o llevar adelante otro tipo de relación, tener en cuenta que las alegrías no se sostienen sólo de un lado, sino que son la unión de dos sentimientos. Porque si no, el bote se mueve en círculos si se tiene un solo remo. Yo sé por qué lo digo.
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Morena entra al salón, y a mi vida

5 comentarios lunes, 28 de diciembre de 2009

Repetir de año es una experiencia francamente olvidable que no se la deseo a nadie. Sobretodo cuando la lección aprendida, lo que no volveremos a hacer y sabiendo que está mal, lo descubrimos al final de nuestros actos, jamás al principio. Con el diario del lunes juzgar acciones es para cualquiera, la cuestión es el exacto momento de una decisión. Ahí es sólo uno y su circunstancia.

Supongo que esto ocurre también con la amistad. Hay una génesis, un momento en el que decidimos ser amigo de alguien sin explicarnos nada y sólo sintiendo. Así debe ser. Uniendo los dos temas podría decirse que lo bueno de repetir es que me permitió el tener amigos.

Pero Morena es un caso especial. Y creo que me quedo corto.

La historia comienza como tantas otras. Un amigo en su primer día de clases le surgió subrayar un título de tres palabras. ¿Quién puede llevar una regla en el primer día de clases?. ¿Para subrayar qué?. Me preguntó a mí y no tenía, con lo cual empecé con la mirada a descubrir alguna regla en las carpetas flamantes de otros, era el primer día.

Una chica conversaba de espaldas a mi con otra, y de su carpeta Pagsa tamaño 3 (los sub-35 sabrán de lo que hablo) sobresalía una enorme regla, casi una invitación a pedirla. Y eso hice.
Morena, de quien luego supe su nombre me miró y yo creo que de allí nada fue lo mismo. Pero claro: uno lo descubre luego y no en ese momento.

Con el tiempo si bien no era amiga ni tampoco me gustaba, no dejaba de llamarme la atención. Pasó un año y a raíz de una pelea por terceros dejó de hablarme. Se acercaba su cumpleaños de 15 y veía que a la mayoría invitaba menos a mí. Faltando un día nos juntamos todos (en esas reuniones que se arman sin objetivo claro) y me invita a su fiesta. Era al otro día, hacía mucho frío.
Mi madre con un pullóver tejido a la mitad empieza la tarea de terminarlo a tiempo. Se queda toda la noche tejiendo, le pone unos botones que no eran los planeados, de mangas algo largas, me sentía un maniquí disfrazado pero, campera arriba puesta para combatir el frío, salí.

Me encontré en la puerta con dos compañeros más. Entramos diciendo nuestros nombres y ante el mío la persona revisa un papel mientras envía a mis compañeros a una mesa. Yo me quedo y se acerca un hombre que me da la mano y me dice que es el padre. Lo saludo con respeto pero sin afecto, no lo conocía. Me señala una mesa, central, y dice que ahí me quede. El hombre que me recibió y el padre de ella se van y yo enfilo para la mesa vacía de gente.

Por diez minutos toda mi actividad fue golpear con la uña un extremo del plato, repasando 100 veces ese mantel exactamente con el largo para tapar los caballetes. Se fue llenando de personas el lugar y aparecieron varios compañeros a los que me acercaba a saludar a la otra mesa. En donde yo estaba había siete sillas contando la mía. Tres personas me saludan y ocupan sus lugares hablando entre ellos y no conmigo.

El salón casi lleno, música confundida entre las voces de la gente. Se apagan las luces e ingresa Morena del brazo del padre con “murmullo descuidado”, de “Wham!” de fondo (sub-35 vuelven a entenderme). Alguno podrá no creerme, pero ahí y sólo ahí comprobé en que estaba en la mesa central, y por un minuto pasé de tener frío a tener calor. Y mucho. Se acerca y la saludo. Me da la mano y la cierra, arriba de la mía, sólo me mira y no me dice nada. Nos sentamos todos. Dije para mis adentros: si la única persona que conozco (y más o menos) sólo me mirará sin hablarme, me voy a aburrir mucho.

La madre y el hermano me parecieron muy amables y fueron con los que más hablé. El primer plato lo comí, el segundo lo miré. Vino el postre a la mesa y también a la fiesta: el vals. Nos ponemos de pie y yo hago un respetuoso paso atrás dejando a la familia como protagonista. Pero Morena me busca y me extiende su brazo.
Yo la miré ordenándole que no lo hiciera, pero tengo evidentemente una mirada débil: insistió.

Vi en una película, siendo chico, cómo un elegante hombre bailando el vals pisaba el vestido de la mujer y originaba poco menos que la tercera guerra mundial, era una comedia. Recordando eso giraba tan lentamente mirando mis pies y no a la cara que me apretó la mano para que dejara de hacer eso. La miré a los ojos y vi en ella un montón de cosas, infinitas. Me ví reflejado también, en esos ojos negros clavados en mi.

Le dije lo primero que se me ocurrió: “vos sí que me la hacés difícil”.
Y ella, bailando y llevándome a su ritmo me dijo: “vos de mi no te vas a olvidar”.

Tenía razón. Por doce años fue así. Y esto es sólo el comienzo.



Acotación al margen: Tanto frío tuve que durante toda la fiesta jamás me saqué la campera y el pullóver nadie lo vio. Bailé el vals con la campera puesta. Mi madre nunca supo esto, cree que todos elogiaron su obra. No lo usé más.



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La chica de los apodos

1 comentarios miércoles, 23 de diciembre de 2009

Creo en el orden cósmico sin lugar a dudas, entendido como algo que escapa a nuestra realización y que por si, busca que todas las piezas encajen perfectamente. Las piezas en general somos nosotros y los motivos también son sagradamente nuestros.

A fines del año pasado un ex compañero del primario dio con mi dirección de correo electrónico y así se pusieron un grupo pequeño de ellos en contacto conmigo. Luego del intercambio de datos de rigor me dieron algunas direcciones de correo electrónico para que pudiera hacer contacto con los hasta allí encontrados y eso hice.
Me fui a un locutorio en una mañana de diciembre y mandé en un solo mail a todas esas direcciones mis saludos y alegría de haber dado con ellos. Al otro día revisé mi cuenta buscando novedades.

Sólo una persona había respondido.

De todo aquel listado era con quien menos diálogo tuve en aquellos años, y a menor confianza más distancia, dicen. Respondí formalmente y me alegré de su respuesta posterior. El retorno de algunos nombres a mi vida era de la mano de alguien de quien nunca hubiera esperado eso. Y sin embargo hubo confianza enseguida, alegría a partir de sus respuestas, y yo intentaba no ser menos.

Formó familia y vive lejos de donde yo vivo así que el correo electrónico y el chat son las ayudas fundamentales. Pero con el chat no me llevaba, lo tenía instalado en mi computadora pero renegaba bastante de su uso. Ella me insistió en poder hacerlo y empecé de a poco.
Estaba muy contento de lograr confianza con alguien que era conocida y desconocida a la vez, era extraño. Sin embargo estuve seguro y feliz con ella, un lindo abrigo para empezar a ser amigos.

Hicimos ambos un curso acelerado contándonos nuestras cuestiones, le pusimos empeño en comprenderlas y nos acompañamos en las que merecían apoyo. Intenté estar a la distancia con ella ante algunas circunstancias, tendiendo la mano desde tan lejos y sintiéndola tan cerca. No sé si le pasó lo mismo, pero me hizo tan bien su presencia que de alguna manera empujó al año a que así lo fuera, me dio ganas de poner en acción a mis intenciones de mejorar, ella es la hermosa culpable.

Tiene claramente un problema. Un nombre que me remite a muchos recuerdos y evito decir en voz alta. A eso hay que sumarle que no soy un gran fijador de nombres, los olvido, con lo cual intento a partir de algún hecho o sobrenombre, ubicar a la gente. En su caso ella era alumna excelente y junto a otra, yo no les hablaba porque temía no tener un tema de conversación. Interpretaba de chico que el conocimiento distanciaba demasiado a la gente, que no había temas generales.

La rubia, sin dudas, era como San Martín y yo el lustrabotas del Sargento Cabral, sentía jerarquía. Equivocadamente, porque ella no generaba eso, pero mi mente sí.
Para solucionar esto de no nombrarla, decidí ponerle apodos para recordarla. También funcionan como códigos entre nosotros y todos tienen que ver con ella, describiéndola.

Salí de mis rutinas bastante oxidadas de siempre tener las mismas actividades. Me invitó a su mundo y a conocer a su familia y yo dudé porque no estaba acostumbrado a viajar, mi confianza en las cosas nuevas para hacer aun no era tan importante como hoy ya lo es.

Dudé bastante, pensé en qué diría su marido que le caiga a su casa alguien que no conoce y se quede unos días. Pero de nuevo me sorprendieron: me llamó por teléfono y me invitó él personalmente, me obligó a poner fecha y que me esperaría retrasando su trabajo para poder verme. A esa altura ya debía ir por simple curiosidad. ¡Una familia tan maravillosamente normal no existe!.

Le dije unos días antes que me enviara una foto para poder ubicarla si me iba a buscar, porque iba a complicarse. Me envió una foto y ya su pelo no es largo ni se lo ata, debía buscar otros parámetros. Luego de un eterno viaje recorriendo la Argentina entera antes de llegar (me vendieron pasaje en el micro que paraba en todas las esquinas), la vi, sola, sentada en la estación terminal, mirando para la ventanilla a ver si era el micro.

Un viaje eterno que valió la pena. Fue muy lindo y fui feliz de verla otra vez, aunque ya no como compañera de aquellos años, ahora fui a ver a una amiga reciente, a quien quería seguramente mucho más y mejor que aquella. Lo tomé como un viaje de egresados para disfrutar y la pasé muy bien.

Conocer a la gente implica hacerlo en todos los momentos y no habíamos tenido contrapuntos, hasta que los hubo, y también aprendí de ellos, padecí el enojo: es brava y también cariñosa, todo en la misma mano que tiende.

Revitalizó un poco mi entorno, y si bien la lejanía impide, está de alguna manera en mis cosas. No es una amistad que empieza y acaba en el año, creo que empezó rápidamente y ahora seguirá conmigo, aunque ya no sea la rubia aquella que se ataba el pelo largo.

Crecimos. Aprenderemos porque nunca es tarde. A ser mejores, primero para con nosotros, a predisponernos en recibir lo que damos a diario, a no sufrir si no es por lograr mejorar, a ver el futuro aun con el sol de frente, como alguna vez leí por ahí. Todas estas cosas nos unen y sin ella las padecería bastante.
Gracias, brujita.
Sin vos el año no hubiera sido movido. ¡Y lo fue!
Te quiero mucho. Le debo una a la vida.
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Madre de pantalones puestos

3 comentarios martes, 22 de diciembre de 2009

Hubo claramente un hecho que dividió las aguas, marcó un antes y después respecto del rol de mi madre para conmigo. No necesitó decirme palabras de discursos largos, la realidad dictaba sola su sentencia.

Febrero de 1988, era jueves y llovía. Salía yo de rendir (mal) alguna de las ocho materias que me había llevado en ese primer año de secundaria. Técnicamente estaba repetido. Caminábamos los dos bajo un mismo paraguas, de color gris tipo sombrilla, y había tanta humedad que los mosquitos se metían bajo el paraguas abierto y eran una molestia que aun hoy recuerdo. Llegando a la esquina de mi casa se detiene y me mira.

Y dijo “Bueno, hasta acá llegué, no te puedo ayudar más, ahora es cosa tuya”. Y la verdadera dimensión de esas palabras las sentí al tiempo, cuando realmente todo pasaba a estar regido por lo bueno o malo que hiciera, sin pensar en su colaboración. Fui a otro colegio de otra localidad en donde nuevamente repetí primer año.

Por buena conducta decidieron darme una nueva oportunidad, que no desaproveché. Todo el año fue recortar la carpeta del anterior y pegar la tarea en las nuevas hojas, así que lo pude lograr y de ahí seguir, tuve muchas ganas de no transitar el camino del estudio, me costaba muchísimo. Y seguramente ese acto de soltar la mano que implicaba su ayuda frente a mis problemas me terminó de impulsar.

Pero antes no era así. Antes el huracán de un metro cincuenta y cinco era complicado de sobrellevar. Era una verdadera cazadora de injusticias para con su hijo, no lo podría jamás negar. Mi padre y su partida de este mundo de repente la obligaron a empezar aquello que había dejado, que era ponerse al frente de todo y con trabajo de 8 horas.
Pasó de ama de casa a madre y a partir de ahí, también empleada.
Se puso los pantalones y fue madre y padre.

El C.O.N.I.C.E.T. (donde mi padre trabajaba) le ofreció el escalón más bajo de su organigrama y ella aceptó. Era en Capital Federal así que se buscó un colegio cercano para que pudiera estar no tan lejos de su trabajo, tenía yo 4 años. Y fue ahí donde apareció el Instituto Don Orione. A través de la gestión del propio C.O.N.I.C.E.T. se consiguió una vacante con el año comenzado. Eso fue como una espada que me colgó en todo mi ciclo primario, sentí que pagué a diario cierto derecho de piso por esa acción, sin yo tener la culpa. Era una sensación y era un hecho.

Ya hablé del karma que significa la introversión. Uno es receptor de ciertas cargas del otro y no sabe resolver eso, tiende a aislarse más y no ser sociable. La manera de mi madre en hacer que eso no ocurriera era seguramente su aparición permanente en dirección, en donde ya la conocían bastante. Recuerdo en tercer grado entrar junto a ella, estar la puerta de la dirección abierta y a la Hermana directora agacharse cuando la ve y ponerse de espaldas, como quien no quiere ni mirarla para no empezar un diálogo. Imponía respeto el metro cincuenta y cinco de madre que me tocó en suerte.

Sus gritos ante los boletines con variados colores de tinta (predominando el rojo…mucho rojo) la hacían ir seguido y yo no dudo que me ha salvado de haber repetido tercero, quinto y sexto, que por diferentes causas fueron familiarmente también años complicados. Una vez no estuvo de acuerdo en la puntuación ante cada materia y firmó en todos los renglones con un asterisco, que abajo decía “en disconformidad”. Asi que cuando llevaba el boletín al otro día sabía que las monjas verían no muy felices tanto asterisco. Reuniones de las autoridades con ella no eran nada extraño. Sin dudas una protección ante el mundo, mi realidad que me costaba encontrar.

Viajábamos en tren hasta mi casa durante una hora y media, a la mañana y a la tarde. Nos levantábamos 4 40 de la mañana, salíamos a las 5 50 con la clara intención de tomar el tren, intención que a veces no coincidía con los tiempos estatales de la empresa, y nos dejaba de a pie. En general debía faltar al colegio si ocurría eso, porque ir en colectivo podía ser posible, pero el tema era la vuelta, se complicaba.

Encima en cuarto grado, cuando Marcela Metejón hizo su aparición, no tuve mejor idea que ir al coro, que ensayaba los sábados…así que de lunes a sábados iba hasta Capital. Mientras yo estaba en el coro ella se sentaba a fumar en Plaza Congreso, o se iba al cine Gaumont a ver alguna película.

Fumar y pensar, apoyada su espalda contra la mesada de metal de la cocina, es una imagen, fija, en mi mente de chico. Ella estaba ahí y a la vez no…el humo saliendo de su boca y su mirada clavada en la nada es el sello de toda una etapa.

Aprendí observándola ciertas formas de solucionar en el mientras tanto algunas cosas, ingenio del que decide rápidamente y bien.

Debíamos una vez bajarnos para un trámite en la estación Ramos Mejía, mitad de camino hasta Capital, y no había manera en ese mar de gente compacta que la empresa llama usuarios. Las puertas se abrieron y no podíamos avanzar hacia la salida, hasta que levanta su cabeza y grita “a ver si nos dejan pasar que este chico se siente mal y quiere vomitar”…se abrió una canaleta de repente, un verdadero pasillo humano en donde, hasta cómodos, llegamos a la puerta. Ese tipo de salidas me causaban mucha gracia y también admiración, era solucionar rápidamente una circunstancia.

Seguramente no retribuí con buenos puntajes en mis materias aquellos actos de amor de su parte, más bien todo lo contrario. Dos veces la vi llorar amargamente. Y las dos fueron en el andén de la estación de trenes de Once. En una, no le alcanzaba lo que ganaba para pagar la cuota del colegio. Y en la otra, me había sacado un cero en matemática, en segundo grado. La angustia de esa mujer era tan fuerte que me daba hasta pena mirarla, además yo no sentía pena por mi suerte, vivía normalmente que me fuera mal en el estudio.

Vivíamos lejos de casi todo, o en realidad los demás vivían lejos de nuestra casa, como se prefiera ver. Asi que tenemos muchos viajes hechos a todos lados, travesías de tren y colectivo rumbo a varios lugares, cuando el remis era sólo un auto que acompañaba a los cortejos fúnebres. Eso hizo que entre sus maneras, tan histriónicas, y mi silencio casi absoluto, se hiciera buena química necesaria.

Hubo un intento en torcer nuestro viajado destino, pero duró poco. Se compró un Fitito color verde, en donde salimos un par de veces a la casa de mis abuelos. Pero no tenía pericia con el auto. Incluso ya sacarlo marcha atrás se complicaba, y la vecina de enfrente debía hacerlo.

Manejaba lentamente, lo cual no era comprendido por la sociedad, que la chocaba de atrás en general, por lo menos tres veces seguro hubo choques hacia ella. El acto final fue romper el cerco de mi casa con una mala maniobra, y ya no quiso más. Cierta aversión a los autos me debe nacer de ahí.

Teníamos auto y así podíamos ir a distintos lugares. Para ver algo de Disney debía hacer 30 kilómetros hasta el único cine que pasaba películas de esa marca, el cine Los Ángeles. También me llevaba de chico a ver espectáculos de títeres, infantiles cantados. Eran lindos momentos en donde la malla de protección anti problemas, que su presencia significaba, funcionaba de maravillas.

Luego la vida nos lleva hacia otras necesidades y tiempos. Acomodarnos, ambos, a otra realidad que no sea el rol definido de cada uno durante años no fue fácil. Iba ella a registrar la firma en el colegio secundario una vez al año y preguntaba a todo el mundo si yo iba, siempre lo dudó….los nuevos tiempos nos hicieron lentamente ubicarnos de otra manera frente a la vida. Ahora ya no la embarco en ciertas cuestiones solucionables individualmente.

Quiso el destino que viva ahora a ocho cuadras de aquel colegio que tan lejano me quedaba. Y me pongo en el lugar de ella, si yo lo haría mejor que lo que le ha salido el criarme. Y supongo que no. Ese es su capital, de lo que realmente se debería sentir orgullosa. Algo quedó y algo dejó y deja.
Sigue usando pantalones largos y sigue siendo madre y padre.
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Y un día Carmen volvió (a hablarme)

3 comentarios lunes, 21 de diciembre de 2009

El reloj sonó puntual aunque para ser sincero ya estaba con un ojo abierto esperando el momento, igual lo lamenté: es muy feo hacerle caso a un despertador. Me levanto siempre temprano, aunque ése fue un sábado diferente. Por empezar, me juramenté nada de lágrimas y menos frente a la protagonista. Le quería evitar mi mar de llanto, justo a ella que vive cerca del río.

Largos trayectos, primero en tren y luego en colectivo. Temía que mis nervios me ganaran, asi que reaccioné linealmente. Ví una parada de colectivo y supuse que allí debía esperarlo. Casi una hora y media después, un sms me dio el lugar preciso. El último tramo de 23 largos años de espera comenzaba.

Tres personas estábamos en ese colectivo, apurado por llevarme, parecía. Un punto del camino que previamente me habían dicho, hizo de resorte en mi y le pregunté al chofer si conocía al menos la calle (no creí que a Carmen) y me dijo que sí. Luego el marido de Carmen resolvió rápidamente mis dudas: agitó sus brazos y el colectivo se detuvo.

Me bajé como quien ve con felicidad al portero del paraíso. Saludo formal al lado de su auto, y yo sin que me salieran las palabras. Él abrió la puerta del lado del conductor y casi entro junto a él. “No, andá por el otro lado”, dijo no sin lógica. Mis nervios se devoraron todo y no sé qué dije en los 500 metros de trayecto hacia la casa. Llegamos.

¡Llegamos!

“Gabriel, no llores”, “Gabriel, no llores”, me repetía como rezo. Salió el sol en ese día de lluvia, aunque quería escuchar su voz de nuevo, eso haría que se completara mi corazón. Y la escuché. Así uní aquel momento de hace 31 años y éste, se ataron pasado y presente con un buen nudo, un nudo de felicidad.

Me presentó a su familia, yo no sé de qué hablé la primera media hora (¿habré hablado?) porque esa carga de emoción es paralizante. Es muy linda pero a la vez detiene todo. Me costó reaccionar.

Somos nuevos y viejos. Creo que pasan tantas cosas a lo largo de la vida de las personas que deciden olvidar algunas, resignarlas por otras más importantes. Somos presente, al fin y al cabo. De eso hablamos, de nuestra realidad. No quería aburrirla con mis anécdotas así que no ordené nada en mi cabeza, que fuera lo que salga. Escuché más de lo que hablé. Y sentí. Quería reencontrarme con el cariño que no perdí nunca y ahora estaba ahí, tomando mate conmigo.


Evité preguntar aquello que ya sabía: las razones de su enojo (ver “La des-aparición”)…no las conoce ni recuerda. Yo menos. Los dos años y medio de silencio en la primaria de su parte quedarán como el crimen perfecto de mi infancia, no lo sabré jamás. Tampoco fui a eso, quería sentirla, lo necesitaba. No soy demostrativo e intentaba serlo, habrá visto una extraña combinación de ambas.
Evité, también, decir lo que ahora digo: me tendré que buscar otros objetivos a cumplir por mi, porque el de encontrarla ya lo había logrado.

Además comprobar al oírla algo que la volverá entrañable. Ella también sufría mucho las cosas, tenía sus períodos de silencio y de vulnerabilidad. Ella estuvo en un pedestal en el que yo la subí, pero es mucho más humana y terrenal, lo cual la agiganta. Y disimulaba de chica muy bien sus pesares.

La tarde se fue llevando el repaso de nuestras vidas. Afuera una lluvia quería protagonizar el encuentro. Su lugar es muy lindo y tranquilo. Silencio y bastante de verde es una combinación que a mi me gusta, además el paisaje reduce angustia y la autopresión. Nada de llantos. Le hice ver en este momento lo importante que fue antes y ahora que ha vuelto.

Se hizo de noche, no hubiera querido irme. Son los momentos (únicos) en que pienso en tener un auto y disponer movilidad. La saludé un segundo antes del límite del llanto. El marido (chofer, opinador, espectador y amable conmigo) inició la marcha.
Me iba de la casa de Carmen pero no de su cariño, recíproco sin dudas y feliz de ser quien soy y de ver a quien vi. Me llevó su marido hasta la parada de colectivo, que llegó enseguida mientras lloviznaba finito y molesto.

Ya sentado, respiré exactamente una milésima de segundo antes de ponerme a llorar. Todo el día lo venía aguantando, era casi terapéutico. Estaba contento, no era llanto de angustia, nunca lloré por dolor sino de alegría de saberla de nuevo presente.

Era sensación a objetivo cumplido del que en estos años había soñado.

Le pedí que escribiera unas palabras, que quise leer hace un rato en voz alta para que mi madre pudiera escucharlas, pero no pude terminar. Ahí hay tanto cariño que no con palabras se puede expresar. Se lo di a leer. También lloró.
¡Carmen va a devastar a una familia a puro llanto!

El sábado fui feliz, cuerda que me durará un buen rato. Vi a aquella nena transformada en mujer y mamá. Más y mejor.
Es un placer que vuelvas a hablarme. Y sentir que aquello de ayudarme a los 4 años, hasta hoy no se olvida. Te quiero mucho.

No es el fin de la saga, es una continuación de aquí en más de nuestra saga de vida, tenía que ser ahora y no en otro momento, como escribiste.
Ahora no te enojes más o en tal caso hablalo conmigo antes de actuar, ¿vio?.
¡Estoy llorando de nuevo! Ahora ya de grande. Gracias por volver a darme la mano y entrar ya no en el jardín, sino a tu vida, otra vez.





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Capítulo cinco: La defensora del apellido

1 comentarios lunes, 14 de diciembre de 2009

Mi familia tiene claramente dos estilos bien marcados, que los definen frente a otros. Por parte de mi madre son en su mayoría abiertos, habladores, simpáticos, demostrativos y de gestos y acciones que no pasan de largo ante una situación.


Por parte de mi padre la cosa cambia totalmente. Reconcentrados, serios hasta lo exasperante, nada demostrativos, callados y muy afectos a las miradas y guiños que da el cuerpo a partir de actitudes, se sabía cuándo alguien estaba o no enojado, era claro. Mi abuela Juana, la madre de mi padre, encarnaba perfectamente ese papel.

Entre esos dos mares navegué yo. Nada mejor entonces que saber nadar, y eso creyó oportuno mi abuela Juana que aprendiera de chico. Mar del Plata era el punto de inicio de mis vacaciones, en general apenas terminadas las clases del colegio religioso. Los primeros recuerdos de mi abuela en mi mente tienen que ver con el Centro de Educación Física número 1 y su pileta cubierta en la rambla. Cómo me miraba nadar, o intentar hacerlo, cuando mis pies no tocaban bajo ningún concepto el fondo de la pileta y me sentía un caldo en cubito fuera de la caja, inútil.

Recuerdo cumplir, cumplir a rajatabla sin chistar, no había segunda opinión. En general estábamos solos y alguna de mis tías se sumaban cinco o seis días en un mes, pero casi siempre con mi abuela, los dos. Me daba la mano como contención más que por cariño, era una mano tendida que no me dejaba solo en la calle, el afecto era estar ahí, disponer del tiempo para conmigo, llenarme de actividades físicas hasta casi desear que empiecen las clases, eran realmente muchas (Fútbol, básquet, patín, la nombrada natación). En medio de todo yo disfrutaba, me las rebuscaba, soy de mirar lo positivo hasta de mi imagen en un espejo roto, diría un amigo. Y fui muy feliz con ella, y ella feliz de saberse necesaria.

Íbamos de vacaciones en tren hasta Mar del Plata, una linda travesía de varias horas pero que disfrutaba sentado, acostumbrado a viajar mal y parado. En una oportunidad mi tía nos despedía porque nos estábamos yendo, y mi madre no llegaba, debía ir a saludarme. Yo estaba muy triste por eso, tendría ocho años, pensaba que algo malo le había pasado. El tren se ponía en marcha en Constitución con esa eterna bocina de la locomotora.

Saludo a mi tía con la mano y asomado a la puerta del vagón, esperaba que mi madre apareciera. Y como si fuera una película de Campanella, con el vagón en marcha aparece corriendo mi madre con una velocidad que le desconocía hasta allí, y me alcanza a saludar tirando un beso. ¡Y tirando una campera blanca, también! Que atajé con buenos reflejos. La escena era entre cómica y muy angustiante a la vez.
Me puse a llorar amargamente. Y mi abuela, muy práctica, muy frontal y siempre de voz segura, me mira y me dice “¿Por qué llorás, si siempre la ves todos los días?”.

Mi abuela y su sentido práctico. De algún lado evidentemente salgo.

Juana, y sus hijas (mis tías) vivían en San Isidro, lugar bastante tranquilo hace 30 años, las cosas van cambiando. Un barrio silencioso acorde a la familia. Una vez al mes pasaba a buscarme por el colegio y me quedaba un fin de semana en su casa y el lunes una de mis tías me llevaba al colegio en su Citroen rojo (llegar en auto era una extraña sensación, sin tren y colectivo de por medio).

En general los últimos viernes de cada mes pasaba mi abuela a buscarme. Sostuvo el pago de la cuota del colegio por mucho tiempo, jamás sabré por cuánto. Pero la maniobra que tanto mi madre como ella hacían era bastante clara, hasta para un chico de ocho o nueve años: mi abuela me pasaba a buscar y a las 17 íbamos al café “De los angelitos”, té para ella, gaseosa para mi. Llegaba mi madre y ambas se iban al baño. Seguramente allí mi abuela le daría el dinero a mi madre y luego ambas salían del baño y mi madre enfilaba para la puerta. “¿Adónde va mamá?”, preguntaba yo. “Se olvidó algo en la oficina, ahora vuelve”, decía mi abuela.

Lo que en realidad hacía mi madre era ir hasta el colegio (que la esperaba aun abierto) para que pueda pagar la cuota mensual. No recuerdo cuántas veces se repitió esta maniobra, o si hubo otras de las que no me percaté, pero de esa contención que renglones arriba hablé, tiene que ver con estas cosas. Hacer dentro de todo sencillo un transitar, excede lo monetario, era su forma de estar presente, a disposición sin que se lo pidan, eso valoro por sobre todo de mi abuela e intento aplicar para con el otro.

Quizás por eso no desafié su autoridad, porque me sentía protegido. Así la acompañé en las cuestiones más curiosas. Me llevaba a la playa entre las 7 30 y las 11 horas de la mañana, luego de esa hora, decía, el sol hacia mal. Luego a la tarde, pasadas las 18. Fue fanática del Yoga, practicarlo a mi me ponía de buen humor y me relajaba. Además el centro Yogananda marplatense, de personas descalzas siempre y casi todos vestidos de naranja, me resultaba muy simpático. La música la solía llevar ella. Era un casete TDK cuya cinta patinaba bastante con música de la que llamaríamos hoy incidental, a modo de relajación. Y era efectiva.

También la recuerdo escribiendo cartas a sus hijas y a mi mamá, también la recuerdo cansada, mirando perdida en sus pensamientos un punto de la mesa, ausente de ahí. También resoplar y siempre caminar más rápido que yo dando el doble de pasos. Dándome los gustos, pero haciendo que me sienta agradecido de que sea así.

La extraño al pensar que en aquel lado de mi familia ya no quedan demasiados familiares, sólo yo. Supongo que cuando tenga un hijo también me gustaría verlo en una pileta, a ver qué tan capaz es de tocar el fondo y seguir respirando sin ahogarse. Eso es salir a flote. De todo, supongo. De la vida.
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Capítulo 3: Mujeres de guardapolvo blanco

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En la mente de algunas personas se asocia una sola anécdota o comentario para poder lograr la descripción de alguien, lo que vuelve querible o no un recuerdo. Una característica, una virtud, o un defecto. Buscamos etiquetar como presentación mental del recuerdo, y detrás la persona y lo que era en realidad.

Las maestras siempre estarán condenadas a ser estereotipadas en el recuerdo infantil a partir de hechos puntuales. Poco se sabía de la vida de ellas, algunas podían tener hijas, otras hermanas dentro de un colegio, pero eran aquello que a diario veíamos y salvo que fueran vecinas, una vez sacado el guardapolvo blanco desaparecían a nuestros ojos de su rol.

Miradas con admiración unos, por presencia, resistidas como símbolo de autoridad de la que no se quiere depender, por otros, ser docente hoy en día es una profesión de riesgo. Podrán decir que es una vocación y no una profesión y es cierto, pero la mecánica de lo diario hace que también se vea así.

De grande los recuerdos se hacen visibles, son más puntuales. Rescato tres de ellos.

En cuarto grado era un muy mal alumno, lo que ya constituía una verdadera línea de conducta desde que había comenzado. Sobretodo en lo referido a la matemática. La monja de mi escuela religiosa encargada de aquel año le apasionaba el alumno en el pizarrón y la cuenta de dividir de grandes (en tamaño) números, para que cada uno hiciera. Llegado mi turno tardé algo así como 15 minutos en determinar cuanto era 24 dividido 6. Pero la Hermana-docente me daba mi tiempo, aunque fuera eterno y desesperante. Una vez, ante otra cuenta, vio que no avanzaba la situación y decidió explicarme la división en voz alta, y con tiza escribió el inicio del número 2, la parte de arriba de ese número, para que me diera cuenta y le evitara perder más tiempo. Si no, aun estaría ahí.

También hay de los otros recuerdos, no exactamente gratos por la falta total de tacto. Segundo grado. Llegado junio, día del padre, tanto en mi casa como en el colegio era época complicada, yo no lo tenía. Se mandó a comprar papel glasé, plasticola, brillantina y cartulina. Eso hice. La maestra explicó qué hacer (tarjetas para regalar). Cuando pasó por mi banco le dije “señorita, yo no tengo papá. ¿Qué hago?”. Pregunta inocente y decisiva.

Me respondió “Podés salir al patio”.

Y eso hice…con algo de frío en junio me senté de cara al patio vacío absolutamente. A los 15 minutos pasa la Hermana Directora y me pregunta “Patané, ¿qué hace acá?”…la señorita me dijo que me quedara afuera. “¿Por qué?”. Porque están haciendo tarjetas para el día del padre.
Bastó que dijera eso para que ella como tromba entrara al aula. Al ratito salió y me llamó para que volviera. Me senté y la maestra me dijo “Gabriel, podés hacerle la tarjeta a quien vos quieras”. ¿Puede ser de navidad?, pregunté. “Si”. Entonces en cartulina roja y verde armé una tarjeta con la palabra PAZ, que aun hoy conservo.

A la noche le relaté lo sucedido a mi madre, quien también reaccionó como una tromba y fue al otro día al colegio a pedir explicaciones. Su voz retumbaba en el patio vacío de las siete y media de la mañana, se oía perfectamente a distancia su voz. Supongo que le habrán pedido disculpas. Pero esas disculpas se ve que no llegaron a la maestra de tercer grado, quien al otro año repitió el mismo procedimiento, y todo lo anteriormente citado ocurrió otra vez.
Esto no me traumó, evidentemente la ausencia de mi padre la tenía yo mucho más y mejor asumida que las ocasionales maestras, quedaba claro.

El tercer recuerdo lo protagoniza una maestra de contraturno, yo era lo que se llamaba “medio pupilo”, de siete de la mañana hasta las seis de la tarde (en realidad todo terminaba a las 17 pero mi madre de su trabajo salía una hora después). La maestra encargada de supervisar que hiciéramos la tarea era además profesora particular, y mi madre arregló que a la salida me diera clases (¡más clases!) y luego ella pasaría a buscarme.

Ahí pude comprobar lo idealizada que tenía la imagen de un maestro, qué distinta era a lo que imaginé. Vivía en una pensión de la calle Castelli en Capital Federal. Edificio antiguo, escalera al tono. Habitación muy angosta, mesa, televisor y cama marinera se disputaban el espacio a los golpes. Se ponía a hacer café y me invitaba un poco, mucho no me gustaba. Era amable y explicaba bien, lo reconozco. En el piso tenía una especie de trapo, muy pequeño. No sabía qué era, me acerqué y no era un trapo…¡era un conejo!. La piel de un conejo. Me quedé tan impactado con eso que luego casi iba a la casa a observar eso que en mi vida había visto. Pero duró tres días mi asombro, luego me acostumbré. ¿Qué será de la vida del docente aquel y su conejo?.

Tres historias y tres recuerdos. Las personas con el tiempo somos esto, anécdotas contadas. Somos todos síntesis, resumen en la mente de los otros.
Aquí fueron estas tres. Se guarda en la memoria cajoncitos con historias, como estas tres que salieron hoy, de uno.
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Capítulo 4: Marcela Metejón

1 comentarios sábado, 12 de diciembre de 2009

Le diremos cariñosamente Marcela Metejón. No es su nombre y apellido, está claro, pero es a modo de una mejor descripción de lo que sentia, para evitar explicaciones de renglones eternos. Llegó cuando mi primaria ya promediaba y fue luz. Jamás había estado tan embobado al ver a alguien, sensación nueva que a la timidez le calzaba justita. Mi silencio se asociaba a quedarse mirando sin emitir sonido alguno.


De a poco la sorpresa y alegria inicial pasaban a ser algo cotidiano, lo que hizo que no pensara en prácticamente más nada, o que todo descendiera a niveles en los que no era capaz de razonar. Se fue al coro casi inmediatamente, cosa nueva era el coro en el colegio. Se nombraba la palabra y media aula quedaba vacia, y yo penando con lo que me daban de tarea mientras la mayoría cantaba o intentaba hacerlo. No era justo.


Mi timidez tuvo una seria lucha con mis convicciones, y tras casi dos meses me animé y pedí ser parte del coro. A la idea de huir de la clase se le sumaba el hecho de estar allí Marcela Metejón. Dos razones valederas.


El día en que se pidió a "los del coro" salir, comprobé qué era irse. O eva-dirse. Ya dentro del comedor en donde el coro por lo general ensayaba, vi a Marcela, guitarra en mano. ¡Y ahí ya pasó a categoría de inolvidable! no sólo sabía las canciones religiosas básicas de coro para misa y celebración puntual, sino aquellas que el profesor usaba para ensayar y además !tenía su propio repertorio!. Con el correr de los días la escuchaba afinar en el comedor su guitarra y me quedaba en el patio, apoyado contra la pared de cuadraditos celestes y blancos, escuchando...


El colegio y el hecho de ir, se volvió interesante. No tardó en ser el centro de las conversaciones, encabezadas o no por ella, y además era femeninamente varonera, si se me permite el término. Se adaptaba a los varones sin dejar de ser ella, lo cual caía bien y la hacía querible. Hasta ahí nadie me gustaba, no me preocupaba eso, vivía lejos y tenía otra relación con todos, no los veía fuera de clases, no sabía donde vivían, y yo si: lejos. Por eso las horas de clases eran sinónimo de tareas, amistades, peleas, charlas, o todo eso junto.


De más decir que al ser linda no iba a tardar en conseguir novio, y también era una realidad que salvo que el mundo se levantara al revés una mañana, yo no diría nada de lo que me pasaba, por miedo a su reacción pero sobretodo por miedo a mi, el introvertido sentirá siempre miedo por verse en situaciones que no dimensiona.


Querer a alguien y callarlo es como festejar un cumpleaños en silencio.


Un año después, en el cumpleaños (justamente) de una compañera, se lo dije. Y el no, rotundo, sonó por todo ese silencio de 365 dias. Me lo esperaba, pero se lo dije. Eso ya era un alivio. Una proposición más, una chica linda puede oir o no, pero para mi circunstancia, hoy hasta agradezco ese no como aliviador de trauma, me sentí mejor.


Las cosas fueron más sencillas. El hecho de la contemplación de algo que a uno le gusta puede darse sabiendo o no la otra persona, aunque es deseable que lo sepa. Nada de lo dicho me significó un sufrimiento y eso rescato. Quizás no era amor, era metejón. Como fuera, nunca había sentido algo asi con nadie.


A veces pienso en que estaba demasiado ocupado en sortear cuestiones del momento y no metido en el metejón por decirlo asi. Pero como sea, fue la primera de quien dije: ¡me rindo! ¡sos lo más lindo que vi en mi vida!. Bah...no lo dije...sólo lo pensé.


Hoy la veo y no me produce nada, es un recuerdo lindo de un momento y nada más, es extraña la vida. Las cosas no avanzan, en general son sepultadas por otras. No sentí desilusión al verla, hoy, sino que pasó el viento y se llevó todo. Y la convirtió ahora en anécdota hermosa de unos pocos renglones. Vaya, Metejón.



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Capítulo 2: La des-aparición

1 comentarios jueves, 10 de diciembre de 2009

Ya conté acerca de la primera mujer que teniendo la misma edad más me había impactado, a los cuatro años. Una aparición. Dos cosas se sostuvieron firmes con el correr del tiempo: mi absoluta timidez y falta de comunicación, y mi amistad y casi devoción por Carmen.

Así pasaron primer grado, luego segundo, tercero (una verdadera pesadilla en cuanto a temas de salud de mi familia y por lo insufrible que me resultaba el colegio y la maestra), hasta que llegamos a cuarto grado, año 1984. El callado observa, analiza, describe, saca conclusión pero claro, todo en silencio. Me había convertido en un buen observador de actitudes, tomaba ejemplo.

Me recuerdo en el patio, en el recreo, hablando con varios más y me tocan el hombro. Era Carmen. La memoria emotiva me recuerda tanto a mí como a ella con camisa, así que sería por abril o mayo de ese año, antes de la primera comunión programada.
Muy seria, dijo textualmente “Gabriel, quería decirte que a partir de este momento no te dirijo más la palabra”. Levantó su pera, como quien acaba de sentenciar y mira un poco todo desde el púlpito, y se fue. Yo me quedé pensando en que era una broma, no sabía qué le había hecho. Era bastante básico lo mío. Ni bondades ni maldades me salían hacer. Pasó ese día y no me saludó al irse…pasaron dos días…tres…cuatro…una semana y no me dirigía la palabra, ¡vaya que cumplía!.

Como estaba muda, por decisión de ella, no podia pedirle razones. Y yo, más mudo aun que Carmen por naturaleza, me resultaría difícil salir de ese entuerto simplemente preguntando. Me recuerdo sufriendo la situación, teniendo desamparo, seguía creyendo en que me protegía, aunque evidentemente ya no. Pasaron los meses y la situación seguía de la misma manera.

La primera comunión se atrasó por no estar “religiosamente preparados”, en boca de la Hermana Directora, con lo cual todo se pospuso para noviembre. Seis meses después de sus palabras, Carmen seguía sin hablarme. Lo curioso surgió en el ensayo de la celebración de la misa, días antes. Me tocaba salir en conjunto con una compañera, y un día antes la cambian de lugar y en su reemplazo me pusieron con Carmen.

“Cayó piedra sin llover”, pensé. Coordinar movimiento con alguien que no te dirige la palabra iba a ser un inconveniente. Y lo fue tanto, que salíamos siempre descoordinados. Mi maestra de quinto se me acerca al oído y me dice “¿qué pasa?”, y yo la miré (por supuesto sin hablar) con cara de “esto es así”. Me cansé y resolví salir a mi turno sin estar al pendiente de si ella lo hacia, yo resolvía cuando hacerlo y que me siguiera si quería. Y así fue la ceremonia.

Hasta el último día de séptimo grado continuó este silencio, dos años y medio. Mi madre me había comprado el diploma para que todos me firmaran y ella me esquivaba con cierto estilo. Fue la última que me faltaba de todos mis compañeros. Apoyada en una mesa de aula puesta en el patio, ella escribió en el diploma que cuelga en mi pared, hoy: “Para un compañero, de otra”. Carmen.
Cuando salimos todos luego de terminada la fiesta de graduación de séptimo, sabía que volvería a mi barrio, bien lejos de mis compañeros, no los vería por un largo tiempo, o quizás nunca. Saludé a todos llorando a mares y le pedí saludarla a ella también. Nos abrazamos, le recordé aquel primer día y lo importante que para mi ella había sido. Ambos lloramos un poco, y fue a la última persona que vi hasta hoy, 23 años después.

Desde los 20 años, o por esa etapa, me surgió preguntarme qué sería de la vida de Carmen. Hasta que vi, (me vi), en que podía ser un objetivo el hallarla, no para buscar explicaciones. Porque valió más lo primero que hizo por mi que el resto. Y este año lo pude lograr. ¡No contaba con que ella no recuerda el motivo de la pelea!

La “Aparición” de mis comienzos, terminaba siendo una “Des-Aparición” en el final de mi escuela primaria. En la actualidad busco no hacerla enojar para que no ocurra nuevamente un período de silencio impuesto. Diálogo esta vez no faltará. Es una anécdota del pasado, prescribió en el tiempo. ¿Qué le habré hecho de grave?. No lo sé.
Y ya no importa. Porque ahora hablo y pregunto. Por eso soy Periodista.
¡Me definiste la carrera, Carmen!.
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Capítulo 1: La aparición

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El mundo me venía maltratando bastante. El 9 de julio de 1978 fue el acto de cierre de una etapa, venían las vacaciones de invierno y con 4 años no aspiraba a más que desear que se pasen rápidamente para estar de nuevo junto a mis compañeros, 16 o 18 en cantidad, con quienes ya tenía un mundo armado.

Mi padre falleció el 12 de julio y sin quererlo protagonizó por un largo tiempo todo aquello que yo pensara o expresara. Cuando no se impone lo de uno se tiende a dejar llevarse por la marea, más si se es chico y nada decide. En quince dias olvidé a mis compañeros de jardín, la camioneta que me llevaba todos los dias y el barrio. Mi madre comenzó a trabajar y seguir siendo a la vez, mi madre. Y yo, cambié de colegio.

Pasé de 16 o 18 a cerca de 40 compañeros, cuyos nombres, disculpas, hoy no recuerdo en su totalidad. Si recuerdo mi primer dia y a quien estuvo conmigo ese primer dia.

El colegio era de forma rectangular y muy largo. El piso era viejo pero muy lustrado, la claridad se reflejaba bien, y eso que tenia un techo corredizo y una mampara azul también corrediza. Unos juegos que invitaban a subirse pero estaba llorando, no me interesaban. Junto a mi madre y a mi, caminaba la Hermana Directora, a quien vería durante todo ese período con más grises que blancos.

Me hicieron entrar a un aula, todo era bullicio de chicos sentados frente a mesas hexagonales, no conocía a nadie y nadie reparó en que entré. Afuera la maestra, la Directora y mi madre hablaban.

Eterno, el tiempo corto que nunca se va!!. Cuando ocurre finalmente, mi madre se acerca, me da un beso y dice que todo estará bien, que me quedara tranquilo…nada peor de oir para un chico!! Mala señal. Ella y la Directora se van caminando por ese patio largo y angosto y yo me quedo sentado, en un escalón de la entrada al jardín, una doble puerta de madera bien lustrada en donde apoyo la espalda de cuatro años y lloro.

Se iba nomás, mi madre!! Sale la maestra de adentro y me dice algo que no escucho, estaba interesado más en mi propio drama, en todo lo que habia pasado en menos de un mes, en tratar de entender. Ella se va, supongo que resignada como yo pero por no saber tratarme.

En eso, se abre la puerta y sale alguien, una nena. Se queda de pie con la puerta medio abierta y me pregunta si se puede sentar. Yo le digo que si sin mirarla. Ella fija su vista hacia donde yo miraba, las espaldas de mi madre y la Directora, que se iban ya en el final del patio, y me pregunta
“¿Esa es tu mamá?”…si…
¿Cómo te llamás?”…Gabriel…
“Gabriel…tu mamá va a volver!!, no llores más!!”…
Y yo la miré como quien me pide algo sin entender el momento y… en ese instante caí en que eso que me pedía, lo estaba haciendo alguien de mi edad, jamás me había ocurrido hasta ahí ver cierta autoridad en gente igual a mi. Fue extraño y también, luminoso. No fue una orden, sino un comentario de un par, si se quiere. Tenia picardía en la mirada, además de todos los dientes porque ¡a mi se me habían caído dos en esa semana!.
Me puso la mano en el hombro, me dijo que me quedara tranquilo, que ahí la iba a pasar bien, que no tuviera miedo porque ella me iba a ayudar. Yo intentaba ingresar toda la información que podía y estaba dispuesto a recibir.
Y vos, ¿cómo te llamás?
Carmen”…Carmen…lo primero que hice fue tratar de retener ese nombre, porque los olvidaba rápidamente (cuestión sin solución hasta hoy). Me extendió su mano y me dijo “vení, dale, vamos”… y yo no tenía ganas de moverme. Entonces ella, de pie, dio un tirón a mi brazo obligándome a levantarme y me hizo entrar, siempre de la mano.

La mesa y silla de la maestra estaban cerca de la puerta y ella, en sus cosas. Carmen le dice “Señorita, ¿Gabriel puede quedarse hoy en mi mesa para que pueda conocer a los compañeros?”. La maestra dijo que si y enfilamos para una de las mesas hexagonales. Reparé en que dijo “mi” mesa con una autoridad que no se correspondía con la edad. Me presentó de a uno a los siete u ocho que estaban ahí. Era yo, parte ahora de ese bullicio que vi antes y del que no sentía más que lejanía, ahora ya tenía que ver conmigo.

Fomenté el silencio en mi niñez con singular pasión. Generalmente porque como dije, los acontecimientos eran lo suficientemente claros y ante mi presencia escuchaba el relato de mi llegada y las razones, lo cual condicionaba toda charla. Uno percibe la lástima o pena que surge de lo que dicen de uno, no debía agregar mucho más.

Pero ser introvertido no es tan reparador como conseguir una aliada en Carmen. Todo pasó a ser Carmen cuando a mi madre le relataba las cosas, tanto que hasta pensó que la maestra se llamaba Carmen. Sentía admiración por aquella nena que tan bien se desenvolvía, haciendo, por lejos, aquello que yo no podía: hablar sin sentir vergüenza.

Fue sin dudas una aparición. Alguien puesta ahí, seguramente mandada por la maestra para que me hable y solucione lo que ella no sabía o podía. Se convirtió con el tiempo en un símbolo de mi paso por ese colegio, en símbolo de protección ante algo que desconocía y temía. Una figura de sobreprotección que yo repetí para con mis afectos en el tiempo. Un gesto que yo valoro hasta hoy, y que la vida me permite agradecérselo aun hoy. Gracias, negra. Siempre damos lo que recibimos. Te quiero.
Aunque después…bueno, será en otro capítulo!!
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Crónica de un supermercado chino

1 comentarios viernes, 4 de diciembre de 2009
Nota publicada en la revista Superventas, edición en chino


Adaptado al barrio




La historia de “Daniel” es común a quienes han desembarcado desde China en busca de bienestar económico: cierto recelo inicial, consolidación de su negocio y la adaptación a un país que, dice, no lo rechaza.



Lo primero para decir es algo que ya muchos saben. No es sencillo entablar una conversación con una persona de la República popular China. A la barrera del idioma (tan complicado para nosotros como para ellos el castellano) se le suma cierto recelo para hablar sobre sus orígenes, lo que sería para nosotros aquella persona que viene de un pueblo del interior del país y llega a una Buenos Aires que poco entiende de silencios. Detrás de esa barrera a veces infranqueable, aparece Daniel.


Un hombre de suerte
Nos ubicamos en la calle Independencia 1861, barrio de Congreso, Capital Federal. El supermercado se llama “Suerte”, y el nombre parece atraer clientela, al menos en esta mañana
en la que la gente decidió hacer sus compras. Llegué cuando se descarga la mercadería, trabajo diario y silencioso en muchos casos.
El local es más largo que ancho, con muchas góndolas. El techo es algo alto y escucho música a bajo volumen por unos parlantes. Cerca de la puerta está la caja en donde atiende Li Xue Sun, que es al que llaman “Daniel” sus conocidos y empleados. Tiene 34 años y vino de la provincia de Shandong. “Ahí viven mas o menos 30 millones de personas”, dice. Recordemos que cada provincia de China equivale en cantidad de habitantes a cualquier país de Sudamérica.”Ustedes son pocos en comparación al territorio que tienen. Pero al hombre que siempre vivió en el campo le cuesta adaptarse a la ciudad”.


Aquí hay otra característica de las personas que han decidido probar suerte desde tan lejos: en su mayoría provienen de zonas de China alejadas de las ciudades, donde el campo es su fuente de ingresos desde siempre. La historia de Daniel no escapa a eso.

Hace tres años y cuatro meses decidió venir a nuestro país. “Vine con mi esposa. Y ya tengo una hija argentina. Un amigo llegó primero y luego llegué yo. El comienzo no me fue fácil por el tema del idioma, pero me fui adaptando. No me quejo, me tratan bien”. Le pregunto si ha tenido algún tipo de rechazo inicial, de desconfianza. Pero me repite que ha sido bien tratado. Mi insistencia en la pregunta y su negativa me hace pensar en que el argentino discrimina más que al extranjero, a aquel que ve que no trabaja para ganarse un lugar en el barrio. Quizás el choque de culturas, ante alguien que uno ve trabajador y honesto, no se da tanto.


Las reglas del juego
Mientras pienso en esto, Daniel ya atendió en la caja a cuatro clientes. Los empleados se ríen de que pueda salir en una revista y él también se ríe con ellos. Tengo una pregunta escrita y tenía temor en que no quisiera hablar de eso. Se refiere a la competencia entre pares. El barrio de Congreso es sólo una muestra del crecimiento de autoservicios y supermercados de origen chino que ha tenido Capital Federal y muchas de las ciudades del interior.
Visto el fenómeno desde afuera, pareciera que todos han llegado desde China a Argentina organizados. Quizás el silencio en el que eligen estar me mueva a pensar eso. Pero entre regiones también existen diferencias y competencias, como en cualquier lugar del mundo. “Enfrente se instaló otro supermercado chino hace 15 días. Y es competencia, claro”. Daniel se refiere a uno ubicado en diagonal a su negocio, que luce con pintura nueva. No puedo dejar de comparar el negocio de enfrente con el de Daniel, y le pregunto si desearía modificar algo de su comercio, ampliar, cambiar ciertos aspectos para que los clientes no se le vayan. “El negocio está bien, no nos falta nada. Es una inversión. Dejar plata en arreglar y la pintura es fácil. Pero luego hay que mantener eso. Además esto (mueve su brazo hacia las góndolas) es barato”.


El tema de lo barato que puede ser un comercio chino lo ayuda, aunque en parte. “Yo puedo tener un 25 % más barato la mayoría de los productos, pero todos los que rebajamos después ganamos poquito”, me aclara. Luego me dice que cierta idea de que en Argentina se vive bien, hace que muchos chinos desembarquen en nuestro país y luego tengan problemas para subsistir. “No es sencillo un negocio, y se vienen con la idea de que bajando precios la ganancia es mucha. Pero se gana poquito”, repite la palabra.


Que si vengo, que si voy
Imagino que progresar, para alguien que no es de aquí, implica que le vaya bien en su comercio y afianzar lazos con un país que no es el de ellos. O tal vez piense en volver a su patria. Para Daniel el tema de lo lejano lo ha superado, aunque sí añora el campo. “El campo es mucho más lindo que la ciudad. Hay otros ritmos y se vive mejor, y más si es en tu país. Pero igual, no pensé en irme. O bueno…tuve momentos malos con mi negocio, la crisis, todo eso. De afuera todo es fácil para el que no es comerciante.”


Dice reconocer a alguien de China si vino del campo o la ciudad. “Yo nací en Shandong…en Shanghai no, eh”. Parece que hay diferencias entre ciudades. Me vuelve a hablar del campo. Tiene admiración y algo de melancolía lo que me dice. Le cuento que aquí también hay campo, y mucho. Pero que las ciudades cabeceras dominan todo el movimiento. En China también ocurre, en cuanto a dinero y cultura.
Pero a su manera, cada uno sobrevive.


“No…fotos, no”
Antes de asustarlo sacando mi cámara, decidí comentarle que la idea es tomarle una fotografía para darle un buen marco a la nota. Pero es reacio a posar. Le propuse entonces que él eligiera qué sector de su comercio quería que saliera, si no quería aparecer en persona. Le di mi cámara y luego de ir hasta el fondo y volver, eligió un sector de la entrada. La cámara casualmente era de origen chino (pura casualidad, realmente) y elogió la marca. Le pregunté a qué se debe esa sensación que tengo que las fotos son cosa prohibida. “No, no me gustan…además con esta cara…la foto tiene que ser linda”. Y nos reímos de su salida. Comprendí que tiene que ver con lo cultural y no con la necesidad de esconderse de algo o alguien. Respeto eso.


¿Qué es “ser de acá?”
Estuve un rato más con Daniel. Simpático, de pocas palabras. Con igual placer, me habla de cómo se adaptó a la ciudad, como de los campos de su provincia.
No podría juzgar el sentido de pertenencia, es algo parecido, sino igual, a definir qué es patria. De última, todos somos de aquí, en tanto estemos viviendo.
O sobreviviendo.
Lo veo a Daniel mismo como sobreviviendo en Buenos Aires.
Más allá de estar instalado y en parte adaptado.
Y si aprendió a sobrevivir, comprendí que entre Shandong y Buenos Aires no hay mucha distancia.

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Fondos de comercio, y el momento justo

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Nota propia publicada en la revista Superventas


El momento justo
Si un comerciante debe “pegar el salto” para vender o comprar un negocio,
tiene que saber cuándo es el instante preciso en que arriesgarse
va a rendir sus frutos en el futuro.
Testimonios de quienes vendieron o compraron un local,
que sin dudas ya es parte de sus vidas.




Los momentos de decisiones que marcan un antes y un después siempre generarán dudas pero, también, anhelos de esperar algo mejor para quien se decide por una opción.
El comerciante en general vive dos instancias de las más complicadas de afrontar: comprar y luego, en algún momento, vender.



Se tiende a pensar en sinónimo de venta de negocio a alguien agobiado por deudas o una competencia a la que ya no puede hacerle frente. En tanto quien compra, llega con todas sus ganas e inexperiencia en eso de cansarse frente a un negocio y su funcionamiento.

Estas dos ideas son muy generales y no representan necesariamente a todos. La vida obliga a decisiones y se dan en la ocasión en que se presentan. Si el local es familiar, se plantea dentro de su seno en primer lugar qué hacer. Distinto es quien alquila y su inquilino decide no seguir en ese lugar. O quien anda en busca de un fondo de comercio en algún barrio o ciudad y decide probar suerte.


Los años no vienen solos
Roberto De Vita, 58 años. No extraña tanto ir todos los días a su ex local por un motivo: vive arriba de él. Cuando llegaron a ocupar el negocio la chance de vivir en la planta superior sedujo a sus padres, Guerino De Vita (de jóvenes 83 años actualmente) y Antonieta Versa (85).
Nos remontamos al año 1973 en la Provincia de Buenos Aires.
“En realidad, dice Roberto, mis padres llegaron de Italia y primero alquilaron en Capital Federal. Luego se instalaron en Provincia, cuando sólo las calles principales eran de asfalto, el resto eran de tierra”.
La historia se diferencia de las más comunes de emigrados de Europa pos-guerra, en que arribaron a Buenos Aires con cerca de 30 años cada uno, y habiendo ya trabajado un largo tiempo. En el caso de Guerino, fue oficial ¡policía y custodia en el Vaticano! entre otros destinos. En tanto doña Antonieta ayudaba a su propio padre en un almacén de Salerno y luego trabajó como costurera.
“Apenas llegaron lo primero que hicieron fue una huerta, de la que se abastecían y podían vender sus productos. Cuando se instalaron acá (señala abajo) siguieron con la huerta aunque ya no era el principal objetivo”.

Justamente nuestro objetivo, el de la nota, era que nuevo y antiguo dueño posaran para SUPERVENTAS. Cuando Roberto baja las escaleras, enfila hacia el local. Saluda a todos y se abraza con Aquiles Vera. Entre italianos parece haber quedado el negocio.
La otra parte de la historia es de quien compra.

El destino y sus vueltas
Se dice que el tren de las oportunidades pasa sólo una vez. En este caso parece que cambió de vía para llegar hasta Aquiles Vera.
“Yo trabajé mucho tiempo en un mayorista como empleado. El dueño le ofreció a una persona este fondo de comercio, pero por diferentes cosas no se puso de acuerdo”.

“Incluso Aquiles y yo no nos conocíamos”, dice Roberto. Pero el dueño del mayorista, una vez enterado del interés de Vera, lo pone en contacto con De Vita, sus conocidos que andaban con intención de vender el fondo de comercio. A casi diez años de la venta, todavía los De Vita siguen viviendo en la parte superior y el local continúa bajo el apellido Vera.

La idea de abrir un comercio, dice, ya le venía rondando la cabeza hacía rato. “Y me dije: vamos a hacer algo, un boliche…lo hablé en familia y bueno…se dio”.
Pero para eso, primero alguien decidió vender.

Decisión por sobre el sentimiento
No hubo dudas en su momento y no parece haberlas ahora. Roberto comenta: “Mis padres y nosotros, los hijos, la América ya la tenemos hecha. ¿Porqué vendimos?...mis padres ya estaban viejitos. Nos pusimos de acuerdo con mi hermana, que también ayudaba en el local y decidimos vender el fondo de comercio”.

Sigue su idea. “Si el negocio lo hubiéramos tenido hasta hoy, lo estaría atendiendo solo. MI hermana se puso una boutique. No daba para más. Puedo decirte que vendimos en el momento justo, hace casi diez años, por un tema económico…¡pero en Argentina siempre hay algún problema económico!. No hubiera sido excusa. Se tenía que dar así”.
Algunas veces ocurre algo cercano al arrepentimiento, y se puede pensar en comprar otro fondo de comercio tiempo después. “No. Ya está. Tampoco pensamos en comprar algún local más chico…cumplimos una etapa”.

Clientes, a la venta
Más allá de cuestiones técnico-jurídicas que se deben cumplir (ver recuadro), alguien que decide vender y alguien que decide comprar tienen en cuenta el factor clientela, fiel al lugar de compra, y que se adaptará a los nuevos dueños en tanto ciertos aspectos sigan funcionando. Desde el tema precios hasta la atención y una variedad mas o menos estable de productos.
La fidelidad del cliente bien puede terminar en cuanto ingresa en otro local a comprar lo mismo. A modo de máxima comercial, quien comienza en un local nuevo con clientes ya “ganados” deben por un lado mantener esa base y lentamente ir adaptando lo que considere, y a su vez respetar lo ya establecido.

Otra cuestión no menor es la competencia. Como ya dijimos, se es fiel por convencimiento, y si alguien confía en una “marca comercio”, o un apellido de años en el pueblo o ciudad, también el que compra un comercio deberá tener en cuenta no sólo a quién le adquiere un local, sino en dónde se compra.

Si la región de influencia está todo el tiempo recibiendo nuevos negocios, si la entrega de mercadería es sencilla para los repartidores (ubicación geográfica), o si se registra deudas incluso con ellos.

Comprarse un local, y no un problema
Como Ley, la número 11.867 da el marco en donde se deben cumplir ciertos requisitos. Aunque algunas veces por evitar más trámites o más pagos se pasen por alto cuestiones básicas. Una de ellas es la publicación del Edicto que determinará si el comercio posee o no deudas con terceros.
Aunque las deudas no sean transferibles de vendedor a comprador, es un paso que la Ley exige.

También prevé situaciones extraordinarias. Algún vendedor podría intentar tener un negocio en la zona, o ser directamente competencia, algo que debe estar debidamente prohibido y aclarado en el contrato.

Revisar todos los datos que se envíen a la A.F.I.P. para evitar inconvenientes, y dentro de los seis meses de realizada la compra.

Finalmente, averiguar cuáles son las normativas vigentes en cada municipio del pueblo o ciudad en donde se efectúe la compra o cesión. Cada Gobierno tiene sus leyes o pasos a seguir que se deben tener en cuenta para evitar problemas de habilitación del local recién comprado y vendido.

Desde SUPERVENTAS, el deseo es el ver dueños de autoservicios y supermercados felices con la decisión que tomen, que no es sencilla y como siempre ocurre, genera consecuencias. Si se logran cumplir los pasos que rigen la negociación, compradores y vendedores serán quienes se beneficien.
Para eso hay que tener los ojos bien abiertos para cuando el momento justo llegue.












read more “Fondos de comercio, y el momento justo”

El inicio de la crónica periodística

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Práctico de la materia: Etica y práctica profesional

Universidad de Morón Carrera: Periodismo



La Crónica periodística

Roberto Payró y Fray Mocho



El año 1880 marca el comienzo del profesionalismo de dos géneros que están emparentados en similitudes estéticas: periodismo y literatura.
A partir de allí la aparición de los grandes diarios, los autores literarios alejados de la política y escribiendo sobre temas específicos, y con los periodistas que comenzaban a ser asalariados; se empezaba a dejar así un período de enfrentamientos que marcaron los primeros años de la república.
Como fruto de estos cambios, la crónica periodística surge como modo de narración. servirá de excelente descripción para hacer conocer y denunciar hechos que acontecían en nuestro país.


En ese contexto, Roberto Payró y Fray Mocho son ejemplo en cuanto a la utilización de la crónica como vehículo narrativo para reflejar una realidad que nadie hasta ese momento en la capital había notado: la vida en la Provincia de Buenos Aires.
Roberto Payró otorga entidad tanto a la crónica como a la denuncia desde un medio masivo: el diario “La nación”. en 1892 Payró es designado para recorrer el interior de la Provincia de Buenos Aires, dominada por la anarquía y el caudillismo.


Así surgen las crónicas de viaje; trece artículos publicados por entregas titulados “En los dominios platenses”. podía leerse allí las distintas denuncias político-administrativas de algunos partidos bonaerenses (Bragado, 9 de julio, Chivilcoy, Luján, Chascomús, entre otros).
las crónicas reflejaban el uso y abuso del poder, el manejo político y el caudillaje armado que dominaban a la población entera.

Mostraban aquellos textos la complicidad; desde los cuatreros y ladrones menores, hasta los poderes establecidos (intendente, comisario y juez).


Un párrafo del texto que deja en claro todo:
“Los elementos del que se compone el gobierno comunal no varía de uno a otro partido, ni del uno al otro extremo de la provincia. el intendente municipal, el presidente del consejo, el juez de paz, el comandante militar y el comisario de policía podrían ser transplantados a 40 o a 100 leguas de distancia y actuar en un medio desconocido, sin que ni aun en el primer momento se notara el cambio. estas cinco personas forman en cada partido la oligarquía comunal. la justicia, el orden político, la administración, hasta la guardia nacional están en sus manos (...) a veces tiene una cara visible –el senador o diputado de la sección- última forma de caudillo que nunca está seguro de sus subalternos, como éstos no lo están de él(...)”. (Payró, 1892).


Durante 1897 Payró emprendió un extenso viaje por toda la provincia de Corrientes, que fue reflejado bajo el título “alto uruguay, sobre Corrientes”. se repetía lo narrado en Buenos Aires: caudillos, corrupción y robos.


La descripción de los actos eleccionarios no tiene desperdicio:
“ En tiempo de elecciones, gracias a este amansamiento, no tienen otra cosa que hacer que enviar instrucciones y boletas a cada juez (...) él se encarga del resto. cita a todo el paisanaje, arenga a los mansos, amenaza a los ariscos y acaudillándolos con su correspondiente escolta de confianza y bien armada, los lleva al matadero, es decir al comicio, y allí les reparte las boletas y los fiscaliza, y no los deja hasta ver que el triunfo ha sido del excelentísimo gobernador de la provincia”. (Payró, 1897).

En 1898 Payró salió nuevamente de viaje, esta vez hacia el sur. la crónica fue la más famosa y se llamó “la australia argentina”. se denunciaba el olvido y la desidia en que esas poblaciones vivían tan lejos de los problemas de la capital.
A bordo del buque “villarino” recorrió Santa Cruz, Buen suceso y Bahía Thetis, entre otras. Describió los mismos actos impurios vistos en otras provincias, Payró señala que “la patagonia no debe al gobierno sino vejámenes unas veces, desdenes otras”.

Fray Mocho, a su turno:

Sin llegar a ser un periodismo de denuncia como lo era el de Roberto Payró, se lo señala a Fray Mocho como uno de los innovadores del periodismo argentino y sus modismos fueron posteriormente tomados, tanto para el campo de la investigación como para la denuncia.
en 1897 se publica “un viaje al país de los matreros”, que junto a “la australia argentina” son las impulsoras de la crónica como modalidad narrativa en el periodismo.


Los relatos dejaban ver la estructura que la crónica tiene: un hilo conductor, con el periodista que narra en primera persona, describe y dialoga con los personajes y cuenta sus costumbres e idiosincracia. se retrata a través del texto de fray mocho la vida de los pobladores de las islas de ybicuy, en el medio del delta del paraná.


La narración no sólo informa, sino también aclara, describiendo usos y costumbres del entorno, dejando la fonética original de los personajes. es una crónica realista potenciada por su relato directo y descriptivo entre el cronista y los hechos.
También Fray Mocho hizo su aporte en cuanto a entrevista periodística, siendo pionero rioplatense en cuanto a su utilización.


Tres ejemplos en los que se pone de manifiesto el testimonio directo: la primera es una entrevista a un centenario sargento de los húsares de Lamadrid, soldado de la independencia. a través de su vida y recuerdos de batallas, el discurso se vuelve denuncia del abandono y olvido del veterano de guerra.


La segunda entrevista es “la muerte del General Urquiza” en donde dialoga con el coronel Anderson, ayudante de Urquiza y testigo directo de su crímen.


La tercera, finalmente, es “La muerte de Juan Moreira”, y el entrevistado fue el sargento Andrés Chirino. asesino del mítico personaje, ayudando a desmistificar ciertas suposiciones en torno de la vida de moreira.


El repaso, mínimo, por sus vidas, ya en si es una crónica periodística. Porque de esa manera han vivido su tiempo sin pensar en si hacian historia.

Sólo lo hacían.
read more “El inicio de la crónica periodística”

Difusión periodística, una técnica de comunicación

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Práctico para materia Estructuras publicitarias

Universidad de Morón Carrera Periodismo




La manera de dar a conocer un producto a través de su publicidad en los medios de comunicación se ha ido modificando en los últimos tiempos. Conforme la tecnología influye sobre las formas, el impacto que genera alcanzar masividad o delimitar un target específico hizo que las agencias de publicidad se perfeccionaran en cómo hacer llegar aquello que necesita ser comunicado.
Difusión periodística es la técnica que propaga información de toda clase, referido a instituciones, empresas, organismos, entes o personas a través de un medio de comunicación. El objeto siempre será el transmitir el valor de aquello que se pretende dar a conocer de manera eficaz, y para llegar finalmente al receptor del mensaje.

Es, en definitiva, una técnica para difundir información interesada que asume la forma de una noticia. Y encubierta, ya que no se brinda a la manera de un aviso publicitario.
Clásicas o modernas, existen diversas formas de comunicación.


Lo escrito y lo implícito:

Siendo la transmisión oral el primer antecedente de comunicación entre las personas, el lenguaje escrito permitió la difusión masiva e instantánea de toda manifestación cultural.
A través de la publicidad en folletines o diarios comenzó una historia que llega hasta nuestros días con diversas expresiones. Todas contienen el fin de comunicar las bondades de determinados productos bajo la tradicional manera de estructurar una noticia.
La información, explícita, permanece en el consumidor, que recordará las características del mismo. Aquello explícito en el papel, pasa a ser implícito en el pensamiento del potencial cliente. Surgen claramente dos formas de las más utilizadas para la comunicación publicitaria: la publinota y el publireportaje. La difusión periodística en estos casos tienen las características básicas de las formas de comunicar: una audiencia a la que llegar, un receptor del mensaje dado; un canal por donde la comunicación es necesaria y por último los objetivos (comerciales o sin fines de lucro). También se tienen en cuenta la inversión, el costo del mismo, la selectividad de la audiencia, una planificación estratégica y una ejecución que más allá de la forma del mensaje, haga que éste llegue de manera clara al receptor.



De según cómo se mire, todo depende:

Información; como concepto periodístico, puede también ser una herramienta de lo que intentamos dar a conocimiento en publicidad gráfica. Pero no siempre se busca resaltar todas las virtudes de un producto, sino sólo alguna: Laboratorios Roche tiene en el mercado el conocido “Redoxón”, publicitado por su composición a base de vitamina C: Sin embargo muchos de los productos del mismo laboratorio tienen esta propiedad, pero se decide remarcar que poseen Magnesio, lo que evita confusiones y competencias entre los mismos productos de una marca.



Ocurre también que ciertos productos se potencian a partir de una imagen: la típica comparación del “antes y después” de un tratamiento capilar, puede eximir a la empresa de un comentario escrito. Pero debe también el cliente saber que el método es rápido y sencillo.
Esto implica que el protagonista de la foto cuente a modo de reportaje sus sensaciones, la buena atención recibida y lo económico que es el implante. Aquí es el publireportaje lo más utilizado, ampliándose también a médicos que explican el tratamiento, y opiniones de supuestos colegas recomendándolo.
Conociendo ya el método, las agencias de publicidad pueden dar fe de la eficacia del mismo. Si la aplicación del método se limitara a remedios, productos capilares o planes de salud, sería un instrumento más que busca la inserción de aquello que se comunica.
La utilización, en resumen, se ve según de quién provenga.



Publicidad, cuestión de Estado:

Reportajes a poseedores de nuevas casas, opiniones de ciudadanos sobre el cambio a partir de una obra en su ciudad, entrega de planes a personas de condición humilde por parte de funcionarios; la televisión, la radio y los diarios también dan espacio a través del publireportaje o la publinota al Estado como ente que necesita comunicar sus actos de gobierno. La diferencia respecto de las agencias es el origen de los fondos, que en este caso son públicos.
La clara utilización del método para captar adhesiones, es más evidente quizás que con un producto específico. El fin comercial del método se torna de carácter político. La legislación que rige tanto para un producto como para una campaña de gobierno son pocas y no demasiado claras.


La Ética sin Códigos:

El debate sobre lo “éticamente correcto” dentro de una publicidad que se difunde en los medios de comunicación no es nueva, y aquella premisa de engañar pero no mentir, se vuelve difícil.
Para Lidia Baltra Montaner, presidenta del Tribunal Nacional de Ética del Colegio de Periodistas de Chile, “la publicidad en los medios estaba claramente separada de la información periodística; la defensa de la audiencia (radial o televisiva) era el zapping, para evitar un mensaje comercial que no quería recibir. Los publicistas entonces, idearon la manera de neutralizar el zapping, es decir, que no podamos zafarnos de los avisos comerciales”.
Según Baltra Montaner, fue “Don Francisco” (presentador de la televisión mexicana) el primer animador que incorporó en el espectáculo mismo, la publicidad de los productos auspiciadores de su programa. “Los concursantes y el público corean los “jingles” y se esfuerzan por decir las frases publicitarias tan bien como los locutores o animadores, de éste modo el producto quedó integrado al show y el público lo acepta, o no se dá cuenta que lo está aceptando”.



Finalmente la presidenta del Trbunal de Ética chileno diferencia los dos tipos de información:
“La información publicitaria es acotada, parcial e interesada, que trata de convencer al receptor de las bondades de un producto o servicio. En cambio la información periodística, por su finalidad de servicio público, apunta a ser completa,, imparcial y desinteresada”, más allá que en los dos casos un locutor deba realizar ambas tareas.


La supervivencia del más apto:

Así, como en la Teoría de la evolución, en publicidad sobrevive aquel que con mejores armas puede imponer aquello que le interese comunicar.
Entrado el siglo XXI, las maneras de hacer llegar la información a quien potencialmente nos interese, pueden ser tan diversas como un periódico barrial o un mensaje escrito llegado a nuestro teléfono celular.
La inmediatez con que se recibe dicho mensaje permite conocer reacciones y tendencias del público consumidor, que entre las opciones dadas elige aquella que por algún motivo logró interesarle.



Hacia quiénes va dirigido el mensaje se puede ver según dónde se publique: en una revista o diario local, un instituto de belleza de ésa ciudad, captará a potenciales clientas de más y mejor manera que en una edición dominical de algún diario de tirada nacional.
En el caso inverso, quizás la promoción de un nuevo shampú tenga que ser de carácter masivo, desde el Norte hasta el Sur del país. También la estacionalidad hace a la promoción de un producto o servicio, estrategias de comunicación (y sentido común) que impedirán que un pullover sea publicitado en pleno mes de enero.


Conclusiones:

La difusión periodística como técnica de comunicación está siempre en constantes cambios que posibilitan que aquellos en condiciones de recibir el mensaje, quisieran o no, se expongan a la publicidad de un producto o servicio.
Sobre todo en el medio gráfico, las dos formas conocidas con que la información se brinda (la publinota y el publireportaje) son herramientas que se utilizan a menudo en productos de consumo y con un target específico.
La masividad que otorgan las campañas de publicidad en medios gráficos televisivos o radiales (sumado el fenómeno Internet), permite no sólo una mejor llegada al cliente, sino la sensación perdurable de esa determinada marca, servicio o atención.



Instrumento para llegar a la felicidad de la empresa contratante y la agencia de publicidad, la difusión periodística hace a los consumidores también partícipes , conscientes o no de ello.
A su manera, finalmente cada parte logra su objetivo.
read more “Difusión periodística, una técnica de comunicación”