El engaño del desengaño

1 comentarios lunes, 9 de agosto de 2010

Me siento un poco mal. Y no es lo que comí, que bien podría ser una causa, sino que me pasa eso cuando hay algo que no comprendo bien. Necesito ponerlo en algo parecido a un contexto en donde comprenda qué me pasa o qué le pasa a alguien conmigo como para ver, y verme, solucionando el tema. Pero pasan las horas y no logro descifrarlo.


Las maneras de búsqueda de la tranquilidad se multiplican. Las busco nervioso y ese es ya un problema. Nada generado desde la obtención inmediata de resultado, resulta. Pero terco como soy lo intento igual, hasta que una especie de desánimo invade todo, y asi empieza la semana. Cargando con algo que bien podría arreglar desechándolo.


Todo esto es el contexto de algo que para unos será drama y para otros una pavada. Durante la semana me dejé llevar por la ilusión de algo que al final no ocurrió. Estaba todo dado, los comentarios, el escenario, las circunstancias (mujer y yo), las amistades que aprueban y colaboran no muy disimuladamente. Me cuesta mucho dejarme llevar. Porque la mente me gana en general y le tomo la gracia a razonar todo. Entonces cuando uno es arriado y pasa estar a ritmo de otro, a mi no me resulta placentero. Admiro a quien puede, me parece genial quien lo hace hasta diariamente y con personas diferentes, casi como presentación frente al otro. Pero a mi no me sale. Deben ayudarme, deben comprenderme y no todos tienen por qué hacerlo, de hecho nadie mira al otro sino a si mismo tratando de tener al otro. Me pasará a mi, incluso.


Qué sucede en el otro extremo de la historia. Teniendo el control se puede elegir entre varias opciones, y esa elección como toda elección, deja un ganador y otros vencidos, es la regla. Y justamente me molestan que las reglas las pongan otros. No estoy hablando de amor, por favor. El amor es más poderoso y hace reir y llorar de un segundo al otro. Es maravilloso e intransferible como sensación. Me refiero en lo que digo al tiempo, en cómo me puedo dejar llevar para que finalmente alguien decida no llevarme nada. Son las reglas, lo sé. Y es mucho drama el que me hago como para hacerlo palabras. Es posible.


No sé qué "me llevo". Suena egoísta. Supongo que de mi se llevan ilusión, y el no devolverme en idéntica proporción me vuelve egoísta. Reconozco que es un juego que no sé jugar, y a veces creo que no he nacido para jugarlo. Que mejor, solo. Pero me pasa cada tanto que caigo en el engaño del desengaño. Dos posibilidades hay ahora. O se enfrenta la próxima situación con la mente relajada y despejada de prejuicios, o se evita tener estas situaciones y listo. Son ambas tentadoras. Hoy eligiría la segunda, pero puede ser el frio del invierno el que me vuelve cobarde, no me dejo llevar. No me gusta el desengaño. Este escrito termina con esperanza de solución: al fin y al cabo intento antes que nada, no engañarme a mi mismo. Que quede escrito.


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