Aquel grillito tan lindo...

3 comentarios martes, 5 de enero de 2010

Retroceder para luego avanzar, de eso se trata cuando se quiere narrar algo que le pasó a otros o a uno, dependiendo eso las cosas se cuentan más reales, más crudas. Veré qué sale de esto y cómo se lee la historia escrita, hasta para mi será una sorpresa. Con el lector llegaré a la conclusión al mismo tiempo.

Mis dotes estudiantiles siguieron tan claras en secundaria como lo fueron en la primaria. Un alumno bastante regular. Y el término regular es porque aun cierto cariño me tengo en el diagnóstico. Tratando de evitar en primer año (cuando por tercera vez lo hice) que no me pasara de nuevo lo de llevarme materias como chicles a la boca, pregunté a compañeros por alguna maestra particular.

Yo viviendo lejos de donde era el colegio, consulté a ver si había alguien por la zona. Y me recomendaron a una mujer que daba clases en su casa, una quinta que por donde el colegio estaba es bastante común. Me vio de arriba a abajo y me aceptó. Comencé a recibir información de matemática (no podría decir que aprendí, mis neuronas rechazaban los números) y todo empezó a normalizarse. Llegué sobre finales de año, conocí gente nueva, aprendí a convivir en una mesa grande con otros 10 que también recibían atención, fue todo experiencia.

Se hicieron las vacaciones y yo comencé a ir ya sin obligación. Si bien era bastante lejos de mi casa, ir no me hacía mal, estaba cómodo y me ponía a ver cómo daba clases esta mujer y su hija, a chicos que no eran sencillos, ahora tampoco lo son, siempre es complicado. Un día de enero faltaba uno de los chicos, de unos siete años, y se lo esperaba así se comenzaba con el aprendizaje general, era por grupos. Me fui hasta la puerta sin que me lo pidieran para poder ver si el chico venía…en eso escucho de lejos, sobre la izquierda de la calle, una música…era “Rapsodia bohemia” de Queen y a los segundos un auto absolutamente destartalado trataba de hacer equilibrio en la calle de tierra, levantando polvareda, eran las dos de la tarde y hacía un calor infernal.

Viene hacia la puerta, se detiene, apaga la radio, se bajan de atrás el chico en cuestión y otra chica más grande, que parecía la hermana. La vi y abrí los ojos, primero porque pensé que la conocía de antes y luego comprobé que no, que me generó esa sensación pero que no la había visto jamás. Con una de sus manos sobre el hombro del hermano me dijo que volvía en dos horas, le dije que si…creo que le dije que si, estaba como obnubilado. Hice pasar al chico y me quedé en medio de la ligustrina de la entrada, viendo cómo se subía a ese auto destruido y partía en compañía, suponía, del padre de ambos. Dicen que los niños no mienten. Cuando volví la señora que daba las clases me dice “¿qué te quedaste haciendo que tardaste tanto?” y el nene que recién llegaba le dice “se quedó viendo a mi hermana”…juro que odié a ese muchacho mucho tiempo.

Pero no le faltaba razón, me había quedado viendo a alguien que me hacía sentir feliz, era de rasgos delicados, de mi estatura, pelo negro, se rió cuando la saludé al venirlo a buscar al hermano. Temblé con la voz, como me pasa siempre que algo o alguien me impacta, y balbuceando comenté algo así como si ella vendría a traer al hermano todos los días y me dijo que si.

“Nos vemos mañana”, le dije, en lo que para un tímido es un verdadero acto de arrojo.

Por semanas fuimos hablando de a poco y cada vez más, yo de aspecto era otro (mucho más flaco, acorde a la ridícula época del gel en la cabeza, las pulseras fluo y ropa de colores estridentes). Estudiaba en otro colegio diferente al mío, era privado. Yo pasaba a segundo y ella comenzaría primer año. Vivía a unas 15 cuadras en línea recta, me dijo. Que su hermano tenía problemas para estudiar, que era muy liero, que ella no, que era muy aplicada y delegada en el primario (no sabía hasta ahí que las escuelas tenían delegados en los grados, o por lo menos en la escuela de ella).

La quinta era grande y con habitaciones bastante lindas, pero la cocina era el ámbito más pequeño, ahí estábamos todos los días, tomando mate y hablando de cualquier cosa. Hasta que le dije que quería que fuéramos novios, bajó la cabeza, se rió y me dijo que si…¡estaba yo tan contento y no podía expresarlo mientras la mujer daba clases! No sabía a quién decírselo, a ella le pasaba algo igual. Nos bancamos que terminara la clase mirando cómo era, con cara de nada y ella llevó a su hermano a la casa. Yo me quedé en la quinta y al rato ella volvió.

Tomamos unos mates más con la señora y nos fuimos los dos. Y así daba inicio uno de los lindos momentos de mi vida, creo que formalizar primero ante el otro y luego públicamente o ante algunos, son momentos de una gran satisfacción interior. Uno se siente, quizás falsamente, realizado como persona y quiere hacer sentir de igual manera al otro. Hay seguramente otras instancias en donde se haga valer la condición de uno, pero cuando se está enamorado es muy especial.

A los que iban a su colegio le decían los grillos por la vestimenta verde que llevaban, así que como ella era chiquita y alta le decía “grillito”.
Siendo yo tan racional, no pensé en nada ni nadie más, y eso incluía al colegio. Fueron dos o tres hermosas semanas de anarquía mental. Estaba enfocado en sólo estar con ella, disfrutar y que pasara así. El sopapo vino cuando hubo que rendir, estuve sin dormir pero pude aprobar todo sin llevarme nada a diciembre siquiera. Comenzaba un equilibrio que mantuve los dos años de relación, con cuestiones que algunos de mis conocidos leerán y mantuve sin decir, y creo que todo salió bien. Fue enriquecedor y fue también complicado, pero de movida, el grillito era toda mi vida. Habrá más.





Acotación al margen: Conviene no explicarse a veces qué razones lo llevan a uno a comportarse de manera diferente a como somos en general. Hay circunstancias y momentos que nos piden de nosotros otra cosa, hay que saber también verlo. Los metódicos, racionales y estructurados también son alcanzados alguna vez por algo raro llamado sentimiento. Y de raro pasa a genial.
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