El hombre que no quería oír ni su música

1 comentarios viernes, 22 de enero de 2010

Amar nunca puede ser una foto detenida en el tiempo, necio de aquel que sabiendo algo claro e inminente, decide estirar tiempos, cerrar los ojos, mirar hacia otro lado, creyendo en soluciones que nunca llegarán. Y algo así me pasó con el final de mi relación con Grillito.

Negué mentalmente lo que los hechos me habían hacía rato demostrado. La situación de quien siente esto no es sencilla y se buscan soluciones pero siempre corriendo la coneja.


Si bien no rogué que algo perdurara, me comportaba como si nada ocurriera. Y cuando al amor hay que ponerle algún tipo de barrera para no salirse de donde está, algo pasa. Ya expliqué en el anterior relato el valor que al principio ambos le dimos a la rutina de vernos, y cómo después eso mismo empezó a molestar. Creí que salvando la situación lograría no perder a quien amaba pero ese pensamiento, tan dentro de mi, no la incluía a ella. Sino que era lo que yo quería que pasara. Ella sólo tuvo que esperar el momento, pero evité como pude que llegara. La situación se mantuvo así unos dos meses y medio.


Llegado Septiembre quedaba por delante mi viaje de egresados. Estaba un tanto extraño con esta situación que no se definía, asi que la expectativa por el viaje en parte fue liberadora, podía ocupar tiempo y mente en otras cosas. Ella vio esto y no necesitó estudiar mucho el panorama. Habrá elegido incluso que fuera en ese momento. Y no fue oportuna.


Un día antes de mi cumpleaños cayó en martes. Yo me iba de la clase particular y noté que ella me esperó en la puerta, parada como soldado. Junto a la ligustrina por donde la vi irse aquella primera vez.


Busqué mirarla ahora, en sus ojos, para encontrarla. Pero no estaba.

Ya no recuerdo las palabras exactas y poco importan, si el hecho estaba consumado. Mi reacción sí la recuerdo: busqué apoyarme en el pilar de la entrada con mi mano, como a quien le mueven el piso y está con miedo. Algo así me pasaba.


Le pregunté por lo que en versiones me habían dicho ahí (usina de rumores permanentes, esa quinta) y luego de una introducción eterna para mi, lo confirmó. Había un tercero en discordia y no lo conocía.


Cuando escuché su respuesta, avancé hacia la salida y doblé como para ir a la parada del colectivo e irme. Quizás creí que me seguiría o se disculparía, pero no ocurrió. Y llegué a la esquina solo y llorando. Miré hacia arriba y el sol me encandiló, asi que sería al mediodía, mucho más dato no recuerdo ya, o no quiero.


Lo que siguió a ese día y hasta el siguiente a la noche fue el silencio. No tenía muchas ganas de hablar y quería pensar. Necesitaba paz para razonar y acomodar las piezas, si es que el amor es como un juego. Al otro día llegó mi cumpleaños. Tuve clases en la escuela normalmente y a la salida me fui para mi casa. Me senté en el tren y vi por la ventana el paisaje y también dos años y ocho meses de relación. Casi me paso de estación pero el ruido de las puertas abriéndose me sacó de aquello.


Llegué a mi casa sin decirle nada a nadie sobre el tema. Mis familiares saludaban por teléfono (no había sms, ni celular, ni internet y aun así comunicados estábamos) y yo agradecía, nunca tan de compromiso.

A eso de las siete de la tarde sonó el teléfono y era Morena. Hacía varios meses que no tenía noticias, desde aquel seguimiento ya contado en esta sección.

No creí en las casualidades. O al menos no en tantas.


Se autoinvitó a mi casa aunque me había negado. Festejó lo que para mi era un drama. La dejé hablar, si interrumpía sería peor. Cuando se fue otra vez quedé perdido en medio de mis cosas. Faltaban dos días para irme a Bariloche y no tenía ganas de ir. Pero fui y la pasé bien más allá de no tener una sola foto en la que haya algo parecido a felicidad en mi cara.


Lo que siguió fueron cuatro años sin mucho importarme el amor y sus derivados. Morena volvió a ser amiga. Intenté retomar el hábito de las cartas semanales, pero no estaban los temas de aquellos primeros meses de amistad, y tambien porque escribía sabiendo que vendría una respuesta. Toda carta mia era como una gran pregunta que Morena tenía la obligación de responderme. El hecho de escribir, tan parecido a la libertad para mi, depende de factores externos. De tiempos. Y cada vez que escribía empujaba con la lapicera a las palabras, no las sentía.


A Grillito la seguí viendo. Y al tiempo, la vi embarazada. Y al tiempo, con un hijo. Y luego de visita con su bebé adonde yo daba clases. Estaba feliz si ella lo era, no podía desearle que le fuera mal. Uno aprende con la resignación, se rinde ante las circunstancias y todo es aprendizaje.


Asi como en su momento el chimento en donde estaba trabajando era que ella no era más mi novia y sí de otro, ahora lo que se decía era que su pareja la había dejado. La seguí viendo pero nunca le pregunté nada, de hecho casi no hablábamos, ella iba por inercia y yo no quería otra cosa que silencio, aunque me hacía bien verla.


Tardé unos meses en ubicarme. No sabía donde estaba o lo que hacer frente a ella. Nunca había estado en una situación asi antes, y no conocía ni mis propias reacciones. Esto era un final. Cuando se estabilizó todo, me empecé a sentir bien solo.


Así fue por cuatro años. Hasta que algunas cosas volvieron a darse y con otra persona la historia tendría más capítulos. Volví a querer oír mi música.




Acotación al margen: El amor llega y también se termina y se va. Uno es el mismo de siempre pero ante alguien, ante una sola persona, somos otros. Cuando esa persona no está más, volvemos por nosotros, a ver si podemos seguir sin ella. Y se puede. Porque tan importante como el amor, es el tiempo. Inexorable.

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