Renata, una valija en el corazón: El inicio en el camino

1 comentarios miércoles, 17 de marzo de 2010

Ella despertó sobresaltada y antes que sonara su reloj. Se puso de costado y con un brazo sostenía toda su cara de sueño. Esperó oír el despertador pero ya se sabe que cuanto más se lo espera aun más eterno es el correr de los segundos. Cuando ese minuto y medio desesperante pasó, sonó su reloj de color verde. Lo miró fijo como para que ese infernal ruido le despierte todas las neuronas y a los cinco segundos lo apagó.


Se sentó en la cama y se tomó la cabeza con las manos. Los dedos se hundieron en el pelo largo de su cabeza y así quedó, ordenando las ideas y esperando que el sueño la abandone. Buscó sus gastadas sandalias pero puso el pie derecho en la sandalia izquierda. Aun con esa dificultad matinal pudo llegar al baño y mirarse al espejo. Se enfrentó a si misma, se lavó la cara y con su dedo índice miró debajo del globo ocular, a ver si esa zona estaba roja o pálida, resabios de una infancia con su salud bastante vigilada. Su autotest de salud fue positivo y arrastrando la única sandalia que encontró, abrió la puerta en busca de la cocina.


Le molestó la claridad del pasillo y puso pequeños sus ojos con un gesto adusto. Cuando estaba por abrir la heladera recordó tener una sola sandalia, entonces la adelantó sacándosela del pie para ver a qué lado correspondía. Vio que era su sandalia izquierda y con un pie en el aire abrió la heladera. Sacó parte del desayuno que luego el microondas convertiría en comible, aquel envoltorio que la madre rotuló “Renata”. Pensó que podía ser la última vez por un largo tiempo en que hiciera eso y que todo, lo mínimo, quizás ya pasara a ser un lujo. Pero con el mentón en alto dejó pasar ese pensamiento y con la suficiencia de los recién despiertos no pensó en nada más que comer.


Cuando terminó dejó la taza en la pileta y se arrepintió de la mecánica maniobra. Volvió y se puso a lavar el plato y la taza. Mirando el detergente fluir pensaba en una lista mental de personas a quienes ya había avisado la noticia: en la casa todos lo sabían; en el trabajo, a quienes les importara (ella comunicarles y a ellos interesarles); sus amigos estaban al tanto: algunos aprobaron con silencio la idea y otros desaprobaron de la misma forma. Finalmente sus conocidos del barrio no dirían nada, o en realidad que la sangre tira, que toda la familia siempre fue así, que siempre se la creyó una solitaria empedernida. Con los preconceptos de todos en su lugar, ya estaba preparada para el inicio del viaje.


La valija hecha desde el día anterior. La mental, la que lleva todos los sueños posibles, también y desde un tiempo antes. Desde que lo habló con sus padres y trazó teorías sobre la conveniencia de un viaje largo para sus estudios, y desde el permiso tácito de su abuela, a la que explicándole menos sabría que no sufriría su ausencia tanto. A su novio, al que vería ya que las vacaciones itinerantes estaban aseguradas. Con los permisos familiares en orden, la ropa cómoda tal y como quiso, las zapatillas nuevas y grandes recién compradas, era hora de irse. Saludó como en las películas a la familia en orden de estatura. El papá, que presente y ausente por el trabajo acertó a estar en la despedida, la mamá, que la abrazó como para que llevara ese calor durante el viaje. Luego su hermanito, querible, conocido y desconocido según fueran sus días de adolescente. Y en el final el perro, que quería ganar altura saltando para saludar a la par de los humanos.


La despedida y lo posterior seguramente no era como en las películas. Cuarenta y cinco minutos esperando un colectivo que no llegaba. Cuando se dignó a aparecer estaba repleto. Subió con su mochila a la espalda y sintió que incomodaba bastante. El viaje era hasta la terminal de micros, que se aguanten, pensó. Este viaje es sólo de una vez y para siempre. Llegó y esperó que nombraran su micro. Cuando supo cuál era se subió y apenas sentada respiró profundo en busca del aire (acondicionado) que aun no estaba prendido.


Miró por la ventanilla el techo de la terminal, gris y crema, y maldijo la combinación de colores. Vio los pasajeros que aun restaban subirse y resopló nerviosa. Nadie la había ido a despedir, son muy tristes las despedidas, pero en el fondo quizás esperaba que alguien en el andén levantara la mano saludando su sueño. Pero les ordenó a todos no aparecer y debía ser fiel su corazón a la orden que ella misma dictó.


Cuando el micro arrancó se tocó con las palmas de las manos sus bolsillos a ver si en ese chequeo con el tacto llevaba documentos y pasaje. Comprobó que si y se acomodó en el asiento. Invade la nostalgia cuando el micro acelera y las calles van viéndose cada vez más rápido. Y esa es como una síntesis de los recuerdos y su velocidad.


El pasaje decía ida a Bariloche, pero su corazón y su destino estaban aun sin saber donde bajarse. En la primitiva idea lo que soñó fue hacer un libro (ella que de chica odiaba leer ahora todo tiene forma de libro) con sensaciones de cada lugar visitado en su infancia, y cómo lo veía ahora ya de grande, hasta imaginó el no muy original título de “Retratos”. Por eso su primer destino sería Bariloche, fue su primer viaje con una cierta cantidad de horas y era el momento de revivirlo. Lapicera y papel llevaba, aunque en sus manos pronto pasará a ser un diario personal más que un bosquejo de libro.


Recordaba lo poceada que estaba la ruta 3 hace ya varios años y algunas de las paradas que el micro hizo camino a Bariloche. Y al igual que aquella primera vez, llegó a esos puntos al anochecer. Uno era Azul, y la terminal de micros con vidrios en todo un costado aun seguía ahí. La palabra Azul en una pared del fondo era algo nuevo y detenerse ahí 15 minutos le dio la chance de bajarse con el cuaderno y la lapicera. La noche no dejaba ver demasiado y junto a ella unas seis o siete personas también bajaron, con bolsos y cara de sueño. Los bolsos alargados y las botas de caña alta daban la impresión de que eran policías, pero el sueño no le permitía discernir demasiado.


Empezó a sentir frio y respiró profundo un aire que ya era un poco menos húmedo que el habitual. Miró el micro y desde afuera, el lugar que ella ocupaba en él. Se sintió pequeña dentro de esa gran estructura pero el ruido del motor la hizo volver a sentir la noche y el frio. Aceleró el paso y se metió de nuevo ahí.


La noche era estrellada y no tenía sueño. Su cortina de la ventana permaneció corrida toda la noche, y se acomodó para ver mejor las estrellas en esa noche color oscuro. Buscaba y encontraba formas a cada grupo de estrellas y se divertía al hacerlo, pero la ruta se empeñaba en no jugar con ella. Cada vez que encontraba formadas siluetas llamativas la ruta cambiaba de dirección y el micro viraba, con lo cual las formas también cambiaban. Había que empezar de nuevo. Se divirtió hasta que la venció el sueño.


Se despertó unas cinco horas después. Abrazaba su cuaderno y una campera mal doblada le servía de almohadón. Vio que todavía la noche estaba ahí pero de pronto la claridad fue torciéndole el brazo, y una línea de color blanco en ese horizonte hasta hace un segundo muy oscuro, se fue aclarando y tomando ese color brillante tan extraño que sólo en el cielo ocurre. Achicó los ojos como prestando atención a lo que estaba pasando y se acomodó en el asiento.
Estaba siendo testigo del amanecer y por primera vez le ocurría.


La claridad del horizonte fue elevándose en metros y lentamente tomando toda la línea horizontal que los ojos de Renata le permitían ver. Cuando el sol comenzó a salir ella instintivamente abrió su mano y la apoyó en la ventana del micro…era como recibir un poco de aquella maravilla de la que era testigo, quería sentirlo propio. Cuando entre árboles allá a lo lejos el sol ya era el mismo de todos los días, ella se incorporó y se acomodó el pelo, como quien ve a alguien cuando uno apenas se levanta, con lentitud.


El micro frenó evitando un lomo de burro y le desacomodó la campera-almohadón de la cabeza. Y cansada de estar en una misma posición estiró el cuello e inspeccionó otros asientos y otras realidades. Muchos dormían, otros estaban con sus celulares chequeando vidas propias y ajenas, todo bastante rutinario y normal en travesías largas.


El viaje de Renata ya había comenzado pero estaba sin destino claro.

Sin embargo ella ya estaba llegando a Bariloche.

Vaya paradoja, el del inicio de un camino.
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