Cebá mate, chau mate (Grillito secretaria)

1 comentarios viernes, 8 de enero de 2010

Sabiendo que la felicidad era algo así como mirarla fijamente a los ojos y esperar que se ria o haga alguna mirada cómplice, estar con Grillito era más que un hermoso deber. Eso se fue trasladando a todo lo que hacía, aunque nos comportábamos con eso de manera diferente. Por mi lado trataba de no invadir ciertos aspectos de ella, sus amistades, sus momentos en la escuela, quería que siguiera de alguna forma siendo como la conocí, respetarle también sus tiempos.

Pero a ella para conmigo le dejaba ciertas cosas a su gusto. Todo fuera del colegio, el horario de clases era sagrado para mí, porque sabía que si me dejaba estar podía irme mal. El rito era encontrarnos en la quinta de la maestra particular cuando ella llevaba a su hermano y yo iba a tomar clases. Seguí yendo porque la mujer conmigo salvaba el año, podía serme útil en varias materias, necesitaba su ayuda.

A veces era tal la cantidad de chicos que se mezclaban los grados y la mesa enorme se completaba con un crisol de voces de diferentes edades, que hacía que se volviera complicado enseñar y aprender. Un día la mujer no se sentía bien y la hija enseñando inglés no daba abasto con todos. Me pidió que le controlara la tarea a un par de ellos y eso hice…me senté y expliqué algo de matemática, era de un chico de la primaria…y empecé a mirar todo el cuaderno. El me vio tan curioso retrocediendo hojas que me preguntó dudas que había tenido y yo se las fui despejando.

Quedé contento con eso cuando otro de la mesa me pidió que mirara su cuaderno, y otro más…y la verdad es que me gustó saber que podía explicar al modo de ellos algo que no entendieran. Nunca tuve esa enseñanza, ya no digo personalizada. Alguien al lado de mi puede todo un día explicarme la regla de tres simple y yo no entenderla si la manera no es la correcta. Había que escuchar y ver por donde venía la duda y listo.

La hija de la señora me vio que me hacían caso los chicos, tomó nota. Y cuando me iba la maestra y ella me propusieron si no quería ayudarlas aunque sea con esos dos alumnos, me dijeron que me veían bien para eso, con paciencia, además me llevaba bien con todos los chicos de menor edad. Les dije que lo iba a pensar y al otro día respondería. Lo consulté con Grillito y también con mi almohada. Mientras no me significara un descontrol horario que interfiriera mi colegio, no había problema. Y acepté. Esos dos fueron mis primeros formales alumnos.

Estaba más nervioso que ellos, pobres chicos. Pasé de quedarme una hora a quedarme tres o cuatro horas porque además de lo mío debía enseñar. Mi novia comprendió todo ese momento de cambio y se quedaba conmigo, a veces volvía a su casa y aparecía al rato, era la encargada del mate, un rito ahí dentro. Yo soy gran tomador y pésimo cebador, lo pueden confirmar mis actuales amistades incluso. Por lo cual alguien que preparara era sin dudas bienvenida, ella lo hacía excelentemente.

Fue otra manera de pasarla juntos, no soñada ni solitaria justamente, pero que nos servía para conocernos. Ella se sentaba en un sillón algo viejo y veía cómo daba clases, iba alcanzando el mate para que tomemos los “docentes”, lugar en donde ahora el destino me llevaba. Pero seguía pensando en que ayudaba a las verdaderas maestras, yo no lo sentía.

El comedor de la quinta tenía la mesa en el centro, ocupaba el ancho de la sala generosamente, y tenía tantas sillas como alumnos en ellas, no menos de 15 en general. Se imponía una división entre los grandes y los chicos que evitara primero desorden y luego inconvenientes entre distintas edades.

Había un pasillo con tres puertas. De frente, la del baño; a la izquierda la habitación de la maestra, y a la derecha una sala que se usaba como ropero virtual…ahí los chicos dejaban sus cosas hasta que terminaban de estudiar. Y Grillito fue la de la idea…si se despejara un poco..si se pudiera hacer una biblioteca específica contra una de las paredes, se me ocurrió a mi…planteamos la idea y no hubo mucho entusiasmo, pedimos tiempo para llevarla adelante. La mesa ya estaba. Compramos unas cortinas color crema muy lindas que no taparan la luz de la única ventana de la habitación, algo alta y de madera.

El piso, también de madera, se enceró un sábado, quedó muy bien. Y las paredes lucían igual aunque las limpiamos bastante. Mientras yo daba clases Grillito separó manuales de primaria del resto y los acomodó en los estantes. Hicimos una caja forrada en violeta en donde los chicos debían poner los lápices cuando dejaban de usarlos, enseñarles a hacer eso. Y en una tarde compramos telgopor e hicimos una precaria cartelera con horarios de chicos y los avisos de pruebas. La estrella era un ábaco grande, hecho con pelotitas de telgopor, cuatro alambres y sostenido en maderitas viejas de una silla aun más vieja. Tenía ingenio, Grillito.

En casi cuatro meses cambiamos bastante el aspecto de todo, ya estaban los chicos separados y en orden, y llegaron más alumnos. Yo hacía las cosas sin razonarlas demasiado, creo que con el tiempo lo valoré, no me detuve a ver lo que hacía, me dejé llevar y no me arrepiento. Grillito era como una secretaria, incluso era compinche de los chicos, nos veían ellos como dúo de estudio, lo cual ayudaba también. Fue una hermosa etapa que como dije, valoré mucho después. Cuando estaba dentro de eso me sentía cansado, cumpliendo todo el tiempo, sintiendo que no llegaba a hacerlo bien. Y sin embargo estaba equivocado. Jugábamos con los lápices a los palitos chinos cuando terminaba la clase, y aquello era terapia, despejar la mente un poco. Hasta en el colegio me ayudó porque no me llevé materias y dentro de todo mi nivel era el del promedio.

No tengo alma de maestro de escuela, si bien me gusta estar en contacto con los chicos cuando puedo, me llevo bien, me siento un poco ellos en sus cosas, me traslada a mi infancia, lo disfruto. En cada uno que no sabía sumar me veía yo, que me costó horrores. Las explicaciones de las maestras pasaban rápido como aviones y no volvían. Así que alguien necesitado de una explicación salvadora lo podía leer en los ojitos.

Sin mi novia no me hubiera salido igual, aunque no le quito méritos a lo importante: los mates eran excelentes.





Acotación al margen: Si van a una maestra particular y no les sale una sola palabra para decir, entreguen a sus educandos el cuaderno…es el espejo del ánimo del alumno…todo habla de un chico…sus aciertos, errores…hasta los agujeros en las hojas de tanto borrar…todo. Y el maestro no es el Mago de Oz. Acompaña al chico hasta las orillas del Mar del “ahora lo entiendo”…después nadan solos.
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