El último día de Ordoñez (tercera parte)

1 comentarios martes, 11 de mayo de 2010

Levantó un papel de la calle que estaba justo en la entrada de su trabajo, parecía un envoltorio de caramelo. Lo estrujó y lo llevó hasta el cesto, en una acción casi mecánica que le permitió ver el hall de la empresa como quien va por primera vez a un museo, lo estudió bastante y lo sintió igual que siempre: frio. Por alguna razón empezaba a ver todo ya sin ánimo de decir lo que no le venía en ganas. Estaba insoportablemente honesto.


Había llegado a una conclusión luego de hablar con su esposa en el fin de semana. El tema de su despedida, aun faltando tantos meses hasta fin de año, lo convirtió frente a otros en una especie de referente, y él se sentía más querido y respetado. Claro, se estaba por ir. Pero además veía una cuestión de liberación. En sus actividades diarias, que hacía mejor, y también con sus empleados ese clima de distención era evidente y rendidor. Su casilla de correo siguió llenándose de solidaridad pero a la vez empezaban las anécdotas relatadas que lo hacían reír mucho en donde estaba involucrado en cuestiones propias de un grupo de trabajo.


Pero como ya estaba notando le comenzaron a llegar además otras historias que le sonaban a desahogo por verlo quizás como un hombre dentro y afuera a la vez de tanta presión. Intentaba leer un poco por arriba, entre todas las cosas que hacía. Dejaba la casilla de mail con el correo en algún renglón como para no olvidarse, y de tanto en tanto se fijaba. Seleccionaba de a uno y anotaba en un papel una idea que le quedara de lo que leyó para así luego retomar sin perderse.


Lo que leía le fue interesando cada vez más y cuando el día laboral había concluido se tomaba unos minutos para poder comprender los textos. Le llamó la atención uno y decidió llevarse “el problema” a casa. Lo imprimió porque era un tanto largo, era de una mujer que ubicaba mentalmente pero no sabía a pesar de conocerla de vista, su nombre. Se llamaba Marcela. Luego de saludos de rigor y de lamentar su partida a pesar de no tratarlo demasiado, pasó a contarle lo suyo.


“No te voy a contar mi vida porque temo que te desmayes de aburrimiento y tampoco sé por qué hago esto. Conocerás a Gutiérrez mi jefe. Nunca tuve una buena relación con él y me sentía muy mal por eso hasta que comprendí que el trato que recibía era igual para todos, en eso sí era democrático. Y digo `era´ porque ya no quiero que ocurra (sentirlo siquiera cerca) aunque no sé si es que yo me iré o me sentaré a esperar que alguna luz cósmica haga justicia. Lo soporté porque le llevaba las cosas hechas antes de escuchar sus gritos, si no lo sabés te digo que cerrada la puerta de su oficina suele hacerlo y mucho. Silvina, mi amiga además de compañera, no lo soportó más y la tuvo dos meses haciéndole trabajar el doble y le atrasó todo lo que pudo la firma que la dejaba irse a otro sector. Pero no quiero ahora caer con mis lamentos sin embargo, me permito tutearte, creo que me entenderás lo que puedo sentir y lo que me sale o no decir”.


“Lo conocerás de vista a Franco, el chico nuevo en el sector, ´Franquito´. Te cuento una que es genial. Todos sabemos, vos lo sabés y no te voy a comprometer a que me lo digas, que para acelerar los trámites y ponerlos en prioridad, no se hace por amor al sueldo mensual por decirlo así, me entendés. Nadie puede probarlo y a la vez todos lo sabemos. Pero claro, Franquito o no lo preguntó, o nadie de nosotros lo avivó, si es que es eso lo que hay que hacer”.


“Nos contó el chico que llegado el representante de una empresa proveedora, pidió hablar con Gutiérrez, que aun no estaba en la oficina. Esto ocurrió antes de ayer. Y justo pasaba Franco y el hombre le pregunta por su jefe y le dice que no estaba. Y el hombre se le acerca al oído casi y le insinúa sin rodeos que sabía que hablando con Gutiérrez ´su tema´ se haría más rápidamente. Y Franco, pobrecito, se indignó y le dijo que en ese sector no se cobraban por gestiones que no sean las comerciales entre la empresa y el proveedor…el hombre lo tomó de los hombros y le dijo susurrando que ´no disimule´ tanto y Franco aún más fuerte hacía sonar su voz. Llegó Gutiérrez y el hombre entró a la oficina. Esa parte la vi, porque Franco pasó blanco como un papel luego de la charla que tuvo allí adentro. ¿Qué harías vos en mi lugar?. ¿Denunciarlo?. ¿Con qué pruebas demuestro esto que ya de tan normal se ha vuelto hasta burocrático?. ¿Qué futuro tengo, si es que alguien me lo asegura luego de ocurrírseme denunciar esto, por ejemplo?”.


“Sabés de aquella vez que vino la inspección y salían las cajas con papeles en aquel taxi que cargó 100 toneladas de papeles, lo saben el de seguridad, lo sabe la señora de la limpieza, el ascensorista, el de mantenimiento…todos vieron pasar esos papeles que por algo se escondían. ¿Dónde me pongo yo frente a esto, por favor?. Nadie quiere ser el tonto que se queda sin trabajo pero es digno, porque todos y obvio me incluyo, queremos comer con el sueldo que tenemos. A la vez siento que todo funciona en alguna medida a raíz de nuestro silencio, y que varios cuentan con eso. Nadie va en cana por corrupto, pero sí es posible que vaya quien denuncia sin pruebas aun teniendo la verdad. Ya sé que no me vas a solucionar el tema ni lo pretendo, porque vos lo conocés mucho más a Gutiérrez que yo y sólo te digo lo que pasa, no tenés por qué hacer vos el papel de justiciero, siento que nadie lo haría”.


El texto concluía de nuevo con agradecimientos para él por leerla. Dobló Ordoñez la hoja impresa y la dejó en la mesita de luz. Se puso de costado sin cerrar los ojos, no pensaba dormir luego de esa lectura. En su interior se sentía en falta porque como ahí en el escrito decía, él también conocía a Gutiérrez y sus prácticas…y nada había hecho durante años.


Cómo hacer para reparar de alguna forma lo que una compañera de trabajo, conocida de lejos, lo obligaba a hacer, a moverse para lograr algo. Para que nada menos que su conciencia lo deje esa noche dormir. Mañana intentará algo para solucionarlo.
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