."Lecciones que hoy aprendo".

1 comentarios sábado, 10 de noviembre de 2012
Me lo creí. Pobre de mi en los intentos de hacer pensar que no fuera cierto, parecido a las condenas que nadie acepta pero ven pasar el tiempo. Aceptado el error surge el temor y desconsuelo, porque por algo se premia o se deja de lado, por cortesía lo he sabido en su silencio. Como ocurre con la marea y la costa, todos los días volvía. Y todos los días encontraba en aquello algo distinto, y a la vez nada nuevo. Hasta que el sol me avisó, harto de lo que veía, que no resistía más intentos. Y un dia dejé de hacerlo. No volví más por su recuerdo.
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"Balada del niño mayor" -Cuento corto-

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Se miró al espejo y trató de cerrar la camisa hasta el cuello. Pero no lograba coordinar la imagen al revés y el ojal se resistía a abrirse, respiró harto. Se miró a los ojos y sabía que estaba nervioso. Además jamás se había ajustado tanto la camisa, sin embargo lo quería hacer. Le pareció un botón muy pequeño para un ojal demasiado grande y cuando por fin pudo anudó la corbata. Se rascó la cabeza y desacomodó un poco el pelo, se sentía encorsetado, como esos dibujos de los moldes que en alguna revista vio una vez, que las mujeres aparecen derechas como el Obelisco. Se puso el saco y sabiendo que nada tenía igualmente revisó el bolsillo de adentro. Finalmente se miró de pies a cabeza. Sus piernas chuecas no podían disimular unos zapatos muy lustrados, los pantalones grandes y planchados, el cinturón que le quedaba un poco justo. Al final era un dia más, lo quería vivir de ese modo. Desayunó, buscó sus cosas, salió a la calle, caminó tres cuadras y luego una a la izquierda. Por fin llegó. Se soltó de la mano de su mamá. Y entró corriendo a la escuela.
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."Aprendiendo".

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No hay manos que retengan el sueño. Conocer el material con que la vida está hecha debería de servir para amar sin dar más vueltas. Pero lineal nada es posible, uno arma sus certezas, sus caminos circulares, los senderos que elige y deja. Cierta vez a mi me explicaron que nadie toma el alma, o es llevado. Que suele a veces seguirse a quien termina por perseguirme, obstinación, esfuerzo, tiempo. Deseo. Lo que siento y no me sirve. Termina uno aprendiendo lo que nadie enseña leyendo. Momentos en que amar suele servirle al complejo arte de fingir esperar que usa quien se va yendo. El dia que lo supe fue para comprender que mi alma late en serio. Ya no hay manos que retengan el sueño.
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."Su retrato".

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La que impone hasta su ausencia, la que juega a que es eterna, retenida en la memoria de quienes rezan por no verla. Dejando quererse asi, volviendo siempre al enojo, a la distancia infinita, al placer de cierto antojo. No es rebelde sin pelea, no es actriz aunque lo sueña, tiene amor entre algodones, tiene manos que lo aprietan. Pelea por un anhelo no en conjunto, sólo el de ella, suele dar amor en dosis y recibe más de la cuenta. Dueña de la balanza, hábil con las mareas, siempre encuentra a quien perdido de sueños la favorezca. El retrato es de un converso, despegado el corazón de su impronta tan deseable, tan deseable como el dolor. La veo soñar ahora haciendo de nuevo tarea. Buscando otra vez fallar, golpear otra alma certera. Es presencia y deja ausencia.
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"Serena" -Cuento corto-

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Tomó la luna y aprovechando que no estaba llena pudo traerla sin problemas. Sacó del cielo más cosas, de noche está permitido, de dia nadie ve nada. Eligió cuatro estrellas, las que le parecían que mejor brillaban desde la Tierra, las ubicó al lado de su casa nueva. Trajo del sur viento, del norte calor, del este agua, del oeste montañas. El ruido a imponencia se lo dio el espacio que con la mirada hizo apenas terminado el rejunte, y lo volvió pleno. Miró satisfecho el escenario completo, sintió no faltarle nada, en esa especie de soberbia callada tan humana. Y respiró el aire nuevo mientras acostado sobre el piso su noche era el principio de lo perfecto. Llegaron las horas, los días, los años y los momentos pero él nunca lo notaba, la felicidad es sorda y ciega si no es avisada. Mucho tiempo después alguien caminando se encuentra en el piso estrellas, vientos, mares, montañas, calor. Ruido. Y a un hombre desconocido que rogaba por ayuda. “Llegué justo”, dijo la Paciencia. El Amor la miró, tuvo fortuna. Sólo de noche la luna es guía oportuna.
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"Lo que se lleva" -Cuento corto-

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Juntó los hombros y en los bolsillos de la campera color naranja hundió más profundo sus dos manos. El frio es una sensación placentera si se está a cubierto de él, esta vez no quiso llevar gorro. Dejó que su pelo largo jugara un poco con el viento arremolinado de la costa, empezó a caminar bordeando aquello imperfecto, cierta línea entre gris y blanca que se iba rápidamente borrando. Jugó a que daba más de dos pasos y estiró su pie haciendo punta, se dio vuelta enseguida para ver si alguien la veía, odiaba parecer infantil. Miró fijo el horizonte algo brumoso por el efecto del sol, quiso ser aquella ave que rasante pasaba, se detuvo en lo que consideró era mitad de camino. Tomó el sol abriendo sus brazos. El mar, en sus oídos de recuerdos precisos. Dio placer a sus ojos, que cerró por un momento para que oyeran, por una vez oyeran. Impregnó el corazón de aire, su latido llevaría un poco de ella, y mio. Alejada, la miraba el color de sus mañanas. Envidiando se quedara con buena parte de la magia, en dosis de las buenas, las que curan. Como su alma.
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."Amor tibio".

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Nada es lo que te di. Alejado el destino de manos que no lo buscaron, volvió libre al espacio que le habían dado, del que nació un dia sus ganas de comprobar qué tantas palabras tenía su verdad, la escuchada. Llegó para estar con quien vio lejos, y la desconoció. Le hizo espacio en el corazón con el peor remedio del humano a los sueños y quimeras: la espera. Quiso crear un presente acotado a dos miradas, y naufragó cuando ella cerró los ojos, como faro que ya no guía porque nunca lo querría. Ni ayer, ni hoy, ni mañana, ni a quien venga. El destino aceptó que a nadie había encontrado, se dio vuelta y desandó el camino. Sola y libre quedó la tibieza. Buscando siempre alejar a quien acerca.
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."Verde".

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Hay algo que tiene ese color. El árbol de las almas, el que uno quiere, el que anhela esté presente. También ciertos sabores, fotos, recuerdos, miedos sin rencores. Color de búsqueda en dos manos y en espejo, corazones. Dicen que lo vieron, lo sabemos, al pie de los cerros, en el jardín del abuelo, en tonos allá a lo lejos donde perdemos los pensamientos. En todos esos lugares y en algunos que aun no vemos suele posarse Dios. Y el color que los dos queremos.
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."Dulce penitencia".

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Una mujer disimulaba su presencia mezclada entre otras esencias. Estaba fatalmente condenada a besar y hacer diluvio, estrellas, nieve, agua. Tierra. Pero ninguna forma humana volvía a estar tal cual, luego de ella. Un dia besó a un muchacho y desintegró su imagen entera. Otra vez besó el suelo, mezcla de pasto y buena cosecha. Cuando vio resquebrajarse la parte que supo quererla se alejó rápidamente evitando la condena. Lo último que supe es que estaba caminando. De dia si besa la luna, de sol si se lo propone, en lugares sin rencores, en sitios de desencanto. Donde nadie suele verla pero yo sí, anoche. Y de vez en cuando.
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"La costurera" -Cuento corto-

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Sandra recuerda la primera vez en que sintió pánico escénico perfectamente. Cuando tenía seis años tomó de adentro de un placard un costurero de esos con tapa algo descosida por viejo (en casa de costureros, cuchillo de palo) y el contenido entero de las dos divisiones de la caja cayeron como catarata. Sandra se quedó quieta y se tapó los oídos mientras hebillas, dedales, agujas e imanes quedaron a su alrededor. El mundo se había venido abajo para Sandra, caído al suelo. Apareció su abuela gritando, buscó unos botones celestes que como eran chiquitos habían saltado bien lejos. La mamá se puso los brazos en jarra y miraba la escena sin decir una palabra. Una de las tias, de visita en la casa la miró a Sandra, amagó a retarla. “Salí de acá”, le dijo la abuela, con temor a que el botón justo lo estuviera pisando. Los siete años de Sandra quedaron conmovidos y se puso al lado de la pared del pasillo, nadie reparaba en ella. Tres mujeres agachadas intentaban juntar todo del suelo. Tuvo suerte con las dos tijeras, porque como iban trabadas en la caja quedaron en su lugar, no se desprendieron. La abuela pidió un escobillón, Sandra quiso ayudar con la pala pero nadie la oyó. Se puso a mirar todo desde la entrada a la cocina. Su mamá le dijo “nunca más sacás el costurero sola, nunca. ¿Oíste?”. Dicen que Sandra, ahora de grande, guarda todo en muebles de la cintura hacia abajo. Pero el sábado se puso a ordenar cosas, el costurero quedó mal ubicado arriba de la heladera, la abrió y todo cayó. Y se quedó quieta. Y se tapó los oídos. Y el recuerdo la sorprendió, plena. Volvió a ser la chica del costurero sin que nadie lo supiera.
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."El momento".

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Un solo reloj marca el tiempo y tu tiempo. Quien con dulce apuro trae alivio a tu razón siempre espera en todas tus puertas abiertas, fijate. Nadie te sigue, nadie combate las inseguridades, los apurados detalles que exigimos a todos pero perdemos en nosotros de a poco. Cuando encontremos un reloj que no marque, cuando el tiempo presente sea este, el que se ha ido. El que ya no vuelve. Cuando tengas dos agujas que acompañan sensaciones sin herirlas ni apurarlas. Cuando sea realmente tu deseo, cuando lo detengas y conserves, ahí sabrás. Una hora de vida en punto. La que conviene.
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"El que se mira" -Cuento corto-

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Guardó sigilosamente todo lo que de él dijeron. Durante años se preocupó en archivar comentarios, interrogantes, opiniones de quienes lo conocían y de quienes no. Sus aciertos y errores vistos por otros ojos. Sus gustos, sometidos al análisis de otras personas. El sentido de sus dichos cuando escribía y lo que provocaba en quien leía. Pasó el tiempo y de eso nunca se percató. Fueron años de guardar lo que decían y las hojas de los textos encuadernados se fueron poniendo amarillas. Hasta que descubrió que atesoraba aquello que no le importaba y fue a buscar ese material. En un costado y debajo de un armario de su infancia, estaban todas esas opiniones. Tenían tierra arriba y bien envueltas en un celofán celeste. Sacó de a una las carpetas, en perfecto orden estaban. Eran tres grandes biblioratos y agachado en el piso mientras se rascaba la cabeza se quedó pensando: uno de título llevaba “Lo que han dicho de mi”. El otro era “Lo que yo he dicho de los demás”. Y el tercero “Lo que ellos y yo hemos mentido de mi”. Tomó coraje y de a una rompió las páginas de los dos primeros biblioratos. Del tercero, aun, no sabemos si lo sigue usando. Pareciera escrito: le sirve de tanto en tanto.
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