Morena, cartas y celos

3 comentarios martes, 29 de diciembre de 2009

Hablé la anterior vez sobre Morena en el colegio, su fiesta, su vals, mi pullóver y sobretodo, de su sentencia a partir de lo que me dijo. Sin embargo esa fiesta terminó siendo negativa para con nosotros. Dejé de hablarle y ella a mi. Sin motivo específico, pero evidentemente cada uno viéndose en ese momento juzgó forzada la situación.
Y hubo distancia.

Sobre el final de uno de los años, Morena anuncia que se cambiará de colegio. El nivel de educación no era el deseado para ella y pasaría de una escuela pública a otra privada. Compró un cuaderno con espiral y lo fue pasando a cada compañero para que le escribieran alguna frase de recuerdo. Cuando fue mi turno lo primero que hice fue mirar las dedicatorias hasta allí, no para inspirarme, sino para conocer el tono con el que el cuaderno venía.

Escribí unos diez renglones, pero ya no recuerdo el contenido. Me referí a su fiesta de 15 y lo posterior, esa especie de silencio tenso. Terminó el año con los saludos de rigor y se fue. Era el fin de Morena.

O eso creí.

Cuando las clases otra vez comenzaron una amiga en común me entrega una postal y una carta (¡de papel color verde!) que Morena le había dejado para mi. La tarjeta era sobre deseos para la navidad y la carta de dos carillas decía que le había gustado lo que escribí y que deseaba seguir el contacto si yo quería a través de cartas. Me puso su dirección y saludaba con un “gracias por todo”, que sonaba más de compromiso que real.

Hoy pasados casi 20 años ya de lo que relato, comprendo que si decidí escribirle sin dudas era para sentir un escape de la realidad, que yo había delimitado dentro de terminar el colegio y estudiar luego Veterinaria. Lo sentí como la posibilidad de “hacer” algo que me debía “hacer”, sabiendo incluso que podía desilusionarme, tanto de mí como de las respuestas posibles. Y esa misma noche empecé algo que con mayor o menor ritmo duró más de nueve años.

Las escribía en el fin de semana y las despachaba el lunes. Ella las escribía en la semana y me llegaban los viernes. Al principio eran absolutamente informativas, darse a conocer con datos y también a través del estilo de cada uno. Salvo por esa tendencia (en mi opinión bastante fea) de escribir la letra M al revés, con las montañitas hacia abajo y no como Dios manda, del resto no tenía quejas.

Así pasaron unos cuatro meses hasta que acordamos vernos. El acuerdo era encontrarnos los días viernes por la tarde y los encuentros de allí en más fueron bastante paranoicos. Nos saludábamos evitando hablar y cada uno entregaba el sobre cerrado al otro, que no lo abría hasta que se estuviera solo. Lo vivíamos como un regalo semanal, algo que nos hacía bien sin juzgarnos ni pretender cambiarnos, una auténtica ida y vuelta sin histerias.

El idilio duró unos meses más. Porque luego sobrevino el querer interpretar conceptos del otro, el tomar una parte y no el todo sobre una opinión y cierta electricidad cuando no se opina de igual manera. Aun con eso, seguía no pareciéndome rutinario, todo lo contrario. Era liberador lo que yo sentía al expresarme.

Pero inexorablemente, todo fue para mí siendo tan cuesta arriba como tener un bote de un solo remo. El tono “descriptivo-festivo” de las cartas pasó ya a ser acusatorio. Y yo no me salí de mi eje, seguí escribiendo de igual manera, que a la distancia sin dudas fue un error, debí parar.

Paralelamente me puse de novio con alguien fuera del colegio, lo que hizo que terminara de desarmarse el “castillito postal”. Morena era muy celosa y no aceptaba que los viernes comenzara a hacer otras cosas. Luego de una charla casi a los gritos por teléfono, quedé en que se las enviaría a las cartas semanales por correo, como al principio. Nunca supe si lo entendió o es que se resignó. Pero finalmente quedamos de esa manera.

Para el viaje de egresados se la invitó a pesar de ya no ser más del grupo. Morena comenzó a llevarme las cartas al colegio, me las daba en mano o se las dejaba a la preceptora. No quiso ir al viaje, fue con sus nuevos compañeros casi en la misma fecha que nosotros, en realidad volvió un día antes de la partida de nuestro grupo.

El día anterior a mi cumpleaños termino con mi novia. Morena me llama para ir a mi casa y llevarme un regalo de Bariloche. Le digo que me había peleado con mi novia, que no estaba de ánimo. “Voy igual”.
Aparece con una botella de champagne. Pide dos vasos, sirve y dice “celebremos este momento”…

Yo la miré, recordando aquel “de mi no te vas a olvidar” tan claro en el tiempo. ¡Vaya si lo llevó a la práctica!
Y como ya dije, esto continuará.




Acotación al margen: Moraleja para los lectores. Si van a escribirse con alguien o llevar adelante otro tipo de relación, tener en cuenta que las alegrías no se sostienen sólo de un lado, sino que son la unión de dos sentimientos. Porque si no, el bote se mueve en círculos si se tiene un solo remo. Yo sé por qué lo digo.
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