"Eterna" -Prosa-

1 comentarios martes, 15 de noviembre de 2011
Una mano dentro de otra mano
que se deja llevar por un ritmo
ajeno a mi, quien ejerce el poder
tiene la velocidad, las riendas
en esas manos firmes, tan suyas y mias.
No me ve desde abajo con mis intrigas, no desea
saber de mi porque ya decidió qué color tendrá
el sol de la tarde en mis ojos.
Ritmo acelerado, de viento cruzado
que hace de los oídos un solo bloque,
imparable, constante, decidido.
No lucho contra eso, me dejo ganar por
esa derrota de los sentidos, de lo que no sé qué es.
Veo con ojos de tarde algo blanco cortando la pared azul.
El motivo del viento, la razón de mi mano dentro de la mano.
Tengo miedo de acercarme, lo miro con el recelo
de lo que no comprendo,
lo alejo para verlo más cerca.
La mano me suelta. Yo miro el mar.
Miro el motivo desde abajo,
miro a quien ejerce el poder.
Sensato egoísmo de estar
donde a ella le gusta estar.
Y ahora a mi. De la mano.
read more “"Eterna" -Prosa-”

"40 minutos" -Prosa-

1 comentarios
Un ser realista, un hombre escapado de su imagen,
tan ajena a veces que la busca en él cuando ya está en él.
Golpes de fatiga, ritmo aburrido de ojos atascados de luz
en plena noche, queriendo comportarse como le piden.
Sale con rumbo sin saberlo hasta el final, camina llevado
por un instante deseo de ser sal.
Lo mira, lo escucha, abre los ojos apretando los párpados
y queriendo llevarse el fin de su ruido, llevárselo en su alma.
De pronto el día sigue siendo día pero el hombre entra en su noche.
Apaga su queja vencido, bendecido por lo que lo rodea.
No se despierta, sigue ahí, no está en él,
no controla lo que piensa, ni piensa, ni es hombre.
Ni es lo que será, dejará en el ruido y en la sal
todo en un momento. Para sentirse luz.
La imagen volvió cuando dormía y lo encontró.
Feliz de verlo sin ella. Con paz.
read more “"40 minutos" -Prosa-”

Energía (Texto para concurso)

1 comentarios


26 de septiembre de 1992. Usaba de esos relojes feos que tienen la fecha y el mes incorporados, miraba la hora con un cierto orgullo adolescente, patético orgullo, de tener ese reloj y que otros no. Asi que recuerdo fijarme qué día era, me había impactado la noticia aunque quien me avisó primero quería saber si yo tenía “eso” que me había prestado Carlos. Yo le dije que sí, que se lo llevaría esa misma semana. “Traelo mañana”, dijo. Rascándome la cabeza, como siempre cuando me pongo nervioso, corté.
Traté de entender. Me avisan por teléfono que Carlos, con quien hablé el martes y me pidió mi número para que estemos en contacto, había fallecido. La persona que me llamó quería que devolviera el panel solar que Carlos me había prestado para una clase de Biología. Un trabajo sobre Energía. ¿Pero este hombre quiere que vaya al velatorio con el panel solar bajo el brazo?.
Carlos era un profesor de escuela en General Rodríguez, Provincia de Buenos Aires, conocido de la docente que yo tenía en ese momento, quien nos hizo el contacto para poder hacer mejor nuestra clase especial. Fuimos durante tres meses, tres veces a la semana unas dos horas. Nos explicaba con pasión, era como darnos clases fuera de sus horas. Me quedé muy apenado y sorprendido, uno de chico se cree inmortal y lo advierte ya de grande, cuando comprueba que no lo es. Fue una de las primeras veces en que me di cuenta del punto y aparte que suele ser la muerte repentina. Llamé a mis dos amigos, Héctor y Ariel. Eran quienes iban conmigo a verlo a la escuela técnica donde Carlos trabajaba. Al otro día tomamos el 52, “La lujanera”, rumbo al velatorio. La ruta era muy angosta, el colectivo excedía la media calzada de ancho y solía esquivar en velocidad los autos que venían de frente. Cerramos la ventana para que no entrara la tierra cuando aceleraba. Llegamos a General Rodríguez. Teníamos que cruzar las vías del tren e ir hacia la izquierda unas 15 cuadras. Íbamos los tres en silencio, turnándonos para llevar ese incómodo panel metálico. Era de mañana pero solíamos ir luego de las 18, me gustaba ver la caída del sol entre las casas. Luego de clases ya nos habíamos acostumbrado a tomar el colectivo y caminar un rato para llegar a la escuela y escuchar la “miniclase” de Carlos.
Estaba detrás de mis dos amigos. Miré qué nombre llevaba el boulevard por el que siempre caminábamos ya que nunca se me había ocurrido saberlo. Era San Martín. Previsiblemente General San Martín. Los cordones de calle muy blancos, el pasto cortado por gente a la que uno de tarde veía, limpiando y arreglando. Con poco tránsito se dejaban oír mejor los altoparlantes. El boulevard tenía unos tres por cuadra, se escuchaba música melódica, a veces folclore. Me parecía un detalle de pueblo, de tranquilidad inoxidable, y me encantaba.
Ariel era el más chico y le tocaba llevar sólo por subordinación mucho más tiempo el panel. Héctor y yo sintonizábamos la frecuencia de quien se mira con otro y sobran las palabras. Ambos decidimos llevar primero el panel a la escuela para luego ir al velatorio. La Técnica 1 está frente a una rotonda, las veredas son chicas y no solía haber autos en la calle asi que caminábamos por ella. Llegamos y una señora en la escuela abre una puerta con reja. Explicamos la situación y nos acepta el panel solar. Le preguntamos dónde era el velatorio y nos dice cómo llegar, hace gestos con la mano que sinceramente no entendí pero Héctor si. Ariel preguntó en voz alta algo que yo me había preguntado en silencio: ¿por qué lo devolvimos si la clase es mañana?. Respuesta que di: “somos demasiado buenos, Ariel”. Nuestra clase especial sería menos impactante sin el panel solar. No quise aclarar eso a quien me llamó cuando me dieron la noticia, no era el momento además. Lo solucionaríamos de algún modo, imaginé.
A media cuadra del boulevard estaba la casa velatoria. Era realmente una casa transformada para su función actual, desde la esquina parecía un chalet más. “Saluden”, les dije a mis amigos. Entré primero y saludamos a todos aunque no conociéramos a nadie. Vi a mi profesora de Biología y ella se acercó. Nos saludó y luego nos presentó a Damián, otro profesor de la escuela donde Carlos trabajaba, el que me había llamado por teléfono para darme la noticia. Mi profesora le comentó que éramos quienes daríamos la clase especial y Damián abrió los ojos sorprendido. Nos dijo que saliéramos, que quería hablarnos.
Le pregunté qué había pasado.“No sé, era joven, fue repentino”. Estaba interesado en hablar de otra cosa y yo no quise preguntarle más. Sentí que tenía ganas de conocernos. Contó que hablaba a diario con Carlos y que le había comentado de nuestra clase especial, que sin ser sus alumnos le dijo que le parecíamos interesados en el tema y que nos daría un panel solar. Héctor le dijo que ya lo habíamos devuelto a la escuela. “Se los voy a dar de nuevo”. Los tres respiramos aliviados sin poder disimularlo. Estábamos a cuatro cuadras pero de todos modos nos llevó en su auto hasta la escuela. Llegamos y nos hizo esperar en un aula. Prendimos las luces. Ariel se sentó en esos bancos ajenos. La escuela que no es la nuestra parece ajena cuando uno la mira. Bancos desordenados, el pizarrón mal borrado, dos mitades de tizas amarillas, un vaso de plástico arriba de una mesa. Me apoyo en la pared, pasan unos tres minutos. Entra Damián con el panel solar y un cuaderno.
Rectangular y de color gris. Dos capas de un vidrio grueso atravesado por una malla metálica muy fina, que soportaba otras dos capas de vidrio oscuro que ante la luz se veía rojo, en un extremo una especie de oreja, que era de donde lo sosteníamos para llevarlo. Eso era un panel solar. El colegio, explicó Damián, tenía tres y experimentaba usando otros tres. Pidió que lo cuidáramos y dijimos que sí al mismo tiempo. Abrió el cuaderno. Era un anotador que Carlos tenía. Al final de cada jornada hacía alguna acotación y nos mostró lo que ponía luego de ayudarnos a nosotros. Eran elogios a cómo lo habíamos comprendido, lo obedientes que parecíamos. “Lo parecemos nomás” dijo Héctor, y todos reímos. Pero Damián nos dijo que anoche al leer el cuaderno notó que en los comentarios del martes decía algo extraño, como una orden. Nos dio a leer y era claro: “Dar el panel 6, mirando al Este”. Asi que nos daba el panel número 6 con los cables que permitían la conexión a otra fuente de energía. Lo de mirar al Este Damián creía que era la posición en que debía estar para que si se cargaba correctamente, funcionara.
Volvimos en el colectivo con el panel dentro de una bolsa blanca, cubierto con una remera. Ariel se lo quedaría en su casa porque era la más cercana a la escuela y al otro día los tres nos juntaríamos ahí para salir todos juntos. Por fin había llegado el momento. La idea era poner el panel al sol y luego hacer ver que funcionaba a través de una o dos lamparitas conectadas.
Dependíamos del buen tiempo, sin nubes y con sol. Pero como en las previsibles películas catástrofe, sobre el mediodía el cielo se fue nublando. Llegamos temprano e igual lo pusimos a cargar aunque el clima parecía de lluvia. Nos tocaba a las cuatro de la tarde. Preparamos esquemas, hicimos fotocopias de ayuda memoria para que los chicos nos pudieran seguir sin perderse. El panel estaba sobre una mesa en la parte de afuera del aula y el final de la clase era encender las dos bombitas que estaban en una base de cartón, conectadas por un largo cable hasta el panel.
La clase empezó y salió el sol aunque como no había cargado el panel durante horas seguramente ya no serviría. Ariel hablaba y Héctor y yo mirábamos nerviosos el cable que salía de las bombitas. Le rezábamos a Carlos. Energía es un concepto amplio dentro de la Biología y en otras ramas, nos centramos en la solar aunque en las fotocopias repartidas habíamos elegido una definición general del término. Hablamos los tres y la profesora vio nuestra cara de desilusión porque no nos había resultado el experimento. Héctor fue hasta el panel y lo giró, pero no hubo resultado. De pronto nos miramos y le señalé a la derecha, Dirección Este. Nos cruzamos los tres de brazos pidiéndole con la mirada en las lamparitas a Carlos el milagro.
Diez segundos y no pasaba nada. Queríamos cerrar la clase especial con la frase que habíamos preparado, nos aplaudieron de compromiso. Sentíamos que le habíamos fallado a Carlos. El aplauso se interrumpe cuando las lamparitas empiezan a alumbrar.
“Para los griegos la energía era la eficacia en el saber obrar. La fuerza de voluntad y el vigor que una actividad merece. Se puede aplicar a lo que ustedes quieran y deseen. Externa o interna, la energía tiene un poder”.
Ariel aprovecha el momento de asombro: “Señores, esto es energía”. Yo miré mi reloj feo. Jueves 28 de septiembre de 1992. Desde ese día creo que la hay. En todos.
read more “Energía (Texto para concurso)”