"La distancia tan cercana" -Cuento corto-

1 comentarios jueves, 1 de septiembre de 2011


Caminó entre esa especie de bruma que el invierno tiene cuando no se ve nada adelante y se escuchan sólo los pasos de uno. Le dijeron que era a esta hora, le dijeron que era por acá y la verdad es que tenía algo de miedo, eran pasadas las cinco de la mañana. Se mentalizó en que el miedo era más que nada frio y se fue acercando a una parada de colectivo.






El techo de cemento parecía la única construcción en varios metros, no conocía la zona y no parecía haber nadie, menos un colectivo. Se quiso poner las manos en los bolsillos y hacer ese gesto típico de quien tiene frio, pegando saltitos. Pero no tiene bolsillos y acaba de darse cuenta, asi que se quedó con los brazos cruzados. Estaba vestida de civil y no se acordó.






Pasaron quince minutos y vio venir luz sobre la calle. Un auto apenas ve una persona acelera en vez de aminorar la marcha, le hubiera preguntado si ese era el lugar correcto pero el automovilista no lo sabría. Siguió esperando, escuchó un gallo cantar de fondo, imaginó una zona rural, estando cerca de ese gallo para admirar sus cuerdas vocales en medio del silencio absoluto.






De pronto ve a alguien caminando en sentido contrario a la ruta, sobre la banquina. No lo distingue bien, parece que es él. Sí, definitivamente es él. Lleva aspecto de persona mayor a la edad que sabe, tiene. Una bufanda azul algo corta, que está puesta en diagonal para cubrir mejor el pecho. Campera de jean algo gastada y un pullover de cuello alto negro. Un morral de color gris, las manos en los bolsillos. Iba con la cabeza hacia abajo, venía rumbo a la parada sin dudas.






Lo ve de cerca. Tiene cara de niño grande, de amable aunque desconfiado de quien no conoce.






¿Esperando el colectivo, hace mucho no viene?.



Y el Ángel de civil le contesta “Sí, estaba esperando yo también”.






Cuando terminan de mirarse se ve al colectivo llegar. Se pone delante de ella para luego hacerla subir primero, era un caballero. Pero cuando lo intenta el Ángel de civil ya no está. El hombre se rasca la cabeza, revisa hacia ambos lados, el colectivero no entiende por qué no sube. Saca boleto, mira por la ventanilla, no la ve. Y no la ve porque ya se había subido.






Y estaría, como le ordenaron, de ahí en más siempre con él. Porque esperando el colectivo desde ese día, aquel hombre ya no se siente tan solo.

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"El sol de su oficina" -CC-

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Cinthia odiaba dos cosas de la oficina y sus compañeros, cuestiones que expresaba con la cara pero jamás diría en voz alta. Una era que le dijeran “Cin”, el diminutivo al que ahora parece reducirse cualquier nombre y palabra en general. Y lo otra eran días como el de hoy, el del amigo invisible. Si bien nunca podría ella misma definirse como una mujer madura, lo que sentía había a su alrededor era tanto o peor. Todos parecían revolucionados cuando una vez al mes se instalaba la cuestión del juego.






Tres compañeros de ella eran los encargados de copiar los nombres en diferentes papelitos, y no conformes con eso decidían cambiar las reglas del juego mes a mes, suponiendo que le darían emoción a lo que Cinthia directamente le molestaba, se juegue como se juegue. Pero cuando es una ocasión asi no hay que quedarse afuera y luego ser reprochado por eso, asi que no tenía opción. Lo que este mes habían planeado hacer era que cada uno sacara un papelito y quien saliera escrito a su vez elija de otra bolsita de nombres y se quedara con ese papel sin decir el nombre. Así hasta que se complete.






Cinthia tardó unos diez minutos para entender el sistema e igual le parecía una pavada. Cuando fue su turno sacó el papel y no hubo peor noticia: Ramiro Gentile. Sí, el odioso hablador y contador de chistes viejos más insoportable. Ella dijo el nombre en voz alta y Ramiro fue a la bolsita y eligió el papel. Cinthia rezaba para que la diosa fortuna para que encima le tocara a él mismo le diera el regalo. Pero sus rezos no surtieron efecto y lo sabría después. Ramiro sacó justo el papel con el nombre de Cinthia y le tocaba a él regalarle algo.






Fueron tres días esperando y como se solían hacer bromas, es taba preparada para recibir cualquier cosa en público. Al tercer dia una caja la esperaba en su oficina cuando llegó. Era bien temprano y en la parte superior el “tu amigo invisible” presagiaba lo peor. Levantó la tapa de cartón y había dentro una foto y un mensaje.






La foto era de ella, en un muy mal montaje, supuestamente en una playa del Caribe, aunque lo único de ella ahí era la cara. El mensaje decía “es mi sueño, y ahí falto yo”. ¿Quién tenía el tiempo de hacerse el enamorado ahí?, pensó Cinthia. Por el estilo tan poco romántico seguro que era un hombre y no una broma femenina. Puso la foto en su agenda y la caja al lado de la cpu. A la vuelta del almuerzo encontró otro cartel en su mesa: “falto yo”.






Detrás del cartel la misma foto en la playa del Caribe pero esta vez con el cuerpo de un hombre al lado, sin cabeza. Cinthia ya estaba interesada de verdad en saber quién era, pero su ego le impedía expresar que la situación le gustaba. Pasó la tarde esperando algo, una señal, pero nada.






Por la noche en su casa abrió el correo. Un mail de Ramiro Gentile, pensó en esas cadenas de chistes y videos que solía mandar. Tenía un adjunto, era una foto. Estaban los dos, montaje mediante, en la playa del Caribe. Arriba de la foto decía “tomando sol, con el sol al lado”. Cinthia aflojó y se rió.






Al otro dia debían decir quién creían era su amigo invisible. Cuando le tocó a ella dijo otro nombre, quiso equivocarse a propósito, guardarse la situación para ella. Lo tuvo que decir él y eso a Cinthia le causaba gracia. Nunca se rió de los chistes de Ramiro, salvo cuando lo vio titubear su nombre y ponerse nervioso.






Salieron del trabajo y se fueron al bar que ella eligió: “Caribe”, enfrente a la oficina. Lo dejó hablar, lo vio como nunca lo había visto. Lo sintió. Y concluido el café Ramiro le regaló su foto-montaje. El del mar, la playa y ese sol que al lado de él estaba.



Como todos los días en la oficina.

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"El mueble" -CC-

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La puerta del mueble estaba vencida y caída hacia adelante, para cerrarla había que sujetarla con un cartón o bien con una hoja varias veces doblada que hiciera tope. No existía para Miguel orgullo más grande que ese mueble triste, viejo. Tenía un lugar destacado en el comedor, contra una de las paredes y en medio de la sala. Su esposa lo aceptó siempre a regañadientes al objeto, que a veces parecía tener más entidad que varias decisiones en conjunto.






Cuando Miguel no estaba lo abría y siempre encontraba lo mismo: sus recuerdos de niño, algunos cuadernos de escuela, un par de corbatas de adolescente, copas de torneos de fútbol que ya no existen. Lo que le llamaba la atención es que en la parte posterior de la puerta estaba pegada una hoja en blanco, pero que detrás se veía algo escrito aunque no distinguía qué. Doblaba el cartón para hacer tope en la puerta exactamente igual a él para que no se diera cuenta que anduvo mirando el mueble triste.






Una noche Miguel volvió muy tarde, ella lo esperó para prepararle la comida. Fue a buscar el postre y cuando regresó estaba Miguel revolviendo el mueble triste.






¿No viste un señalador?.



“¿Un señalador?. No, yo nunca abro ahí”, mintió con estilo Carla.






Después de mucho buscar lo encontró y se lo llevó a la habitación, ambos se acostaron, él se puso a leer un libro y cuando se decidió dormir usó el señalador para marcar la hoja. Carla vio eso y esperó pacientemente su momento. Cuando Miguel estuvo dormido dio la vuelta a la cama y tomó el libro de la mesa de luz, lo abrió. El señalador, muy viejo y despintado, decía “Sólo viven aquellos que luchan-Víctor Hugo-Los miserables”. Eso no significaba nada para Carla.






Los días pasaron y el ánimo de Miguel iba en bajada, el postre pasaba a ser un café en donde le contaba todos sus pesares laborales. A la mañana otra vez Carla vio a Miguel revolviendo el mueble triste. Encontró una hoja muy amarilla o en realidad parecía un sobre muy amarillo por el tiempo. Decía “Abrir a los 37 años”. Lo abrió y estaba la letra de su papá. El mensaje decía “Ya leíste el señalador, ya leíste esta carta. Sabés lo que sigue”.






Ella entendía más bien poco y sospechaba que su marido algo menos. Carla le preguntó en confianza por la hoja puesta en la parte de atrás de la puerta del mueble triste y él le dijo que debía leerla luego de todo lo que le ocurriera.






Dos días después Miguel renuncia a su trabajo, se pelea con su jefe, llega a la casa mojado por la lluvia repentina que no perdonó a su traje. Sacó los objetos del mueble triste y los puso en otro lugar. Le contó a su esposa lo que el padre le había dicho hace muchos años, de cómo a los 37 iban a suceder todas y cada una de las cosas, que no entendía cómo podía saberlo tantos años antes.






“Para honrar pasado olvídelo caminando su presente”, decía la hoja en la puerta.






Un martes lo dejó en la calle, al lado del poste.



A ese mueble viejo, su tristeza, para empezar de nuevo.

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