"Te alejo, te necesito" -Cuento Corto-

1 comentarios jueves, 6 de octubre de 2011


Ayer vino a buscarme. También había venido hace dos días. No me encontró, me negué a verla, me escondí. Creí que detrás de una pared no se iba a dar cuenta que estaba, pero todo lo ve. Y vuelve, y es insistente, molesta. Decido alejarme, que es otra forma de esconderse.






Me voy lejos, me tomo un micro rumbo a la costa. Quiero ver horizonte para no sentir que me está siguiendo. Llego. Miro el mar, pienso en estar allá donde agua y cielo se juntan pero se tomaría un barco y me iría a buscar al mismísimo confín de la tierra. Me doy vuelta y a Dios gracias no estaba detrás, camino con las zapatillas puestas con dificultad por la arena.






En la orilla se toma aire aunque uno no quiera, siempre sopla viento y me relajé un momento. Pero hay otras huellas en la arena, no estoy solo. Acelero sin mirar a los costados, tengo miedo. Subo al micro y me vuelvo a los dos días. Un fin de semana de mi vida se fue tratando de escaparme, ya era lunes. Seguramente tendría otra vez su visita.






El miedo es en algún punto deseo, porque si no viniera estaría también preocupado. Hice mis cosas habituales, trabajé, pensé, vivo pensando. Eran las seis de la tarde y tiré la toalla. Había pasado una semana de persecución. Pedí al de arriba que apareciera nomás, que estaba preparado. Una noche, luego dos. Ni rastros. Estaba intrigado de quien me persiguió tanto y cuando debía aparecer, no había señales.






Y salí yo a buscarla, sabiendo donde encontrarla. Quería ir a recriminarle el juego histérico que no me merecía, el sentirme usado. O aparentar que lo estaba y que no vea lo necesario que se volvió para mi durante tantos días. Que la extraño cuando nunca la tuve. Me dieron direcciones en donde hallarla, pálpitos y corazonadas de quienes la trataron y eran amigos. Con placer silencioso fui a todos esos lugares, en el último cifré esperanzas.






Y ahí estaba. Mal vestida, mal tratada de tanto rechazo, con cara de cansada.



“Te vine a buscar yo, después de tanto que vos me buscaste a mi. Perdoname”.



Ella apoyó su cabeza en mi hombro. Suspiró y me miró. Me dijo que sí.



“Prometo no abandonarte más”, susurré.






Y abracé fuerte, muy fuerte, a mi destino.
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"Buscando la calle"

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¿Por dónde era?. Camilo estaba perdido dando vueltas con el auto, no encontraba la calle Padilla. Su hermano lo estaba esperando ahí pero él no conocía la zona. Como socio firmaban siempre los dos juntos cualquier emprendimiento pero esta vez Lucas fue el impulsor del negocio. Llegaba tarde. Las esquinas no tienen los carteles con sus nombres, tienen la chapa color violeta que con dificultad le ganan al óxido con sus letras blancas.






Ante cada esquina aminoraba la marcha, buscando la calle. No lo vio. O no lo vieron, a esta altura da lo mismo. El 68 con caja automática vendría en segunda, quién sabe. Lo real es que no frenó y primero tocó al auto adelante y luego éste hizo un trompo y dio de lleno la parte del conductor contra el costado del colectivo. El chofer frenó y los pasajeros gritaron, algunos se fueron hacia adelante por el efecto del cimbronazo.






Camilo se desmayó, se durmió. Vio que intentaron abrir la puerta de su coche, que le hablaban pero que no podía hacer gestos con las manos. Apoyó la cabeza en el respaldo y supuso que la cosa iba a ser eterna. Pudo ver que llegaron los bomberos, que de algún modo cortaban los hierros del hasta hace media hora auto caro y respetable. Que lo sacaron de ahí, que lo subieron a una ambulancia. Que acostado sentía que viajaba dentro de una coctelera, que dos personas le hablaban. Que llegaron a algún hospital que no adivinó porque entró en camilla. Se sentía bien atendido, había un movimiento de gente muy grande, estaba agradecido y cuando se recuperara les daría las gracias.






De a poco el dolor de espalda fue aflojando, le habrían dado algo para calmar el dolor, se sentía mejor. Los miró a los médicos porque eran tantos que no quiso olvidar caras para cuando volviera. Le dio sueño. Se despertó a los dos segundos. Movió el cuello, sintió sus dedos, miró a sus costados. Estaba solo.






Aparece un Hombre y le pregunta si está bien y él dice que si. Pregunta por los doctores y el Hombre le comenta que se han ido porque ya lo atendieron. Camilo se queda tranquilo, no oye nada. No oye nada porque no hay sonido. Ruido a nada. El Hombre le pregunta adónde estaba yendo y Camilo le cuenta que a firmar un contrato, que su hermano lo estaría esperando, que nunca hacen negocios por separado, que crecer es una apuesta y sentía que era el momento. Que celebrarían los dos por eso.






El Hombre le dijo que no se preocupara, que ya estaba avisado. Que lo acompañara a otra habitación. Y Camilo fue detrás del Hombre. Tan en paz que se miró sin zapatos pero caminaba como si los tuviera puestos.






¿Este Hombre sabría dónde queda la calle Padilla?, pensó Camilo. Intuía, se jugaba los zapatos que no tenía, que lo llevaría seguramente un tanto más lejos.






Más lejos de Padilla. Y lo siguió igual.
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"Persistencia" -CC-

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Gustavo observaba la lámina con “La persistencia de la memoria” de Dalí. Nora lo miró sabiendo que había olvidado todo lo que ella le dijo y lo retó. Debía prestar más atención, era el final, la última materia de la carrera. “En el barco si se hunde, estamos los dos”, le dijo Nora.






Gustavo se olvidó porque cuando la mente no comprende algo parece negarse a seguir recibiendo esa información imposible de aprender, pero ella se lo volvió a decir. No era necesaria una definición técnica del surrealismo porque para el propio Dalí no la había, al menos para con sus obras. Gustavo empezó a tomar nota de lo que Nora decía. Una vez Dalí fue preguntado por el significado de sus obras y dijo que no sabía. “Pero que yo no sepa su significado no quiere decir que no lo tenga”.






Ella le preguntó a su compañero qué era para él surrealismo. Y Gustavo le dijo que…tenía hambre, si podían parar a comer. Dos días repasando los mismos conceptos comenzaba a consumirlos, salieron rumbo a un supermercado chino en la esquina a comprar comida. De paso Gustavo miraba el barrio de la casa de Nora, porque no le había prestado atención. No se perdía de nada, igual a todos los barrios. Compraron algo para preparar, eligió sin consultarlo a él. En menos de 40 minutos Nora había preparado fideos y estaban comiendo bastante rico.






Continuaron cambiando de lugar en las sillas, como para modificar un poco la perspectiva y no aburrir la mente. El surrealismo no tiene una definición concreta porque pasa por el sentir del autor, que se deja llevar cuando está a punto de empezar su obra. Que tampoco sabe si será obra, es el inicio de algo. Cuando logra borrar todo aquella atadura a preconceptos es cuando el surrealismo se plasma.






Gustavo entendió y en su cabeza se hizo la luz. Es una satisfacción cuando por fin se entiende algo que costaba, la mente es feliz y ese alivio se nota en todo el cuerpo. Faltaba un día para el exámen, tenía nervios, verla a Nora lo ponía aun más nervioso. No porque ella no supiera del tema sino por lo responsable que se sentía con todo, desaprobar sería fallarle. Se desconectó de la situación un momento y le fue a preparar mate.






Mientras se calentaba el agua desde la cocina la vio: estaba Nora con las dos manos entre su pelo largo enrulado, mirando un libro. Los codos sobre las hojas, una especie de buzo de mangas muy largas y unas zapatillas grises. Gustavo se rió de verla, le dio ternura la imagen, se esmeró con el mate porque Nora se lo merecía. Cerca de las 23 se fue de la casa, les esperaba al otro día el final.






Aula 601, ocho de la mañana. Se saludaron, temblaban. Ninguno de los dos recordaba nada, siempre ocurre que el miedo paraliza las neuronas y esconde conceptos. Una media hora de espera y los llaman, se sientan frente a los tres docentes. Le preguntan lo que habían hasta el hartazgo visto: surrealismo.






La deja empezar a ella, él luego completa la idea, hablan de Dalí, los dos se miran y se ríen, recuerdan en silencio tantos días de decir eso que a coro casi recitaban. Dos profesores aflojan con las preguntas a los 15 minutos y apoyan sus espaldas contra la silla, ya no insisten. Queda el del medio, que sigue machacando. La última pregunta fue para Gustavo, Debía responder qué era algo real, una definición sobre el término.






La miró a Nora y dijo “ella”.






El docente se rió y dijo “listo…los felicito, Licenciados”. Los dos conservaron las formas y saludaron a los profesores. Salieron y gritaron de felicidad, corrieron como chicos, se abrazaron como cuando uno encuentra a alguien luego de mucho tiempo.



Como cuando los relojes no marcan nada porque son surrealistas. Y se besaron.






Fueron desde allí en más, reales. Hicieron su cuadro.
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"La hermosa condena" -CC-

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Todo. Completamente todo de verde. Gonzalo se despertó y estaba boca arriba. La claridad le hizo achicar los ojos y sintió que algo no habitual ocurría, lo que veía era extraño. El techo y la lámpara de tres tulipas de verde. Miró la unión entre pared y techo, también verde. Las cortinas, el placard, el piso que reflejaba la claridad de la mañana en un verde muy tenue que entraba por la ventana. Vio sus sábanas, se sentó en la cama.






Se tomó la cabeza con las dos manos, intentó cerrar los ojos y ordenar los pensamientos, como si ese gesto trajera en sí la solución. Pero no sentía nada malo, sólo que lo que veía tenía color verde. Fue Gonzalo a la cocina, desayunó sin asustarse de ver un café verde ni una manteca color mate cocido. Comprendió que él veía todo así y no era que el mundo lo confundía.






Salió, tomó el colectivo, viajó sentado, miró por la ventanilla las casas, los árboles, el tránsito, las demás personas. El chofer, la señora sentada al lado. Todo en verde. Llega a la oficina, entra sin saludar a nadie porque nadie solía saludarlo, además. Se sienta y cree haber encontrado la razón del verde. Saca cinco carpetas, las revisa. Son las mismas que ayer había mirado, sólo que las hojas eran blancas y hoy son verdes.






Busca la tercera carpeta, la de Marcela, la abre. Llama a su secretaria y le da la carpeta. Le dice ella que espere un rato. Gonzalo se pone a jugar con el regalo que un cliente le hizo: sobre un pequeño rectángulo de madera un poco de arena y tres pequeñas piedras. En un costado un rastrillo. Según le dijo el cliente cuando estaba muy nervioso arrastrar por la arena el pequeño rastrillo era muy relajante. La arena es verde, o él la veía verde, el rastrillo también. Durante unos 15 minutos intentó sin éxito concentrarse.






La secretaria le dijo que esperara otros 15 minutos, no le devolvía aun la carpeta de Marcela. Se sintió solo, empezó a angustiarse, estaba esperando algo que no sabía qué era pero que intentaría solucionar el verde problema. Miró por la ventana hacia abajo, veía a personas caminando y se sintió más pequeño que ellos, irónicamente inferior desde un cuarto piso. La secretaria le dijo “en cinco minutos”. Se sentó, movió su cuello para que sonara y lo relajara pero seguía ansioso. Cerró los ojos y respiró.






Tocan la puerta, la secretaria dice que si ya puede pasar la persona. Sí. Entra. Gonzalo la mira y Marcela agradece que la hayan seleccionado. La miró a los ojos y a partir de ahí el color verde se volvió a acomodar a la fuente de luz que lo generaba: los ojos de Marcela.






Gonzalo se entregó tranquilo a esa condena que el deseo paga y cobra con tiempo.



Y cambia en uno hasta el color de la vida.
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