Renata, una valija en el corazón: El agua que corre en la fuente

1 comentarios miércoles, 14 de abril de 2010

Prendió el cigarrillo sin ningún apuro luego de haberlo sostenido y jugado con él durante varios minutos. Guardó el encendedor en la cartera y vio dentro de ella la foto de su familia que siempre llevaba en versión de bolsillo, a resguardo en un cubre carnet transparente. Sacó la foto, la puso sobre la mesa y para que quede parada la apoyó contra un portalápices azul. Renata comenzaba a tratar de hacer su nuevo mundo un poco más amigable ya que era el primer día de trabajo, pero la jefa no le dejó completar la faena y la llamó.


Le explicaron lo que debía hacer. Recibir a los que recién llegaban y asesorarlos en las actividades que quisieran tener o en las dudas que les surgieran, todo en inglés. Si bien en ese hostel había en poco tiempo escuchado que se hablaban varios idiomas, el inglés dominaba la situación. Se volvía accesible el lugar para personas con el dinero justo y también para quienes querían la experiencia de hacer un viaje de esa forma, ella notaba muchas ganas de aventura en algunos rostros y el paisaje invitaba.


Hasta aquí todo muy altruista pero lo que debía aprender rápidamente se lo estaban a punto de explicar. Su jefa se levantó y fue a cerrar la puerta, como quien busca alejar los ruidos ajenos (para eso son las puertas cerradas). Le dijo que el hostel tenía contrato con varios tours fijos y clásicos de Bariloche, que viven de los clientes extranjeros por temporada. Que se podían tomar de manera particular por el turista o bien ser recomendado por alguien del hostel. Explicó la mujer sin vueltas que eran una sociedad de hecho dos o tres empresas y ellos, por lo cual las ganancias se repartían si el combo hospedaje-viajes se hacía bajo las mismas personas.


De su cajón de la izquierda sacó folletos y se los dio a Renata, que los tomó sin preguntar qué eran y aun así sabiendo que debía aprenderlos de memoria. Se estaba aguantando no meter bocadillo, tal su costumbre. Pero la voz de la mujer un poco la frenaba, era respeto o miedo, o quizás ambas cosas. Se sentía en inferioridad aunque no incómoda del todo, el trabajo no le parecía tan difícil.


Pero intentaba no transmitir eso a su cara para no parecer suficiente, que es un defecto que sus amigos le marcan como cosa a cambiar. Escuchó a su jefa en todo y con los folletos volvió a su mesa pequeña en un costado del hall de entrada. Se sentó y revisó los papeles, que eran más que nada claves y órdenes. Nombres de personas a quienes debía el turista ubicar en puntos ya acordados, direcciones en donde las combis estaban esperando a los turistas y los números de celular de los coordinadores y sus nombres.


Tardó unos 15 minutos aprenderse algunos códigos que estaban escritos ahí, por ejemplo el de ofrecer primero tours más cercanos y luego los más lejanos en distancia, para no cansar de entrada al turista, o el viejo truco de las “falsas opciones”, muy común comercialmente y del que se había dado cuenta. Plantear ante una consulta dos opciones de solución, siendo que ambas soluciones quedaran dentro de la sociedad entre hostel y tours. Trucos viejos pero efectivos, aunque tenía experiencia en ellos por haber caído en la trampa, y esta vez estaba del otro lado del mostrador.


Circuito chico, punto panorámico, Las Grutas, las fábricas de chocolate Del Turista y Fenoglio. Eran los clásicos de toda visita aunque su mirada ya pasaba por lo comercial, entonces consultó si se podían hacer excursiones seguidas en un mismo día y le dijeron que si, con lo cual armó en su cuaderno alternativas que se estudió como para tener de opción si le preguntaban. A ella le gustaba la conversación y estaba a gusto si se daba como para conocer más al otro.


Los primeros días la cuestión laboral fue bastante esquemática, llegaban pasajeros y ella entraba en acción ofreciendo servicios y los turistas aceptaban. Luego eso fue mutando. Porque aquellos del primer dia con el tiempo estaban con menos inhibiciones y le consultaban por agencia de viajes, kioscos cercanos, lugares para internet, negocios que vendieran artesanías…


No tenía esa parte de su labor muy clara y fue a la pequeña sala donde su jefa estaba y le preguntó qué hacer ante esas preguntas, si es que había alguna organización como para también guiarlos y obtener ganancia. Le dio su jefa que no, que eso quedaba a criterio de Renata, que la ciudad era pequeña y todos al final irían más o menos a los mismos lugares. Volvió a su silla y se sentó un rato pensando en esa respuesta.


La tarde solía ser más tranquila que la mañana y a las 17 en punto ya estaba de nuevo en la calle. El frio de Abril se estaba haciendo sentir y se maldijo por no llevar la bufanda, que descansaba muy tranquila en el gancho de ropa del placard. Levantó la solapa de su campera y bajó la cabeza un poco, como para taparse el pecho del frio directo.


Caminó tres cuadras derecho, no quería ir aun a su hotel, necesitaba despejarse y estirar las piernas. Miró vidrieras apoyando primero un pie en el piso y luego otro, como para sacarse el frio, caminaba para adelante sin mucha convicción, sólo para que su mente respire un tanto de los temas del dia (y el frio los congele).


Pero de pronto se detuvo para verse reflejada en el vidrio de un local. Se acomodó el desorden que su pelo largo tenía por el viento cruzado y le prestó atención a lo que estaba exhibido. Eran esas figuras que tienen agua que sube y baja por piedras, como simulando ser una fuente en miniatura. Siempre había querido tener una y el precio le parecía razonable asi que entró resuelta a comprarla.


Entre dos opciones se quedó con la que más se parecía a una fuente que alguna vez había visto en Córdoba, una cascada natural perdida en medio de las piedras y el paisaje. Cuando fue a pagar se le prendió la lamparita. Y decidió explicar qué se le había ocurrido. Le relató a la dueña del local que ella era una recién llegada y que había conseguido trabajo, pero notaba que los hoteles no promocionaban “como es debido”, enfatizó, las cuestiones locales a los turistas y que su propio lugar de trabajo, el hostel, no tenía tampoco eso en cuenta. Le propuso algo bastante simple. Que esa fuente en miniatura Renata la pondría en su mesa junto a algún cartel alusivo (“recuerdo de Bariloche” se caía de maduro) como para que los turistas que sean clientes la vieran y ella indicarles donde poder comprarla. La idea a ella le parecía genial, su autoestima siempre estaba por las nubes.


Por la cara que la dueña del comercio puso, pareció que de brillante no tenía demasiado. En realidad no tenía mucho de original. Le dijo a Renata la dueña que encargados de tours iban con frecuencia a su local para “ofrecerle” clientes en conjunto para luego dividir ganancias, pero que no le convenía, porque siempre terminaba peleando por los porcentajes incluso si había un acuerdo escrito, y que siendo una ciudad de no tantos habitantes como Buenos Aires, el que rompía un negocio con otro uno lo veía pasar todos los días, y ella no quería más sociedades que en el fondo le significaran un problema.


Con buenos argumentos en contra, Renata quedó dándole la razón en silencio. Pagó y quiso aclarar como final que ella no hablaba en nombre del hostel, sino por iniciativa propia, y que lamentaba lo que a la mujer le había pasado. Agradeció, iba a traspasar la puerta y la señora la llama nuevamente. Quizás porque la habrá visto honesta, quizás porque la sintió emprendedora, y tantos otros “quizás” que nunca tendrán una razón más que la de ese sólo momento. La hizo entrar de nuevo y la invitó con un mate.


Al otro día Renata tenía en su mesa una fuente (no la suya, sino otra que la señora le dio para exhibir, mucho más grande y con figuras talladas) que estaba estratégicamente puesta en medio de su mesa.


Quienes la consultaban no podían hacer menos que mirarla y ella en inglés indicaba la dirección en donde ese “recuerdo” se podía conseguir. El arreglo fue 60 por ciento para el local, 40 por ciento para Renata, era bastante justo. A los 15 días había podido vender gracias a la idea, ocho de esas fuentes, lo cual era un éxito. Tanto, que se tuvo que mandar a pedir otras.

A la noche, en su habitación, Renata se quedaba mirando su propia fuente, maravillada cómo el líquido corría siempre renovándose en un ida y vuelta del agua muy ingenioso, dando la sensación de vertiente.
Escribía en su cuaderno todo lo que en 15 días le había pasado. Como estaba extrañando su casa, deseó por un rato ser agua de fuente. Libre.
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