La noticia menos censada

1 comentarios jueves, 28 de octubre de 2010

Se habían creado las condiciones para el evento que por extraño, la gente tomó como unas vacaciones en queja: no había ningún lugar abierto y era un feriado forzado por la imposición. Las rutinas cambian cuando ya no contamos con el control de ellas, y eso es como ceder parte de nuestro territorio, entonces nos resistimos. El 27 de octubre había que estar a la espera de la aparición del censista para luego acomodar el resto de la jornada, dándole el plazo de 12 horas que se estipuló. Quienes viven en casas podrían espiar si sus vecinos estaban siendo censados mientras que en los edificios de departamentos la opción de atender a la persona en el palier sonaba más sensata que la visita unidad por unidad.


Me levanté a las siete de la mañana, desayuné y preparé un café al que sumé una taza más, por si la persona con planilla en mano me caía simpática y así le podría servir también. No tenía nada para acompañar y al instante maldije al censo, ya que todo estaba cerrado. Decidí que no le daría café al censista, mitad por enojado.


Esperando al censo y sus preguntas, prendí la radio y la computadora. Cerca de las nueve de la mañana nada se dejaba escuchar entre mis vecinos y comprendí que empezarían por otras zonas. Vivo en un edificio que es el único de departamentos en toda la cuadra, pero era posible que eligieran primero destinos más sencillos, casas. Me llega un mensaje de texto que por la hora y por la forma de redacción no comprendí muy bien: “Kaput Kirchner. Rumores”. Lo bueno de tener ex compañeros que han estudiado Periodismo es el contacto, pero nunca se sabe si me hablan a mí directamente o siempre desde su profesión, aunque reconozco que no me molesta la diferencia.


Prendí la computadora que ahora mismo uso, pero nada decían los portales de internet. Prendí la radio y empecé a buscar en el dial, sin suerte. Un medio se anticipó a comentar que algo había ocurrido, sin dar precisiones y entonces seguí buscando hasta dar con una radio, con periodista en tono apesadumbrado, aunque cauto. Y ahí me quedé, uno a través de la voz percibe lo que se dice y lo que no se dice, a veces. Pregunté por mensaje de texto alguna confirmación y volvían los mensajes con rumores. Hasta que el periodista en la radio se sinceró: “lo voy a decir”…y lo dijo.


Eran cerca de las nueve de la mañana y no hacía frio, aunque lo sentía. El día ya era extraño en sí, y con esto muchísimo más. El tema impuesto, el censo, era devorado por la realidad como siempre pasa, y pone en un orden que nos excede a todo lo demás que ocurra. Escuchamos hablar del orden de prioridades, qué cosas son realmente las que debemos tener en atención y cuáles no. Hechos como estos nos hacen repensar el orden del listado que cada uno tiene de lo que llama “problemas”.


Pensé primero y no sé por qué en el censista. Si seguiría con su labor, si todo este operativo armado en mitad de semana serviría al final para algo, si no responder formaba parte de la situación inesperada. Me hice otro café y me quedé sentado, mirando de lejos la pava tomando temperatura. Y me pregunté por qué me sentía así. No tenía que ver con mis simpatías políticas y sin embargo ante este puntual hecho y otros que por época me han tocado, la sensación inmediata es de profundo vacío. Nadie analiza emociones de momento y humanas, no haría eso conmigo, me senté a mirar la pava sin mirarla, pensando en que el sistema argentino tiene estas cosas. Por ser presidencialista cuando una persona fuerte ya no está, surge una sensación de indefensión. La manera en que se ejerce el poder por estos lugares del sur hace que todo tenga un costado paternalista, en cuanto a cómo nos tratan y en cómo nos dejamos tratar.


En eso pensaba pero a la pava no le importaba: movía la tapa chillando y volví con mi mente al café. ¿Y ahora?.


Y ahora…a esperar que me censen, pensé. Bajé a planta baja para comprobar que la chica ya estaba haciendo su trabajo y de paso presentarme. Le dije la información, abrió los ojos grandes y se tocó en su cintura el celular, como quien ante una noticia se lleva la mano al corazón. Los tiempos cambiaron, o el corazón se mudó de lugar en el cuerpo, pero ciertas reacciones ahora pasan por saber si el celular está con nosotros, ahí. Latiendo de señal. Y me dijo “me tendrían que avisar qué tengo que hacer”. Yo le dije que por favor decidiera así sabía los pasos a seguir, y volví a la hora y media. Recibió la orden de seguir y el portero me dijo que me avisaría mediante el timbre de mi departamento.


A las cuatro horas de esa promesa ya creí que algo o andaba mal o alguien tenía mucha gente viviendo en una casa y tardó en censar. Bajé y la chica se estaba yendo. El portero me dijo que tocó el timbre y yo no salí, e interpretaron que me había ido. Les dije que estando ellos en la puerta y viendo que no había pasado por ahí, salvo que decidiera bajar por el balcón, tercer piso me parece alto para la hazaña, difícil que me hubiera ido de mi casa. Al final me tomó los datos, o en realidad respondí las preguntas.


Respondí lo que me preguntaron, porque la mayoría de las preguntas las respondió ella sin consultarme. Me preguntó mi nombre y mi fecha de nacimiento. Se centró en mis estudios o yo percibí eso. Duración, formación y qué nivel alcanzado, año en que rendí la última materia de la carrera. Luego me dijo “listo…gracias” y me extendió la mano, al mejor estilo “lo vamos a llamar”, con que un gerente despide a quien nunca más piensa ver. Yo la miré y enfoqué en su bolso transparente y le pedí la oblea que certifica el censo. “Se me terminaron, a la tarde paso y dejo algunas”. Me acordé del café y le dije que como no subió se lo perdió. Se fue, apurada.


Volví a mi casa y a evaluar qué tan productivo fue todo hasta ese momento. Y antes de terminar de defraudarme, puse la tele buscando precisiones sobre el tema que se comió al otro tema. Como siempre ocurre, y nos ocurre. Los medios de comunicación imponen indirectamente un ritmo de noticias, pero siempre pasará todo por la forma en que uno se tome las cosas, y en eso somos siempre de la misma forma. Impulsivos y desconfiados, siempre vivimos caminando mirando a los costados y no hacia adelante. Sentía que el censo no servía y a la vez que a nadie le importaría eso. La oblea del censo nunca me llegó. Y la noticia del día tampoco había sido censada. Marche otro café.
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Antes y Despues Ciro

1 comentarios sábado, 23 de octubre de 2010
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Flashdance - Lady, Lady, Lady (Joe Esposito) 1983

1 comentarios sábado, 16 de octubre de 2010
Recuerdos de la infancia!!
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El sur del mar (letra para concurso)

3 comentarios jueves, 7 de octubre de 2010

Mis ganas de empezar la mañana frente a vos
tienen el color y la sal en el viento,
donde somos por fin nosotros
cuando tenemos el alma como espejo
y ese sur de firmamento.

Buscando la paciencia, perdiendo en la creencia
de tu paz en plena tormenta.
Respiramos sin el cuerpo, escuchando los latidos
en sonidos y rugidos de presencia, de vos y la marea
que sube y me lleva hasta tu danza perfecta.

Tremendo regalo sin autor declarado,
ante vos, mi dueño sin solución.
El invierno es la traición pensándote a lo lejos,
el verano es el pacto, vos siempre ahí,
cuando te busco soñando y pensando
el sur del mar azul.

Mi mente un velero en auxilio
rodeado de agua calma, luz de sol a mi emergencia
rescatando lo mejor de entre lo peor.
Una mano de espuma lleva a la orilla
todo lo que soy sin mis ojos abiertos
por miedo a lo oscuro que temo y no enfrento.
Dulce espina, sin tenerte rendida
quiero creer que aferrar lo que miro me inspira.
Pero el engaño tiene para mí un crímen perfecto:
el mar me devuelve la ambición como espejo.

Contra eso no lucho, perdiendo te tuve,
consuelo de agua calma
que busco y en vos renuevo.
Mi reflejo siempre eterno,
tiene tu color de azul sin miedo.

Tremendo regalo sin autor declarado,
ante vos, mi dueño sin solución.
El invierno es la traición pensándote a lo lejos,
el verano es el pacto, vos siempre ahí,
cuando te busco soñando y pensando
el sur del mar azul.
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"Los zapatos embarrados" (texto para concurso)

1 comentarios miércoles, 6 de octubre de 2010

Elena miró hacia arriba y la claridad de la mañana terminó de encandilarla en plena calle, lo que hizo que cerrara por un momento sus ojos y tratara de ubicarse para seguir caminando. El sol parecía de estreno pero para ella lo único de estreno, aunque algo incómodos los dedos de los pies todos apretados, eran esos zapatos de color negro que terminaban en punta. Se fijó en cómo lucían, una especie de tic que nunca dejaba de hacer. La mañana del 25 de julio no era tan fría como para el tapado oscuro que había elegido y caminaba ya pensando en donde lo dejaría colgado cuando viniera el mediodía.
Faltaba una cuadra y media para llegar y Florida era el ruido que la gente hacía al caminar, mezcla de murmullo y tránsito de autos cuando cruzó Corrientes. Su amiga Nilda le había conseguido la oportunidad de un trabajo nuevo y hacia allí iba, pensando luego en contarle cómo le había ido. Llegando al 400 de Florida, aquello le parecía cada vez más grande y todos sus conocimientos cada vez más pequeños.

La entrada al local de perfumería tenía dos grandes vidrieras repletas de productos mayormente importados. Más de una vez pasó por ese lugar y ahora le prestaba real atención, como al cartel de las “ofertas de temporada 1952”.De primera impresión todo muy ordenado y colorido: se sintió como una niña mirando una juguetería.
Tenía estantes de madera en distintos tamaños casi hasta el techo, en donde se exhibían cientos de frascos al lado de su correspondiente caja. No fijó su vista en algo puntual, repasó con sus ojos delicadamente para que no se note su asombro hasta que una señora que la había observado llegara desde el final del salón. En esos cuatro segundos miró el piso, blanco y reluciente, y el techo, con los extremos de la sala trabajados artísticamente como los antiguos locales que conocía. Se presentó y tenía algo preparado como para romper el hielo, pero la señora le dijo que se llamaba Mirta, que la estaban esperando y que pasara hacia el interior del local.

Detrás de la señora, Elena iba pensando mil cosas a la vez, egoístamente sólo en ella y en realidad egoísta es la sensación del primer trabajo, un premio como el de aprender a caminar y lograrlo. Lo diferente es que esta vez se sentía consciente de eso y resopló entre nerviosa y satisfecha. Una oficina impecablemente ordenada con una mujer que hacía juego con el entorno, fue quien le dio la bienvenida. No vio libros contables a primera vista y se puso a buscarlos más detenidamente con la mirada. Había sido elegida para llevar los registros contables y sin embargo no estaban ante sus ojos ni uno solo. La mujer que le hablaba parecía amable pero una no escuchaba a la otra. Elena le preguntó cuestiones que la señora no oyó y tuvo que esperar que terminara de hablar.

Cuando se hizo un inevitable silencio para tomar un segundo de aire se preocupó en saber el tema de la vestimenta, porque ella tenía una blusa blanca y vio que dos o tres mujeres estaban de color azul. “La ropa reglamentaria es camisa y pollera azul”, le dijeron. Tragó saliva y pensó en su placard, con tres camisas de color blanco y una de color crema. Empezaba al día siguiente lo cual le iba a permitir teñir esa noche una camisa para que fuera lo más azul posible a las que vio. El horario para entrar era las ocho de la mañana y las presentaciones formales quedaron entonces para el 26 de julio.

Tiñó su camisa y la puso a secar en el patio, rezando para que aun húmeda igual quedara bien. Su hermana menor la observaba en silencio y la madre ya se había acostado. A las cinco y media de la mañana sonó la sirena de la fábrica que llamaba a sus trabajadores, y que era el mejor reloj puntual que un barrio podía tener. Temprano aun, se levantó y preparó el desayuno que al final casi no probó. Se hizo la hora, salió y esperó el tranvía que la dejara en el centro, calculando la hora como un físico matemático. Llegó y caminó sin tanto conflicto con sus zapatos, el cuero ya estaba flojo por usarlos el día anterior.

En la puerta dos chicas de su edad la saludaron con un beso y la mano sobre su brazo, como quien reconforta al que empieza, cosa que le generó una electricidad en el cuerpo positiva. Resopló y se sintió a gusto de inmediato, contando y escuchando a mujeres que pasaron por lo de ella y esas expectativas ante lo que no conocían. Un hombre desde adentro subió las persianas y ellas entraron, casi al mismo tiempo que llegó la señora Mirta. La saludó y ambas fueron otra vez hacia la oficina en la que ayer había estado. No veía los libros contables y la curiosidad la estaba matando. Un escritorio de madera con una silla mullida aunque algo vieja parecía ser su centro de importancia de allí en más.

Mirta le contó detalladamente el funcionamiento del local, el de las otras sucursales, quienes venían cada día y el movimiento de la caja, a cargo de una de las chicas que ya había conocido. Le pidió permiso para pasar frente al escritorio y así mostrarle el gran truco: el cajón debajo del centro de la mesa de madera era rectangular y se abría llevando hasta el fondo uno de los cajones de los costados. El mecanismo hacía que se destrabara el del centro y se abriera, con tres libros contables bastante importantes. Su herramienta de trabajo estaba por fin a la vista.

El primer día fue bastante rutinario y la única preocupación era no equivocarse en la fecha cuando se asentaba: 26 de julio de 1952. Se fue contenta con su labor aunque no le permitía el contacto con el resto y ella quería conocer más de sus compañeras de negocio. Los cuatro siguientes días serían inolvidables por otros motivos y ella no lo sabría aun.

Su felicidad por el primer trabajo no se correspondía con el ánimo en la calle y menos en el local, tras la muerte de Eva Perón. La orden fue la de ver en el momento qué se hacía, ya sea porque el gobierno decretara duelo o simplemente desde la central se optara por cerrar. Hombres de brazalete o algún crespón de color negro y las mujeres de ropa rigurosamente oscura dominaron la semana. Como decisión general de la empresa se habían apagado las luces de las vidrieras y si bien no era exactamente de su incumbencia, el hecho no le parecía correcto. Notaba que las actividades en el local habían bajado y su trabajo ya no era tanto, cuestión que compartía con el resto de sus compañeras y comenzaba a hablar a diario. Iba y venía del escritorio hacia adelante donde estaban todas, cada vez más. Indicaba poco trabajo.

El velatorio hizo que las personas formaran fila de cuadras de largo, que llegaron hasta la puerta misma del local de Florida. Muchos estaban apoyados contra la persiana baja y el hecho de abrir el local causaba molestia; les dijeron a todas las empleadas que intentaran limpiar la entrada con agua y así poder “desarmar” la fila para ver si se podía abrir.

La orden incluía a Elena, que trapo en mano ayudó a sus compañeras, que trataban de limpiar sin a la vez molestar. Se arremangó pero de a poco fue más espectadora que protagonista. Se quedó mirando a la gente y el aspecto triste que tenían, tan lejos a su felicidad por trabajar. Vio la punta de cada zapato algo mojadas y pensó en cuidarlos, alejándose del charco con agua y obsesionada con no estropearlos. Pero por primera vez sintió que ese tic era visto. Y no por una sola persona sino por varios de quienes estaban en esa fila. El tic consistía en juntar los pies y bajar la cabeza casi como quien reza, para verse la punta de ambos zapatos y comprobar si estaban manchados. La acción casi mecánica esta vez la vieron muchos y al darse cuenta se sonrojó, como cuando alguien es encontrado haciendo algo indebido. Ella intentó no mirar a la gente a la cara para no ponerse aun más colorada y terminó mirando los zapatos de todos. Le llamó la atención que muchos estaban con barro. No era momento para preguntar nada pero ese detalle funcionó a la inversa: le sacó todo valor a sus propios zapatos y sintió valorar otros.

Se quedó pensando en tantas cosas a la vez que un tirón en la pollera no la sacaba de sus cuestiones, hasta que vio que una nena de unos siete años estaba a su lado. Intentó mirarla a la cara pero tenía el pelo ensortijado y le tapaba una parte. Se agachó y con cariño movió los rulos y se sorprendió. La tomó de ambos hombros más para no caerse ella misma: era su propia hermanita, que la reconoció y se acercó a saludarla. Cuando la alzó la sintió con la piel fría y le pasó su mano por uno de los brazos mientras buscaba a su madre con la mirada, a quien vio un poco más adelante.

“Tengo que trabajar, disculpen”, dijo a modo de súplica. Las saludó y volvía para la perfumería sin ver aquel gran charco que evitó y ahora no consiguió esquivar.
Frenó enseguida sin salir del agua. Se agachó y los miró, juntos y ya sucios a sus propios zapatos.
Le parecieron maravillosos porque eran de ella. Y cuando terminó su trabajo, también se puso a hacer la fila.


Daba
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Comerciales Clío - Serie Bíblica

1 comentarios sábado, 2 de octubre de 2010
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