Y un día Carmen volvió (a hablarme)

3 comentarios lunes, 21 de diciembre de 2009

El reloj sonó puntual aunque para ser sincero ya estaba con un ojo abierto esperando el momento, igual lo lamenté: es muy feo hacerle caso a un despertador. Me levanto siempre temprano, aunque ése fue un sábado diferente. Por empezar, me juramenté nada de lágrimas y menos frente a la protagonista. Le quería evitar mi mar de llanto, justo a ella que vive cerca del río.

Largos trayectos, primero en tren y luego en colectivo. Temía que mis nervios me ganaran, asi que reaccioné linealmente. Ví una parada de colectivo y supuse que allí debía esperarlo. Casi una hora y media después, un sms me dio el lugar preciso. El último tramo de 23 largos años de espera comenzaba.

Tres personas estábamos en ese colectivo, apurado por llevarme, parecía. Un punto del camino que previamente me habían dicho, hizo de resorte en mi y le pregunté al chofer si conocía al menos la calle (no creí que a Carmen) y me dijo que sí. Luego el marido de Carmen resolvió rápidamente mis dudas: agitó sus brazos y el colectivo se detuvo.

Me bajé como quien ve con felicidad al portero del paraíso. Saludo formal al lado de su auto, y yo sin que me salieran las palabras. Él abrió la puerta del lado del conductor y casi entro junto a él. “No, andá por el otro lado”, dijo no sin lógica. Mis nervios se devoraron todo y no sé qué dije en los 500 metros de trayecto hacia la casa. Llegamos.

¡Llegamos!

“Gabriel, no llores”, “Gabriel, no llores”, me repetía como rezo. Salió el sol en ese día de lluvia, aunque quería escuchar su voz de nuevo, eso haría que se completara mi corazón. Y la escuché. Así uní aquel momento de hace 31 años y éste, se ataron pasado y presente con un buen nudo, un nudo de felicidad.

Me presentó a su familia, yo no sé de qué hablé la primera media hora (¿habré hablado?) porque esa carga de emoción es paralizante. Es muy linda pero a la vez detiene todo. Me costó reaccionar.

Somos nuevos y viejos. Creo que pasan tantas cosas a lo largo de la vida de las personas que deciden olvidar algunas, resignarlas por otras más importantes. Somos presente, al fin y al cabo. De eso hablamos, de nuestra realidad. No quería aburrirla con mis anécdotas así que no ordené nada en mi cabeza, que fuera lo que salga. Escuché más de lo que hablé. Y sentí. Quería reencontrarme con el cariño que no perdí nunca y ahora estaba ahí, tomando mate conmigo.


Evité preguntar aquello que ya sabía: las razones de su enojo (ver “La des-aparición”)…no las conoce ni recuerda. Yo menos. Los dos años y medio de silencio en la primaria de su parte quedarán como el crimen perfecto de mi infancia, no lo sabré jamás. Tampoco fui a eso, quería sentirla, lo necesitaba. No soy demostrativo e intentaba serlo, habrá visto una extraña combinación de ambas.
Evité, también, decir lo que ahora digo: me tendré que buscar otros objetivos a cumplir por mi, porque el de encontrarla ya lo había logrado.

Además comprobar al oírla algo que la volverá entrañable. Ella también sufría mucho las cosas, tenía sus períodos de silencio y de vulnerabilidad. Ella estuvo en un pedestal en el que yo la subí, pero es mucho más humana y terrenal, lo cual la agiganta. Y disimulaba de chica muy bien sus pesares.

La tarde se fue llevando el repaso de nuestras vidas. Afuera una lluvia quería protagonizar el encuentro. Su lugar es muy lindo y tranquilo. Silencio y bastante de verde es una combinación que a mi me gusta, además el paisaje reduce angustia y la autopresión. Nada de llantos. Le hice ver en este momento lo importante que fue antes y ahora que ha vuelto.

Se hizo de noche, no hubiera querido irme. Son los momentos (únicos) en que pienso en tener un auto y disponer movilidad. La saludé un segundo antes del límite del llanto. El marido (chofer, opinador, espectador y amable conmigo) inició la marcha.
Me iba de la casa de Carmen pero no de su cariño, recíproco sin dudas y feliz de ser quien soy y de ver a quien vi. Me llevó su marido hasta la parada de colectivo, que llegó enseguida mientras lloviznaba finito y molesto.

Ya sentado, respiré exactamente una milésima de segundo antes de ponerme a llorar. Todo el día lo venía aguantando, era casi terapéutico. Estaba contento, no era llanto de angustia, nunca lloré por dolor sino de alegría de saberla de nuevo presente.

Era sensación a objetivo cumplido del que en estos años había soñado.

Le pedí que escribiera unas palabras, que quise leer hace un rato en voz alta para que mi madre pudiera escucharlas, pero no pude terminar. Ahí hay tanto cariño que no con palabras se puede expresar. Se lo di a leer. También lloró.
¡Carmen va a devastar a una familia a puro llanto!

El sábado fui feliz, cuerda que me durará un buen rato. Vi a aquella nena transformada en mujer y mamá. Más y mejor.
Es un placer que vuelvas a hablarme. Y sentir que aquello de ayudarme a los 4 años, hasta hoy no se olvida. Te quiero mucho.

No es el fin de la saga, es una continuación de aquí en más de nuestra saga de vida, tenía que ser ahora y no en otro momento, como escribiste.
Ahora no te enojes más o en tal caso hablalo conmigo antes de actuar, ¿vio?.
¡Estoy llorando de nuevo! Ahora ya de grande. Gracias por volver a darme la mano y entrar ya no en el jardín, sino a tu vida, otra vez.





read more “Y un día Carmen volvió (a hablarme)”