"Se va" -Prosa-

1 comentarios viernes, 25 de noviembre de 2011
Inocencia. Temor ante lo viejo conocido.
Alguien deseando querer ser otro, querer
ser quien mira, ellos son felices y uno es
un cuadro observado, mirado y esperando
algo que surja de nosotros.
No hay tiempos mios, hay impuestos modos que
se dan a conocer con un agudo sonido gris,
y yo comienzo a temblar, porque mis tiempos
no son sonidos agudos sino espera, deseo.
Todos miran el cuadro,
resigno mi suerte de no ser ellos.
Un movimiento lento mece mi miedo.
No confío en nada y todo es agudo sonido gris
que escucho mirando el piso.
Pero detrás del sonido, un movimiento.
Un espacio y un poco de mi, de gente.
De deseo, de espera. Alguien tocó el cuadro.
El sonido gris y agudo terminó.
Llegó para ser feliz.
Y hacerme.
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"Pacto" -Prosa-

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No era Dios la razón,
lleno en las paredes y ajeno
a sus pasos habituales y desteñidos.
Sentía lo que nadie sentía,
lágrimas por fuera de sí que lo seguían
estoicas, lo esperaban en la esquina de su alma.
Y procedían. Pinchaban.
El niño sentía eso.
Hasta que no pudo más
que volverse ausencia de miedo repetida.
Fue resuelto un dia en que ya estaba dentro
de aquello tan habitual que es ser. Y volvió.
Para buscar preguntas a sus respuestas
de laberintos ya tan transitados, de curvas, de señas.
Se dejó llevar, recorrió el centro de sí, tocó las paredes.
Pensó en Dios y puso la mano contra el sol.
Sombras de sus dedos ajenos se mueven
pero lo rodean, lo observan y se van.
No está el niño, esperan todos por él.
Tiene una llave que cerró del lado del alma
para imponer la razón y sus pasos.
Su deseo de niño, hombre.
Su viejo deseo que lo acompaña.
Ayer, hoy, ya.
De lejos.
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"Crujido" -Prosa-

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Calor y frio ajenos de mañana luminosa.
En la normalidad, yo ahí no soy yo.
Porque corro con los ojos, hay dicha en lo que veo
para disfrutar lo nuevo en mi, y en eso que se mueve.
Soy idea de tiempo sin conciencia y tengo ante mis pies
una tarea laboriosa, sencilla por feliz.
Aprendo mirando lo que imito, sigo un ejemplo
y soy aire haciendo lo que otro hace.
Y soy viento, el que mueve todo y me invita
a no separar en razón los deseos perpetuos.
Un remolino ahora y en remolinos se desarma
lentamente mi felicidad, que quiero cerrar en un puño.
Que esté dentro cuando está afuera.
Que me lleve.
Que me moleste de hermosa.
Que sepa que está ahí,
Que batalle. Que lo sepa.
Que no muera en viento.
Que en ruido, vuelva.
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"Eterna" -Prosa-

1 comentarios martes, 15 de noviembre de 2011
Una mano dentro de otra mano
que se deja llevar por un ritmo
ajeno a mi, quien ejerce el poder
tiene la velocidad, las riendas
en esas manos firmes, tan suyas y mias.
No me ve desde abajo con mis intrigas, no desea
saber de mi porque ya decidió qué color tendrá
el sol de la tarde en mis ojos.
Ritmo acelerado, de viento cruzado
que hace de los oídos un solo bloque,
imparable, constante, decidido.
No lucho contra eso, me dejo ganar por
esa derrota de los sentidos, de lo que no sé qué es.
Veo con ojos de tarde algo blanco cortando la pared azul.
El motivo del viento, la razón de mi mano dentro de la mano.
Tengo miedo de acercarme, lo miro con el recelo
de lo que no comprendo,
lo alejo para verlo más cerca.
La mano me suelta. Yo miro el mar.
Miro el motivo desde abajo,
miro a quien ejerce el poder.
Sensato egoísmo de estar
donde a ella le gusta estar.
Y ahora a mi. De la mano.
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"40 minutos" -Prosa-

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Un ser realista, un hombre escapado de su imagen,
tan ajena a veces que la busca en él cuando ya está en él.
Golpes de fatiga, ritmo aburrido de ojos atascados de luz
en plena noche, queriendo comportarse como le piden.
Sale con rumbo sin saberlo hasta el final, camina llevado
por un instante deseo de ser sal.
Lo mira, lo escucha, abre los ojos apretando los párpados
y queriendo llevarse el fin de su ruido, llevárselo en su alma.
De pronto el día sigue siendo día pero el hombre entra en su noche.
Apaga su queja vencido, bendecido por lo que lo rodea.
No se despierta, sigue ahí, no está en él,
no controla lo que piensa, ni piensa, ni es hombre.
Ni es lo que será, dejará en el ruido y en la sal
todo en un momento. Para sentirse luz.
La imagen volvió cuando dormía y lo encontró.
Feliz de verlo sin ella. Con paz.
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Energía (Texto para concurso)

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26 de septiembre de 1992. Usaba de esos relojes feos que tienen la fecha y el mes incorporados, miraba la hora con un cierto orgullo adolescente, patético orgullo, de tener ese reloj y que otros no. Asi que recuerdo fijarme qué día era, me había impactado la noticia aunque quien me avisó primero quería saber si yo tenía “eso” que me había prestado Carlos. Yo le dije que sí, que se lo llevaría esa misma semana. “Traelo mañana”, dijo. Rascándome la cabeza, como siempre cuando me pongo nervioso, corté.
Traté de entender. Me avisan por teléfono que Carlos, con quien hablé el martes y me pidió mi número para que estemos en contacto, había fallecido. La persona que me llamó quería que devolviera el panel solar que Carlos me había prestado para una clase de Biología. Un trabajo sobre Energía. ¿Pero este hombre quiere que vaya al velatorio con el panel solar bajo el brazo?.
Carlos era un profesor de escuela en General Rodríguez, Provincia de Buenos Aires, conocido de la docente que yo tenía en ese momento, quien nos hizo el contacto para poder hacer mejor nuestra clase especial. Fuimos durante tres meses, tres veces a la semana unas dos horas. Nos explicaba con pasión, era como darnos clases fuera de sus horas. Me quedé muy apenado y sorprendido, uno de chico se cree inmortal y lo advierte ya de grande, cuando comprueba que no lo es. Fue una de las primeras veces en que me di cuenta del punto y aparte que suele ser la muerte repentina. Llamé a mis dos amigos, Héctor y Ariel. Eran quienes iban conmigo a verlo a la escuela técnica donde Carlos trabajaba. Al otro día tomamos el 52, “La lujanera”, rumbo al velatorio. La ruta era muy angosta, el colectivo excedía la media calzada de ancho y solía esquivar en velocidad los autos que venían de frente. Cerramos la ventana para que no entrara la tierra cuando aceleraba. Llegamos a General Rodríguez. Teníamos que cruzar las vías del tren e ir hacia la izquierda unas 15 cuadras. Íbamos los tres en silencio, turnándonos para llevar ese incómodo panel metálico. Era de mañana pero solíamos ir luego de las 18, me gustaba ver la caída del sol entre las casas. Luego de clases ya nos habíamos acostumbrado a tomar el colectivo y caminar un rato para llegar a la escuela y escuchar la “miniclase” de Carlos.
Estaba detrás de mis dos amigos. Miré qué nombre llevaba el boulevard por el que siempre caminábamos ya que nunca se me había ocurrido saberlo. Era San Martín. Previsiblemente General San Martín. Los cordones de calle muy blancos, el pasto cortado por gente a la que uno de tarde veía, limpiando y arreglando. Con poco tránsito se dejaban oír mejor los altoparlantes. El boulevard tenía unos tres por cuadra, se escuchaba música melódica, a veces folclore. Me parecía un detalle de pueblo, de tranquilidad inoxidable, y me encantaba.
Ariel era el más chico y le tocaba llevar sólo por subordinación mucho más tiempo el panel. Héctor y yo sintonizábamos la frecuencia de quien se mira con otro y sobran las palabras. Ambos decidimos llevar primero el panel a la escuela para luego ir al velatorio. La Técnica 1 está frente a una rotonda, las veredas son chicas y no solía haber autos en la calle asi que caminábamos por ella. Llegamos y una señora en la escuela abre una puerta con reja. Explicamos la situación y nos acepta el panel solar. Le preguntamos dónde era el velatorio y nos dice cómo llegar, hace gestos con la mano que sinceramente no entendí pero Héctor si. Ariel preguntó en voz alta algo que yo me había preguntado en silencio: ¿por qué lo devolvimos si la clase es mañana?. Respuesta que di: “somos demasiado buenos, Ariel”. Nuestra clase especial sería menos impactante sin el panel solar. No quise aclarar eso a quien me llamó cuando me dieron la noticia, no era el momento además. Lo solucionaríamos de algún modo, imaginé.
A media cuadra del boulevard estaba la casa velatoria. Era realmente una casa transformada para su función actual, desde la esquina parecía un chalet más. “Saluden”, les dije a mis amigos. Entré primero y saludamos a todos aunque no conociéramos a nadie. Vi a mi profesora de Biología y ella se acercó. Nos saludó y luego nos presentó a Damián, otro profesor de la escuela donde Carlos trabajaba, el que me había llamado por teléfono para darme la noticia. Mi profesora le comentó que éramos quienes daríamos la clase especial y Damián abrió los ojos sorprendido. Nos dijo que saliéramos, que quería hablarnos.
Le pregunté qué había pasado.“No sé, era joven, fue repentino”. Estaba interesado en hablar de otra cosa y yo no quise preguntarle más. Sentí que tenía ganas de conocernos. Contó que hablaba a diario con Carlos y que le había comentado de nuestra clase especial, que sin ser sus alumnos le dijo que le parecíamos interesados en el tema y que nos daría un panel solar. Héctor le dijo que ya lo habíamos devuelto a la escuela. “Se los voy a dar de nuevo”. Los tres respiramos aliviados sin poder disimularlo. Estábamos a cuatro cuadras pero de todos modos nos llevó en su auto hasta la escuela. Llegamos y nos hizo esperar en un aula. Prendimos las luces. Ariel se sentó en esos bancos ajenos. La escuela que no es la nuestra parece ajena cuando uno la mira. Bancos desordenados, el pizarrón mal borrado, dos mitades de tizas amarillas, un vaso de plástico arriba de una mesa. Me apoyo en la pared, pasan unos tres minutos. Entra Damián con el panel solar y un cuaderno.
Rectangular y de color gris. Dos capas de un vidrio grueso atravesado por una malla metálica muy fina, que soportaba otras dos capas de vidrio oscuro que ante la luz se veía rojo, en un extremo una especie de oreja, que era de donde lo sosteníamos para llevarlo. Eso era un panel solar. El colegio, explicó Damián, tenía tres y experimentaba usando otros tres. Pidió que lo cuidáramos y dijimos que sí al mismo tiempo. Abrió el cuaderno. Era un anotador que Carlos tenía. Al final de cada jornada hacía alguna acotación y nos mostró lo que ponía luego de ayudarnos a nosotros. Eran elogios a cómo lo habíamos comprendido, lo obedientes que parecíamos. “Lo parecemos nomás” dijo Héctor, y todos reímos. Pero Damián nos dijo que anoche al leer el cuaderno notó que en los comentarios del martes decía algo extraño, como una orden. Nos dio a leer y era claro: “Dar el panel 6, mirando al Este”. Asi que nos daba el panel número 6 con los cables que permitían la conexión a otra fuente de energía. Lo de mirar al Este Damián creía que era la posición en que debía estar para que si se cargaba correctamente, funcionara.
Volvimos en el colectivo con el panel dentro de una bolsa blanca, cubierto con una remera. Ariel se lo quedaría en su casa porque era la más cercana a la escuela y al otro día los tres nos juntaríamos ahí para salir todos juntos. Por fin había llegado el momento. La idea era poner el panel al sol y luego hacer ver que funcionaba a través de una o dos lamparitas conectadas.
Dependíamos del buen tiempo, sin nubes y con sol. Pero como en las previsibles películas catástrofe, sobre el mediodía el cielo se fue nublando. Llegamos temprano e igual lo pusimos a cargar aunque el clima parecía de lluvia. Nos tocaba a las cuatro de la tarde. Preparamos esquemas, hicimos fotocopias de ayuda memoria para que los chicos nos pudieran seguir sin perderse. El panel estaba sobre una mesa en la parte de afuera del aula y el final de la clase era encender las dos bombitas que estaban en una base de cartón, conectadas por un largo cable hasta el panel.
La clase empezó y salió el sol aunque como no había cargado el panel durante horas seguramente ya no serviría. Ariel hablaba y Héctor y yo mirábamos nerviosos el cable que salía de las bombitas. Le rezábamos a Carlos. Energía es un concepto amplio dentro de la Biología y en otras ramas, nos centramos en la solar aunque en las fotocopias repartidas habíamos elegido una definición general del término. Hablamos los tres y la profesora vio nuestra cara de desilusión porque no nos había resultado el experimento. Héctor fue hasta el panel y lo giró, pero no hubo resultado. De pronto nos miramos y le señalé a la derecha, Dirección Este. Nos cruzamos los tres de brazos pidiéndole con la mirada en las lamparitas a Carlos el milagro.
Diez segundos y no pasaba nada. Queríamos cerrar la clase especial con la frase que habíamos preparado, nos aplaudieron de compromiso. Sentíamos que le habíamos fallado a Carlos. El aplauso se interrumpe cuando las lamparitas empiezan a alumbrar.
“Para los griegos la energía era la eficacia en el saber obrar. La fuerza de voluntad y el vigor que una actividad merece. Se puede aplicar a lo que ustedes quieran y deseen. Externa o interna, la energía tiene un poder”.
Ariel aprovecha el momento de asombro: “Señores, esto es energía”. Yo miré mi reloj feo. Jueves 28 de septiembre de 1992. Desde ese día creo que la hay. En todos.
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"Segunda sensación" -Prosa-

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Conocía, percibía, disfrutaba.
Tenía una alegría por mi tal
que el acto hasta de afuera era mio.
Amaba lo que sentía más que lo que veía.
Era feliz sin impedimentos, comunión entre
deseo y esperanza fundidas sin ser dos.
No había otra cosa más que sentir, sentirme
presente en lo teñido de realidad, contaba las nubes
impunemente, cadencia infantil perpetua.
Y llegó. El motivo de mi emoción
que quema y empuja, de atrás, de adelante.
La alegría se dibujó en un espacio
lentamente de dos, por vez primera.
Una mano se abre para percibir,
se detiene cuando en el aire no se reconoce.
Un silencio y el centro que pasa a ser suelo,
dándome por incapaz satisfecho.
Y un partir de individuo ahí, en dos.
En amor doloroso.
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"Temo" -Prosa-

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Dos almas arriba de un ruido,
de aquellos que cortan la noche
para que seamos los mismos,
alcanzados por lo que no buscamos.
La sensación de miedo respira en la sorpresa
y hace día de la noche, con un hilo blanco
sobre un fondo titilante. Se contempla, se descree.
Somos nosotros con el miedo o es el miedo
que nos dejó de lado, espectadores temerosos
de hilos blancos sobre oscuro cofre.
Horizonte escondido hacia lo que voy
para verlo de cerca. ¿O será que viene a mi
cada vez más fuerte?. Tiene ruido a cercanía.
Y yo, aun más adentro de mi alma.
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"Escalera" -Prosa-

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Pies subiendo en imagen blanca de túnica,
de seda, sobre escalones que imagino ajenos.
Inseguro, miedo dentro y fuera,
ganas de no saber,
amar querer ser otro
cuando nadie quiere ser uno.
Tiene paz, lleva paz.
Vive y es un decir porque aun cree
más que nunca en él.
Camino en altura. Lo ve mejor, lo vemos lejos.
Termina su túnica, su seda, frente al final
de la imagen blanca. De la escalera y su corazón.
Color cielo.
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"Escribiente" -Prosa-

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Te traje conmigo. Los años llenaron tu espacio,
ahogué lo que nunca supe querer, debajo de mi vida.
Pude avanzar para verte allá a lo lejos,
no esperabas más que luz, ese punto luminoso
cuando todo es oscuro y falta compañía.
Una ayuda mutua de necesidades, de deseos y miedos,
De azul profundo buscando una señal durante años,
durante días, durante segundos.
La eternidad tiene aquello que no tengo,
que oculto para no ver,
que es feliz cuando se la busca.
Mirando mi azul las lágrimas cayeron,
me señalaron el camino, volví a buscarte,
volví a mi. A lo que olvidé cuando escribía.
A lo que escribo y amo olvidar.
Tercamente. De mi.
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"Usted no tiene mensajes nuevos" -Cuento corto-

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Valeria salió apurada de la casa y olvidó el celular en la mesa. Cuando iba en el subte recién se dio cuenta y se puso la mano en la frente a modo de lamento. Mientras viajaba como sardina hasta la estación Perú, empezó a razonar.

No atendería los cuatro llamados que la madre le hacía durante el día para preguntarle y repreguntarle siempre lo mismo.
No respondería los mensajes de texto de sus amigas usando el clásico “arreglen ustedes y después me dicen”.
No recibiría el odioso aviso a las nueve y veinte de la mañana (siempre a la misma hora) sobre lo afortunada en ganar un auto.
De paso, evitaba también a ese pesado al que Valeria le dio su número y le mandaba mensajes entre baboso y triste cada tres horas. Al final, pensó, era un alivio no tener celular.

Se bajó y caminó hasta Piedras, dobló y entró a su oficina. Saludó y en su escritorio la habitual montaña de cosas para hacer. Al mediodía manoteó su cintura y luego se fijó en la mesa a modo de ataque de abstinencia pero todo continuó igual. Por la tarde pasan, “pasillean”, todas las secretarias de la empresa, casi en fila saliendo de una reunión. Les preguntó por qué no le habían avisado. “Nos mandaron hoy un mensaje de texto, ¿no lo leíste?”. Valeria golpeó la mesa y se puso de pie aunque con estilo disimuló la bronca. No sabía si ir a disculparse o no explicar nada, ambas cosas sonarían a excusa.

Salió de la oficina apurada, llegaba tarde al gimnasio. Un cartel en la puerta “Hoy desinfección, el gimnasio permanecerá cerrado. Favor de avisar por teléfono a todos”. Se puso Valeria los brazos en jarra, se pegó con los nudillos en los costados de las piernas, ese tic heredado de la mamá, un símbolo de bronca.

Fue a la casa, abrió la puerta y el celular arriba de la mesa. Lo tomó y leyó tres mensajes de su madre, otros dos de sus amigas, uno de la oficina para la reunión, su profesora avisando que no fuera al gimnasio, el aviso por haber ganado un o km, y el del muchacho que sin suerte quería salir con ella. Por un instante se vio a si misma en todas esas actividades, se planteó qué tantas ganas tendría de hacerlas. Descubrió que para ser feliz no había que dejárselo olvidado al celular: directamente debía apagarlo.

Y a todos, al otro día, Valeria les dio el número de teléfono de su casa. Incluído al pesado de los mensajes. Si estaba, atendía. Y si no estaba, que esperen. Como era antes y nadie moría.
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"El amor y la puerta" -Cuento corto-

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“No sos una estampita” me dijo la negra antes de darse vuelta e irse, quedándose con la última palabra y lo que es peor: la razón. Tenía estilo para pelear, siempre le reconocí eso, me gustaba hasta cuando se enojaba conmigo. Cerró la puerta de la habitación y se quedará ahí un rato hasta que se le pase. Me porté mal, no le avisé a qué hora volvía, me esperó con la comida. La negra tenía razón, una vez más.

Evidentemente no soy una estampita pero ella para mi sí lo es, me conoce en mis debilidades, estoy entregado hace ya tres años a lo que me diga. Cuando la conocí me sacó rápido la ficha, creo que uno va predispuesto según quién sea, a que pase algo así y a que lo conozcan del todo. Conocer del todo implica eso que ocultamos frente a los demás, que compartimos sin pensarlo, cuando encontramos una razón para no sentir que tenemos un defecto, o una manía o algún dolor. Y la negra era eso, yo le entregué el corazón apenas la vi.

Golpeo ahora la puerta y no me abre, le digo que no se enoje conmigo, que me comeré la comida fría de todos modos, que la próxima le avisaré con tiempo. La primera vez que la vi fue en la facultad. Pasaba y se daban vuelta para mirarla, como dice el tango. Luego un amigo en común hizo una fiesta y sentí que era una señal. Me acerqué a ella aquel viernes de hace tres años y la toqué con el vaso frio que tenía en la mano. Me miró y me presenté, le dije que la ubicaba de alguna materia en común y me dijo que sí. Bah, me dijo que sí, que me ubicaba. Hablamos de cualquier cosa unos 15 minutos.

Me preguntó la edad y los 23 le sonaron a poco, lo vi en su cara. Ella tenía la misma edad pero seguramente querría a alguien un tanto mayor. ¿A vos te gustaba antes de conocerme alguien mayor que yo?. “¡No! ¡Qué decís!” me dice la negra detrás de la puerta. Bueno, al menos me habla, es un avance. Dos semanas hasta que le mandé un mensaje de texto con miedo a la respuesta: ¿podremos salir?. Y ella me respondió “Bueno, pero elijo yo adonde”. Así que fuimos tres días seguidos…¡al cine! Nadie puede resistir ver tres películas en días seguidos y le parezcan buenas, salvo a la negra. A mi me aburrieron las tres pero cuando no se daba cuenta la miraba en la oscuridad de la sala y era realmente hermosa, no sabía cómo demostrarle que sentía haberme sacado la lotería.

Mezcla de libertaria y formal, me presentó a sus padres. ¿Te acordás cuando conocí a tus viejos?. “Yo sí, ellos no”, me dice, haciéndose la graciosa detrás de la puerta. Dale, abrime negra, ya me comí toda la cena aunque estaba fria (mentira, tiré la comida, helada e impasable). No me hagas prometerte lo que no tengo, che. Y no tengo más nada, vos sos yo. “Callate, cursi”, me dice con la puerta aun cerrada. El casamiento fue en una capilla con diez invitados, ella se encargó de hacerlo como quería, tengo una foto de la fiesta en mi celular, porque ahí la negra se rie con una felicidad genial, no de flash, sino porque así nos sentíamos.

Tres años hasta hoy. Dale, abrime. Te llevo al cine. “¿Elijo yo?”. Sí, elegís vos. La puerta se abre y la negra sale arreglada y pintada. “Dale, vamos”, me dice. El día que saque la puerta de la habitación se acaba el amor, le dije, por decir algo. “No me hagas prometer lo que no tengo, vos sos yo”, me dice la negra.
Me sonó conocido. Y cursi.
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"El cuadro" -Cuento corto-

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Mabel contempló un rato la vieja pared. La recordaba aun más destruída de lo que la estaba viendo, con un color rosa fuerte que se fue transformando en casi blanco, además de varias manchas de humedad. Su abuela tenía pasión por rotular todo asi que los hombres de la mudanza miraban las etiquetas y elegían qué cargar en la camioneta primero.

Le pidió Mabel a uno de los muchachos que retirara los tres cuadros colgados. Formaban una especie de triángulo en donde el del centro era el más grande y también el más lindo para ella, siempre se lo dijo a su abuela. Una cabaña con un fondo de bosque y algunas nubes en el horizonte. Cuando al final sacaron los tres cuadros, Mabel vio que dejaron las marcas sobre la pared y no pudo resistirlo: acercó la mano para tocar esa parte que aun conservaba el viejo color rosa intenso. Miró los tres clavos, ahora solos en la pared inmensa.

En el comedor, ese comedor, su abuela jugaba con ella al dominó. A veces creía que en realidad su abuela tenía más pasión por el juego que la propia Mabel, y aun así se dejaba llevar por el momento, ese instante de abuela y nieta. Después de grande uno comprende que aquello que parecía rutina forma parte de lo que siempre tendremos en mente de alguien. Lamentó vender la casa. Su abuela estaría diciéndole de todo, y es posible que desde una nube hoy le esté tirando rayos. Nunca hubiera aceptado una venta y el peligro de demoler o modificar algo. Para no sentir tanta culpa Mabel aceleró el paso de los hombres de la mudanza y ayudó a embalar cosas. Se las iba a llevar a su casa, no tenía por ahora otro espacio.

Cuando terminaron con todo cerró la puerta de madera. Hacía un chillido muy especial, el picaporte de metal en la madera de viejo nomás hacía un ruido que jamás escuchó en otro lado. De chica oía ese chillido y sabía que su abuela o su tía llegaban. Por última vez lo oyó y cerró la puerta con lágrimas en los ojos. Se le cayeron las llaves y las levantó, lo que hizo que sus lágrimas también cayeran. Mabel subió a la camioneta de mudanza y sin decirles nada arrancaron. Cuando llegó a su casa ordenó que pusieran todo en la cochera dentro de cestos que le habían prestado. Los tres cuadros quedaron para el final y los puso arriba de una mesa.

Se fue al baño a lavarse las manos, a sacarse quizás culpa. Volvió y miró por dónde empezar a desarmar todo lo que trajo. Miró los cuadros, uno arriba del otro, y se quedó observando el más grande. Nunca lo había tenido tan cerca y le pasó muy lentamente la mano por sobre la pintura. A pesar de la tierra le parecía aun el más bello, con los dedos tocó la parte de la cabaña y descubrió que la imagen era de más horizonte que otra cosa, muy marcado en el fondo un atardecer en naranja y ocre.

Lo da vuelta y además de telarañas tenía una curita. Sí, una curita. Y en letras de color negro se leía, a duras penas, “Ahora es tuyo”.
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