"El cuadro" -Cuento corto-

Mabel contempló un rato la vieja pared. La recordaba aun más destruída de lo que la estaba viendo, con un color rosa fuerte que se fue transformando en casi blanco, además de varias manchas de humedad. Su abuela tenía pasión por rotular todo asi que los hombres de la mudanza miraban las etiquetas y elegían qué cargar en la camioneta primero.

Le pidió Mabel a uno de los muchachos que retirara los tres cuadros colgados. Formaban una especie de triángulo en donde el del centro era el más grande y también el más lindo para ella, siempre se lo dijo a su abuela. Una cabaña con un fondo de bosque y algunas nubes en el horizonte. Cuando al final sacaron los tres cuadros, Mabel vio que dejaron las marcas sobre la pared y no pudo resistirlo: acercó la mano para tocar esa parte que aun conservaba el viejo color rosa intenso. Miró los tres clavos, ahora solos en la pared inmensa.

En el comedor, ese comedor, su abuela jugaba con ella al dominó. A veces creía que en realidad su abuela tenía más pasión por el juego que la propia Mabel, y aun así se dejaba llevar por el momento, ese instante de abuela y nieta. Después de grande uno comprende que aquello que parecía rutina forma parte de lo que siempre tendremos en mente de alguien. Lamentó vender la casa. Su abuela estaría diciéndole de todo, y es posible que desde una nube hoy le esté tirando rayos. Nunca hubiera aceptado una venta y el peligro de demoler o modificar algo. Para no sentir tanta culpa Mabel aceleró el paso de los hombres de la mudanza y ayudó a embalar cosas. Se las iba a llevar a su casa, no tenía por ahora otro espacio.

Cuando terminaron con todo cerró la puerta de madera. Hacía un chillido muy especial, el picaporte de metal en la madera de viejo nomás hacía un ruido que jamás escuchó en otro lado. De chica oía ese chillido y sabía que su abuela o su tía llegaban. Por última vez lo oyó y cerró la puerta con lágrimas en los ojos. Se le cayeron las llaves y las levantó, lo que hizo que sus lágrimas también cayeran. Mabel subió a la camioneta de mudanza y sin decirles nada arrancaron. Cuando llegó a su casa ordenó que pusieran todo en la cochera dentro de cestos que le habían prestado. Los tres cuadros quedaron para el final y los puso arriba de una mesa.

Se fue al baño a lavarse las manos, a sacarse quizás culpa. Volvió y miró por dónde empezar a desarmar todo lo que trajo. Miró los cuadros, uno arriba del otro, y se quedó observando el más grande. Nunca lo había tenido tan cerca y le pasó muy lentamente la mano por sobre la pintura. A pesar de la tierra le parecía aun el más bello, con los dedos tocó la parte de la cabaña y descubrió que la imagen era de más horizonte que otra cosa, muy marcado en el fondo un atardecer en naranja y ocre.

Lo da vuelta y además de telarañas tenía una curita. Sí, una curita. Y en letras de color negro se leía, a duras penas, “Ahora es tuyo”.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Cuento corto. Un homenaje a mi abuela Juana. Hace años cometí el error de pasar por la que era la casa de ella, en plena demolición. Y entré un segundo con los brazos sobre mi cabeza, paseando por todos los ambientes, a mirar paredes a medio tirar, les expliqué a los obreros quién era yo, que me había criado ahí también. Que era (que soy) el nieto de la dueña de esas paredes.