"Usted no tiene mensajes nuevos" -Cuento corto-

Valeria salió apurada de la casa y olvidó el celular en la mesa. Cuando iba en el subte recién se dio cuenta y se puso la mano en la frente a modo de lamento. Mientras viajaba como sardina hasta la estación Perú, empezó a razonar.

No atendería los cuatro llamados que la madre le hacía durante el día para preguntarle y repreguntarle siempre lo mismo.
No respondería los mensajes de texto de sus amigas usando el clásico “arreglen ustedes y después me dicen”.
No recibiría el odioso aviso a las nueve y veinte de la mañana (siempre a la misma hora) sobre lo afortunada en ganar un auto.
De paso, evitaba también a ese pesado al que Valeria le dio su número y le mandaba mensajes entre baboso y triste cada tres horas. Al final, pensó, era un alivio no tener celular.

Se bajó y caminó hasta Piedras, dobló y entró a su oficina. Saludó y en su escritorio la habitual montaña de cosas para hacer. Al mediodía manoteó su cintura y luego se fijó en la mesa a modo de ataque de abstinencia pero todo continuó igual. Por la tarde pasan, “pasillean”, todas las secretarias de la empresa, casi en fila saliendo de una reunión. Les preguntó por qué no le habían avisado. “Nos mandaron hoy un mensaje de texto, ¿no lo leíste?”. Valeria golpeó la mesa y se puso de pie aunque con estilo disimuló la bronca. No sabía si ir a disculparse o no explicar nada, ambas cosas sonarían a excusa.

Salió de la oficina apurada, llegaba tarde al gimnasio. Un cartel en la puerta “Hoy desinfección, el gimnasio permanecerá cerrado. Favor de avisar por teléfono a todos”. Se puso Valeria los brazos en jarra, se pegó con los nudillos en los costados de las piernas, ese tic heredado de la mamá, un símbolo de bronca.

Fue a la casa, abrió la puerta y el celular arriba de la mesa. Lo tomó y leyó tres mensajes de su madre, otros dos de sus amigas, uno de la oficina para la reunión, su profesora avisando que no fuera al gimnasio, el aviso por haber ganado un o km, y el del muchacho que sin suerte quería salir con ella. Por un instante se vio a si misma en todas esas actividades, se planteó qué tantas ganas tendría de hacerlas. Descubrió que para ser feliz no había que dejárselo olvidado al celular: directamente debía apagarlo.

Y a todos, al otro día, Valeria les dio el número de teléfono de su casa. Incluído al pesado de los mensajes. Si estaba, atendía. Y si no estaba, que esperen. Como era antes y nadie moría.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Cuento corto. La extraña relación de las personas con algo que de comodidad pasa a ser necesidad, cuando el centro es eso y no su dueño. Somos individuos celulares. Cada vez más.