"Paredes" -Cuento corto-

1 comentarios lunes, 9 de enero de 2012
Los Richmond se van de vacaciones y le aviso a mi esposa para que venga a ver por la ventana cómo parten nuestros vecinos. El auto está cargado de cosas y hasta el perro asoma por la ventanilla. Es una familia rara, los Richmond. No saludan, no se los suele ver, hace cinco años son algo así como invitados de un barrio tranquilo. Al otro día, llegan a las siete de la mañana obreros enfrente y comienzan a limpiar el terreno. Sobre el mediodía llegaron los materiales, el asunto ya me parecía extraño. Mis vacaciones del trabajo parece que serán sólo mirar la casa del vecino. A los tres días veo que hacen la base de cemento de una pared. Pero una pared bien grande, que abarca el ancho del terreno y es mezcla de ladrillos a la vista y un cemento con algún garabato. A los veinte días la casa no se veía más, superada en alto por la pared. Quedó prolijo pero horrible desde lo estético. Los obreros se van y la casa que ya es directamente una pared, tiene ahora dos faroles que decoran la flamante construcción. Exactamente al mes los Richmond regresan. Entran por el portón nuevo y estrecho, pareciera que el auto pide permiso. Mi esposa me dice que ella averiguará de algún modo por qué han hecho esa pared. Un día veo que entran el auto y espero a que cierren el portón. Me cruzo y me agacho un poco para ver desde la cerradura hacia el interior. En eso alguien abre desde adentro y me ve espiando. Yo me pongo derecho y tan colorado como el mejor de los tomates. El señor Richmond se empezó a reir y yo no sabía qué hacer. Le pedí disculpas pero le pregunté con todo respeto qué razón tenía hacer esa pared. “¿Yo le puedo hacer una pregunta a usted?”. Sí. “¿Y qué razón tiene usted para mirar mi casa?”. Me quedé en silencio y él aprovechó y me extendió la mano, que también le di. Desde ese día pasaron dos meses. Mi esposa ya no espía más a los vecinos. Los Richmond ya no me importan. Y a la nueva pared de mi casa, el color verde le hace juego con el pasto. Un consuelo, saber que ahora nadie me ve. Ni veo.
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"Mitad y mitad" -Cuento corto-

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Los dos hombres apuraban el paso. Se habían encontrado en la esquina y como si se conocieran de toda la vida se saludaron. A mitad de cuadra entraron al Banco. Es de los lugares que invita a quedarse con el aire acondicionado prendido, respiraron aliviados. Parecía hermanos, los dos de traje gris. Sacaron número y se sentaron en las últimas filas. Uno rompió el hielo. “Me llamo Quique. ¿Vos?”. Yo Julio, encantado. Y Julio siguió hablando porque Quique no hablaba. Le dijo que tenía 43 años, que se había separado hace poco y que su hija de 7 años aun intenta pegarle cuando lo ve. Que lo culpa de la separación porque esa idea le metió la madre. Que él no haría algo para dañar a la nena. “¿Cómo se llama la nena?”. Lucía. Le dice a Quique que es hermosa, que ella se rie y él no piensa más en nada, pero que cada vez que va, la nena está nerviosa, se siente mal de verlos asi. “¿Así cómo?”. Separados, le dice Julio. Le confiesa que está triste todo el tiempo, que ya no trabaja con las mismas ganas de antes, que los demás le dicen que debe ir a un psicólogo. Quique escuchó la catarata de información de alguien a quien conoció en la esquina y en 10 minutos le había contado sus pesares. Le preocupaba que no le tocaba nunca el número y a la vez tener que escucharlo a Julio. Por 15 minutos lo veía mover los labios pero dejó de prestarle atención, estaba pendiente de la numeración. “Nos está por tocar el número”, le dice a Julio, interrumpiéndole el monólogo. Ambos se paran y cuando llaman al 59 van a la caja. Uno hace la operación y el otro tapa un poco la visual para que los que están sentados no vean. Con la mampara se ve igual la acción, es la teoría de Julio. Cuando Quique termina con la operación ambos salen casi a la par. Saludan al de seguridad, que les abre la puerta. Apenas salen cada uno se va para distintas esquinas con el dinero repartido en una sola maniobra y casi en mitades iguales. “¿Cómo era tu nombre?”. Julio. “Chau”. Y se va Quique pensando en que Julio es un buen ladrón, pero habla hasta por los codos. Mañana se juntarán en otra esquina. Por las dudas recomiendo sacar número antes que ellos.
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"Ella" -Cuento corto-

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Me desperté cuando la claridad molestaba mis ojos, esa claridad de persiana mal cerrada. Sentado en la cama la miré a ella. Aun dormía y estaba tapada, de costado. Intentaba fijar la vista en su respiración. Se notaba por sobre la sábana, inspiraba muchísimo más aire que yo. Me pareció hermosa haciendo eso y acerqué la mano a su hombro. Se lo acaricié y me puse en contacto con ese ritmo de respiración, transmitía tranquilidad. Pasé las yemas de los dedos como quien consuela, pero era un gesto de cariño. Me levanté, preparé el desayuno. Nunca encuentro lo que todos los días uso, es increíble. Las tostadas tardan y me apoyo con la espalda contra la mesada, miro la cocina. Tan llena de cosas, todas en perfecto desorden arriba de la heladera. ¿Le llevo las tostadas a la cama?. Y sí, tanto esperé frente a la tostadora que hace falta que las vea enseguida. Encuentro las flores que me regaló de apoya vasos, de paso quedo bien. La bandeja está algo rajada, el trámite es con cuidado. Sin mirar otra cosa que la bandeja empecé a caminar rumbo a la cama. Llegué y no había nadie. Digo “¡Ey!” y apoyo la bandeja rota en el colchón. Miro a la puerta del baño y no estaba. Voy al pasillo, el comedor. Nada. Miro la ventana, entreabierta y con la cortina moviéndose. Me acerco, el sol terminó de despertarme y entonces bajo la vista. En la cama el desayuno para ella y las flores de apoya vasos. Otra vez el ángel se fue por la mañana en cuanto se despertó. Otra vez no quiso dejar de ser ella y acompañarme a ser humano. Como cuando respira todos los dias. Y me inspira.
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