El amor no tiene cura

1 comentarios martes, 12 de enero de 2010

La sabiduría popular dice que la separación de un matrimonio comienza en el exacto momento posterior al casamiento, lo que sin dudas se puede aplicar también a los noviazgos, con esas sensaciones algunas veces de inicio y final, todo al mismo tiempo. Y en nuestro caso también ocurrió la comezón del séptimo mes, ya que no año.

Cuando una discusión se parece a un embudo y uno ve irse por el fondo las posibles soluciones, que uno quiere, aun a costa de perder su postura, la sensación es bastante amarga. En la guerra de querer tener razón en general la razón pierde, y gana el que dice y grita más y mejor “su” verdad. Recuerdo los efectos más que las causas de la pelea. La recuerdo a Grillito enfurecida, personalidad tenía y mucha, y a mi tratando de bajar decibeles. Ella me exigía algunos cambios, ciertas reiteraciones volvían todo mecánico y sin mucha sorpresa, más allá de tener bastante actividad. Seguíamos yendo a Capital aunque más espaciadamente, seguía yendo a la maestra particular y a la vez dando clases como hoobie, y seguíamos repartiendo bastante bien el tiempo entre nuestros respectivos colegios y las tardes libres. Quizás fue todo esto lo aburrido y yo no lo noté, es posible. Me pidió un tiempo para pensar y lo que sigue es muy parecido a las comedias románticas más baratas que Norteamérica puede brindarnos.

Me empezó a ir mal en el colegio, y como encima no faltaba, más se dejaba ver mi caída al vacío de las notas malas. Tampoco me importaba mi aspecto y comencé a tener el pelo algo más largo. La caída del imperio duró exactamente 43 largos días. Y durante ese tiempo seguí yendo a la particular, cada vez con más razón, y ella llevando a su hermanito. Yo le hablaba y ella no respondía nada, rebotaban en una pared mis palabras.

La situación me ponía muy mal porque en mi no encontraba solución si la otra parte ni siquiera quería escucharme. Pensaba en eso, mirando un punto fijo de la mesa de estudio, perdido en mis pensamientos más pesimistas y de pronto una palabra me sacó de aquello: seminario. En realidad luego deduje que escuché cualquier cosa, que la palabra era seminarista. Un chico habló de eso y de la promesa de traer unas hojas sobre el tema al otro día. Y 24 horas después paré un poco mejor la oreja y lo que trajo fue una especie de cuestionario con una larga, muy extensa introducción que atentaba contra todo interés. Aun de esa manera, leí el texto.

El cuestionario era de cuatro hojas y era referido a la familia, la conformación y las convicciones religiosas. No las sentí invasivas y estaban bien formuladas. El muchacho lo consiguió en una clase de catequesis y contó que en misa pidió algunas copias para entregar cuando fuera a su maestra particular. ¿Hace cuánto que yo no iba a misa?. Mucho tiempo. Me formé en colegio religioso y tuve luego cierta prudente distancia, no por mala enseñanza sino por descreimiento general, nadie clavado en la cruz tenía la culpa de eso. Leer esas preguntas ya me había sacado de la monotemática postura de estar triste por un motivo. Volviendo en tren leí la introducción de nuevo, que no salía de aclaraciones acerca de lo que el texto no quería hacer, o sea convencer.

Llegado a mi casa contesté las preguntas. Tres renglones en líneas de puntos había debajo de cada pregunta, y ese espacio parecía poco. Me entretuve bastante por unos 25 minutos, riéndome de mis propias respuestas. Hay veces que poder salirse de la acción y verse uno leyendo y respondiendo algo es muy loco.

Pasados otros dos días, volví a ver al muchacho en clases. Era más alto que yo, teniendo menos edad, su ropa parecía muy limpia, que por alguna causa uno asocia con orden. Me dijo que no aceptaría que yo le diera el cuestionario porque eran respuestas personales. Que se daría una charla en una sede del arzobispado en Moreno, abierta a quien deseara ir a escuchar. Era un sábado a la tarde y no me significaba gran esfuerzo. Conservé el cuestionario un par de días más y ese sábado enfilé rumbo a la sede. Cometí el error de icuestionario, r sin preguntar mucho y al llegar el lugar era amplio aunque con una sola puerta principal.

Me puse ahí, esperando que la gracia divina me abriera, ya que no veía ni timbre ni campana, ni nada sinónimo de aviso de llegada. Cuando se me ocurrió golpear las manos, alguien me vio y me abrieron. El lugar era agradable, de techo bajo, algunas inscripciones en carteles que ahora no recuerdo qué decían, pasillo mitad para abajo en madera, mitad hacia arriba color crema. Dos salas con varias personas pero nadie con sotana o Biblia en la mano, como creí encontrar. Busqué entre tantas miradas a la única que conocía, la del muchacho que iba a clases conmigo y nunca lo vi.

El murmullo de gente hablando bajo me hizo clic, y me empecé a preguntar qué hacía yo ahí. En eso estaba cuando me saludan con un apretón de manos. Yo respondo mientras pensaba en cómo y dónde entregar el cuestionario, o en su defecto adonde dejarlo olvidado…

La persona que me saluda amaga a quedarse pero no tenía diálogo conmigo, ni yo tema…sensación frustrante. Viene otra persona quien me da también su mano y mira las hojas que tenía. Lo aparté y le pregunté en voz baja si sabía que se debía esos papeles entregar o hablar algo con un encargado…quería ver quién recibía lo que yo venía a dar, y hasta donde llegaba con mi locura, a esa altura. Me miró y me dijo algo así como que eso no era un juego y que debía primero saber desde mí, qué quería hacer y luego embarcarme en la tarea…no me lo dijo en esos términos, pero es la idea principal.

Yo lo miré como sabiendo hasta donde debía llegar, y las convicciones incipientes terminaron ahí. Porque tenía razón. Y además, porque yo estaba demasiado interesado en otras cosas a solucionar, antes. Me miró y se fue, como quien sabe que dio sentencia, con aire de superior. Yo miré el mar de gente desconocida y me mandé para la salida, o sea la entrada. Doblé las hojas en vez de en dos, en cuatro. Las puse en el bolsillo y seguí como hacía tres días atrás…pensando en Grillito.

Tuvo mucho de positivo ese paso en falso, esa ilusión que no fue. Porque volví a la Iglesia y a la vez, empecé a creer un poco más en mí. Ambas cosas no se enseñan, se hacen con ganas, nada menos. Reconozco cierta asignatura pendiente con el tema que resolveré de alguna forma, pero la manera ni yo la sé. Poder seguir un camino implica saber que un final está bueno, que es aquello que deseo, pero a la vez me aleja de lo que me da seguridad. Un lindo dilema que siento que se me dará ahora, o quizás nunca. Pero que anda dando vueltas en mí.

¿Cómo terminó la historia?. Y, al igual que las baratas comedias americanas, con el regreso del amor a la pareja. Grillito comenzó a hablarme y yo acepté ciertos cambios en las cosas que hacíamos, para que no sean reiterativas y algo más originales.
Aunque ser cura hubiera sido como solución, algo bien original. Sin dudas.





Acotación al margen: La tarea de hacer libre una elección, la que fuera, no implica dejar en libertad absoluta a la persona, sino ofrecerle opciones para que elija. Y entender que funcionamos mejor no por imitación, sino por convencimiento. Si estamos convencidos gozaremos el triunfo y las derrotas nos dolerán también, pero al menos son de quien está convencido de un camino.
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