.Bella.

1 comentarios viernes, 3 de febrero de 2012
Sos bella e inteligente. Das esperanzas con sólo una mirada y una inclinación de tus ojos. Lo hacés con maestría, me resigno a no ser nada frente a ese manejo digno de reloj suizo, perfecto y preciso. Adonde me duele y desespera la duda. La esperanza es siempre el motor, su término medio es la expectativa. Vos sos hermosamente yo, y me das mi aire de a poco. Manejás el amor con tu mejor ritmo. Sos el amor. Sos bella e inteligente.
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"El paso" -cuento corto-

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Andrea estaba a punto de cerrar trato. La casa le había gustado pero no se lo quiso decir ahí mismo al vendedor y esperó hasta el otro dia para comentárselo por teléfono. Por primera vez la mujer nacida y criada en departamento pasaba a tener su porción de terreno verde, suyo. Una especie de derecho que se daba para sí luego de tantos años. El boleto se firmaría el miércoles y pidió pasar por la casa el martes. Le dieron las llaves y entró para mirarla a solas. Salió luego al frente, tomó aire y el sol le pegaba en la cara, todo parecía una publicidad de crema para manos. Perfecto. Salió tras cruzar la reja y una vecina se acercó. “Me llamo Norma”. Qué tal, Norma. Soy Andrea y en la semana ya me empiezo a mudar, soy su nueva vecina. “Buena noticia, me ponía nerviosa que esta casa estuviera vacía, sobretodo por los ruidos a la noche”. ¿Qué ruidos?. Norma siguió sus reflexiones sin escucharla. “Este barrio es tranquilo, te va a gustar. No sé si tenés familia, acá son todos casados y con hijos grandes. La de enfrente se llama Margarita y tiene tres hijos de dos matrimonios distintos, ahora tiene un novio que la pasa a buscar en un auto impresionante. La de allá se llama Emilse. Una española jubilada, no se da con nadie y saca la basura rápido para no saludar, es desagradable. Del lado de la esquina está la casa de rejas marrones, es de Ramón. Separado, dos hijos grandes, uno vive con él. Anduvo sin trabajo muchos años, era empleado de ENTEL. Los hijos lo ayudaron y ahora rompe las cosas de la casa para luego arreglarlas, eso me lo contó la panadera. En esta mano del otro lado viven un matrimonio y un hermano de ella. Hacen fiestas bastante seguido, hasta de madrugada. Yo creo que juegan, juegan a las cartas. A veces vienen matrimonios con autos y se quedan horas, creo que juegan por dinero. La vecina de mi lado se llama Beatriz. Es mi amiga. La familia ni la viene a ver, no la llaman por teléfono, nada. Cuando se pone a llorar me llama y voy, está muy sola, quedó viuda de joven y nunca más tuvo pareja. Y yo…bueno yo soy soltera. Tengo tres perros y dos gatos, hacen un poco de ruido pero todos acá están acostumbrados. Le abro al jardinero, al que me trae la soda y al del almacén. A nadie más. ¡Por suerte te mudás a un barrio donde no pasa nada!”. Al otro día Andrea estaba mirando por la ventana que daba al pulmón de su departamento. Dudando. Mucho. En un departamento uno puede ser anónimo, en un barrio eso es más difícil. Llamó a la inmobiliaria, pidió tiempo. Volvió a ver la casa, habló con la vecina. Le preguntó qué eran los ruidos a la noche de los que le había hablado. “Nada, seguro que vos no creés en esas cosas, sos joven”. Esa tarde Andrea se quedó en su departamento tomando mate con sus propios fantasmas. Y por ahora, no se mudó.
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"Melodía" -cuento corto-

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¿Dónde había oído esa canción?. Daniel ya parecía un loco intentando recordar de dónde le surgió hacía tres noches tararear algo. Era una canción que oyó de pasada, quizás en la calle o de la radio en su casa. Vivir en Trenque Lauquen reduce la cantidad de lugares para ir a preguntar. Fue a la única disquería grande y le cantó la melodía al empleado, que lo miró con cara de susto y los ojos bien abiertos. No sabía tampoco si era en castellano o en inglés, recordaba sólo una parte en piano, le había gustado de verdad. Buscó por internet los nuevos temas en las radios pero descubrió que la música en la web es para quienes saben qué buscar y lo encuentran. Es imposible sin datos. La melodía en una persona se pega, no la deja y gana por cansancio. Daniel estaba cansado de que le guste y encima no sabía ni el nombre. A los diez días, en la sala de espera del dentista y detrás del ruido del torno, la música funcional le dio una mano. Y sonó clara la melodía. Se puso de pie con los brazos en alto y fue a la secretaria. Ella le dijo que la música la ponía el médico desde el consultorio. Cuando le tocó su turno Daniel le contó toda la historia. El hombre se rió, ambos rieron. Y le dijo que la música era de un compacto de su hermana que cantaba tangos. Algunas de las canciones las pasaron por la radio local y seguramente Daniel allí la oyó. Preguntó cómo se llamaba la canción: “Un rosal”. Consiguió el compacto y le pareció muy bueno. Al mes y medio ya la melodía le había cansado, pero no podía dejar de oírla. La letra decía “un rosal tiene dos caras, el destino acaricia y pincha, la noche en la sombra te confunde”. Daniel de Trenque Lauquen aun escucha esa canción. O la canción ya lo escucha a él, le ganó de cansancio. Y lo acaricia todas las noches hasta que se duerme.
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.Su ilusión.

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Dejó el caballo atado en el poste del semáforo. Caminó sin ubicar bien la dirección, preguntó y encontró la altura: 2325. Golpeó la puerta pero un hombre le dijo que eso era un edificio de departamentos, que había portero eléctrico. Buscó el 3B y tocó timbre. Esperó unos diez minutos, nadie respondía. La gente que pasaba se detenía a mirarlo, se sentía cada vez más incómodo. Otros cinco minutos y su paciencia terminó. Ya rumbo a la esquina se subió a su caballo y se fue. Marcela justo se estaba bañando y nunca oyó el timbre. El Príncipe azul de su vida, el que siempre esperó, ya cabalgaba por Reconquista hacia el bajo. Hay que estar atentos al timbre, amigos. Suena a veces (quizás una sola vez) y no lo escuchamos.
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.Lluvia.

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Cómo llueve!!. Me gusta caminar debajo de la lluvia, el lunes lo hice. Es hermoso sentir la lluvia que pegue en el cuerpo con más permiso que molestia, lentamente. Respirar. Caminaba por Suipacha y vi a una mujer muy linda llevando en una bandeja algo, tapado por una servilleta. Se apuraba poniendo los ojos chiquitos bajo la lluvia. Me puse a la par, quería saber adonde iba. Se metió en un edificio, dejó la bandeja a media altura y se acomodó el pelo. La miré, nadie más había bajo la lluvia caminando y me dijo “¡cómo llueve!”. Y yo, mojado, y sin mucha originalidad a cuestas, le dije “pagaste mi dia, no me importa”. Y seguí. Empapado pero algo más feliz. Luz bajo la lluvia.
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"Un ser práctico" -cuento corto-

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María José se había comprado unos aritos de color naranja y se los llevaba puestos. Tenían una terminación en metal que parecían darle más estilo, nivel. Pagó un número de tres cifras, eran caros de verdad, salió del local y siguió recorriendo la galería. Nadie la apuraba en vacaciones y la soledad de voces tiene su gusto. Quería a sus amigas pero ciertas veces no oírlas un ratito no le venía mal. Miró ropa que no compró, libros y compactos que no eran de su gusto pero con tiempo todas esas cosas son posibles. Salió de ahí, tomó un taxi en la esquina. Eran unas veinte cuadras y para ahorrarse decirle al chofer que no tenía cambio, cuando vio que en el reloj marcó 16 pesos, se bajó. Justo en la esquina de su casa. La calle empedrada conspira contra sus zapatos de taco y odiaba eso, lo único que odiaba del barrio. Sacó las llaves y se dio vuelta para ver si detrás no había nadie. En ese giro sintió que su aro derecho salió disparado, impulsado por vaya a saber qué desgraciada energía. Lo vio caer en la calle, pegado al cordón. Se agacha para levantarlo y unas luces la enceguecen: un auto estacionaba exactamente donde estaba el arito, es más: la rueda derecha del auto quedó arriba y María José rogaba estuviera entre dos piedras y no sobre alguna de ellas. Le gritó al hombre que se bajó sin entender mucho. Los dos empezaron a buscarlo. Se ofreció a mover el coche pero ella no quiso por miedo a terminar de romperlo, tanteaban con las dos manos sin mucha esperanza. El hombre se ofreció a pagarle el valor pero María José quería su arito. Cuando lo vio gritó de nuevo. Con dificultad lo fue sacando bajo la rueda y finalmente lo logró. Pero no tenía esa terminación en metal, se había roto aunque la piedra naranja y el resto del arito quedó en condiciones. Le agradeció de todas formas al hombre, que un poco culpable se sentía. Le preguntó si el arito estaba entero y ella le comentó que le faltaba una parte que lo hacía más fino. El hombre se rascó la cabeza y le dijo “¿y si prueba con sacarle al otro aro el metal de abajo?. Así quedarían parejos”. María José se terminó de indignar y entró a su casa. Los puso arriba de la mesa, los vio un rato largo. Y aceptó el consejo del hombre. Le sacó la parte de metal de abajo y ambos quedaron parejos. Al otro día los llevó a la oficina. Se sometió con temor a la opinión femenina ajena, la miraron y sentenciaron “¡qué lindos aros!. Una le dijo que en la galería había unos parecidos pero que esos eran originales. Desde ese día María José no rompe todo lo que compra, pero se volvió menos obsesiva. Espera por otro hombre con consejos prácticos, una capacidad que no tiene. Mientras, compra más aritos. Bueno, sigue siendo obsesiva.
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"Lo que fue y lo que es" -Cuento corto-

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“Estas son mis memorias, las que jamás serán leídas”, arrancaba el desordenado texto que Joaquín empezó hacía cuatro noches. Desempolvó la máquina de escribir y todas las noches se sentaba de cara a una pared de su habitación, con algo de reflejo de luz viniendo por la ventana. No seguía un orden sino lo primero que le venía a la mente. En esa primera noche recordó a Álvarez, un zapatero de barrio que atendía en su propia casa chorizo de Liniers. Joaquín con la mamá solían ir ahí y mientras ella elegía zapatos, él miraba todas esas puertas de habitaciones que daban al patio, y la enredadera en la pared del fondo. Recordaba el olor a cuero. Difícil explicar eso, contar un momento a partir de un aroma que impregna la memoria. Luego escribió sobre el ruso Lezevich. El ruso fue su primer amigo, un amigo de más edad que él pero que lo había adoptado en sus afectos. Sentía Joaquín que a su lado hacía cosas de grande y el ruso sentiría volver un poco a ser chico. La amistad se cortó cuando un pelotazo fue a dar a la base de hierro de una maceta, que se cayó y se hizo ruido y silencio en esa tarde. ¡Y pedacitos!. La madre se levantó de la siesta y lo echó al ruso de la casa. Se comenzaron a saludar de lejos y dejaron de frecuentarse. Al año los Lezevich se mudaron. Lo tercero que Joaquín había escrito era sobre Norita Antonino. Era la hermana de una amiga de la mamá de él. Cuando la vio por primera vez le pareció altanera, luego esa especie de odio que le generaba entendió que era algo más. Nunca lo saludaba, él debía buscarla para eso. La veía desde la ventana de su casa cómo caminaba por la calle, con un vestido de falda muy larga y el pelo atado con dos colitas. Ponía al caminar el cuello muy derecho y ese gesto le causaba gracia y ternura. Estaba descubriéndose en eso de mirar a una mujer que ni bajo tortura hubiera dicho que le gustaba. “Lo secreto del placer es, justamente, lo secreto”, escribió. No le faltaba razón. A la cuarta noche el intento por hacer sus propias memorias le dio lugar al sueño. Había escrito nueve hojas y avanzado solamente un año de su infancia. Sintió imposible poder contar tanto y se durmió sentado frente a la máquina. Norita Antonino, su esposa, lo despertó a la mañana siguiente con un beso en la boca. Le contó que ubicó a los nietos de Álvarez, también zapateros, y que encontró al hijo de Lezevich por Facebook. Joaquín, aun a medio despertar, sigue con sueño. La vida de él, en algún modo, sigue siendo aquel año de su infancia que lo marcó para no olvidarlo. Para su libro de memorias eso le basta.
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"La cuchara" -cuento corto-

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¿Hola?. Ah, Silvana ¿cómo andás?. Bien, si, yo ahí viste…lo que pasa es que todavía no me terminé de mudar. Estoy sentada en la silla nueva sin sacarle el celofán, mirando los canastos. No tengo ganas de desarmar nada, me siento linyera. Sí, sí, dejé mucha ropa en lo de mi hermana, sí. Pero uno guarda puras pavadas. Las cosas del colegio te juro las tiraría, porque ya no veo a nadie, y los que frecuento ya son gente grande, no la de los cuadernos. Ayer revisando la agenda me encontré el teléfono de Leti. ¿Estará aun por Devoto?. ¿Te acordás?. Sí, sí, ¡esa del pelo de alambre!. Uh, mi vieja me dijo que pusiera un ordenador de llaves. Me regaló uno que es un loro de madera que va al lado de la puerta, es horrible, ¡prefiero perder la llave antes de poner eso en la pared!. Ah, hoy conocí a la primera vecina. Le digo “Hola me llamo Renata, soy la nueva vecina del 5 C”…y la tipa me miró de arriba abajo y me dijo “Bueno gracias” y cerró la puerta del ascensor. ¡Arpía, la vieja!. Quiero dejarle mi teléfono a algún vecino y yo saberme un par, por las dudas, viste. Tengo un chino a la vuelta asi que eso me salva. Tintorería no vi, hay dos farmacias, un gimnasio recontra trucho y una verdulería con todos los cajones afuera y casi ninguno adentro. No te invito a casa porque todavía es un desastre. Ni sé dónde envolví las tazas de café, negra. Al final hablé todo yo, perdoname. Beso, chau. Chau. Renata manoteó el primer envoltorio de papel de diario y ahí estaban las tazas de café. No sin emoción fue a probar la cocina y puso la pava. Se hizo el primer café en su nueva casa. Se sentó a saborearlo. Miró los canastos, los bolsos, las paredes blancas. Se acordó que no tenía las cucharitas. Las buscó hasta que sacó una. Revolvió el café y oyó el golpe de la cuchara contra el pocillo. Hizo un gran ruido en la sala aun vacía. Miró a su alrededor. Sintió un escalofrío en el cuello y juntó los hombros, el miedo le daba frio. Y tenía frio y miedo. Las paredes rebotaron el ruido. Bienvenida Renata, a eso de vivir sola. Tranquila.
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La frase que surge...

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No sabré nunca si sos lo mejor que me pasó en mi vida o en realidad aquello que construí de vos para que yo crea eso. Es complicado verte sin que mis ojos intervengan en mejorarte, en desearte como sos. A veces creo que no estás en el presente sino en mis sueños. Viniste, y te hiciste presencia de lo que imagino es una mujer. Ahora tiemblo, soy hombre débil: es la parte en que ya no decido nada, como cuando me mirás y dejo que el tiempo sean sólo latidos. Los tuyos. Los que quisiera conmigo. Pusiste una vez tu mano en mi corazón, latimos a ritmos diferentes. Te reíste, me miraste fijo. Ambos corazones se dignaron latir en tu palma, felices. Ahí, desde donde hace días descansa el mio. Preso, muy preso, en tu mano abierta.
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