"Un ser práctico" -cuento corto-

María José se había comprado unos aritos de color naranja y se los llevaba puestos. Tenían una terminación en metal que parecían darle más estilo, nivel. Pagó un número de tres cifras, eran caros de verdad, salió del local y siguió recorriendo la galería. Nadie la apuraba en vacaciones y la soledad de voces tiene su gusto. Quería a sus amigas pero ciertas veces no oírlas un ratito no le venía mal. Miró ropa que no compró, libros y compactos que no eran de su gusto pero con tiempo todas esas cosas son posibles. Salió de ahí, tomó un taxi en la esquina. Eran unas veinte cuadras y para ahorrarse decirle al chofer que no tenía cambio, cuando vio que en el reloj marcó 16 pesos, se bajó. Justo en la esquina de su casa. La calle empedrada conspira contra sus zapatos de taco y odiaba eso, lo único que odiaba del barrio. Sacó las llaves y se dio vuelta para ver si detrás no había nadie. En ese giro sintió que su aro derecho salió disparado, impulsado por vaya a saber qué desgraciada energía. Lo vio caer en la calle, pegado al cordón. Se agacha para levantarlo y unas luces la enceguecen: un auto estacionaba exactamente donde estaba el arito, es más: la rueda derecha del auto quedó arriba y María José rogaba estuviera entre dos piedras y no sobre alguna de ellas. Le gritó al hombre que se bajó sin entender mucho. Los dos empezaron a buscarlo. Se ofreció a mover el coche pero ella no quiso por miedo a terminar de romperlo, tanteaban con las dos manos sin mucha esperanza. El hombre se ofreció a pagarle el valor pero María José quería su arito. Cuando lo vio gritó de nuevo. Con dificultad lo fue sacando bajo la rueda y finalmente lo logró. Pero no tenía esa terminación en metal, se había roto aunque la piedra naranja y el resto del arito quedó en condiciones. Le agradeció de todas formas al hombre, que un poco culpable se sentía. Le preguntó si el arito estaba entero y ella le comentó que le faltaba una parte que lo hacía más fino. El hombre se rascó la cabeza y le dijo “¿y si prueba con sacarle al otro aro el metal de abajo?. Así quedarían parejos”. María José se terminó de indignar y entró a su casa. Los puso arriba de la mesa, los vio un rato largo. Y aceptó el consejo del hombre. Le sacó la parte de metal de abajo y ambos quedaron parejos. Al otro día los llevó a la oficina. Se sometió con temor a la opinión femenina ajena, la miraron y sentenciaron “¡qué lindos aros!. Una le dijo que en la galería había unos parecidos pero que esos eran originales. Desde ese día María José no rompe todo lo que compra, pero se volvió menos obsesiva. Espera por otro hombre con consejos prácticos, una capacidad que no tiene. Mientras, compra más aritos. Bueno, sigue siendo obsesiva.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

“Un ser práctico”-Cuento corto. Un detallista a veces es un obsesivo por algo que no puede cambiar, porque no pasa por su decisión. Hasta que alguien quizás sin proponérselo deja instalada la duda. La que hace pensar qué tanta razón uno tiene. ¡Hasta que descubre que no la tiene!.