"Lo que fue y lo que es" -Cuento corto-

“Estas son mis memorias, las que jamás serán leídas”, arrancaba el desordenado texto que Joaquín empezó hacía cuatro noches. Desempolvó la máquina de escribir y todas las noches se sentaba de cara a una pared de su habitación, con algo de reflejo de luz viniendo por la ventana. No seguía un orden sino lo primero que le venía a la mente. En esa primera noche recordó a Álvarez, un zapatero de barrio que atendía en su propia casa chorizo de Liniers. Joaquín con la mamá solían ir ahí y mientras ella elegía zapatos, él miraba todas esas puertas de habitaciones que daban al patio, y la enredadera en la pared del fondo. Recordaba el olor a cuero. Difícil explicar eso, contar un momento a partir de un aroma que impregna la memoria. Luego escribió sobre el ruso Lezevich. El ruso fue su primer amigo, un amigo de más edad que él pero que lo había adoptado en sus afectos. Sentía Joaquín que a su lado hacía cosas de grande y el ruso sentiría volver un poco a ser chico. La amistad se cortó cuando un pelotazo fue a dar a la base de hierro de una maceta, que se cayó y se hizo ruido y silencio en esa tarde. ¡Y pedacitos!. La madre se levantó de la siesta y lo echó al ruso de la casa. Se comenzaron a saludar de lejos y dejaron de frecuentarse. Al año los Lezevich se mudaron. Lo tercero que Joaquín había escrito era sobre Norita Antonino. Era la hermana de una amiga de la mamá de él. Cuando la vio por primera vez le pareció altanera, luego esa especie de odio que le generaba entendió que era algo más. Nunca lo saludaba, él debía buscarla para eso. La veía desde la ventana de su casa cómo caminaba por la calle, con un vestido de falda muy larga y el pelo atado con dos colitas. Ponía al caminar el cuello muy derecho y ese gesto le causaba gracia y ternura. Estaba descubriéndose en eso de mirar a una mujer que ni bajo tortura hubiera dicho que le gustaba. “Lo secreto del placer es, justamente, lo secreto”, escribió. No le faltaba razón. A la cuarta noche el intento por hacer sus propias memorias le dio lugar al sueño. Había escrito nueve hojas y avanzado solamente un año de su infancia. Sintió imposible poder contar tanto y se durmió sentado frente a la máquina. Norita Antonino, su esposa, lo despertó a la mañana siguiente con un beso en la boca. Le contó que ubicó a los nietos de Álvarez, también zapateros, y que encontró al hijo de Lezevich por Facebook. Joaquín, aun a medio despertar, sigue con sueño. La vida de él, en algún modo, sigue siendo aquel año de su infancia que lo marcó para no olvidarlo. Para su libro de memorias eso le basta.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

“Lo que fue y lo que es”-Cuento corto. La intención de unir el pasado y el presente a través de un texto. El libro de memorias de cada uno de nosotros se reescribe, nos espera. Nada es porque sí. Somos, todos, el texto que aun no escribimos.