El último día de Ordoñez (parte cinco)

1 comentarios jueves, 23 de septiembre de 2010

Nada mejor que buen café a la mañana para Ordoñez. Elegía hacerlo él para no tomar el de la máquina, y se iba a un pequeño cuarto que tenía una hornalla en donde calentaba el agua. Todas las mañanas batía con la cucharita el café en polvo y ese ruido particular también le servía para despertarse del todo, aunque ya estuviera vestido y lejos de su cama. En tiempo de descuento por su jubilación a fin de año estaba dispuesto hasta de disfrutar tan mecánica acción diaria.


Era temprano y había quedado en reunirse con dos personas. Marcela, la chica que le había mandado el mail con los detalles de las acciones de Gutiérrez (las que todos sabían que estaban mal pero nadie hacía nada) y con Franco, el empleado nuevo de otro sector y que fue sin quererlo testigo de ciertas maniobras para cobrar trámites que no se deberían.


La oficina vacía a media hora del comienzo de la actividad era bastante deprimente. Sólo se oía el ruido de la cuchara revolviendo el café en la taza y en eso Marcela aparece y lo saluda. De nuevo Ordoñez siente que es con ese afecto propio del que lo hace con quien se va, que es tan incómodo como respetuoso a la vez. Se quedan ambos hablando de cosas de momento y la pava avisó que el agua estaba en punto así que entró al pequeño cuarto y terminó de armar su café. Llega Franco también y los tres están en ese lugar, aunque ellos dos viendo cómo termina la obra del café hecho líquido. Se sientan alrededor de una mesa de la oficina que es rectangular y color crema como casi todas y Ordoñez pone una hoja en blanco para apoyar el café. Les dice “hola de nuevo” y los tres sonríen sabiendo que algo a escondidas van a hacer y suena a maldad como cuando uno es chico y disfruta de algo planeado.


Franco es el menos enterado y en cinco minutos Marcela le cuenta el contenido del mail que le había escrito a Ordoñez y entonces todos quedan con la misma información. “Yo no puedo hacer nada solo, esto lo tienen que saber. Presentarme con una denuncia ante las autoridades implica que necesite testigos y pruebas, si no es posible que la ligue yo, y acá saben que eso es una mancha que no sale ¡y hay varios manchados ya!”, aclaró Ordoñez.


Se refería a quienes tuvieron también indignación en su momento ante los hechos que para todos eran claros, los cobros por trámites, pero al no ser probados la carga se invierte y pasan a ser señalados y hasta mal vistos. En un ámbito pequeño como una oficina, ser mal visto es poco menos que la muerte. Por eso Ordoñez realmente pedía la ayuda de ellos dos, para lo que había que ponerle el cuerpo a la situación, además de apoyar la sospecha. Los otros dos dijeron que sí y que no tuviera dudas de eso. Marcela por cansancio de tanto tiempo de injusticia vista sin poder reaccionar y hacer algo, y Franco porque ya estaba jugado: él había conocido a quien pagaba por un trámite como si fuera parte de la normalidad.


No había plan creado, faltaban pocos minutos para que el resto de la gente llegara y las palabras sobraban, así que la idea era actuar. Marcela tenía contacto con la encargada de hacer reunir a proveedores de la empresa, y con ese listado podría saber en los momentos que vendrían quienes eran parte de la maniobra ya habitual y quienes no. Las versiones hablaban claramente de una persona y a esa fue a donde se apuntó como para dejarlo al descubierto. Franco relató la sensación de miedo que genera tanto Gutiérrez como el proveedor y que acusarlos directamente implicaba que cuando supieran de donde venía la denuncia temiera represalias.


Se llegó a una conclusión: lo que se debía denunciar era además del nombre y apellido de los involucrados, la maniobra en sí. Con una sola prueba que generara sospechas, todas las anteriores serían revisadas. Pensarlo así era una apuesta pero Ordoñez no tenía más que tiempo de descuento en la oficina y encontró gente con ganas de ayudarlo, ellos perdían más que él si no salía bien.


Marcela pidió a su amiga el listado de proveedores. Encontró a quien era el más sospechado, aquel que franquito vio alguna vez, y esperó el día en que apareciera.


Se le había ocurrido algo que comentó luego por mail a sus dos “cómplices” en esto, y le dijeron que era una buena idea. Como le resultaría imposible estar presente en la reunión entre Gutiérrez y el proveedor y grabarlo sería peligroso, resolvió que podía ser ella misma una especie de anzuelo. La maniobra era sencilla: cuando el hombre estuviera relativamente cerca de la oficina ella lo “atajaría” para explicarle que Gutiérrez no lo podría atender, y que lo que debía dejarle a él se lo diera a ella, porque ya estaba “informada”.


Llegado el día Marcela estaba muy nerviosa porque ella sí tendría un grabador para que todo quedara registrado. Se le ocurrió que el del celular, que nunca usaba, podría ser porque llevándolo en la mano no generaría sospechas. La clave era hacerle decir sin que resultara forzado que el dinero entregado a ella era para Gutiérrez, y formaba parte de lo “mensual” que el hombre llevaba. Cuando apareció ya era mediodía, y Marcela tenía hambre y cierto miedo, las dos cosas juntas.


Lo vio acercarse a la puerta de la oficina y ella acomodó su pollera hacia abajo y se arregló el cuello de la camisa celeste. Respiró hondo, igual a cuando alguien se mete en una pileta de agua fría, evitando la sensación. Miró los pasos de él y esperó hasta un punto medio del pasillo, en donde salió a su encuentro. La grabadora ya estaba prendida y la luz del celular apagada para que no lo notara. Debía ser rápido y a la vez claro el diálogo, Gutiérrez mismo podía salir de la oficina y era el fin del plan.


Apenas la miró el hombre quiso seguir pero ella lo detuvo, gentil. “El señor Gutiérrez no puede ahora atenderlo…¿quiere dejarle algo dicho?”.

Miró Marcela hacia el maletín del hombre como invitándolo a dejar “eso” de siempre, pero ese gesto no sale en una grabación de audio, no alcanzaba. El hombre la miró a los ojos buscando reconocerla y Marcela tembló, creyó ser descubierta.


El hombre se disponía a hablar. ¡Ya sabremos de qué!.
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