"Mi recuerdo" -Cuento corto-

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Para cada persona nuestra mente guarda una imagen que es la primera que nos aparece cuando los recordamos. Cecilia recordaba a su padre cada vez que la tomaban de la mano. De chica, en un parque de diversiones, no quería subirse a esas insufribles tazas que uno debe sentarse y comienzan a girar bruscamente. Entonces se tapó la cara y el papá tomó una de sus manos y la acarició. Ella lo miró y vio desde abajo algo así como la representación de la seguridad. Confió y subió. Pasaron los años, como 30. Nunca le había contado a su papá esa imagen que le solía venir a la memoria, pero sí se lo contó a su novio actual. No resultó una solución: el muchacho jamás la volvió a tomar de la mano. Temor a las comparaciones y quizás a saber que de ese modo no pensaría sólo en él. “Los hombres son básicos”, pensó Cecilia. Quería cerrar una etapa y poder contarle al padre ese recuerdo. Un almuerzo familiar era una buena ocasión. Fue con su novio (”tan básico”) y esperó algún momento a solas. Lo vio llevar la ensalada a la cocina y ella agarró un vaso y fue tras él. Se rascó la cabeza y trató de ganarle a la timidez. “Papá, quería contarte algo”. Si. “Quería decirte que siempre me acuerdo de vos por algo, por un recuerdo”. Y sí, nos pasa a todos, yo también te recuerdo a vos por una cosa. “¿Sí?. ¿Qué?”. Ni te vas a acordar. Una vez tenías terror a subirte a un juego en el parque que estaba frente a la plaza, y te pusiste a llorar. Yo te agarré la mano y tu mirada con los ojos bien grandes no la olvido nunca”. Cecilia lo abrazó llorando y le dijo que no le contaría su recuerdo porque él ya lo había hecho. Y volvió a mirarlo con esos mismos ojos.
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"No me cambies" -Cuento corto-

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De pronto se volvió loca. Buscó desesperada que la volvieran a mirar, sentía que ya no estaba tan atractiva como antes. Que la iban a cambiar por otra como quien se saca de encima rápido el envoltorio de un alfajor porque es la parte que no nos interesa. Lo había empezado a notar hace unos tres meses. Todo estaba bien y de pronto dos noches seguidas no pasó nada. Se sobresaltó, pero luego hubo cierta normalidad, no total. Porque a las semanas iba viendo que él tenía menos atención hacia ella y dicen que lo peor que le pueden hacer a alguien es ignorarlo. Se sentía la última de las últimas. Lentamente. Ayer por la noche por ejemplo vio que en un momento él la miró con pena. Se detuvo y quedaron frente a frente. La esperanza es un motor que necesita de un motivo y ella quería que lo supiera, que no la dejara, que lo extrañaba de verdad y no como el resto de la gente. Ella era especial. Puso él los dos puños cerrados sobre la mesa y dijo “ay”. Cerró los ojos y miró hacia arriba, como un lamento. Ella se puso contenta y egoísta: algo había provocado en él. Con la luz de la habitación apagada se puso a pensar cómo volver a su camino y ser importante. Deliró con un futuro eterno, se dejó envolver en cierto sueño de revancha para no sentirse usada y descartable. En eso estaba cuando hoy por la mañana él se acercó. Ella pensó que la iba a acariciar, pero no. Le desconectó el cable de la fuente y ella quedó en un extremo del piso, en diagonal. Viendo a la otra. Y ahora, siendo otra.
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"Se deja ver" -Cuento corto-

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Raimundo Gisto. Cordobés. Buen contador de chistes, excelente cebador de mate. Casado, dos hijas y una cifra indeterminada de amigos. Elogiado asador y motivador permanente de momentos lindos. Desde hacía dos años en silencio soportaba algo. En realidad primero fue una compañía y luego una pesada carga. Todas las mañanas Raimundo salía rumbo a la agencia de motos de donde era socio. Paraba su auto en el semáforo y con los dedos seguía el ritmo de la música en el volante, lentamente. Y siempre le ocurría lo mismo: dejaba de ver la calle y pasaba a tener una imagen de un blanco muy luminoso. Distinguía en el fondo una figura. Era una mujer que al parecer miraba por una ventana. De pronto de ahí surgía un viento fuerte, y las cortinas se movían al mismo ritmo que los largos cabellos de esa mujer. La imagen se iba y volvía a la realidad de su auto y el semáforo. Asi fueron los dos últimos años de lunes a viernes, siempre en el mismo lugar. Se lo contó primero al Chino, su amigo de la infancia. El Chino lo miró y pensó que era una broma pero los ojos de Raimundo no decían eso. Le dijo que quizás era algo que vio en la televisión y le quedó en la cabeza. La Liebre, el segundo amigo en saberlo, fue un poco más preciso: “Deberías acercarte a la mujer en esa imagen, a ver quién es”. Raimundo tomó nota pero cuando ocurría parecía que la cosa era que él fuera espectador, y no podía salir de eso. Un día se lo contó a la esposa. La Gladis era imprevisible. Podía entenderlo o decirle de todo. Se sentaron y él le relató lo que veía. Ella le preguntó si la estaba engañando con alguien y él juró que no. “Bueno, yo no creo en los fantasmas, asi que te voy a acompañar en auto y listo”. Al otro dia Gladis y Raimundo estaban en el auto, se acercan al lugar y al semáforo. Raimundo le dice que es ahí. Ella mira a los costados y atrás. Lo mira a Raimundo que cierra los ojos, como en trance. Lo toca para despertarlo y el auto se acelera. Él vuelve en sí e intenta frenar pero atropella a una mujer en la vereda. Se baja a los gritos pero la mujer no tiene heridas y fue un accidente con suerte, la ayuda a levantarse, le da sus datos por las dudas. A los 15 dias le llega una citación de un Juez: la mujer le iniciaba juicio por “daño moral”. Sabía que sin gente en su favor iba a perder. Los abogados se juntaron y comenzaron a negociar el monto. Dos días después el abogado llama a Raimundo y le dice que se presentó una testigo, vecina de la cuadra, que hablaría a su favor. Raimundo entra a la oficina del estudio y ve a una mujer de espaldas mirando por la ventana. En eso el viento mueve su pelo largo, y las cortinas le siguen el ritmo. Qué extraño castigo celestial. Algunos ven a la suerte antes de necesitarla.
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"Vacaciones de nosotros" -Cuento corto-

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Beatriz no soportaba el viento fuerte de la playa y la sombrilla casi de costado le impedía tomar mate. Hizo un agujero en la arena y tiró la yerba ahí. Se levantó y se fue caminando no por el sendero marcado porque el sol hacía arder las maderitas blancas del camino. Fue por un costado. Llegó a la calle con todos los elementos de playa y vio venir el colectivo. En mitad de cuadra no era la parada pero ella igual levantó la mano. El chofer siguió de largo y Beatriz lo insultó bastante y en voz baja. Y luego alta. Cuando lo pudo tomar al colectivo, sacó boleto de 1,50. En realidad debería pagar dos pesos, pero el cambio de sección era una cuadra antes de bajarse y como nadie le decía nada, sacaba de menos valor. Llegó a su casa alquilada, dejó todo, se bañó y se fue a comer. Todos quieren comer mas o menos lo mismo y en los mismos lugares. Había una fila de por lo menos 20 personas esperando. Beatriz miró quién comía solo o sola y vio a una mujer sin compañía. Le dijo al de la entrada que era amiga de “aquella señora” y que la estaban esperando. La dejaron pasar. Cuando llegó a la mesa le explicó a la señora que comía sola que en la entrada le habían dicho que ella no tendría problemas en que compartieran un poco de la mesa y usar la silla que estaba libre. La mujer la miró desconfiada pero al final se sentó Beatriz a comer. Pidió pastas. Que con astucia estaban acomodadas de manera tal que pareciera abundante. Mientras comía veía detrás del vidrio a la gente en la calle haciendo aun la fila y mirándola con odio. En la mesa casi no quedaba comida a la media hora, la otra mujer comía rápido. Beatriz la miró sin disimulo. Tenía el pelo muy arreglado, con un batido como los de antes. Manos con las venas muy marcadas, pintura en la cara quizás en exceso. Dedujo que sería de ahí y no turista. Ambas tenían sus carteras entre las piernas, a falta de lugar para apoyarlas. La mujer levanta su cartera y busca la billetera. Por primera vez en la noche la mira a los ojos a Beatriz. “Déjeme que pague la cena”. Beatriz le agradeció pero le dijo que no, que no hacía falta. Pero la mujer insistió y Beatriz aceptó. Llaman al mozo y la señora le paga con dos billetes de 100 pesos. Le dice a Beatriz que va al baño y que ya vuelve, que le cuide la cartera. Diez minutos, quince. La mujer no vuelve y el mozo con el vuelto tampoco. Beatriz lo ve hablando allá en el fondo y mirando para donde ella estaba. Se acerca el mozo y le dice que esos billetes eran falsos. Beatriz se da vuelta y mira para el baño, le dice al hombre que la señora pagó con esos billetes. Abre la cartera de la mujer y está vacia. El mozo le dice que ambas cenas suman 243 pesos. Beatriz se toma la cabeza y mira al cielo. Al techo del local en realidad. Y dice: “en este país nadie hace las cosas bien. No hay más honestos”. Tiene razón Beatriz. Al menos en esa mesa de dos. Esa noche.
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"Lo que quiere JM" -Cuento corto-

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Juan Manuel a los cuatro años nunca quiso participar en aquel acto del jardín, pero sus padres sí. A él sin embargo le parecía muy tonto dar vueltas en círculos por el patio. Pero lo hizo y todos lo felicitaron. En sexto grado no quería participar del coro porque le parecía aburrido. Pero lo hizo para asegurarse el 10 del profesor de música durante el tiempo en que Juan Manuel cantara allí. En la secundaria no quería hacer grupo con su compañero Gómez. Pero Gómez era amigo del preceptor y era una manera de entrar tarde o faltar, asi que fue su amigo nomás y durante cinco años de colegio no tuvo ningún problema. Con 18 años nunca quiso trabajar con el tio porque le parecía de consentido y todos hablarían mal. Pero se metió en la empresa de exportación de cartón corrugado del tío y ganaba un buen sueldo. Nunca quiso el Fiat Palio que tiene. Pero el papá de su novia es socio de una agencia de autos Fiat y era un desperdicio no aceptarlo tan barato como se lo ofrecieron. Juan Manuel no quería convivir con una mujer tan rápido. Pero si la chica tiene un departamento que le pueden prestar y es amplio, era imposible que se negara. La novia llamada Julieta tenía un gato y él era alérgico, no quería gatos en el departamento. Pero como ella le prometió limpiar siempre las alfombras del suelo para que no hubiera problemas, él aceptó. Vivía estornudando. Juan Manuel tiene ahora 39 años. Excelentes notas en el primario, ni una sola falta en el secundario, amigos, vive bien, tiene un auto, tiene un buen trabajo, una novia que lo quiere y un gato. Así que esa mañana de martes despertó y se quedó sentado en la cama. Tomó coraje y se miró al espejo del placard. Sin hacer ruido armó un bolso y se fue. Nunca es tarde para empezar de una buena vez a hacer lo que uno quiere. Aun a los 39.
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"Reflejos" -Cuento corto-

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Miguel pensó lo imposible: intentar esconder dentro del papel para regalos una bicicleta. Intentó pero no pudo, le puso igual un moño y la dejó cerca del portón de entrada, asi su hijo Gastón la vería cuando llegara de la escuela. Por alguna causa extraña él estaba con tanta o más expectativa que el hijo, quería verle la cara de alegría cuando llegara. El chico bajó del micro escolar y tocó timbre. La mamá le abrió, entró y se fue rumbo a la puerta. Nunca vio a su derecha donde estaba la bicicleta. La madre lo llama y lo hace salir. Gastón se da cuenta y abre los ojos. Ahora sí, Miguel iba a disfrutar de verlo feliz. Pero el hijo se acercó y la miró estudiándola, la tocó como para sentirla real y cercana. Se subió y se sentó pero como quien se ubica en la silla del dentista: con pocas ganas. Entró a la casa después de saludar al papá y un “gracias” con gusto a poco para Miguel. El hijo se puso a jugar con la computadora. Madre y padre tomaban mate en la cocina. La mujer parada, apoyada contra la mesada le servía el mate a Miguel, que tenía una desilusión tremenda. Ella lo intentaba consolar diciéndole que ahora los chicos son asi con los regalos, que lo iba a valorar con el tiempo. Miguel recordó su primera bicicleta, el honor de ser el segundo en la cuadra en tener una; en cómo sus amigos hacían fila para subirse. En la adrenalina de acelerar para que el dínamo de la lamparita de adelante encendiera aun más. En lo libre y alto que ahí arriba se sentía, del viento en la cara que le gustaba oír, de la independencia que sentía subido a los pedales. Pasaron dos días. Gastón no registró la bicicleta, que los padres entraron a la casa y la pusieron detrás del sofá. En el fin de semana el papá estaba leyendo en el patio y se acerca el hijo. Le pregunta si podía enseñarle a andar en la bicicleta. Miguel se agarró la cabeza. Nunca le había enseñado con casi ocho años. Sintiéndose culpable lo llevó a la plaza. Miguel recordó que a él le enseñó un vecino, poniéndole el brazo estirado al lado de él para hacer equilibrio, y eso hizo ahora. Gastón tiene el pelo más corto que cuando Miguel tenía su edad pero como siempre, se vio en él cuando de a poquito se fue alejando solo y sin ayuda con la bicicleta. Años después el círculo de algún modo se completaba. “Dejame”, dijo el hijo, y su padre lo soltó para que andara. Así, Miguel dejó de verse en Gastón todo el tiempo. Para dejarlo de una vez por todas, ser.
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"Su razón" -Cuento corto-

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Situación uno: Ramiro escribía para alguien que no conocía. Todos los días desde hacía cuatro años. Cientos de renglones, de teclado y tinta porque cuando le surgía la inspiración se dejaba llevar también en los viejos cuadernos de apuntes. Lo único que lo detenía era una palpitación. Su corazón todos los días a las nueve de la noche se agitaba hasta asustarlo. Fue a médicos y no tenía nada, estaba normal. De a poco se fue preocupando y por temor a sentir algo malo cada vez escribía menos cerca de esa hora. Le dijeron que podía ser una señal de ella. La que no tiene nombre, porque los escritos arrancan dia a dia con un “para ella”. El homenaje desconocido. Encerrado en su dilema, a la noche Ramiro prefería salir a tomar aire. En taxi hasta costanera y ponerse a mirar un poco el rio. Hoy juntó sus escritos en una mochila con ganas de tirarlos al agua. Situación dos: es imposible que Cinthia se quede quieta. En su casa las sillas no se usan, vive de acá para allá todo el tiempo moviéndose. Está de novia hace cuatro años, las amigas le dicen que debería ir apurando el trámite. Y esa noche lo hará con el viejo truco de la cena y al final la pregunta. Que hará esta vez ella. La pasa su novio a buscar por el trabajo y van al restaurante. De camino se prende el celular de él, que estaba al lado de la radio. Ella le gana y lo toma primero. Atiende y el “¿mi amor?” le hizo pegar un grito. Tiró el teléfono contra el piso. Él le dijo que en la cena iba a explicarle. Que ya no tenía sentido seguir pero que era un cobarde. “En eso estamos de acuerdo” dijo Cinthia, que le pidió que la dejara ahí. Se quería bajar. No había espacio en ese auto para ambos. Situación tres: son las nueve de la noche. Ramiro siente la palpitación, puntual, y se asusta. Decide tirar las cartas al rio dentro de la mochila. Se la saca y la va a revolear. Una mujer lo ve, cree que se va a suicidar y le grita “¡no lo hagas!”. Ramiro espera que ella se acerque, le explica que son cartas para nadie. Vio a la mujer elegante pero triste. Cinthia le dijo que ella también tiraría cuatro años al rio. Cuatro años esperándose. Ramiro la miró y aprendió a dejar palpitar su corazón todos los días por alguien. Y ella, ahora, se volvió su mejor lectora diaria. Su razón. La que tras cuatro años, se reflejó en los renglones de él.
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"Lucía Cáceres" -Cuento corto-

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Maldita máquina abrochadora: siempre que la necesito urgente nunca tiene los ganchitos dentro. ¿Alguien tiene ganchitos para la máquina por favor?. Tengo que decir “por favor” porque sino se enojan y dicen que no los respeto. Gente que hay que atarlos para que te digan “buenos días”. Mejor voy a buscar yo al cuartito. Esto está lleno de cajas que no tienen lo que dice afuera escrito asi que tengo que buscar donde no dice, es sencillo. Dos cajitas completas, qué poco aire en esta salita. Nadie quiere ponerle los ganchitos a la máquina, es difícil con este resorte que hace que…bueno, salten como ahora por los aires. Ahí está, maquinita funcionando de nuevo. ¿Gustavo me había dicho que vendría a buscar esta resolución, o yo debía llevársela a su oficina?. No me acuerdo. O quizás nunca me lo dijo, asi que la dejo acá en el costadito, si pasa la ve. Sello y firma, sello y firma. No encuentro el sello, me parece que estaba en el cajón. Uy, unas galletitas Manón. Deben ser de la segunda guerra, mas o menos. Acá está el sello. Listo. ¡Firpo!. ¡Firpo!. Vení. Haceme un favor, llevale a Gustavo esto y decile que ya está hecho y que falta su firma. Sí, estos papeles, dale. Este Firpo es de terror. 43 años. Debe ser el cadete más viejo del mundo, pobre tipo. A veces me siento la novicia rebelde, acá. Y todos los demás gente más joven que no tienen educación. Educación para el trabajo, hay que enseñarles los tiempos de un lugar y que lo respeten. A mi no daban una chance cuando metía la pata dos veces en un papel sin firmar: te manchaban el legajo con llamados de atención. Ahora todo es más relajado. Casi un relajo. Tengo la mesa ordenada. ¿Me verá alguien si estiro un poco la espalda apoyándome?. Mi cuello no da más, extraño al quiropráctico que me recomendaron pero jamás fui. “Lucía…Lucía”. Ay, qué querés, me estaba acomodando justo la espalda…no, esto lleváselo a Jorge, no es de mi área. Siempre quise trabajar sola y con una ventana que no dé al pulmón del edificio. Que no sea todo gris antes de subir la persiana y también cuando ya la subí, algo que tenga un fondo, más color. Acá no tengo tiempo y afuera me sobra. Nunca al revés. A veces no hago cosas, sino que lleno espacios. Y lo peor es que me doy cuenta. Menos cinco, ya todos guardan todo. No tengo aire, en mi y dentro de este ascensor. ¡Calle, dame aire!. Colectivo y mi casa. A descansar de lo que no me gusta para que mañana me guste de nuevo. Quiero que me dejes de mirar sentada ahí, te debés reír como loca de mi. La soledad tiene ojos y todas las noches me miran. Yo cierro por hoy los mios. Para no verla.
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"Busco donde no estés" -Cuento corto-

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Salió corriendo. Cruzó la calle mal y por la mitad. Empujó a una señora y sin parar se dio vuelta a ver si había caído: no. Casi. El mismo rumbo dos cuadras derecho, se apuró aun más para ganarle al semáforo de peatones y pudo cruzar la calle. Notaba que la gente lo miraba, razonaba eso mientras seguía corriendo. Incluso pensaba en que no hacía falta correr pero algo lo impulsaba que no podía manejarlo. Cruzó la avenida, en la esquina una playa de estacionamiento, creyó que ahí era. Se puso a buscar detrás de los cuatro autos que estaban pero no resultó ser el lugar. Agitado retomó la corrida, tres cuadras más del mismo lado impar, esquivando mujeres mayores con sus carritos, chicos y mesas en las veredas. Ya sentía que las cosas no tenían sentido. Fue bajando la velocidad, su corazón dejaba de tener razones para correr y eso (que no sabía qué era) ya no lo impulsaba. Se quedó con los brazos en jarra, cerca de una esquina. Tomaba aire. Se miró y se vio espantoso con unos pantalones cortos que fue lo primero que encontró para ponerse. Miró para ambos costados. Vio a la gente, escuchó el ruido de la calle, prestó atención, quizás estaba mirándolo. Se tocó su cabello transpirado y se quedó con las manos en la cabeza unos instantes, cerró los ojos. Se creyó un loco. Sintió pena por él. Juró no contarle a nadie esto porque lo haría ver ridículo. Emprendió el regreso, caminando lento. Contó las cuadras y había hecho 36. Volvió a su casa y fue directo a bañarse. Intentaba razonar mientras miraba el agua caer. No entendía el juego, si es que era un juego. Su vida era muy ocupada para esto que todos los días lo atormentaba, salir sin saber por qué ni para qué. Castigo: hasta que aprenda, todos los días su inocencia perdida lo citará en lugares adonde nunca lo esperará.
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"La fiesta de los 100 pesos" -Cuento corto-

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El método era lamentable pero rendidor. Cada vez que la mamá salía para darle de comer al perro, Marisa iba hasta la ensaladera de vidrio, la levantaba para sacar la billetera escondida de la familia, y se hacía de algunos pesos. No muchos, siempre para el recreo porque la madre le prohibía comer las cosas del kiosco del colegio. Ya en la secundaria no lo hizo más. Pedía, directamente. Ahora, cerca de los 15 años lo que realmente le molestaba a Marisa era no tener control sobre su propia fiesta. Sentía que era más una alegría para los otros, que para ella. Se lo dijo al hermano mayor, mate de por medio una tarde de abril. Y el hermano le dijo que en las fiestas siempre pasaban esas cosas, porque los 15 de una chica son especiales para todas las familias, y esa cosa de “ahora el mundo es tuyo” en realidad es luego de la fiesta y no durante. Ambos se rieron. Marisa entendió lo que le dijo su hermano y un poco se calmó. Pero se acercaba el dia y los padres decidían todo. El colmo fue el vestido, que no le gustaba y en cuanto más lo decía, resultaba que más convencía a la mamá de lo contrario. Hasta que el jueves anterior a la fiesta se cansó. Vio a la madre salir al patio para darle de comer al perro y fue hasta la ensaladera de vidrio. Sacó dinero mientras todo el tiempo se daba vuelta para ver si la mamá volvía, fueron 100 pesos. Los guardó en el jean y puso la mejor cara de disimulo que tenía. A la media hora le dice a la mamá que se iba a lo de una amiga. En realidad había visto ropa sobre Avenida Cabildo y se fue para ahí. Estuvo toda la tarde mirando y pensando en que no le iba a alcanzar. En eso ve un negocio de ropa y dos remeras en maniquíes bastante feos, como siempre. Una remera-polera, con un hombro descubierto y estampada la frase “Happy Day”. Entró, preguntó el precio y le dijeron 65 pesos. Le quedaba bien. Cuando salía del probador vio a la madre apoyando una mano en el mostrador, con gesto de enojo. Sonó. Le preguntó cómo la había encontrado y la respuesta fue muy del siglo 21: “te olvidaste apagar el gps del celular”. Y sí. Marisa le dijo que quería ponerse esa remera y no el horrible vestido. Llegaron a un acuerdo secreto: el vestido se lo iban a regalar a una amiga de Marisa, total nunca sabría lo feo que le resultaba a ella. Bajando la escalera el sábado, sonaba de fondo la canción de “Ghost”. Marisa, feliz. Con su remera puesta y una cadenita de plata con un colgante que decía ”Sé tu siempre”. Ambas, madre e hija, por 35 pesos la habían elegido. Gastaron los 100. Resultó barata la fiesta. Ahora sí el mundo era suyo, como le dijo el hermano.
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"No sé quién es" -Cuento corto-

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Juan se lo preguntó por primera vez a su mamá cuando tenía 10 años: “¿Por qué nos acordamos de los sueños apenas nos levantamos y después nos olvidamos?”. La madre lo miró y le acarició la cara, señal de que no tenía ni idea. Se fue en silencio y dejó al chico con sus dudas intactas. Una mañana notó que ese sueño que acababa de tener ya lo había soñado. Fue hasta el mueble y sacó lápiz y papel. Dibujó rápido por miedo a olvidarse, arriba de la cama con la hoja puesta de costado. Hizo una línea en la parte superior, como un horizonte. Luego árboles altos y bajos que él veía moverse y oía también. Un cielo con algunas nubes, pero había sol. Finalmente quería recordar dónde estaba él en el sueño, desde donde miraba todo. Pero se olvidó y se quedó sentado en la cama con su dibujo hecho a las apuradas y desilusionado. La madre interpretó que quizás a Juan le interesaría aprender a dibujar. Lo anotó en una escuela para niños. Aprendió técnicas, mejoró los trazos a las ideas que le surgían, empezó a querer dibujar todas las mañanas algo. Juntó unos 20 dibujos y se los llevó al docente. Mientras esperaba a que terminara de mirarlos, se puso a observar el trabajo de otros chicos ese dia. Hasta que se quedó fijo frente a un caballete. Lo que veía era tal cual su dibujo. Cielo, sol, árboles, mar. Exactamente reproducido. Y un perfil en un costado observando todo. El cuadro era de una chica llamada Micaela. Le preguntó cuándo se le ocurrió y le dijo que era algo que siempre soñaba, pero que en realidad ella quería hacer otro cuadro. Juan le acercó el último que había hecho hacía dos días. Micaela se quedó asombrada: era la figura del hombre con un sombrero y un paraguas, mirando una calle, tal como lo había soñado. Quedaron ambos en un imposible: soñar los dos esa noche lo mismo. Se fueron a dormir temprano. Se llamaron por teléfono antes, se desearon buenas noches, se durmieron contentos. Lo creyeron posible. Al siguiente miércoles cada uno llevó su dibujo: eran dos mitades exactas de un mismo corazón.
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"Descreer" -Cuento corto-

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Cantar el himno en voz alta paradójicamente hace que nuestra voz suene más baja. A muchos les ocurre y a Silvina también. Siente que la están mirando y se pone colorada. ¿Cuándo va a terminar esta ceremonia?. Es jueves. Su hermana Victoria se recibe de abogada y al nombrarla Silvina se pone de pie y comienza la ametralladora de fotos. Ve por la pantalla de la cámara el gesto del Decano, la mano extendida de Victoria y el título enrollado en la cinta celeste y blanca. Emocionadas ambas hermanas se abrazan. El papá desde algún lado seguro las estaría viendo. Caminan delante de todos los demás familiares, Victoria la mira sin decirle una palabra pero diciendo todo con los ojos. Silvina le dice que no. Que no irá ahí, que le siguió la locura toda la carrera y cada vez que se lo pidió, pero que ya estaba. “Tenés que acompañarme, es un minuto. Vamos y volvemos”. Dejan a los familiares en un bar y con una excusa se van. Victoria cree y Silvina descree, siempre fue así en casi todos los temas desde que nacieron. El 132 las deja cerca de la estación Pueyrredón, línea B de subtes. Compran el boleto y bajan la empinada escalera mecánica. Calor desde los ventiladores y en el ambiente. Ven el asiento de metal pintado de rojo en el extremo de la estación y hacia ahí van. Victoria todos los jueves se sentaba en ese lugar a esperar el subte y repasar sus apuntes. Dice que cuando se hace un silencio en el andén escucha de algún lado, todos los jueves, la voz de su papá. Silvina la quiere mucho pero no le cree. Le dice que quizás ella quiera escuchar la voz, pero que no ocurre. La acompañó varias veces y con ella ahí no se escuchó nada. Pasan dos formaciones de subtes, siguen sentadas las dos. Victoria comienza a llorar, a pensar que estaba loca, su hermana la abraza. Se levantan y buscan la salida. Victoria sube por las escaleras primero y a su hermana se le desprende el cinto de la cartera. Se cae al piso justo a punto de subir. Silvina la levanta del suelo, no había nadie. “Prometeme: ¿la vas a cuidar?” se escucha en medio del silencio, sólo interrumpido por el metal de la escalera en movimiento. Se incorpora y entra de nuevo a la estación. Ve el asiento, cree que hay alguien. Por primera vez ella también siente más de lo que ve. Mira hacia arriba y dice “sí”. La escalera mecánica sube. Con Silvina, que ahora cree. Y con su promesa.
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"Mortales" -Cuento corto-

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Dos hadas en el cielo se divertían mirando mortales para salvarlos. Desde arriba los veían caminar y elegían, pero no al azar. “El destino no es para cualquiera, es para quien está dispuesto a asumirlo”, decía siempre una de ellas. La otra en silencio estaba concentrada en elegir a alguien. Ve a un hombre caminando por Florida con cara de preocupado. El traje le pesa y cuelga en estos días de verano, parece apurado pero no muy feliz de ir adonde va. Las hadas debaten si puede ser un candidato. Estudian sus pensamientos, sus deseos, los sueños. Pueden saber qué miedo lo aflige con sólo verlo caminar. En voz alta opinan las dos y en silencio lo siguen con la mirada un par de cuadras. Se ponen de acuerdo en que ya tienen al hombre. Las hadas buscan ahora una mujer siempre parecida a ellas, pero no las encuentran, no las hay. Cruzando Viamonte ven a alguien casi corriendo. El pelo atado y una camisa blanca, deducen que puede ser una oficinista llegando tarde. Miran su alma, algo asi como el curriculum vitae tallado en uno. Y creen que tiene las condiciones también, que busca aquello que no ha conseguido por mala suerte, que desea en silencio algo de alguien. Las hadas ya decidieron por ella. Ahora hay que unirlos de algún modo, la parte más difícil. Una excusa, una razón, una situación que los junte. Un hada propone que sea en una plaza o en un bar. La otra piensa en la entrada de algún museo o en la fila del colectivo. Mientras hablan, el hombre está llegando a su destino. Entra a la oficina y se sienta a esperar su turno, justo en punto. Una sola empleada está atendiendo al público. En eso entra corriendo una mujer, de pelo atado y camisa blanca. Se sienta y llama al 33. El hombre va con su número y la mira. Le dice que siente conocerla de algún lado, ella no lo recuerda, pero también siente lo mismo aunque no se lo diga. Que se buscaron sin conocerse. Por alguna razón se rieron y ambos escucharon, desde algún lado, otras dos risas.
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"Paredes" -Cuento corto-

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Los Richmond se van de vacaciones y le aviso a mi esposa para que venga a ver por la ventana cómo parten nuestros vecinos. El auto está cargado de cosas y hasta el perro asoma por la ventanilla. Es una familia rara, los Richmond. No saludan, no se los suele ver, hace cinco años son algo así como invitados de un barrio tranquilo. Al otro día, llegan a las siete de la mañana obreros enfrente y comienzan a limpiar el terreno. Sobre el mediodía llegaron los materiales, el asunto ya me parecía extraño. Mis vacaciones del trabajo parece que serán sólo mirar la casa del vecino. A los tres días veo que hacen la base de cemento de una pared. Pero una pared bien grande, que abarca el ancho del terreno y es mezcla de ladrillos a la vista y un cemento con algún garabato. A los veinte días la casa no se veía más, superada en alto por la pared. Quedó prolijo pero horrible desde lo estético. Los obreros se van y la casa que ya es directamente una pared, tiene ahora dos faroles que decoran la flamante construcción. Exactamente al mes los Richmond regresan. Entran por el portón nuevo y estrecho, pareciera que el auto pide permiso. Mi esposa me dice que ella averiguará de algún modo por qué han hecho esa pared. Un día veo que entran el auto y espero a que cierren el portón. Me cruzo y me agacho un poco para ver desde la cerradura hacia el interior. En eso alguien abre desde adentro y me ve espiando. Yo me pongo derecho y tan colorado como el mejor de los tomates. El señor Richmond se empezó a reir y yo no sabía qué hacer. Le pedí disculpas pero le pregunté con todo respeto qué razón tenía hacer esa pared. “¿Yo le puedo hacer una pregunta a usted?”. Sí. “¿Y qué razón tiene usted para mirar mi casa?”. Me quedé en silencio y él aprovechó y me extendió la mano, que también le di. Desde ese día pasaron dos meses. Mi esposa ya no espía más a los vecinos. Los Richmond ya no me importan. Y a la nueva pared de mi casa, el color verde le hace juego con el pasto. Un consuelo, saber que ahora nadie me ve. Ni veo.
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"Mitad y mitad" -Cuento corto-

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Los dos hombres apuraban el paso. Se habían encontrado en la esquina y como si se conocieran de toda la vida se saludaron. A mitad de cuadra entraron al Banco. Es de los lugares que invita a quedarse con el aire acondicionado prendido, respiraron aliviados. Parecía hermanos, los dos de traje gris. Sacaron número y se sentaron en las últimas filas. Uno rompió el hielo. “Me llamo Quique. ¿Vos?”. Yo Julio, encantado. Y Julio siguió hablando porque Quique no hablaba. Le dijo que tenía 43 años, que se había separado hace poco y que su hija de 7 años aun intenta pegarle cuando lo ve. Que lo culpa de la separación porque esa idea le metió la madre. Que él no haría algo para dañar a la nena. “¿Cómo se llama la nena?”. Lucía. Le dice a Quique que es hermosa, que ella se rie y él no piensa más en nada, pero que cada vez que va, la nena está nerviosa, se siente mal de verlos asi. “¿Así cómo?”. Separados, le dice Julio. Le confiesa que está triste todo el tiempo, que ya no trabaja con las mismas ganas de antes, que los demás le dicen que debe ir a un psicólogo. Quique escuchó la catarata de información de alguien a quien conoció en la esquina y en 10 minutos le había contado sus pesares. Le preocupaba que no le tocaba nunca el número y a la vez tener que escucharlo a Julio. Por 15 minutos lo veía mover los labios pero dejó de prestarle atención, estaba pendiente de la numeración. “Nos está por tocar el número”, le dice a Julio, interrumpiéndole el monólogo. Ambos se paran y cuando llaman al 59 van a la caja. Uno hace la operación y el otro tapa un poco la visual para que los que están sentados no vean. Con la mampara se ve igual la acción, es la teoría de Julio. Cuando Quique termina con la operación ambos salen casi a la par. Saludan al de seguridad, que les abre la puerta. Apenas salen cada uno se va para distintas esquinas con el dinero repartido en una sola maniobra y casi en mitades iguales. “¿Cómo era tu nombre?”. Julio. “Chau”. Y se va Quique pensando en que Julio es un buen ladrón, pero habla hasta por los codos. Mañana se juntarán en otra esquina. Por las dudas recomiendo sacar número antes que ellos.
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"Ella" -Cuento corto-

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Me desperté cuando la claridad molestaba mis ojos, esa claridad de persiana mal cerrada. Sentado en la cama la miré a ella. Aun dormía y estaba tapada, de costado. Intentaba fijar la vista en su respiración. Se notaba por sobre la sábana, inspiraba muchísimo más aire que yo. Me pareció hermosa haciendo eso y acerqué la mano a su hombro. Se lo acaricié y me puse en contacto con ese ritmo de respiración, transmitía tranquilidad. Pasé las yemas de los dedos como quien consuela, pero era un gesto de cariño. Me levanté, preparé el desayuno. Nunca encuentro lo que todos los días uso, es increíble. Las tostadas tardan y me apoyo con la espalda contra la mesada, miro la cocina. Tan llena de cosas, todas en perfecto desorden arriba de la heladera. ¿Le llevo las tostadas a la cama?. Y sí, tanto esperé frente a la tostadora que hace falta que las vea enseguida. Encuentro las flores que me regaló de apoya vasos, de paso quedo bien. La bandeja está algo rajada, el trámite es con cuidado. Sin mirar otra cosa que la bandeja empecé a caminar rumbo a la cama. Llegué y no había nadie. Digo “¡Ey!” y apoyo la bandeja rota en el colchón. Miro a la puerta del baño y no estaba. Voy al pasillo, el comedor. Nada. Miro la ventana, entreabierta y con la cortina moviéndose. Me acerco, el sol terminó de despertarme y entonces bajo la vista. En la cama el desayuno para ella y las flores de apoya vasos. Otra vez el ángel se fue por la mañana en cuanto se despertó. Otra vez no quiso dejar de ser ella y acompañarme a ser humano. Como cuando respira todos los dias. Y me inspira.
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"Pablo y las luces" -Cuento corto-

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No había manera. Pablo no se podía dormir. Cuando no se tiene el sueño fácil hasta la luz de un fósforo se siente como el sol mismo, y molesta. Pablo siempre duerme del lado derecho, cree que el corazón así descansa mejor. Pero esta vez abría los ojos en la oscuridad y algo veía. Se levantó y fue hacia eso. Era la pequeña luz roja del televisor, señal de que estaba apagado. La tapó y volvió a la cama. Dio vueltas y desacomodó la sábana. Se volvió a levantar. Fue al comedor. Pablo vio que la radio también tenía esa luz roja encendida. Y el teléfono inalámbrico. Y las llaves de luz. Y el cargador del celular. Y la base de la cafetera. Y el mouse óptico de su notebook que no desenchufó. El cargador de pilas desentonaba con el resto: su luz era de color verde. Debajo de la puerta se veía la luz prendida del pasillo de su edificio. Se acercó sin encender nada y se golpeó el dedo chiquito del pie contra el mueble. Pablo se sentía un paranoico en su propia casa pero no se lo iba a decir a nadie. Por la mirilla todo se ve en redondo y nunca hacia los costados. Al que se le ocurrió inventarla jamás vio su producto terminado. Apoya Pablo sus dos manos contra la puerta pero no ve gente. Entonces desenchufa el televisor, la radio, el teléfono inalámbrico, el cargador del celular, la base de la cafetera, la notebook y el cargador de pilas. Ahora sí, Pablo podrá dormir. Prende la luz para ver qué hora es. Siente que no hará a tiempo, adelanta la alarma una hora, se acuesta. Se queda pensando en que la alarma puede no sonar si se corta la luz, busca un reloj a pilas. Ahora sí. A dormir. No. Ya amanece. Mejor se queda despierto. Mañana seguro Pablo dormirá mejor.
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"Pesada culpa" -Cuento corto-

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San Juan y Defensa. Donde San Telmo es de asfalto y también empedrado mezclado. Tobías hace equilibrio en la calle angosta con el viejo bolso en la mano mientras los autos como espiándolo, le pasan cerca pero lento. Llegando a Plaza Dorrego se toma un respiro y mira hacia arriba. Los árboles, el sol de media mañana, los puestos ambulantes de cosas viejas. Su bolso no desentona con el ambiente. Acelera el paso porque la carga ya le pesa un poco. Entra al Mercado subiendo un gastado escalón. La dirección es la correcta, está llegando sin conocer el lugar. Deja el bolso en el piso y relee el papel: cuarto negocio, lado izquierdo. Todos parecen iguales pero va resuelto al cuarto local. Un señor mayor está sentado en una banqueta diez números más chica que su anatomía, con una especie de trofeo en la mano. “Buenos días, ¿usted es el señor López?”. Levanta su vista sin mucho agrado y le dice que sí. “Me llamo Tobías, su dirección figuraba dentro de este bolso que un tio mio tenía entre sus cosas. Él falleció y le traje lo que había. Quizás le interese”. El hombre giró para quedar de frente al bolso, lo miró a Tobías diciendo lo obvio: “Sos joven, vos”. Esos comentarios sin respuesta que casi todos hacemos. Miró el hombre el bolso por fuera, le sintió la textura unos segundos con las manos. Cuando levantó la cabeza Tobías ya no estaba. Lo buscó casi sin interesarle y volvió su vista al bolso. Estaba vacío pero pesaba como si estuviera lleno. El hombre lo cerró y lo dejó en un costado. Quizás Tobías volvería, pensó. Pero pasaron días y noches, el hombre no conciliaba el sueño, le volvía a la mente ese bolso vacío. Una madrugada salió de su casa rumbo al negocio. Vio el bolso abierto, lo cerró. Al intentar levantarlo estaba imposible de alzar con una sola mano. Desde ese día, por las mañanas, se ve a un hombre en su local de antiguedades esperando que un joven vuelva. Y se lleve ese bolso lleno de culpas, de años, que todos los días se va poniendo cada vez más pesado.
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"Los reyes de Devoto" -Cuento corto-

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Desde Villa Devoto dos hombres llevan un enorme espejo. Lucen cansados, pareciera que hace días caminaran, sus guantes son de color naranja y están bastante gastados. Cruzan la ciudad, siguen una ruta, salen del infierno. Se turnan para descansar y uno siempre se queda despierto cuidándolo al espejo, por las dudas. Luego de ocho eternas semanas llegan a un palacio en medio del desierto y tocan la puerta. Les abre un hombre también con guantes, pero blancos y relucientes, pide que esperen allí. Ponen el espejo en el piso, los dos miran a su alrededor, todo un lujo como jamás en sus vidas vieron. Los hacen pasar a una sala, el Rey mismo los atendería. Apoyan el espejo contra una columna, el Rey aparece. Tiene un halo brillante que apenas distingue su rostro, los hombres sin pensarlo se inclinan como gesto casi natural. “¿Han traído lo que pedí?”. Los dos hombres señalan la columna y el Rey abre grande sus ojos. Se acerca al espejo y se mira, levanta su pera, se pone de costado, acomoda su ropa, gira, se queda unos segundos de frente. Los hombres reciben su paga. Le preguntan por qué quería un espejo desde tan lejos y el Rey dice: “Quise tener un espejo del lugar más lejano que conociera y a la vez, que no me conocieran. Es la primera vez que alguien sin juzgarme ve lo que soy sin otro interés que la verdad: eso es un espejo”. Los dos hombres vuelven a Devoto con la historia del Rey que nadie les creerá. A la noche, ya en sus casas, los hombres se levantan de madrugada y se miran al espejo. Desde ese día se ven como Reyes.
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