Capítulo 4: Marcela Metejón

1 comentarios sábado, 12 de diciembre de 2009

Le diremos cariñosamente Marcela Metejón. No es su nombre y apellido, está claro, pero es a modo de una mejor descripción de lo que sentia, para evitar explicaciones de renglones eternos. Llegó cuando mi primaria ya promediaba y fue luz. Jamás había estado tan embobado al ver a alguien, sensación nueva que a la timidez le calzaba justita. Mi silencio se asociaba a quedarse mirando sin emitir sonido alguno.


De a poco la sorpresa y alegria inicial pasaban a ser algo cotidiano, lo que hizo que no pensara en prácticamente más nada, o que todo descendiera a niveles en los que no era capaz de razonar. Se fue al coro casi inmediatamente, cosa nueva era el coro en el colegio. Se nombraba la palabra y media aula quedaba vacia, y yo penando con lo que me daban de tarea mientras la mayoría cantaba o intentaba hacerlo. No era justo.


Mi timidez tuvo una seria lucha con mis convicciones, y tras casi dos meses me animé y pedí ser parte del coro. A la idea de huir de la clase se le sumaba el hecho de estar allí Marcela Metejón. Dos razones valederas.


El día en que se pidió a "los del coro" salir, comprobé qué era irse. O eva-dirse. Ya dentro del comedor en donde el coro por lo general ensayaba, vi a Marcela, guitarra en mano. ¡Y ahí ya pasó a categoría de inolvidable! no sólo sabía las canciones religiosas básicas de coro para misa y celebración puntual, sino aquellas que el profesor usaba para ensayar y además !tenía su propio repertorio!. Con el correr de los días la escuchaba afinar en el comedor su guitarra y me quedaba en el patio, apoyado contra la pared de cuadraditos celestes y blancos, escuchando...


El colegio y el hecho de ir, se volvió interesante. No tardó en ser el centro de las conversaciones, encabezadas o no por ella, y además era femeninamente varonera, si se me permite el término. Se adaptaba a los varones sin dejar de ser ella, lo cual caía bien y la hacía querible. Hasta ahí nadie me gustaba, no me preocupaba eso, vivía lejos y tenía otra relación con todos, no los veía fuera de clases, no sabía donde vivían, y yo si: lejos. Por eso las horas de clases eran sinónimo de tareas, amistades, peleas, charlas, o todo eso junto.


De más decir que al ser linda no iba a tardar en conseguir novio, y también era una realidad que salvo que el mundo se levantara al revés una mañana, yo no diría nada de lo que me pasaba, por miedo a su reacción pero sobretodo por miedo a mi, el introvertido sentirá siempre miedo por verse en situaciones que no dimensiona.


Querer a alguien y callarlo es como festejar un cumpleaños en silencio.


Un año después, en el cumpleaños (justamente) de una compañera, se lo dije. Y el no, rotundo, sonó por todo ese silencio de 365 dias. Me lo esperaba, pero se lo dije. Eso ya era un alivio. Una proposición más, una chica linda puede oir o no, pero para mi circunstancia, hoy hasta agradezco ese no como aliviador de trauma, me sentí mejor.


Las cosas fueron más sencillas. El hecho de la contemplación de algo que a uno le gusta puede darse sabiendo o no la otra persona, aunque es deseable que lo sepa. Nada de lo dicho me significó un sufrimiento y eso rescato. Quizás no era amor, era metejón. Como fuera, nunca había sentido algo asi con nadie.


A veces pienso en que estaba demasiado ocupado en sortear cuestiones del momento y no metido en el metejón por decirlo asi. Pero como sea, fue la primera de quien dije: ¡me rindo! ¡sos lo más lindo que vi en mi vida!. Bah...no lo dije...sólo lo pensé.


Hoy la veo y no me produce nada, es un recuerdo lindo de un momento y nada más, es extraña la vida. Las cosas no avanzan, en general son sepultadas por otras. No sentí desilusión al verla, hoy, sino que pasó el viento y se llevó todo. Y la convirtió ahora en anécdota hermosa de unos pocos renglones. Vaya, Metejón.



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