Bienvenidos al tren

3 comentarios martes, 10 de agosto de 2010

Hace un mes, en los primeros días de julio de 2010, el legislador Fernando “Pino” Solanas estaba en el hall central de la estación Once, justo cuando yo iba a tomar el tren. El grupo sería de unas 200 personas más los medios de comunicación, y me puse a grabarlo más por curiosidad de estar cerca de un político, que por lo que estaba diciendo. Respondía preguntas de los periodistas sobre el estado de los trenes en la Argentina, con el diagnóstico que cualquiera que toma ese transporte tiene: lamentable.


Había en el lugar un clima de querer que los trenes “fueran como antes”, en donde eran estatales, daban trabajo a muchas familias y eran motor de pueblos, que iban al ritmo del tren que llegaba, como única chance de contacto con el afuera. Y la verdad es que por una cuestión de edad ni siquiera fui testigo de esos momentos, porque fueron hace ya demasiado tiempo.


Igual ese clima que conté, nostálgico si se quiere, también yo lo tenía. Era nomás como dice el tema de Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Y en este caso perfectamente se veía eso. Me puse a pensar cuándo fue alguna vez en que yo haya dicho con orgullo algo sobre el servicio, la línea ferroviaria que haya tomado…y no existe ese momento.


Si, el respeto y cariño al transporte. Al que quise desde que volví del hospital una vez nacido, en tren. Por cariño se soporta, y soporta. Y no hablo de un matrimonio, sino de lo mal que se ha viajado durante décadas, y uno va ya tomándolo como parte de la normalidad. Es un claro recurso de defensa. Cuando era chico miraba la cara de la gente y me parecían, todos, que no estaban pensando en que estaban viajando, que no eran conscientes de eso. Y cuando uno ya es grande se obtiene la respuesta: ¿de qué serviría darme cuenta de la forma y el tiempo perdido todos los días de la misma manera?. La rutina permite el disfrute, pero sólo cuando soy consciente de eso.


Volví a la realidad del discurso en medio del hall de Once. Una gran bandera era flameada por un muchacho que hasta parece que calculó, para darme con la punta del paño en la cara. Me pidió disculpas y ambos nos quedamos juntos escuchando lo que se decía, él bandera abajo. De reojo leí que decía “Partido Obrero”, en letras amarillas y fondo rojo. Me puse a grabar esto que he subido al Blog y dos o tres fragmentos más.

La maldad evidentemente me recorre el cuerpo cada tanto, y sentí que debía preguntar con saña. Le dije “qué barbaridad lo que hacen con los trenes” como para iniciar una más que breve charla.
El muchacho estaba enfervorizado y aplaudía todo. Cuando uno de los aplausos se hizo presente, yo le dije “la verdad es que en todas las líneas se viaja mal, ¿no?...porque…¿cuántas líneas de trenes hay?”…el chico empezó a abrir y cerrar la mano, contando con la mente cuántas líneas hay, y me terminó diciendo que había cuatro, no muy seguro. Yo lo miré con cierta superioridad pero la maldad no me dio como para enrostrarle semejante dato…tan…simple. Debía el muchacho saberlo, si defiende a los trenes. Pero tampoco yo me sé las 200 y pico de estaciones en todo el país, con lo que no soy un erudito ni mucho menos.


La idea se me iba completando. No sólo añoramos algo que no hemos podido ver, sino que defendemos lo que conocemos bastante poco. Vaya combo. Me alejé de la manifestación y me fui hasta la expendedora a sacar el boleto. Me rebotó tres veces la moneda de 25 centavos. En la otra máquina hay dos chicos de unos siete años, que sacan por uno el boleto una vez que cae en la parte inferior de la máquina y exigen a veces de no muy buen modo, que el vuelto que dio la máquina uno se los deje. Pero como pagaba justo, directamente ellos piden lo que sea. Los conozco de verlos cuando aun eran más chicos que ahora.


Me fui hasta la boletería para poder sacar pasaje desde ahí. Pero como estaba frente a la marcha en medio del hall, todas las ventanillas estaban cerradas. Imaginé burlar los controles como muchos hacen, por más sistema que se implemente. Encontré una expendedora y cumplir con mi deber, pagar el boleto.


Esperan no los trenes nuevos, sino alguna de las 16 o 17 formaciones aun viejas. Pero ya dije, me acostumbré. Uno se acostumbra a ciertas cosas. El tren de la alegría que sale de Plaza Colón en Mar del Plata a veces me parece más seguro que estas formaciones, y eso incluye a Pluto como motorman. Arranca de una vez, y vuelvo a no pensar en nada.


Bienvenidos al tren.

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El engaño del desengaño

1 comentarios lunes, 9 de agosto de 2010

Me siento un poco mal. Y no es lo que comí, que bien podría ser una causa, sino que me pasa eso cuando hay algo que no comprendo bien. Necesito ponerlo en algo parecido a un contexto en donde comprenda qué me pasa o qué le pasa a alguien conmigo como para ver, y verme, solucionando el tema. Pero pasan las horas y no logro descifrarlo.


Las maneras de búsqueda de la tranquilidad se multiplican. Las busco nervioso y ese es ya un problema. Nada generado desde la obtención inmediata de resultado, resulta. Pero terco como soy lo intento igual, hasta que una especie de desánimo invade todo, y asi empieza la semana. Cargando con algo que bien podría arreglar desechándolo.


Todo esto es el contexto de algo que para unos será drama y para otros una pavada. Durante la semana me dejé llevar por la ilusión de algo que al final no ocurrió. Estaba todo dado, los comentarios, el escenario, las circunstancias (mujer y yo), las amistades que aprueban y colaboran no muy disimuladamente. Me cuesta mucho dejarme llevar. Porque la mente me gana en general y le tomo la gracia a razonar todo. Entonces cuando uno es arriado y pasa estar a ritmo de otro, a mi no me resulta placentero. Admiro a quien puede, me parece genial quien lo hace hasta diariamente y con personas diferentes, casi como presentación frente al otro. Pero a mi no me sale. Deben ayudarme, deben comprenderme y no todos tienen por qué hacerlo, de hecho nadie mira al otro sino a si mismo tratando de tener al otro. Me pasará a mi, incluso.


Qué sucede en el otro extremo de la historia. Teniendo el control se puede elegir entre varias opciones, y esa elección como toda elección, deja un ganador y otros vencidos, es la regla. Y justamente me molestan que las reglas las pongan otros. No estoy hablando de amor, por favor. El amor es más poderoso y hace reir y llorar de un segundo al otro. Es maravilloso e intransferible como sensación. Me refiero en lo que digo al tiempo, en cómo me puedo dejar llevar para que finalmente alguien decida no llevarme nada. Son las reglas, lo sé. Y es mucho drama el que me hago como para hacerlo palabras. Es posible.


No sé qué "me llevo". Suena egoísta. Supongo que de mi se llevan ilusión, y el no devolverme en idéntica proporción me vuelve egoísta. Reconozco que es un juego que no sé jugar, y a veces creo que no he nacido para jugarlo. Que mejor, solo. Pero me pasa cada tanto que caigo en el engaño del desengaño. Dos posibilidades hay ahora. O se enfrenta la próxima situación con la mente relajada y despejada de prejuicios, o se evita tener estas situaciones y listo. Son ambas tentadoras. Hoy eligiría la segunda, pero puede ser el frio del invierno el que me vuelve cobarde, no me dejo llevar. No me gusta el desengaño. Este escrito termina con esperanza de solución: al fin y al cabo intento antes que nada, no engañarme a mi mismo. Que quede escrito.


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Primer día de clases (texto para perfil de Facebook)

1 comentarios martes, 3 de agosto de 2010

Me desperté ese día con la voz de mi madre al oído, mezcla de orden y cariño: `vamos que hoy empezás´…y la verdad es que tenía tantas ganas de ir como de no ir. El primer día de escuela es una rara mezcla de sentimientos, y el pavor que se tiene puede ser curiosidad o tal vez el temor a lo desconocido.


La ropa nueva aun no adaptada a nosotros es incómoda el primer día, y los útiles son tan flamantes como ajenos hasta que no los usemos. La mochila es nueva y está desinflada, luciendo colores que con los meses poco a poco irá perdiendo. Los zapatos hacen ruido al caminar, el cuero cruje, un poco aprietan, y los pasos acelerados no ayudan mucho a la causa, hay un apuro que los padres tienen por sus hijos en el primer día que hasta parecen disfrutar. Y lo disfrutan, seguramente.


Llegamos a la puerta del colegio y el centro de gravedad está más arriba de nuestra altura. Saludos a personas mucho más altas que nosotros, intentando transmitirnos alegría que quite los miedos. En la entrada un grupo de chicos de mi edad parecen estar en la misma situación: compleja. Los padres se agachan y nos acomodan la ropa de un tirón, para que todo quede derecho. Ratificamos nuestra incomodidad con una mirada pero no hay caso, será así por un tiempo.


Un batallón de estaturas y colores iguales se apuran a pasar por la puerta. Los padres van detrás aunque se quedan abloquelados, mirando, sacando fotos, pensando, llorando, o todo eso junto. Las maestras organizan como pueden las filas, ubicando por altura aunque todos midan mas o menos lo mismo, y con las filas ya hechas se hace un silencio bastante incómodo, que se rompe con algún grito de pedido de orden de alguna maestra.


De chico todo lo que se vive es absorbido, más que vivido. Los recuerdos se impregnan, no se eligen demasiado, ocurren y uno los recibe de la mejor manera, en general con asombro. Suena el himno. La introducción es algo larga y uno ve a los padres de frente y en un rincón, mirando todo con orgullo y atención a la vez.


Comprobamos que el himno aun no lo sabemos todo, uno se queda callado a la espera de la frase que uno sabe. ¡No llega nunca!. Termina y hay un murmullo de inicio de etapa. En el colegio, y dentro de nosotros. Eso, es el primer día.
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