Lo que hay detrás de la puerta: esperanza, lo segundo que se pierde

1 comentarios jueves, 12 de noviembre de 2009

En un mundo laboral inestable la esperanza es lo segundo que se pierde. Lo primero, claro, es el trabajo.
Las aspiraciones tienen el color de nuestros sueños y cuando el acostumbramiento al lugar en que alguien se inicia laboralmente es total, se piensa “¿No habrá algo mejor?”.
Nadie necesita ser un perceptivo para notar comodidad o incomodidad. Porque si para todo nuevo empleado cualquier mínima tarea es al principio costosa, bien sabido es que el resto no le facilitará las cosas. En su gran mayoría. Y más si, como comenté en columnas anteriores, la jerarquía se tiene que remarcar a partir de iguales labores.

Algunas veces ocurre que tomamos la decisión de irnos cinco segundos antes de ser echados: esto es, que nuestro jefe…ya lo venía pensando pero no sabía cómo decirnos tamaña noticia. Otros “perciben” que el lugar, como una especie de Titanic, se hunde y deciden rumbear hacia otros destinos, o en realidad buscando aun su propio destino, su lugar indicado para estar.

Todos estos movimientos son decorados por la necesidad de trabajar. De no mirar lindas caras o generosas ayudas. Lisa y llanamente trabajar para cobrar un sueldo. La esperanza en ese caso no está en cambiar, sino en vivir el presente cuestión que sabemos que es complicado y no discutible.

Se machaca desde ciertos ámbitos la floja preparación estudiantil y es una realidad. Forman personas profesionales que se suman a un mercado que les exige ser otras cosas. Y se vuelve tan complicado como desagotar una pileta de natación con un vaso. Porque la proporción entre trabajo y posibilidades son ésas.

El estudiantil no es el único factor. El nivel exigido no pasa por conocimientos básicos, sino por caprichos empresariales. Contratar hasta cierta edad es uno de esos preconceptos. O la paradoja (argentina y no griega) de pedir experiencia y a la vez juventud de un aspirante. La búsqueda de condensar en una sola persona experiencia, juventud, metas firmes y que cuando le pregunte cuánto quiere ganar, no diga disparates…

Ante tanta descripción agorera, el rincón esperanzador. Podemos a pesar de las circunstancias ser en lo posible felices. O para empezar, podemos ser. Que no está mal, tampoco. Si trabajar ya no es trabajar de lo que nos gusta, hay algo que anda mal. No alcanza con una visión positiva de las cosas. Alcanza y sobra, en realidad, con sentido común. Formarse y luego exigir sabiendo que estamos preparados
Sino, seguiremos desagotando la pileta con un vaso.
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Lo que hay detrás de la puerta: trabajando por un sueño (sin Tinelli)

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Las preguntas existenciales siempre son bienvenidas y sobretodo por la mañana, momento exacto en que frente al espejo alguien puede plantearse lisa y llanamente “¿quién soy yo?”.

En mi opinión, estamos dominados por el realismo. No el de García Márquez, justamente: su “realismo mágico” no vive en Argentina. Hablamos de aquel matiz que vuelve a algo crudamente verdadero. Eso y un toque de resignación, nos hace ser realistas.
Cuando trabajamos aceptamos reglas a partir de las cuales una persona adapta también sus propias reglas a aquellas. Vale este ejemplo: si un jefe imparte una orden podemos decir “sí, Señor jefe, cómo no”, mientras se piensa y calla cualquier cantidad de improperios. Aplico así una idea práctica y realista: hasta que no se consiga otro trabajo mejor, existirá el doble discurso.

Describo esa situación sin estar de acuerdo con ella. ¿Podrá existir un término medio?. Yo creo que sí…aunque dudo que sea en nuestro primer trabajo.

La persona realista intenta quitarle el sentimiento a sus acciones para obrar según la circunstancia lo dictamine. En el mundo de la Política se encontró una bonita definición: pragmatismo. Se dice de aquella persona que no está atada a una estructura política y sí a las mejores ideas, que es pragmático. Y hasta les da una positiva imagen frente a los demás.
¿Se puede aplicar entonces a todos los órdenes de la vida?. A mi me parece que no, porque antes que todo está la conducta. Sino, nos daría todo lo mismo. Y eso más que opinable, sería criticable.

Pregunta crucial. ¿Estamos preparados para escuchar otras opiniones, además de la nuestra?. Quizás ocurra que al primer jefe no me anime a plantearle mi pensamiento, pero ¿él lo escucharía si lo hiciera?.
Segunda pregunta crucial. ¿Estamos preparados para escuchar críticas constructivas?.
No parece estar abierta la chance de debatir cuestiones que tengan que ver con nuestro diario vivir. Casi, en ningún ámbito. Las decisiones ganan por imposición.

Ya sea para formar parte de la maquinaria del trabajo específico, o si se piensa en apostar a liderar algún día desde una empresa, cada uno de nosotros persigue sueños. El ser realistas hace que esos sueños sean mirados por nosotros mismos con misericordia. Lo adaptamos a lo que hay.

Si el objetivo es llenar mensualmente el bolsillo, ser realista es una necesidad que no se discute. Los clasificados de los diarios muestran qué se busca.
Pero, si es uno el que no sabe lo que busca, no colaboro a “la causa”: intentar llevar mi sueño a buen puerto.
Aunque, en este mundo realista, todos los barcos parezcan el Titanic.


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Lo que hay detrás de la puerta: el trabajo es un libro de quejas

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Para el recién egresado de una Facultad el primer día de trabajo en aquello que estudió durante años es de temer, porque se puede encontrar en un ambiente desconcertante: al fin las cosas no eran como se habían soñado y lejos estará el clima de espíritu de grupo que alguna vez disfrutó. Y así como se fijan en cada uno de nosotros durante la infancia las cuestiones básicas de la personalidad, el primer día trabajado casi define una postura de allí en más frente a lo que se viene.

Uno sabe lo que hace en tanto su cerebro esté despejado de presiones que no lo sorprendan, pero cuando todo es nuevo hay que ejercer la tolerancia. No todo es como uno lo imagina y en un trabajo se acatan órdenes. Si son de las impuestas o las de sentido común, se sabrá al tiempo de estar adaptado al lugar.

En mi caso particular el primer día de clases en la Universidad busqué a alguien que estuviera tanto o más desesperado que yo, porque no entendía nada. Y lo encontré en alguien que desde aquel momento es mi amigo. Cuando se ingresa a un trabajo en cambio, se buscan aliados. O al menos alguien que perciba nuestros nervios, pero entendiéndolos.

Desde ya que se pueden dar grandes amistades en el ámbito laboral, aunque la competencia lleve a razonar al corazón: antes que amigos, primero son compañeros de trabajo. Y eso hasta que uno pretenda hacer mejor las cosas que el otro, momento en que las “cuestiones de piel” hagan o no seguir a los preparados.
Los tipos de trabajos definen personalidades. Hay ocupaciones en las que se está solo ante cualquier decisión porque hacer específicamente eso es lo que se espera de nosotros. En otros trabajos, seis o siete personas hacen lo mismo, dentro de una misma sección y en general con los mismos sueldos. Destacarse en esas condiciones es construir lentamente, pero se logra.

Todas las sensaciones son conocidas y a la vez en cada uno, muy particulares. Al tercer día de trabajo ya uno no recuerda qué le gustó y qué no, simplemente lo hace. “A mi en la Facultad esto me lo enseñaron de otra forma” es un clásico en los primeros tiempos.
El correr de las situaciones, los retos (los que son desafíos y los que son correctivos), el aprender a partir del ensayo y error, el sueldo que se hace agua en las manos mes a mes. A todo eso le llaman experiencia y otros, simple rutina.

No todos reaccionan igual ante algo determinado. Mientras, pasa el tiempo.
¿Cómo era, Darwin?. El medio condiciona al hombre, ¿no?.
Al menos en el primer trabajo, sí, tenías razón.


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Lo que hay detrás de la puerta: mirame!! yo lo hago mejor

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Ante un mismo trabajo y con iguales responsabilidades y tareas, el futuro directamente no lo imaginamos para sentirnos mejor, o a lo sumo veremos que será semejante al de quienes nos rodean. Imaginemos a los que trabajan en los ahora llamados call – center, una nueva “salida laboral” propia de la mano de obra barata que lamentablemente representan los que quieren tener el primer trabajo. El porvenir es tan acotado y asfixiante como los cubículos desde donde atienden llamados de España o Estados Unidos.

Las universidades no tienen la tarea de “entregar” a la sociedad alumnos que no puedan destacarse en lo suyo. Si bien la estabilidad monetaria despertó a ciertos rubros y a profesiones alicaídas, las oportunidades laborales no parecen salir de aquellas con las que alguien puede “bancarse” los estudios hasta llegar al final de su carrera.
Luego de terminarla, el trabajo que se consiguió continúa: esta vez, para mantenernos todos los días. El esfuerzo por ser mejor cuando se estudia, parece no prosperar afuera de las aulas.

Un buen aprendizaje es el saber que la igualdad de oportunidades le cabe a los que se prepararon y a los que no. Y que se esté o no de acuerdo, la sociedad pide y da moviéndose dentro de estos preceptos.
Lo que nos diferencia respecto de otros es nuestra preparación. Que es mucho más que un elevado número en el analítico final como promedio: significa poder resolver situaciones y aplicar lo que sabemos en lo que entendemos.

Por supuesto que los que egresan siempre estarán de un mismo lado del mostrador, y esperando que alguien se apiade de un currículum con más ganas que antecedentes. La especialización es una solución moderna o al menos, que está de moda. Poder enfocarse en una actividad dentro de lo que estudiamos y desde allí hacer carrera. Apostar a las propias fuerzas y encontrar quien reconozca eso. Nada menos.

Párrafo final para la búsqueda de ejemplos. Llamado a la solidaridad: si usted conoce un ejemplo a seguir en su profesión, alguien a quien usted admire y crea que su constancia y dedicación explican su buen presente, se ruega aferrarse a él. Lo que en Política podría denominarse apatía o crisis de representatividad, también lo sufren quienes recién salen de la universidad y buscan su futuro. En general pensamos que “si uno es vivo” (en tanto llegar con malas artes, pero rápido), hace las cosas bien.

Pero, si las carreras que elegimos se parecieran a un campo listo para cosechar, cada paso que damos significa sembrar algo que al que viene detrás le servirá. Lo que quiere decir que en tiempos de sequía, uno debe tratar de formar un buen ejemplo a partir de sus propias acciones. Y mientras, esperar que el jefe sepa que como nosotros no va a encontrar a otro empleado en ningún lado. Todo llega.



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Lo que hay detrás de la puerta: la vocación y la formación

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Nuestra vocación tiene que ver con aquello que nosotros elegimos ser (y hacer) en un momento de la vida, y de allí hacia adelante. Separamos aquí la educación básica y general que todos recibimos y que nos prepara antes de nuestra elección, aunque hoy las escuelas medias cuenten con una orientación que de alguna manera puede ayudar al estudiante a decidir.

Superado el momento de la elección, llega el turno de la formación. En este rubro, y es materia opinable, el paso hacia los estudios terciarios universitarios resulta cada vez más una cuestión de buena suerte en la carrera y Facultad elegida. Porque el que quiere saber puede averiguar, pero tanto vale eso como el poder asesorarse debidamente. Y la impresión es que aun no se encuentra cómo hacer no frustrar en el intento a aquellos que no tienen la suerte de elegir bien. O que lo dado en las materias en realidad no cubre con sus expectativas.

Entonces con la vocación y la elección definidas, quizás en la formación radique el problema. Qué cosa y de qué manera se llega al que estudia. Algún lector de estas palabras puede ser un ejemplo del tema: hay muchas personas que se recibieron de cosas que, o nunca ejercerán, o que el mandato familiar los llevó a realizar. También todo es cuestión de confiar en la propia meta de uno, y de saber que cuando elegimos lo hacemos pensando en nosotros y en nuestras posibilidades.

La formación, cuando es directamente relacionada con una rápida salida laboral.
Obstáculo insalvable y determinante en nuestra realidad. Cantidad y calidad en general no van de la mano, y más para trabajos en donde se destaca la puntual tarea, la específica. Si bien se buscan matriceros, fabricantes de insumos o torneros, donde escasean personas son en las carreras más técnicas, centradas en un rol y dependientes de un buen conocimiento.
Para esto hay que invertir, pero en uno: nada se soluciona sin tiempo, hay que estudiar y ser pacientes. El tema es que no se cuenta con esa paciencia.

Llegamos por fin a la disyuntiva. Si se estudia para comer a futuro, o se estudia para comer ya mismo. El análisis social de porqué se llega esto corresponde a especialistas, pero de algo estoy seguro: algunas veces la felicidad no entra en ninguna de estas dos opciones. La disposición, el ánimo, para encarar un proyecto aun es propiedad de nosotros y no de las circunstancias.
Ojalá en todos los futuros estudiantes vocación, formación y ánimo sean las armas para destacarse y poder estar orgullosos de saber… que saben.


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Lo que hay detrás de la puerta: la cima y la sima

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Algunos saben lo que realmente se siente cuando se llega bien alto o se cae en lo más bajo. Y digo algunos, porque en muchos casos la vida de los hombres (genéricamente hablando) transita por un cierto carril de tranquilidad todo el tiempo. Algo así como ir en auto por una autopista de eterna velocidad mínima.

Pero como la subjetividad brota siempre por todas partes, a mares, cada persona que lee estas líneas sabrá en qué casillero su vida transcurre. Las buenas y malas tendrán forma de racha, de designio familiar, de saber aprovechar su momento.
Todo lo que nos ocurre no sería de tal manera si no tuviéramos conocimientos adquiridos. Por eso se dice que a alguien puede irle mejor en la vida en tanto su preparación estudiantil sea mayor.
De afrontar un futuro laboral en sociedad, hablamos.

¿Esto significa que cuando se estudia mucho y bien se es mejor?. No parece, si nos detenemos a ver las acciones lamentables de verdaderos profesionales. Llegar a la cima (1) es otra cosa: si hablamos de sentirnos bien, cualquier circunstancia vale para permitirnos sentir “que llegamos” a algo. Y los conocimientos fueron las herramientas para alcanzarlo, pero no pueden explicar nuestra felicidad. ¿Uno es feliz porque sabe, o porque puede demostrar lo que sabe en algún momento?.

Un celestial coro de voces sostendrá “Entonces, para saber si somos felices, hay que empezar a trabajar. ¿y quién me da la chance?”. Obviamente no le podemos buscar el más mínimo sentimiento a una página de avisos clasificados. El que da la primera oportunidad en general nos tiene a prueba un poco, en todo sentido. Nuestro primer jefe tendrá otras urgencias, básicamente no caer en la “otra” sima (2), un poco más oscura y menos poética.

En medio y como siempre, los egresados. Si alguien piensa que sentirse bien es solamente tener un trabajo tiene razón a medias, aunque el sentido común ya nos avisó que lejos están de ser sinónimos, ciertas veces. Nadie parece que puede ser feliz cinco minutos antes de su propio tiempo.
La primera oportunidad de demostrar conocimientos y el camino en busca de ser felices, va a llegar porque depende de cada uno.
A velocidad crucero, o en eterna mínima velocidad. La cima espera.

(1) Cima: lo más alto de un monte o árbol. Cúspide.
(2) Sima: cavidad profunda en la tierra. Parónimo de cima.



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