Lo que hay detrás de la puerta: doble trabajo, doble responsabilidad

1 comentarios miércoles, 18 de noviembre de 2009

La frase es bastante conocida y lamentablemente vieja: “con un solo trabajo no alcanza” es una realidad para muchos. Y lo que ocurre puntualmente con aquellos que recién comienzan el camino laboral es que desde el momento en que deciden estudiar ya tienen muchos una forma de mantenerse a nivel gastos o viàticos propios del que cursa una carrera u oficio.

Cuando se termina de estudiar a veces se està en la duda de si dejar aquello que quizás nada tenga que ver con lo que se estudió, o iniciar algo referido a lo nuestro.

Nadie aconseja dejar un trabajo en este momento. El tema es si no satisface lo que esperamos, sobretodo de nuestras aspiraciones personales. Para muchos la opciòn es no dejar nada y esperar la oportunidad de trabajar en aquello que se estudiò. Cuando se logra, hay dos trabajos a la vez.

La alegria o el peso de la tarea, es lo que sigue a eso. Como fuese, es una realidad que llevar dinero a la casa està complicado, y nadie puede juzgar cuando de mantener un equilibrio de plata se trata. Los tiempos se acortan, los descansos son pocos y entre un trabajo y otro recièn se da, algunas veces.
Conoci durante mi etapa como estudiante en la Facultad a una persona, un chico, que tenìa dos trabajos a la vez. Y eso hacìa que le fuera complicado integrar grupos para hacer pràcticos, porque no podìa reunirse con sus compañeros debido a que en general estaba trabajando. Todas estas cosas condicionan a alguien y tambièn le exigen el doble de esfuerzo.

Lo màs sencillo de pedir serìa consideración para este tipo de casos, pero pocos tienen en cuenta el detalle. En una Facultad o lugar de estudio un profesor puede considerar el esfuerzo. Ya en un empleo y con un jefe puede resultar màs difícil.
Hay personas que no aclaran en un trabajo que lo hacen tambièn en otro, y hablamos de aquellos que por primera vez consiguen trabajar. Por temer que les den la opciòn de abandonar uno, no dejan ninguno de los dos.

Quizàs el esfuerzo sea recompensado con algo que haga dejar dos labores y poner el foco en algo que satisfaga. Quizàs nunca llegue ese momento. Como fuera, para lo que se haga se tiene que contar con ganas. Personas con un solo trabajo pueden no tener ganas y alguien sin un segundo de tiempo libre, si.

El destino, pero sobretodo còmo se tomaràn lo que les ocurra, marca con fuego de allì en màs al que recièn comienza.
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Lo que hay detrás de la puerta: ¡alguien lo hace mejor que yo!

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En un mundo laboral bastante inestable y en donde no hay momentos de calma en cuanto a seguridad del puesto de trabajo, saber que una tarea es responsabilidad de nosotros y no de terceros otorga tranquilidad. Porque creemos que eso es el salvoconducto hacia cierta permanencia, que nos valoraràn a partir de esa acciòn especìfica y hasta en una de esas nos felicitan. ¡Hace cuanto que no me felicitan por hacer bien las cosas!.

Pero hemos hablado en algún momento de la diferencia según los ámbitos que un trabajo puede tener. Si las acciones estàn delimitadas, son inamovibles, o hay muchos que realizan tareas similares.
Esto es, trabajar o no junto a muchos compañeros en una oficina, por ejemplo. En donde realizan labores iguales màs de una persona.

Cuando la sensación al trabajar es de comodidad, funcionan ciertos mecanismos en nosotros. Por empezar seguramente iremos de mejor ànimo, sabiendo que en un punto todo se deja llevar, fluir, y que uno acompaña lo que hace, no lo enfrenta, no lo sufre, no lo lleva como carga. Veremos todo mejor y el otro notarà que nos sucede eso.

Si la competencia està al lado de nuestro asiento la cosa cambia. Porque se termina intentando trabajar màs y mejor que el de al lado y no por hacer bien lo nuestro. Es inevitable entonces cierta competencia y tambièn el apuro. La velocidad, creemos, es necesaria y a veces se premia calidad de lo hecho y no rapidez en si, hay que saberlo.

Ante iguales posibilidades puede ocurrir de encontrarnos a alguien que puede hacer nuestra tarea mejor que nosotros. Porque no somos màquinas, porque tenemos virtudes y defectos que se dan a conocer en nuestro andar. Lejos està de ser debilidad, sobretodo si aprendemos a mirar què es aquello que nos falta. Para un principiante (y para muchos con años de oficina y lugares varios, recorridos) lo primero que surgirà es la envidia. Tampoco eso nos aconseja. ¿Què hace alguien que es mejor que yo? ¿Què tiene de bueno? ¿Lo puedo aplicar yo a mis cuestiones?.

A veces no hace falta consultar a la persona directamente, uno aprende a mirar a partir de lo que le ocurre (¡de malo!), en general. En estas palabras no hay resignación. Sòlo se trata de aprender de nuestros límites. Pero aprender. Quizàs luego, sabido lo que lo hace mejor al otro, lo hago mejor yo que los demàs.
Porque a su vez tendrà mis propios valores.

Al final, luego de un tiempo, yo soy, finalmente, quien puede hacerlo mejor que antes.
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Lo que hay detrás de la puerta: Pymes, somos pocos pero nos conocemos mucho

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Como medida para atravesar de mejor manera las permanentes crisis que ponen en peligro una actividad laboral, las llamadas pequeñas y medianas empresas sostuvieron a partir de su funcionamiento una constante salida ingeniosa para paliar la falta de trabajo.
En alguna medida con la vieja receta de las cooperativas, fuertes aun en varias provincias, las llamadas PymEs dieron su impulso al trabajo luego del tornado económico de 2001 aunque ahora se multiplican y reformulan para seguir cada vez más presentes.

La receta era subsistir de manera económica sin perder el objetivo de producir. La conformación de pequeñas estructuras que pudieran generar empleo fue una alternativa más que viable. Las grandes empresas, con crisis financieras que hacían peligrar la continuidad de sus trabajadores, dieron paso en varios rubros a emprendimientos zonales o regionales, apuntando específicamente a un área de trabajo.

Algunas directamente reemplazaron el accionar de las grandes fábricas, desaparecidas tras las crisis. Este movimiento e incorporación de un nuevo modo de producción hizo que los trabajadores se relacionen también de una manera distinta.

Si bien no es una cooperativa desde lo técnico, al ser pocos los empleados hay un criterio solidario de búsqueda y mejora permanente que deriva en el crecimiento de una empresa que, cada empleado ve, funciona a partir del esfuerzo propio y en conjunto. Se definió así un modelo de trabajo en donde aquel que formaba parte de una pequeña y mediana empresa podía sentir ese proyecto un poco como propio, en donde cada uno cumplía un rol asignado sin posibilidades de malos entendidos.

También redefinió jerarquías. Porque un empleado de una gran fábrica no podía optar ni ganar más dinero aun si a la empresa le fuera bien, pasaba eso por una decisión de su empleador. En este caso la producción en una empresa de pocos empleados es notoria, así como también las ganancias que genera una mayor producción. Lo que permite soñar (nadie dice que es inmediato) con la real chance de poder aumentar el ingreso mensual.
Como contra, el ser de número reducido impide por construcción de la idea, una mayor cantidad de empleados, lo que limita un tanto las ganas de trabajar de muchos que quieran sumarse.

El futuro parece asegurarles larga vida. Si bien nada es seguro, se ha visto, las PymEs tienen horizonte para seguir su crecimiento. En estos años muchas de ellas orientan su poder hacia exportar su material y unirse a otras para abastecer juntas pedidos en grandes cantidades. También son vistas como una oportunidad desde lo comercial y se ingresa en ese mundo con un fin totalmente económico y no está mal, si se tienen reglas claras. Los empleados ven en estos emprendimientos una oportunidad. O el objetivo de trabajar, más allá de ser pequeña o grande su labor, siempre.
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Lo que hay detrás de la puerta: exigir el doble y exigirse el doble

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En los test que en general las empresas usan para descartar o elegir a su personal, suele darse valor positivo a quien puede resolver situaciones a partir del manejo y la solución aplicable correcta. Rapidez, eficacia, inteligencia y sentido común, son cuestiones positivas y valoradas por el encargado de Relaciones humanas a la hora de quedarse con quien formará parte de una compañía o empresa.

A veces de la realidad hipotética de las pruebas hay una gran diferencia cuando se quiere aplicar efectivamente algo. Porque los imponderables, lo humano, condiciona a veces respuestas a planteos y allí comienza algo no menos importante: el saber ceder posiciones.

Y esto no es menor en un mundo en el cual…los invito a pensar mientras esto leen, quiénes a lo largo de su vida les inculcaron lo de aprender a ceder en pos de una solución en común, en el terreno que fuera…un coro de grillos seguramente escucharía!!!. Porque pocas personas nos enseñan eso, y se aprende a obedecer o no obedecer, según la circunstancia. Lo cual no está mal, pero eso que nuestros padres decían que era “la lección” a aprender, bien podría haberse enseñado para no cometer el error que derive en “la lección”.

El más claro ejemplo desde lo laboral es el trabajo en grupo. Si no se definen de entrada los roles de cada uno, es posible que si llegan las cosas a buen puerto, sea sufriendo y con desequilibrios. Sobretodo en los que creen haber hecho las cosas bien mientras veían que otros no. Esto se agudiza cuando en un grupo todos son nuevos empleados, que sin un orden del líder no tardarán los reproches en aparecer.

Como el sueño que llega cuando uno está muy cansado, el desorden se apodera de todo si no hay reglas. Buena oportunidad para nuestros superiores en que vean de qué se está hecho..la pena es que los tiempos no los maneja uno y entonces hay que actuar casi de improviso, es que de ver reacciones se trata.
Conozco un caso puntual de un familiar en una empresa, en que se “creó” un falso problema para testear las reacciones de cada uno de los empleados…con resultados desastrosos!!!. Bajo presión es diferente el análisis y la búsqueda de soluciones.

El clima armonioso lo genera un orden de realización de trabajo tanto o más armonioso. En la que se vea igual reparto de tareas y plazos. Así se generan menos rispideces a la hora de exigir que se cumplan pautas.
Puede exigir quien se sabe capaz de realizar lo pedido.

Siempre y cuando invada todo ámbito aquello que no abunda: el sentido común.
Con una pizca en cada decisión nos alcanza.
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Lo que hay detrás de la puerta: el enchufe, el cable y la patada

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Nada más concreto que aquello que hacemos a diario y nos enorgullece realizar, el sueño cumplido de ser y pertenecer. Desde levantarse y partir rumbo al trabajo hasta volver y descansar luego del esfuerzo. En algún punto nos sentimos seguros luego de hacer rutinariamente ciertos deberes.
Otras veces es un pesar que no termina nunca. Como fuera, la situación se vive según la sienta cada uno, aunque con un solo peligro. Que un día alguien decida que esa rutina en este caso laboral deje de ser tal.

Amparado en las leyes, el jefe bien puede avisarnos unos días antes la infausta noticia, con lo cual pasó de “otorgador de oportunidades” a “despreciable” a partir de su decisión para con nosotros. Durante ese lapso, entre la noticia y la efectividad de la orden, hay un vacío ya no legal, sino de sentido común. El castillo de naipes se derrumba y se vuelve al hogar pensando en cómo conseguir urgentemente algo que permita no hacer naufragar esa rutina que ya era parte nuestra.

Muchos buscan trabajo en la oficina desde donde aun son empleados a través de la red…la cabeza le dedica horas al nerviosismo de no saber qué hacer, de no creer más en nadie, de ver que el piso no era tan firme…pero uno al fin de cuentas es mucho más que el trabajo que hace. No se recibe ayuda del prójimo en general, sobretodo en oficinas de personal considerable.
La crisis (cual fuera, es permanente en la excusa) hace un tembladeral de aquel lugar genial hasta hace unos días…y entre la realidad y lo que uno cree percibir, se siente observado por los compañeros que no quieren igual suerte.

Como cuando se enchufa un equipo musical con un alargue para llevarlo lejos… si queremos desenchufarlo iremos hasta el enchufe y notarán que entre que se desenchufa y el corte de energía, el equipo anduvo uno o dos segundos más.. que es lo que tarda la electricidad en terminar de pasar por el cable.
Dentro de esta idea no están los que trabajan…o en realidad están en el extremo en el que aceptan la decisión de otros y se ven condicionados por factores externos, en un rol que viene estructurado y del que no es conveniente opinar en contra.
El “sistema” te acepta o te deja y uno es feliz en tanto trabaje…el “revolucionario” que quisiera otras reglas más equitativas, sobretodo si es joven, es generador de controversia y por lo tanto, fácil de echar.


Nos desenchufan si nos dejan sin trabajo…tarda la orden unos días en hacerse efectiva y luego…fin de la música. Lo que si es semejante en la comparación es la patada…en ambos casos trae consecuencias y nos dolerá.
Por eso, confiar en las iniciativas propias y ser capaces de superarnos desde lo nuestro podría ayudar a la causa. Y un buen par de zapatos con suela de goma…para estar a salvo de las “patadas”. Precavido vale por dos.
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Lo que hay detrás de la puerta: entre el ser y el parecer

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Cuando la inestabilidad económica se hace dueña del sistema (y en el que mal o bien estamos inmersos) todo tipo de decisión pasa a tener razones o justificaciones propias que el espectador ajeno no comprende.
Algunos ejemplos claros.
La precariedad laboral no es real problema, Simplemente es el pequeño precio que se debe pagar si se quiere pertenecer como pasajero a un tren que no para.

El nulo reclamo sobre condiciones de trabajo hace imposible cualquier otro cuestionamiento: salarial, imposible. Las exigencias propias chocan con la realidad impuesta.

La famosa serie norteamericana “Lost” muestra la lucha de un grupo de personas por sobrevivir en una isla. En el inestable mundo laboral actual no hay grupos, y cada uno vive en su propia isla, donde existe –para qué negarlo- canibalismo laboral. Esto es, que uno mata por el lugar del otro.

Desde lo personal también se nota el tembladeral que implica el peligro de la pérdida del empleo. Como a todos les ocurre lo mismo, el clima en una oficina es algo parecido a la asfixia lenta. La cosa es no ser el primero de la lista.

Imposible obviar cierto poder extorsivo en quien brinda la oportunidad, y el recordatorio –a través de palabras o de hechos-de cuántos esperarían que uno se vaya de un lugar para ocuparlo.

Existe además una idea que consiste en creer que si la labor es de menor remuneración, más bajo debe ser el tono de la queja, lo que considero erróneo. Los derechos y obligaciones corresponden a todas las escalas salariales.
Esto lo sabe perfectamente el empleador, pero duda en manifestarlo el empleado. Básicamente porque el miedo no es zonzo, diría mi abuela.

Por último, aunque no menos importante. El rol que como empleados tenemos y ejercemos. O no. Alguno podría decir que es más sencillo regatear un precio en vacaciones de verano que pedir aumento de sueldo. ¡Qué novedad!. La cuestión es si creemos que un pedido puntual es técnicamente un reclamo. ¿Lo es?.
Dependen los casos. Exigir ciertas reglas claras no parece ser más difícil –entonces- que regatear el precio de un pullover en Mardel. ¿Somos capaces de modificar la realidad?. ¿Aspiramos de corazón con hacer eso?.

El aguantar, la resignación, no son buenas herramientas.
Ojalá ésta columna fuera de solución. Por lo pronto intenta ser de opinión.
A sobrevivir, jóvenes.
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Lo que hay detrás de la puerta: fin de año...¿y a mi por qué me miran?

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“En la oficina del trabajo llegado el año nuevo, todos se pelean por ese maldito ascenso”, reza el tema de León Gieco. La primera interpretación del fragmento podría ser la de trabajo seguro y al final del año, querer más. Con el paso del tiempo asegurarse mínimamente lo obtenido ya es un verdadero triunfo.


Cada uno tiene un termómetro de su propio rendimiento laboral. Y medimos no sólo la efectividad de aquello que nos piden, sino qué cosas hemos realizado más allá de lo exigido.La otra parte de la cuestión es acerca de lo que somos dentro del mercado y para el mercado. El trabajador efectivo, si bien nada es seguro en la actualidad, está dentro de una estructura que arriba o abajo, lo contiene. Los nuevos empleados saben eso y aprenden a esperar, si es que la felicidad siempre es el ascenso.Distinto es el caso del contratado. Hay que ser de corazón fuerte cuando el fin de año se acerca y todo lo hecho parece poco ante los otros.


La consagración sería pasar a ser empleado permanente pero la solución salomónica es la más aplicada, y en general más sencilla para el empleador: contrato por un año más.Conozco personas con más de diez años como contratados, literalmente en relación de dependencia. Pero entre lo que parece y lo que es, hay un trecho. No le asisten iguales derechos y es un arma de la que se valen aquellos que no quieren problemas.


Es difícil exigir algo en esas condiciones.Desde que nací escucho el término “crisis económica”, salvaguarda de empresas siempre dispuestas al recorte. Estamos dentro de una crisis, ya mundial hoy. ¿Qué rol debe cumplir el que legítimamente exige mejoras?. Creo que no se debe olvidar que en una negociación se avanza y se cede. Un sano término medio surge cuando hay dos hábiles negociadores.


En mi opinión el pedido por la eliminación de arbitrariedades o intentar dejar de trabajar precariamente, exceden las fluctuaciones del momento y pasa a un primer plano el sentido común. A disgusto ni un empleado ni un jefe son productivos. Las cuestiones a mejorar en ese caso quizás no sean las monetarias sino las diarias, puntuales.El mensaje es: soporta esta nueva y vieja etapa. Se llama fin de año. Tú puedes.
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Lo que hay detrás de la puerta: porque me tratas tan mal, me tratas tan bien

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A través de la vida siempre vamos dejando etapas, como cascarones que ya no nos sirven porque crecemos y no los necesitamos. Cuando un hijo se va de las casa de los padres es uno. Casarse bien podría ser otro (aunque dejamos para otra ocasión qué tan independientes seremos en tal caso), y quien abandona el primer trabajo logrado en pos de mejorar, sin dudas se anota también en la lista de cascarones dejados.


Otros factores nos “ayudan” en la decisión. Y lo escribo entre comillas ya que la naturaleza trimestral de los contratos laborales que mayoritariamente abundan nos empujan, cerca de los dos meses y 28 o 29 días, a decidir por nosotros o esperar (rezar en algunas ocasiones) que esta vez no seamos nosotros los “elegidos” para irse. La caminata hacia la posibilidad de ser efectivo en una empresa es tan larga como sinuosa, en donde no llevamos las de ganar.


Pero aun dentro de este panorama las etapas están presentes y en nosotros siguen existiendo.No se pone en peligro ninguna inversión empresarial con lo que escribiré, pero la precariedad laboral es semejante a la de aquellos que trabajan en negro, solamente que se ve legalizada a través del cumplimiento estricto de la ley, que marca la trimestralidad de los convenios. Dichosa ley no ampara al trabajador o en todo caso se nutre de reclamo sólo cuando a éste se lo despide, pero no durante su estadía en la labor. Tenemos de esta manera permanentemente personas que trabajan, índices bajos de desocupación, pero empleados que aprendieron a saltar de un lugar a otro cada noventa días, o si se tiene suerte algunos trimestres más.


Dos temas quiero rescatar. El primero es que nadie como uno sabe en dónde se siente a gusto, más allá de las ventajas económicas o de otra índole que nos hagan dudar. En buena parte de los lugares la capacidad de negociar un mejor pasar de parte del trabajador es nula. Igualmente con leyes a favor o en contra algún poder de decisión tenemos si en la jungla aplicamos el sentido común, nada sencillo se sabe. Lo segundo es el error que implica el creer que como a todos les pasa lo mismo así son las cosas cuando de trabajar se trata.


Nadie pretende vacaciones todos los días pero sí respeto y reconocimiento, para empezar, al tiempo específico que cada uno cumple en su trabajo, no hablamos de capacidades. Después sí, porque el empleador ve o no qué hacemos, pero remarco la idea de no creer que es inexistente la queja ante arbitrariedades. En esto los sindicatos llevan las de ganar para quienes estén afiliados a ellos, porque son el órgano más respetado (¿temido?) de los jefes.


Así que ante los gritos ensordecedores de un superior, el trabajador decide. En un mundo ideal los jefes y las leyes nos ayudarían, pero ¿podemos decidir cambiar?. Al menos para empezar, si algo nos pica, decirlo. Para que los jefes y las leyes nos traten un poco mejor.
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Lo que hay detrás de la puerta: felicidad laboral, cara de portaretrato

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En un mundo ideal podríamos encontrar sólo dos tipos de personas: aquellas que son efectivamente felices y las otras, que sólo creen que lo son.

Con seguridad en ese mundo ideal todos sus habitantes consiguen, y una vez que obtienen disfrutan, de su trabajo. Hoy hablamos de las personas y la felicidad laboral que los rodea, contiene. Aquellos que necesitan ser pellizcados y aun así creen estar soñando. Lo que llamaremos de aquí en más risueñamente “cara de portarretrato”: cuando uno va a comprarlos siempre habrá un rostro en la foto inmensamente feliz.

Revelaremos aquí el motivo de tanta alegría en este tipo de personas: el trabajo, como la vida, es felicidad o tristeza según cómo te lo tomes. Incluso aplicado a las labores más insalubres.
Existe una gran carga de subjetividad en todas las visiones. Alguno puede sentirse realizado por el lugar físico que ocupa y en donde desarrolla su labor (por ejemplo una linda oficina, amplia y con ventana al río) y en un segundo plano deja qué es exactamente lo que hace. Y también lo contrario. Una persona en un lugar diminuto puede sentirse a gusto con la tarea que lleva adelante.

Las políticas económicas (vaya si ocurre ahora) tienen mucho de esto. Se la llama “Teoría subjetiva del valor”, que es ni más ni menos que darle una forma y carácter a algo que siempre estará condicionado por nuestra propia opinión.

“Tiembla la bolsa”, “Los Bancos respiran”, “Mercados alterados”, son expresiones que comúnmente leemos u oímos. Si nos preguntan cómo nos fue en el trabajo tal vez diremos “Hoy estuvo tranquilo” (¿el trabajo o uno?), “Nos hacen trabajar cada vez más” (¿más horas o cumplir más en menos tiempo?).

Como fuera, la mirada parece ser aquello que nos rige el camino. Por eso existen quienes ven no uno, sino todos los trabajos como injustos. Y la injusticia siempre es para con ellos. Ni está todo como para decir que el trabajo es como caminar entre flores, ni tampoco es Vietnam o un campo minado. En todo caso la senda siempre estará elegida por nosotros.

Algún lector fuertemente capitalista puede preguntarse con todo derecho en dónde entra el tema del dinero en la idea de felicidad en el trabajo. En la pirámide de cuestiones importantes cada uno ubica al dinero en el escalón que prefiera. Es lo más subjetivo de todo este espacio porque entre “querer ganar” y “aceptar ganar”, el trecho será grande o pequeño según la paciencia del trabajador.

Los que ríen desde sus portarretratos deben ganar bien, imagino. Pero la reflexión es: pelear por la calidad del trabajo es parte de nuestra felicidad laboral.
O el largo camino hacia ella.
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Lo que hay detrás de la puerta: no me llames, yo te llamo

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Difícil negar la contundencia de la frase del título y más complicado aun es cuando se percibe lo vacía que en general suena en la mayoría de los casos. Si ante un desengaño amoroso la frase es definitivamente dolorosa, escucharla luego de intentar convencer a alguien de nuestras habilidades nos deja claramente en la lona.

Frase de compromiso de cabecera, no exactamente refleja que uno no sirve para lo que cree saber. Ciertas veces aquellos que deciden la repiten sin dudar pero sin sentirla. Si la cantidad que requiere un lugar de trabajo está a criterio de la superioridad y consideran no cambiar nada, igual le brindan la oportunidad al desesperado de desplegar sus humildes armas de seducción. Pero el que decide sabe en el fondo que nada puede hacer por él.

La tecnología sirve para evitar ciertos momentos indeseables, y el “compromiso” de escuchar súplicas pasa por dejar vía mail un currículum que tendrá el seguro destino de papelera de reciclaje. Aclaramos que no es así en todos los casos, que existe una especie de “banco de suplentes” de personas que tienen un currículum más que interesante y son tenidos en cuenta para una eventualidad. Esto se da en las empresas a gran escala, en donde Recursos Humanos suele dividirse en tantos Departamentos como personas haya en él. Pero aun así, destaco que algunos realmente tienen en cuenta el dejar los datos y tomar nota de ellos.

Si bien tratamos de ser más descriptivos de una realidad que formalmente opinadores de la cuestión, lo que se puede aconsejar al que pasa por esta situación, muchos, es que la insistencia tiene su premio. La diferencia entre la sutileza del pedido y el fastidio que el constante pedido puede generar, es “un hilo delgado por donde hace equilibrio el sentido común”, como leí en un libro hace algún tiempo.

La presencia en la mente de quien está en condiciones de tenernos en cuenta es bastante clara, desde que la computadora modificó costumbres. Se pueden mandar mails diariamente a algún sitio en donde han dicho “por ahora no”, que es también una frase condicional llena de intrigas. Percibir en dónde es posible, exige tanto de nosotros como el conocimiento que tengamos para una tarea. La jungla laboral en donde todos quieren trabajar de lo mismo así lo ha impuesto.

Por último destacar que no existe más (y es una pena) el concepto de “acuse de recibo”, que es un término quizás postal, pero que no deja de ser de cortesía. Donde envié mis datos, ¿sé que lo reciben?. Es un cumplido que el que desea trabajar lo valora siempre. Ojalá el empleador lo supiera.

La tarea del que necesita trabajar es lograr, de movida, no escuchar la frase del título. Después el resto es a suerte o verdad.
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Lo que hay detrás de la puerta: el eterno trabajo precario

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A los pocos meses de nacer un bebé aprende a dar sus primeros pasos. No hay una ciencia exacta pero más tarde o más temprano todos aprendemos primero un paso y luego otro que lo siga. Y con la realidad laboral de cada uno ocurre lo mismo. El problema es que los pasos parecen eternos algunas veces y a diferencia de la niñez, se es plenamente conciente de qué tan lejos o cerca está la posibilidad de dar un paso seguro laboralmente hablando.

En general hay un margen subjetivo ante el primer trabajo. Pero, el que lo otorga tiene su subjetividad y el empleado otra distinta: la cuerda de ambos lados se tensa diferente. El empleado aguanta injusticias o falta de mejoras durante un lapso que cree, es el que tiene que pagar por derecho de piso. Intenta aplicar el sentido común.

La situación puede aceptarse como algo inherente a subir escalas en un trabajo. La extensión en el tiempo de esta situación es el problema. Muchos de los empleos están sujetos no a la capacidad de quienes lo encarnan, sino a los humores del momento del país, o a decisiones que exceden largamente la nuestra.

Describir esto implica un humilde juicio de valor a quienes otorgan chances pero no les interesa el crecimiento de alguien, sino su “fuerza de trabajo” (gracias, Marx), renovable permanentemente.

Como pasa en las calesitas de las plazas, cuando se obtiene la sortija hay una vuelta más. Y esto sentirá quien está subido a la aventura de crecer. El tema es que cuando deciden que alguien se baje de allí, ¿cuáles son las oportunidades que existen de volver a subirse a la chance de un trabajo?. ¿Existen?.

Lo único real es una legitimación ni siquiera encubierta ya, de una forma de trabajar que podemos llamar precarizada, y somos amables con el término. Para quienes son los responsables no se les puede pedir que cambien, pero sí que haya control. La búsqueda de un índice bajo de desocupación no puede hacer subir a “la calesita” a todos simplemente para que den los números.

Hay empleados que en negro tienen más beneficios que aquellos que están en blanco, y de estos últimos pocos terminan haciendo labores para los que fueron solicitados, y todo por el mismo sueldo, claro. La situación no es nunca la ideal si se sostiene una manera de inserción laboral que no es justa.
Y como dicen en yoga, nunca se cambiará aquello que se tolera. Cuando algo cambie las soluciones dejarán de ser precarias, como los trabajos.
Mientras tanto podemos esperar. Pero que se apuren.
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