Lo que hay detrás de la puerta: porque me tratas tan mal, me tratas tan bien


A través de la vida siempre vamos dejando etapas, como cascarones que ya no nos sirven porque crecemos y no los necesitamos. Cuando un hijo se va de las casa de los padres es uno. Casarse bien podría ser otro (aunque dejamos para otra ocasión qué tan independientes seremos en tal caso), y quien abandona el primer trabajo logrado en pos de mejorar, sin dudas se anota también en la lista de cascarones dejados.


Otros factores nos “ayudan” en la decisión. Y lo escribo entre comillas ya que la naturaleza trimestral de los contratos laborales que mayoritariamente abundan nos empujan, cerca de los dos meses y 28 o 29 días, a decidir por nosotros o esperar (rezar en algunas ocasiones) que esta vez no seamos nosotros los “elegidos” para irse. La caminata hacia la posibilidad de ser efectivo en una empresa es tan larga como sinuosa, en donde no llevamos las de ganar.


Pero aun dentro de este panorama las etapas están presentes y en nosotros siguen existiendo.No se pone en peligro ninguna inversión empresarial con lo que escribiré, pero la precariedad laboral es semejante a la de aquellos que trabajan en negro, solamente que se ve legalizada a través del cumplimiento estricto de la ley, que marca la trimestralidad de los convenios. Dichosa ley no ampara al trabajador o en todo caso se nutre de reclamo sólo cuando a éste se lo despide, pero no durante su estadía en la labor. Tenemos de esta manera permanentemente personas que trabajan, índices bajos de desocupación, pero empleados que aprendieron a saltar de un lugar a otro cada noventa días, o si se tiene suerte algunos trimestres más.


Dos temas quiero rescatar. El primero es que nadie como uno sabe en dónde se siente a gusto, más allá de las ventajas económicas o de otra índole que nos hagan dudar. En buena parte de los lugares la capacidad de negociar un mejor pasar de parte del trabajador es nula. Igualmente con leyes a favor o en contra algún poder de decisión tenemos si en la jungla aplicamos el sentido común, nada sencillo se sabe. Lo segundo es el error que implica el creer que como a todos les pasa lo mismo así son las cosas cuando de trabajar se trata.


Nadie pretende vacaciones todos los días pero sí respeto y reconocimiento, para empezar, al tiempo específico que cada uno cumple en su trabajo, no hablamos de capacidades. Después sí, porque el empleador ve o no qué hacemos, pero remarco la idea de no creer que es inexistente la queja ante arbitrariedades. En esto los sindicatos llevan las de ganar para quienes estén afiliados a ellos, porque son el órgano más respetado (¿temido?) de los jefes.


Así que ante los gritos ensordecedores de un superior, el trabajador decide. En un mundo ideal los jefes y las leyes nos ayudarían, pero ¿podemos decidir cambiar?. Al menos para empezar, si algo nos pica, decirlo. Para que los jefes y las leyes nos traten un poco mejor.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

Nota publicada en www.diarioficcte.com.ar